Es el técnico más ganador de la historia de un club ultra ganador como River, con 14 títulos. En la celebración del último campeonato, sus jugadores le cantan que siga con ellos. Los que juegan en otros equipos declaran que sería un honor ser dirigidos por él. Sus colegas lo llenan de elogios. El 95% del ambiente (jugadores, entrenadores, periodistas, dirigentes, representantes) no duda en calificarlo como el mejor director técnico argentino. Algunas de sus frases más emblemáticas se leen en buzos y tatuajes de los hinchas.
El “Muñeeeeeco, Muñeeeeco” es el cantito que suena más fuerte en el Monumental en todos y cada uno de los partidos. No sólo se ocupa del primer equipo, sino que también diseña las reformas del campo de entrenamiento en Ezeiza y reestructura las divisiones inferiores teniendo reuniones con los formadores de las distintas categorías.
Sus conferencias de prensa son seguidas con admiración y reproducidas por simpatizantes propios y ajenos. No se conocen en sus casi ocho años en River desavenencias grupales ni escándalos mediáticos. La identificación del hincha es total: por los triunfos, pero también por los valores que transmite. “Que mi vida la maneje Gallardo”, se lee con frecuencia en redes sociales, a modo de síntesis.
Sí, hablamos de Marcelo Daniel Gallardo. Y lo que pretendemos en esta nota es responder la pregunta que se hacen desde futboleros de otros equipos deseosos de copiar la fórmula hasta empresarios y directivos de compañías que no saben qué es la ley del offside pero buscan trasladar a su ámbito este modelo exitoso de liderazgo grupal. ¿Cómo lo hace? ¿Cuál es su método?
El arranque es con un par de respuestas que condesan su estilo de conducción.
En la última charla que tuvimos le consulté: ¿Cómo conseguís armar buenos grupos?
Gallardo: Los buenos grupos se arman con buenas personas. Necesitás una estructura y bajar mensajes claros, para que después no haya malentendidos. Entonces, si hay una estructura, mensajes claros y buenas personas, es muy difícil que la cosa vaya mal. Después, hay que ganar, claro, pero mismo si no ganás y la estructura es sólida y los mensajes son claros y hay buenas personas, siempre será más llevadero.
Borinsky: ¿Cuáles serían los mensajes claros?
Gallardo: Trabajo, compromiso, respeto hacia las personas y hacia el lugar donde estás. Son los valores básicos de la vida.
Borinsky: Casi no tuviste conflictos con jugadores en todo tu ciclo, es raro.
Gallardo: Una de las cosas en las que nos basamos es que nunca nadie acá va a estar por encima del equipo, ni siquiera aquellos jugadores que puedan ser de mayor importancia. Por otro lado, eso es muy simple de modificar: si no cumplís con esto, te vas. Puede ser un costo alto, si el jugador se destaca mucho, pero es saludable para todos. Yo siempre prefiero mejor salud a tener que pagar un costo alto que determine pasarla mal.
Borinsky: ¿El técnico debe saber más de fútbol o más de grupos?
Gallardo: Hay que saber un poco de todo. No puedo dar porcentajes. Para algunos técnicos, la cuestión principal pasa por el manejo de grupo, para otros por el mensaje, para otros por la personalidad y la forma de modificar un partido con los cambios. Para mí, lo más importante es tener sentido común, que no es fácil. Yo me dejo llevar mucho por la intuición y por la percepción. Soy muy observador y me gusta escuchar a mis dirigidos y a mi grupo de trabajo. Hay que tener ética, dar el ejemplo y saber convencer a tus jugadores con el mensaje. Son las claves, para mí.
Mensajes claros. Gallardo es sincero, no anda con vueltas y dice las cosas en la cara. No es un gesto frecuente en un ambiente hipócrita como el del fútbol. El jugador es bicho y enseguida se da cuenta si le mienten o le esconden algo.
