El presidente Javier Milei ha mencionado, en varias ocasiones, a Juan Bautista Alberdi y Domingo Faustino Sarmiento como dos de los próceres que hicieron la "Argentina potencia del siglo XIX", antes del comienzo de la decadencia, identificado por el presidente libertario con la irrupción del radical Hipólito Yrigoyen en la escena política nacional.
Las reiteradas referencias a estos ilustres exponentes de la generación del '37 se han dado en las circunstancias y ocasiones más variadas. En su primer discurso como presidente electo, tras ganar el balotaje, Milei afirmó “Hoy volvemos a abrazar las ideas de Alberdi. De nuestros padres fundadores que hicieron que en 35 años pasáramos de ser un país de bárbaros a ser potencia", dijo en aquel domingo 10 de diciembre de 2023.
Además, las "Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina", una de las obras más reconocidas de Alberdi, es considerada precursora de la Constitución Nacional de 1853. El paquete de medidas impulsado por el Gobierno conocido como "Ley Bases" fue así denominado en homenaje a las "Bases" del librepensador tucumano, demostrando la importancia que esa obra tiene para la concepción del Estado en la cabeza del presidente.
Asimismo, Sarmiento fue citado y homenajeado con un acto emblemático con el que el Gobierno modificó con un decreto el nombre del hasta entonces "Centro Cultural Dr. Néstor Carlos Kirchner", que pasó a llamarse "Centro Cultural Palacio Libertad Domingo Faustino Sarmiento". En aquella ocasión, Milei recordó la presidencia del escritor, docente, periodista y militar como "dentro de las más importantes de nuestra historia" y "fundamental para la consolidación de nuestra nación" y destacó la transformación que produjo Sarmiento durante su presidencia al tomar el país con una tasa de analfabetismo del 90 por ciento. Dijo: “Construyó 1.800 escuelas, cuadruplicó la población escolar y, producto de su propuesta educativa como del progreso económico de aquella generación liberal, Argentina se convirtió en el primer pueblo de la historia humana en erradicar el analfabetismo. Hicimos civilización de la barbarie”.
Sarmiento y su cruzada para fortalecer la democracia con el idioma
A continuación, un fragmento del libro "Alberdi" de la investigadora y docente María Victoria Baratta, en el que se hace referencia al enfrentamiento de Alberdi con Sarmiento tras la caída de Rosas:
X.
E L O S O Y E L E S G R I M I S TA
La dura polémica con Sarmiento
La caída de Rosas dejó en el Río de la Plata un terreno fértil para la proliferación de periódicos de distintas opiniones políticas, publicaciones explícitamente afiliadas a una postura partidaria. No se esperaba de ellos neutralidad ni una visión objetiva. El contenido más importante de esas páginas se podía encontrar en general en los editoriales. Muchos libros empezaron como artículos de periódico. También era común que se publicasen polémicas políticas entre dos o más personajes públicos en forma de intercambio de cartas.
Domingo Faustino Sarmiento había participado como boletinero (responsable de la difusión de las novedades del frente en la prensa) en el Ejército Grande que venció a Rosas en Caseros al mando de Justo José de Urquiza. Como se mencionó,una vez que Rosas fue derrotado, aparecieron los conflictos entre los vencedores. Sarmiento, conocido por su mal carácter y las formas desbordadas de su escritura para polemizar, empezó a quejarse de que Urquiza había desoído sus consejos y se estaba convirtiendo en el líder de un régimen despótico como el que acaba de destronar.
Entre esas críticas, también deslizó comentarios sobre Juan Bautista Alberdi. Ese mismo Alberdi al que años atrás, y bajo el seudónimo de García Román, le había manifestado que era su “obsecuente admirador”, una de las promesas del futuro, el escritor “más promisorio de su generación”. La firma de García Román aparecía acompañada por un “como prefiere apellidarse por ahora”. Como señaló
la investigadora Claudia Román, ese “por ahora” prefiguraba el carácter momentáneo de la asimetría entre los dos. García Román se convertiría en Sarmiento y comenzaría con Alberdi un duelo de escritura.
