CULTURA
Hoy hubiera cumplido 100 años

Ray Bradbury: el amo del futuro

Narrador, dramaturgo, poeta, guionista de cine, televisión y radio, utopista y ecologista, fue una de las fuerzas literarias del siglo XX, autor de libros clásicos y proféticos sobre el devenir de la humanidad.

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Ray Bradbury (Waukegan, Illinois, 22 de agosto de 1920 - Los Ángeles, California, 5 de junio de 2012). | Cedoc Perfil

“Lean poesía todos los días –recomendaba Ray Bradbury a los ochenta años-. La poesía es buena porque ejercita músculos que se usan poco. Expande los sentidos y los mantiene en condiciones óptimas. Conserva la conciencia de la nariz, el ojo, la oreja, la lengua y la mano. Y, sobre todo, la poesía es metáfora o símil condensado. Como las flores de papel japonesas, a veces las metáforas se abren a formas gigantescas”. La obra de Bradbury, el gigante de la ciencia ficción y la literatura fantástica que hoy cumpliría cien años, recibió elogios de Jorge Luis Borges, Kurt Vonnegut y Stephen King, que comparó sus novelas y cuentos con truenos de extraña belleza y resonancia.  

Narrador, dramaturgo, poeta, guionista de cine, televisión y radio, utopista y ecologista,  Bradbury fue una de las fuerzas literarias del siglo XX. A los doce años, luego de que sus padres le regalaran una máquina de escribir, se propuso continuar Los dioses de Marte, una novela de su admirado Edgar Rice Burroughs. Hasta su muerte, en 2012 y a los 91 años, nunca dejó de escribir e imaginar mundos posibles, aunque no necesariamente hospitalarios. 

Fue autor de libros clásicos y proféticos del devenir de la humanidad, como Crónicas marcianas, El hombre ilustrado y Fahrenheit 451, donde los libros y la lectura juegan un rol protagónico. “El primer deber de un escritor es la efusión: ser una criatura de fiebres y arrebatos –dijo-. Sin ese vigor, lo mismo daría que cosechase membrillos o que cavara zanjas; Dios sabe que viviría más sano”. Se reconocía como un hijo del cine y ese amor filial fue recompensado con adaptaciones de sus relatos a la pantalla grande y a la televisión. También adaptó al cine una de sus novelas favoritas, Moby Dick, de Herman Melville, que fue filmada por John Huston. En 1966, François Truffaut estrenó Fahrenheit 451 y, en 1983, con guion del autor y producida por Disney, se presentó El carnaval de las tinieblas, de Jack Clayton. 

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“Para quienes no venimos de una tradición de lectura de ciencia ficción dura, Ray Bradbury es nuestro gran referente–dice la escritora Cynthia Matayoshi-. Lo es, en principio, por la calidad de sus textos, pero también porque es un escritor bastante excepcional en su época. Bradbury escapa al modelo del escritor que busca verosimilitud científica en sus obras, sus mundos son extraordinariamente imaginativos, se mueve con libertad dentro de diversos géneros y su prosa conforma una poética hipnótica, dislocada, visual, que trae un aire nuevo. Es el autor que leo cuando necesito sentir ese deseo de escribir”. Para la autora de La sombra de las ballenas (Marciana), Bradbury alcanza la potencia del mito en sus historias. “Su obra es atemporal y fronteriza porque se nutre de arquetipos. Es sonora. Y es inquietante. Por eso va más allá de su época y del género que representa, y por eso todos deberíamos leer a Ray Bradbury”.

Su obra tuvo una difusión temprana en la Argentina, gracias a la existencia de revistas literarias, algunas de ellas consagradas a la ciencia ficción. “Su primera aparición ocurrió en la rosarina Urania, de la que sólo aparecieron dos números –indica el investigador y ensayista Carlos Abraham-. En el segundo número, de diciembre de 1953, figuró el cuento ‘Aquí hay tigres’. Le siguió Leoplán, que el 15 de diciembre de 1954 incluyó ‘El enano’. Pero el primer intento sistemático de publicación de Bradbury ocurrió en Más Allá, entre 1953 y 1957. Aparecieron nueve relatos de Crónicas marcianas. Su  estilo poético y su falta de énfasis en la ciencia generaron revuelo entre los lectores, ya que representaban una ruptura con los textos de hard science fiction habituales en los años cincuenta”. 