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A la oficina que Gallardo tiene en el primer piso de River Camp, el predio de Ezeiza, se la conoce como “El confesionario”. Allí, el DT habla con sus dirigidos cara a cara, sin filtros, cuando es necesario tener charlas individuales. A Gallardo le gusta que lo miren a los ojos. Lo viví en carne propia: más de una vez me llamó la atención cuando bajé la vista por mi timidez o porque buscaba algo en mis apuntes. “Diego, mírame a la cara”, me pidió. También tomó la misma actitud en más de una rueda de prensa, cuando el periodista de turno hizo una pregunta y después comentó algo con el compañero y dejó de mirarlo. “Te estoy contestando a vos”, le recalcó, públicamente, y en muchos casos cortó su respuesta ahí. Así es con todos.
Del otro lado
Borinsky: Vos te peleaste con varios técnicos cuando eras jugador. ¿Cómo lo analizás ahora?
Gallardo: No me peleé, tuve diferencias. Yo tengo una gran virtud, que para algunos es un defecto: decir las cosas frontalmente. No me como la mentira y algunos entrenadores me mintieron. Si yo le miento a un jugador, ¿cómo lo miro después a la cara? Cuando le mentís al jugador, no hay vuelta atrás, por eso aprendí que por más mala que sea la noticia, al jugador dásela siempre.
Decir la verdad va de la mano con otro atributo que forma parte del Libro Gordo del Muñeco: ser justo. En estos ocho años, todos se han sentado en el banco de suplentes. Hasta los máximos referentes. De Leonardo Ponzio al Pity Martínez, de Enzo Pérez a Lucas Alario. Todos. Juega el que está mejor. No hay acomodos y eso el futbolista lo ve. Y eso le da una enorme credibilidad ante el grupo. Cuando en una final de Copa Argentina de 2019, Rafael Borré salió con cara de enojado al ser reemplazado y le pegó un manotazo al techo del banco (lo tomó la tele), Gallardo se dio media vuelta y le recriminó la actitud. Sin taparse la boca, como hacen tantos para que no se sepa qué dicen. “¡Rafa, pensá en el equipo!”, le gritó. Y listo.
“Es difícil manejar el ego de los jugadores, porque el jugador piensa en él nada más, pero no está solo, son 25, entonces el entrenador tiene que saber administrar todo eso”, sostiene. Y no es sencillo.
Ejemplo. Laburador mil por mil, Gallardo no se duerme en los laureles ni en las loas que recibe cotidianamente de todos los sectores. Eso también lo ve el grupo. Gallardo es el primero en llegar a las prácticas y el último en irse.
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Gallardo posee otra virtud no muy común en ese sentido: sabe delegar en sus colaboradores y no ve sombras ni serruchos a su alrededor. Se siente muy seguro de sí mismo. “A mí me encanta que venga un jugador que dirijo y me pregunte por qué hacemos tal ejercicio o por qué creo que tenemos que jugar de determinada manera, porque es una forma de involucrarse. Muchos entrenadores lo ven como un ataque, no sé si por inseguridad o qué, por eso no tuve tantos que se han puesto al servicio de mis inquietudes”, me contó. “Uno quiere saber cuáles son los argumentos, porque si lo hacés convencido, lo hacés mejor, eso es fundamental”, completó.
En ese sentido, hay un punto que se enlaza al concepto anterior y le da a Gallardo un crédito absoluto ante su grupo para erigirlo en el gran líder a seguir. Él sabe de fútbol. Esto no se aprende en ninguna escuela de entrenadores. Gallardo les cuenta a los jugadores lo que va a pasar. Y pasa. Por supuesto que se equivoca. Pero poco. “Entiende el juego”, lo retrató Daniel Passarella, cuando lo promovió a la Primera de River y luego a la Selección. Aunque no da entrevistas exclusivas, Marcelo Bielsa (uno de los entrenadores más elogiado por sus dirigidos) me dejó su testimonio sobre Gallardo para el primer libro. Bielsa había dirigido al Muñeco en la Selección. “Gallardo tenía el don de articular lo que había pasado antes de recibir la pelota con lo que entendía que debía suceder después de su participación. Lograba que el avance se convirtiera en ataque, dirigiendo el juego hacia el lugar que el rival desprotegía. Tal vez hoy traslade aquella particular sabiduría a su nuevo oficio. En mi opinión, sus éxitos recién comienzan”. Ese mail me lo mandó en agosto de 2015. Recién comenzaban sus éxitos, efectivamente.