En su carta de Yungay, muy crítica con Urquiza, Sarmiento mencionaba casi al pasar “a los diplomáticos y las plumas a sueldo”. Más tarde le atribuyó a Alberdi la filtración de un memorándum crítico sobre la actuación de Urquiza en Caseros a través del diario de Valparaíso. Por último, como se mencionó anteriormente, en la dedicatoria de su libro Campaña en el Ejército Grande, Sarmiento acusaba a Alberdi de cobardía por ser de los primeros en abandonar Montevideo durante el sitio rosista. Lo llamó “el primer desertor argentino”. Alberdi no se quedó de brazos cruzados y dio comienzo a lo que se conocería como la polémica de las “Cartas quillotanas” y “Las ciento y una”. Una polémica entre dos de los grandes pensadores del siglo xix rioplatense. A primera vista se puede advertir el contrapunto entre el enorme listado de insultos de Sarmiento y la escritura sutil de Alberdi. Leopoldo Lugones dijo que ambos “nacieron para no comprenderse”. Para Oscar Terán, allí donde Sarmiento ponía el cuerpo, Alberdi lo hurtaba y su lugar lo ocupaba “el hilo delgado de esa escritura que más de una vez quiso que se identificara con su propia vida hasta sustituirla por completo, porque esta
transcurriría íntegramente en sus escritos”. Terán describía esta disputa, en sus clases teóricas de Pensamiento argentino y latinoamericano, como la polémica entre un oso y un esgrimista. Para Carlos Altamirano, ninguna de las polémicas en las que Alberdi se vio involucrado en su trayectoria tuvo la celebridad de la que mantuvo con Sarmiento.
Alberdi recibió las primeras impresiones de Sarmiento como insultos. Su respuesta fue no profundizar en ellos, sino ponerse a estudiar la obra de su adversario. Decidió publicar las Cartas sobre la prensa y la política militante en la República Argentina, más conocidas como “Cartas quillotanas”. Las tres primeras están fechadas en Quillota, Chile, en enero de 1853. La cuarta aparece fechada en Valparaíso en febrero de ese año. Todas esas cartas se publicaron en la prensa chilena. La primera comenzaba con la transcripción de la dedicatoria de Sarmiento de su libro sobre el Ejército Grande. Las cartas de Alberdi se publicaron como folleto en marzo de 1853, y
en abril y mayo Sarmiento respondió con las cinco cartas de “Las ciento y una”. La polémica se cerró con la publicación de Alberdi llamada “Complicidad de la prensa ante las guerras civiles de la República Argentina”.
Ambos contendientes se encontraban en Chile. Sarmiento se sintió decepcionado por Urquiza luego de Caseros y regresó de Buenos Aires a Chile. De aquel lado de la cordillera, mientras Alberdi formaba un club para defender el proyecto de Urquiza, Sarmiento organizaba otro para pronunciarse en contra. Para Sarmiento, la ausencia de Alberdi en Caseros y su apoyo a Urquiza eran motivos de discordia. Para Alberdi, los modos, las ambiciones de político, la pedantería y la no formación clásica de Sarmiento eran causales de distanciamiento.
El Sarmiento, Filo y los cipayos apropiándose de lo ajeno
La polémica se volcó más sobre cuestiones personales que ideológicas. El contrapunto más evidente estaba en la personalidad y en el estilo. Uno era más altanero, el otro más mesurado; uno no tenía título, el otro era abogado; uno se mostraba ambicioso, el otro más desinteresado; uno era pasional, el otro intentaba ser objetivo. Aparecía la frustración de Sarmiento por no haber podido estudiar en el Colegio de Ciencias Morales y sentir que lo merecía. Sarmiento no había ganado en San Juan la beca para ir a estudiar a Buenos Aires
que sí había ganado Alberdi en Tucumán. Creía que no había sido por falta de méritos, sino por no pertenecer a una familia de la elite como Alberdi. Sarmiento participó de luchas militares en su provincia y en Caseros, y acusaba a Alberdi de cobarde por no haber participado de ninguna batalla. Alberdi no aceptaba cualquier cargo de Gobierno, solo aspiraba a unos pocos, muy puntuales. Para Alberdi, Sarmiento vivía de la carrera de aceptar cargos. Sería ministro, diputado, constituyente, embajador, gobernador, presidente, senador. Alberdi no quería rebajarse a lo que consideraba el barro de la gestión,mantenía cierto sentimiento de alcurnia: un embajador, codearse con la realeza. Estaba convencido de que el destino de la nación se dirimía en las relaciones exteriores. Alberdi pensaba que Sarmiento no entendía que con la caída de Rosas la situación había cambiado, que era la hora de la paz y de la organización, que la pluma debía “ser antorcha y no espada”. La nueva situación exigía edificar, no destruir. Para edificar había que tener conocimientos, era necesario tener estudios para legislar. Y la prensa de combate de Sarmiento no los tenía. Alberdi apuntaba a las credenciales intelectuales de su adversario. También consideraba que Sarmiento se estaba oponiendo “a lo posible por lo perfecto”, que su resentimiento con Urquiza era por vanidad. Creía que Sarmiento se empecinaba con continuar la guerra cuando el tiempo de guerra había terminado y era necesario escribir sobre educación, sobre inmigración, sobre el ferrocarril.