El gran editor Francisco Porrúa, interesado por las reseñas internacionales que llamaban a Bradbury “el poeta de la ciencia ficción”, fundó la editorial Minotauro y el primer libro que lanzó fue Crónicas marcianas, en 1955, con prólogo de Jorge Luis Borges. “Le siguió, a lo largo de los años, la obra completa del estadounidense, en ediciones sobrias y cuidadas –añade Abraham, autor de La literatura fantástica argentina en el siglo XIX (Ciccus)-. Posteriormente, la recepción de Bradbury fue mutando. Durante los años sesenta y setenta fue un autor indiscutido, debido a que su pacifismo y amplitud mental coincidían plenamente con los ideales del período, y también debido a que la soft science fiction gozaba de más aceptación. En los años ochenta y noventa su estrella declinó, tanto por un descenso en la calidad de su producción como porque se lo consideraba un autor inocentemente optimista, e incluso un representante típico de la mentalidad burguesa estadounidense”. Los lectores del siglo XXI lo reivindicaron como un clásico. El sello creado por Porrúa en la década de 1950 actualmente forma parte del Grupo Planeta, que ha reeditado Crónicas marcianas y Fahrenheit 451. En pocas semanas se relanzará en España el imprescindible Zen en el arte de escribir, con once ensayos sobre el arte de la escritura a cargo del autor de El vino del estío.

La editorial Catalpa publicará en octubre el libro homenaje Ray Bradbury, el hombre centenario, al cuidado de Matías Carnevale, con doce ensayos de doce escritores de cuatro países sobre la literatura bradburiana. El inglés Phil Nichols examina la recepción crítica de las primeras ediciones en Inglaterra de los libros de Bradbury, mientras que el español Sergio Pedraja hace lo propio respecto de las ediciones de Minotauro. Elton Honores, especialista peruano en literatura fantástica, aborda los relatos “La hora cero” y “La pradera”, y los argentinos Carlos Abraham, José María Marcos y Matías Bragagnolo abarcarán la relación de Bradbury con la revista Más Allá, la novela La feria de las tinieblas y su tratamiento del género policial. Teresa Mira y Guillermo Echeverría estudian los recursos narrativos de Bradbury, y Carnevale sigue sus pasos en la Argentina, a partir de la visita de 1997 a la Feria Internacional del Libro de Buenos, un artículo de Pablo Capanna, un texto escrito por Gustavo Nielsen y su amistad con el fotógrafo Aldo Sessa y la ilustradora Patricia Breccia. El volumen contará con ilustraciones de Cristian David Navarro, Pedro Belushi y Juan Carlos Thomas, entre otros. 

“Las motivaciones más fuertes que tuvimos para realizar una compilación como esta son la importancia que le atribuimos a su literatura y la influencia que tuvo sobre quienes aquí escribimos –dice Carnevale-. Los doce artículos que conforman este libro dan cuenta de la vigencia de Bradbury en la literatura universal, además de abordar una gran variedad de facetas en la obra del norteamericano nacido el 22 de agosto de 1920. De una manera u otra, celebramos al arquitecto de Illinois que, como ninguno, supo crear tiempos y lugares maravillosos”. Para más información y compra anticipada, se puede consultar la página de Facebook de la editorial: www.facebook.com/editorialcatalpa.

El sello Libros del Zorro Rojo, además, ha publicado una hermosa edición de Fahrenheit 451, con ilustraciones del inglés Ralph Steadman y traducción del gran escritor y editor Marcial Souto. El volumen incluye un prólogo de Bradbury, de 2004, donde evoca sus inicios en la literatura y pide que los niños empiecen a leer ficciones a los cinco años. “No se puede enseñar a leer y a escribir en el décimo grado –protestaba-. Es demasiado tarde. Es aburrido. Pero los niños están llenos de curiosidad efervescente y de amor por aprender. No me importa que metas antes a los niños en preescolar, si los pones a leer. No para deshacerte de ellos, sino para enseñarles”. Lo decía un maestro de la literatura.

 

Un fragmento de Bradbury

“La lluvia continuaba. Era una lluvia dura, una lluvia constante, una lluvia minuciosa y opresiva. Era un chisporroteo, una catarata, un latigazo en los ojos, una resaca en los tobillos. Era una lluvia que ahogaba todas las lluvias, y hasta el recuerdo de las otras lluvias. Caía a golpes, en toneladas; entraba como hachazos en la selva y seccionaba los árboles y cortaba las hierbas y horadaba los suelos y deshacía las zarzas. Encogía las manos de los hombres hasta convertirlas en arrugadas manos de mono. Era una lluvia sólida y vidriosa, y no dejaba de caer”.
De “La larga lluvia”