Otros de los rasgos que distinguen a Gallardo es la seguridad que tiene en sus ideas y la convicción con que las transmite. Sabe cómo quiere que jueguen sus equipos y consigue, a través de entrenamientos muy intensos que se viven como si fueran partidos por los puntos, que sus hombres hagan propia esa idea. Esa intensidad para competir. Logró mixturar en el vínculo con sus jugadores dos características contrapuestas que son fundamentales: por un lado, los exige hasta un límite casi intolerable y por el otro consigue establecer con ellos una fuerte empatía.
“Uno de los grandes méritos de toda esta gestión es haber conformado no sólo buenos equipos sino también buenos grupos humanos. Eso es fundamental para convivir. Nos vemos todos los días y pasamos mucho más tiempo entre nosotros que con la familia. Si no existiera esa armonía, esa comunión de grupo, se haría muy difícil. Podés ganar, eh, pero posiblemente la pases mal y la felicidad duraría lo que dura el resultado de un partido o el objetivo en sí, pero el día a día, disfrutar cada entrenamiento, las ganas de venir, es otra cosa”, admitió el Muñeco en una de sus ruedas de prensa.
Mariano Barnao, quien ingresó a River como gerente de fútbol bajo la órbita del presidente D’Onofrio y terminó siendo secretario técnico de Gallardo, me lo confirmó: “Desde un principio noté una persona exigente en el laburo, muy detallista, con una visión amplia de todo y que busca la mejora constante a través de nuevos desafíos, innovación y renovación para llegar a la excelencia constante. Se preocupa de la táctica, pero también de la comida, y de si están bien los aparatos de kinesiología. Y está muy pendiente del aspecto personal de cada uno, es muy humano en el trato y eso genera un ambiente espectacular de laburo”. Así me lo definió uno de sus colaboradores más cercanos, con la reserva del caso: “Marcelo tiene cara de malo, pone cara de malo, pero no es malo, es de buena madera, de buen corazón”.
Inconformista por naturaleza, consigue trasladar ese espíritu inquieto a su equipo. En un partido: si River mete un gol, busca el segundo, y luego el tercero y más tarde el cuarto. Especulación cero. En estos años: si gana un campeonato busca el segundo, y luego el tercero y más tarde el cuarto. No descansa en la gloria conquistada. Y no permite que sus dirigidos lo hagan. El líder pregona con el ejemplo. La palabra “relajamiento” no está en su diccionario. Sí “ambición”
“Siempre me genera entusiasmo poder emprender una nueva etapa, es de lo que me alimento. Uno de mis grandes desafíos, más allá de un nuevo título, tiene que ver con los valores, y creo que está a la vista el sentido de pertenencia de nuestros jugadores para con el club y para con los hinchas. Es algo que no pasa en todos lados”. No pasa en todos lados, sin dudas que no pasa.
El equipo de Gallardo
En muchas de sus conferencias de prensa y, cada vez que es consultado, Marcelo Gallardo reconoce que gran parte del éxito que ha logrado cosechar como técnico en River Plate se lo debe a su equipo trabajo. Es así como desde hace años mantiene a gran parte de ese equipo que está fuera de la cancha, acompañando cada una de sus decisiones y, sobre todo, a los jugadores.
Dentro de su team hay cuatro que sobresalen del resto. Por un lado, Matías Biscay, su ayudante de campo principal en el banco de suplentes, con el que comparte cada una de las decisiones mientras el partido está en marcha. Por otro lado está Hernán Buján, quien siempre se ubica en algún lugar estratégico (cuando River juega en el Monumental lo hace en un palco en la tribuna San Martín media) y desde allí se comunica con el banco de suplentes ya que le permite tener una visión más general del partido. Pablo Nigro es el psicólogo del equipo, una profesión que cada vez está más involucrada con el fútbol y que hoy casi ningún equipo competitivo puede darse el lujo de no tener uno.