Entre Sarmiento y Alberdi existió también una polémica algo más implícita sobre educación. A diferencia de Sarmiento, Alberdi planteó en las Bases que la escuela no era la vía más adecuada para formar ciudadanos y, por ende, trabajadores: “Las escuelas primarias, los liceos, las universidades, son, por sí solos, pobrísimos medios de adelanto sin las grandes empresas de producción”. No hacía falta inundar de maestros a la nación. Además de no confiar en la institución, Alberdi pensaba que la población local no tenía chances de formarse: “Haced pasar el roto, el gaucho, el cholo, unidad elemental de nuestras masas populares, por todas las transformaciones
del mejor sistema de instrucción; en cien años no haréis de él un obrero inglés, que trabaja, consume, vive digna y confortablemente”. Inspirado en Emilio de Rousseau, Alberdi creía en el papel transformador de la “pedagogía de las cosas”, que fueran los hábitos y las costumbres la fuente genuina de la enseñanza. Para que los habitantes locales adquiriesen esas costumbres debían aprender por imitación y repetición de los inmigrantes que ya las tenían incorporadas: “Un hombre laborioso es el catecismo más edificante”. El aprendizaje de la libertad apuntaba más a la imitación irreflexiva y automática que a las disquisiciones teóricas. “No es el alfabeto; es el martillo, es la barreta, es el arado, lo que debe poseer el hombre del desierto, es decir, el hombre del pueblo suramericano”.
Alberdi quería fomentar la existencia de academias de disciplinas científicas y aplicadas que de colegios de ciencias
morales. En esos pasajes, se mostraba como un intelectual anti intelectual, un intelectual que se despreciaba a sí mismo y a su labor y formación. “Si la República Argentina se compusiese de abogados, sería la peor opción posible”. Sin embargo, en su correspondencia Alberdi hacía alarde de sus distinciones académicas. En 1858 le escribió a su amigo Villanueva: “Le daré una lista de los cuerpos a que pertenezco. Soy presidente honorario de la Sociedad del Estímulo, de Londres. Miembro del Instituto Histórico de París. Miembro de la Sociedad Geográfica de París. Miembro de la Sociedad Zoológica y de Aclimatación de París. Miembro de la Sociedad de los Economistas de París. De la Academia de la Historia de Madrid. Si Sarmiento estuviese en mi lugar, tendría diez veces más títulos porque él los busca, yo los acepto”.
Natalio Botana señaló el carácter fitólogo de las metáforas que utilizaba Alberdi para hablar de instrucción: “La planta de la civilización no se propaga de semilla. Es como la viña, prende de gajo”. Era preciso catequizar y civilizar a los gauchos en lugar de ofenderlos, como lo hacía Sarmiento. Formaban parte de la civilización cristiana y sabían realizar tareas de faena, indispensables para el progreso económico. Rosas no se había convertido en tirano con el poder dado por los gauchos, sino por el que le otorgó la ciudad. La barbarie para Alberdi eran los indígenas. “En América todo lo que no es europeo es bárbaro: no hay más división que esta: 1°, el indígena, es decir, el salvaje; 2°, el europeo, es decir, nosotros, los que hemos nacido en América y hablamos español, los que creemos en Jesucristo y no en Pillán (dios de los indígenas). No hay otra división del hombre americano”. La Revolución de Mayo no había sido una obra de la ciudad de Buenos Aires contra el campo, sino una obra europea. No era la ciudad frente a lo autóctono y lo rural en la lucha de la civilización y la barbarie, sino el litoral y el mediterráneo, dos tiempos distintos de la historia que coexistían en la Argentina para Alberdi y que se diferenciaban por su adaptación al comercio mundial, fuente de progreso y de paz.
Como vimos, en 1855 el Gobierno de la Confederación decidió publicar las obras de Alberdi y provocó las quejas de Sarmiento. La polémica entre ambos iba a continuar y de forma todavía más dura y personal a partir de la guerra de la Triple Alianza.