CULTURA
Arte

Posturas expuestas

Hasta el 7 de mayo puede visitarse en la galería Constitución la muestra "Nadie sabe de lo mío", de Alberto Passolini. Un colorido festín para los sentidos.

Pasolini en Constitución 20220418
Apenas un puñado de obras que componen la muestra. En el centro de la sala, una pintura de Apolo y Cipariso remeda la del pintor Claude-Marie Dubufe de 1821 en el momento crucial de la tragedia entre los dos amantes. | Galería Constitución

Para construir el robusto concepto de experiencia, Walter Benjamin se mete el cuarto burgués, lo describe y vivisecciona, con un bisturí muy afilado y otros argumentos, a la experiencia que la desprende del término vivencia: “Pero quizás diga más una comparación que la teoría. Si entramos en un cuarto burgués de los años ochenta la impresión más fuerte será, por muy acogedor que parezca, la de que nada tenemos que buscar en él. Nada tenemos que buscar en él, porque no hay en él un solo rincón en el que el morador no haya dejado su huella: chucherías en los estantes, velillos sobre los sofás, visillos en las ventanas, rejillas ante la chimenea”.

La primera es colectiva; es la que se pierde, según el filósofo, a partir de la Primera Guerra Mundial, mientras que la otra es individual. A los hombres sólo nos resta “vivenciar” que sería algo así como rumiar solos algunas costumbres que se repiten, pero que nada tienen en común con los otros, ya que el mundo tal y como los conocían, se ha derrumbado: “Pero en este cuarto burgués se ha hecho costumbre el comportamiento opuesto. Y viceversa, el intérieur obliga al que lo habita a aceptar un número altísimo de costumbres, costumbres que desde luego se ajustan más al interior en el que vive que a él mismo.”  De ese sistema roto, de ese mundo en ruinas, de lo que quedó después de la guerra crecieron las vanguardias históricas que iban a hacer de la pobreza su alimento y motor creativo. Además, hubo otra guerra, la segunda, que repitió muerte y destrucción y las vanguardias florecieron en estos nuevos escombros, cambiaron un poco los nombres y remodelaron las casas, reconstruyeron las ciudades, a los sujetos, en fin, la cultura con nueva definición y todo.

Nadie sabe de lo mío, la muestra de Alberto Passolini, guarda un secreto que sólo se puede descubrir si se entra a los cuartos de la galería Constitución.  La voz popular que atrapa a lo mío para poseer lo indeterminado, lo indecible, lo personal y oculto. Sin embargo, el ambiente con sus cuadros de poses de yoga se desgañita, sube la voz hasta forzarla, para contar eso suyo. Que es el cruce entre la alta cultura y la cultura de masa, entre los modelos clásicos del arte y las referencias contemporáneas. Para cada obra, Passolini elige un asana, una postura de yoga, un cuerpo desnudo de varón que la ejecuta y con las torsiones delimita el contorno de una vasija griega. Esa parece ser la operación y no a la inversa. No pinta un cuerpo en la superficie de un recipiente. Por el contrario, el torso y las extremidades de los practicantes son los que moldean esas cráteras, ánforas, lécanes y cántaros.  Darle una forma humana contemporánea, dúctil, flexible a esas piezas cargadas de siglos y de historia. Son los receptáculos que guardan el origen y las cenizas de una civilización que entregan la preciosa información sobre la vida cotidiana, ceremonias, ritos y libaciones.

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En el centro de la sala, una pintura de Apolo y Cipariso remeda la del pintor Claude-Marie Dubufe de 1821 en el momento crucial de la tragedia entre los dos amantes. Ahí el dios parece estar diciéndole: "Durante toda la eternidad te lloraré, hermoso joven y tú, a cambio, compartirás la tristeza de otros. Por eso, desde ahora y por toda la eternidad estarás entre los afligidos." Cipariso confundió al ciervo sagrado y lo mató. Por eso le pide a Apolo, él único que logró cautivar el amor esquivo del muchacho, que lo condene a la pena eterna. Apolo cumple y lo convierte en ciprés, el árbol que llora sus lágrimas de resina.

En el corazón de la muestra de Passolini, esta obra desencadena la pregunta que Richard Hamilton le puso de título a su emblemático collage de 1954 Just what is it that makes today's homes so different, so appealing? (¿Qué es lo que hace que los hogares de hoy sean tan diferentes, tan atractivos?) Hamilton, con este cuadro, dio a luz al Arte Pop. En el interior de esa casa vemos a una pareja desnuda posando con todo tipo de mercancías de última generación: desde electrodomésticos imprescindibles como la aspiradora o la televisión, a una lata de jamón de conserva. Todo es una oda a borrar para los límites entre la alta cultura y la cultura de masas. Lo que Raymond Williams escribió en un ensayo titulado “La cultura es ordinaria” (1958), donde proponía una definición más amplia de cultura como una “forma de vida completa”, cuya expresión es evidente en películas populares, novelas, anuncios y otros medios producidos en masa.

El queer eye de Passolini trastoca los cuerpos desnudos de la pareja de Hamilton en estos dos amantes desdichados, al tiempo que la referencia a “lo clásico” se empareja con lo mío, lugar común de una estética amanerada y preciosista. De esa manera, activa y pone en funcionamiento un sistema seriado de reproducción de consumo de alta cultura marica que arrasa las fronteras, nuevamente, entre consumos masivos y objetos únicos. Un repertorio de imágenes traficadas tanto para pintar cuadros como para hacer objetos, para un empapelado o un mueble. Passolini va de pintura al interiorismo; de Dubufe a Bobby Berk, pasando por Hamilton, porque aprendimos con Boris Groys que “una copia no es nunca una copia, sino más bien un nuevo original en un nuevo contexto. Cada copia es por sí misma un flaneur, experimenta el tiempo y nuevamente sus propias “iluminaciones profanas”, que la convierten en un original. Pierde viejas auras y gana nuevas.”

 

Ficha de la muestra

Alberto Passolini

Nadie sabe de lo mío

Curaduría Raúl Flores

Galería Constitución

Dr. Del Valle Iberlucea 1140. Buenos Aires.

Sábados de 15 a 20 o cualquier otro día con cita previa solicitándola a [email protected]