Y, en este póker que rodea a Gallardo está Sandra Rossi, la única mujer que acompaña al Muñeco y es la especialista en neurociencia y entre otras cosas entrena la visión periférica de los futbolistas y su velocidad de reacción.
EXTRACTO DE GALLARDO RECARGADO
En el segundo semestre de 2018, River jugaba la revancha contra Gremio de Brasil, por la semifinal de la Copa Libertadores. Aunque River había hecho un gran primer tiempo, el Muñeco sintió que no podía abandonar a sus jugadores. Que necesitaba estar junto a ellos, como ellos también necesitaban estar junto a su líder, escucharlo en el vestuario. El Muñeco ha sabido conformar un excelente grupo de trabajo, es una de sus virtudes. No se trataba de indicaciones tácticas sino de respaldo emocional.
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Jugado por jugado, con un pie afuera de la Copa, a los 44’ del PT decidió bajar al vestuario, sacrificando su presencia en una hipotética final. ¿Quién podía pensar en una final en ese momento? “Tengo que bajar, tengo que estar, tengo que hablar”, masculló el Muñeco. El DT se calzó una gorrita para cubrirse un poco la cara, a ver si zafaba de ojos vigilantes. En el vestuario dijo: “Sigamos así, muchachos. No nos caigamos por el gol de ellos, porque igual nosotros teníamos que hacer dos goles, es lo mismo. Metámonos otra vez en partido, que entra el primero y entra el segundo. Entra el primero y entra el segundo, es así”.
Cuando le pregunté sobre ese día, fue muy clarito y sincero al explicar por qué había hecho lo que hizo: “Me tomé el atrevimiento de bajar y hablar con los jugadores porque creí que lo necesitaban. Yo también lo necesitaba. Incumplí una regla, lo reconozco y lo asumo, pero era lo que sentía que debía hacer y no me arrepiento para nada. Los jugadores deciden en el campo y la gente que trabaja conmigo está totalmente preparada, pero es indignante no tener la libertad de poder trabajar. No me importa si no estoy en la final, pero no me iba a privar de estar con mis jugadores en el momento que más lo necesitaban”.
Borinsky: Ahí nació una frase que hoy está en muchas remeras. “Que la gente crea porque tiene con qué creer”.
Gallardo: Sentía seguridad. Si no lo siento, no digo nada. No soy de los que dicen pavadas para quedar bien. Digo lo que siento. Eso no quiere decir que después te salga mal, que te equivoques, como contra Gremio acá, que me recontra equivoqué imaginando un partido que no fue.
En nuestro primer encuentro de 2019, uno de los temas que charlamos fue justamente cómo se sintió en esos días previos a la final con Boca.
Gallardo: Estaba muy enojado, venía de esa tapa de Clarín en la que decían que me iban a sancionar con más de 6 meses, le dieron mucha manija al tema en varios medios. Sentía que no era casual, que el poder bajaba una línea para desgastar, para desestabilizar. Y en esos casos, si vos no estás sólido, te llevan puesto. Tenía mucha furia, y se lo transmití a los jugadores para que lo supieran. Al otro día ya estaba mejor, enfocado en el partido.
Borinsky: ¿Vos querías jugar contra Boca? Para muchos hinchas de River era arriesgar las 3 eliminaciones anteriores.
Gallardo: ¿Por qué no arriesgarlo? ¿Por qué no? (lo repite otras 3 veces). ¿Cuántas posibilidades tenés en la vida de que te suceda algo así? ¿Y vas a decir “no, porque no quiero perder lo pasado”?
Borinsky ¿Pero no tenías miedo a una derrota? ¿No se te cruzó por la cabeza?
Gallardo: ¿Por qué debo tener miedo a la derrota? ¿Por qué tiene que ser más fuerte el miedo a la derrota, que el deseo de ganar? ¿Por qué? Decime. