CULTURA
Aniversario

Nicolás Olivari: el escritor que rompió con todo

Hoy se cumplen 120 años del nacimiento del poeta y escritor Nicolás Olivari, admirado por Leopoldo Marechal y Jorge Luis Borges.

Nicolás Olivari. 20200909
Nicolás Olivari (Buenos Aires, 8 de septiembre de 1900 – f. íb; 22 de septiembre de 1966). | CAPTURA y CEDOC

Hoy se cumplen ciento veinte años del nacimiento del escritor porteño Nicolás Olivari (1900-1966). Comenzó su carrera literaria con Carne al sol, una colección de cuentos publicada en 1922. Y en 1924, Modesto H. Álvarez publicó su primer poemario, La amada infiel, que se continuó, a lo largo de la década de 1920, con La musa de la mala pata (1926, con epílogo de Leopoldo Marechal) y El gato escaldado (1929), donde despuntaban los rasgos de un estilo único. “Si bien Olivari pertenece a una generación, a una ciudad y a una condición social precisas, que él subraya a menudo, puesto a escribir rompe con todo, se va de cauce y de causa, patea intencionadamente el tablero. Incluso para el lector que entra sin aviso ni vacuna –o, a la inversa, con prejuicio o preconcepto positivo– suele operar una fuerza centrífuga, una cierta resistencia que impide o dificulta entrarle con facilidad”, escribió años atrás Juan Sasturain.

Elogiado en su juventud por Jorge Luis Borges, Olivari fue también guionista de cine (escribió El morocho del abasto: La vida de Carlos Gardel, de 1950), actor, compositor de letras de tangos, periodista en medios gráficos como Crítica, Democracia y La Época, e incluso aficionado a la pintura. Pese a los esfuerzos de editoriales como Adriana Hidalgo y El 8vo. Loco, que reunió en un solo volumen sus tres primeros poemarios, su obra no trascendió tanto como las de otros contemporáneos. Su adscripción al peronismo a partir de mediados de la década de 1940 le valió luego la censura implantada en el país después del golpe de Estado de 1955.

En 1933, publicó los cuentos de La mosca verde y El hombre de la baraja y la puñalada, y otros escritos sobre cine; este último volumen fue reeditado por Adriana Hidalgo con un estudio de María Gabriela Mizraje. En 1938, dio a conocer Diez poemas sin poesía; en 1946, Los poemas rezagados y en 1952, un nuevo libro de cuentos: La noche es nuestra. Le siguieron los poemas de Los días tienen frío (1958); los cuentos de Un negro y un fósforo (1959), la novela El almacén. Novela parroquial de Buenos Aires, también de 1959, y en 1964, Pas de quatre, de poesía. Cultor del grotesco, las formas coloquiales y las alusiones a la cultura letrada, Olivari legó una obra que merece ser leída desde una perspectiva contemporánea.

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Diplomacia, literatura y rock and roll

“Tuvo un posicionamiento anecdótico frente a los grupos de Boedo y Florida –puntualizan Ana Ojeda y Rocco Carbone, editores de El 8vo. Loco, en la introducción de Poesías 1920-1930-. Como ellos, también, su estética fue la resultante de una mezcla que lo distanció de las posturas literarias vigentes dentro la literatura argentina del momento: el artepurismo y el arte social”. 

En el prólogo a El gato escaldado, Olivari destacó que su arte lírico debía ser “tan hondo como un estupefaciente”. “Lo sueño tan rotundo, áspero y concluyente que de cada pieza labrada en el metal del idioma, dentellado por los ácidos inspirados del numen redivivo, saldremos ahogados y cegados como del más profundo pozo de una mina”, agregaba. Más adelante, en respuesta a las críticas que recibía su estilo, señaló: “Estamos escribiendo para nuestros compañeros y para el pueblo. De más está, desde luego, endosarnos una vanidad que nunca ha tenido nuestra vida, obscura y triste de poeta maldito y negado en toda redacción rica. Eso lo saben mis amigos y bien. El juicio diverso de mis sistemáticos negadores —los que dicen que escribo mal y pienso peor— no me es posible deshacerlo. Por eso me tiene sin cuidado. Acaso ellos respeten algún juicio, el de Güiraldes posiblemente. Para ellos doy este juicio que le ha merecido el poema que me he permitido dar como tipo-base, como fundamento del poema local argentino que me gustaría ver en crecimiento robusto en la producción de mis compañeros en edad y en lucha artística. Dijo Guiraldes del poema de marras: ‘… ha hecho Ud. Una cosa viva, capaz de evadirse del libro de Ud. que la ha hecho’”. Tal vez sí con un poco de justificada vanidad, el poeta que le cantó a Buenos Aires defendía su obra ante el porvenir. 

En el 120° aniversario de su nacimiento, elegimos tres poemas de Nicolás Olivari.

El dolor en la sombra
Lo amable de un amor pronto se apura
y con una sola cuerda me lamento, 
que el amor huraño es el que dura
a través del tiempo. 
Mi dolor te digo sin comento, 
y es la causa de mi canto monocorde, 
no te sonará a música el sentimiento
de un solo acorde. 
En la sombra se agacha mi tristeza
con vergüenza de lo torpe de su aliño,
que es sabido que no admiten a la mesa
a un desharrapado niño. 
Mi verdadero dolor muere a la noche
para volver a ser en nuevo día, 
sonámbulo de pena, a troche y moche, 
mi violón solloza en elegía.

De La amada infiel


Pero la verdad es esta 
Me detuvo el espejo, 
—el helado espejo de tu cámara pobre—
haciendo muecas para fingirme alegre… 
Estoy siempre triste, pero amigo,
yo te niego
el derecho a entrar a mi tristeza… 
Sufro como una bestia y esta tarde y siempre… 
y vengo de mis raros paseos de extramuros
con el alma achatada como las casas;
tienen
mis ojos, un pavor antiguo… 
Un miedo cerval a mostrarme triste, 
porque la tristeza, la vera tristeza, está degenerada… 
Hay poetas que son tristes por el oficio, 
y hay otros que lo son porque no son nada. 
Yo tengo una tristeza sin vuelta de hoja,
una tristeza fundamental, 
que ensucia las paredes de lo que se llama sentimiento
y se ensaya en el amor,
mi tristeza es una muchacha con delantal, 
en la tristeza definitiva del corredor
de una casa de departamentos…

De La musa de la mala pata

Canción de los libros futuros 
Nunca te me acabarás, Buenos Aires,
y me darás temas para rato… 
hasta que el sentimiento se me haga pedazos
en tus encantadores accidentes de tráfico
Pero… esta es la antelación del canto de mañana,
el preámbulo de los libros futuros
que comencé a escribir en la carne de mi hijo,
el fuerte, recio “businessman” de 1950. 
Mientras tanto edificaré mis poemas sucesivos
con la plomada de tus nuevos edificios
y el cemento de tus futuras catedrales.
Disculpame, che, ciudad, si todavía,
mi verso torcido y serruchado tiene barro en los botines
Es la última tierra de tus excavaciones
Es la raíz de ti misma, es la sangre de tus venas subterráneas,
es tu respiración de exudado gas en los levantamientos
y en los empastelamientos
de los futuros rascacielos,
que ya están haciendo su ademán de granito en tu cielo cuadriculado
en tejidos eléctricos. 
Hasta ahora le estuve milongueando a ese cardumen
de pobres animales que te habitan,
porque, después de todo, Buenos Aires,
poné la mano en el corazón y confesáme: 
¡ellos te construyeron, 
con sangre de su poder y cemento de sus huesos,
y te empapelaron de nuevo ante el asombrado ojo del forastero, 
tiñendo su angustia gris y uniforme
con Neo Lux de entusiasmos…! 
Para mañana te prometo (si me dejan) 
cantarte hasta romperme en un alarido de entusiasmo, 
en una pamperada de nacionalismo,
 arrancando ladrillos en forma de estrofas,
e imágenes de entubamiento
 y metáforas de ensambladura
 para tu grandeza brutal y severa de Banco de Jesu-Cristo…

De El gato escaldado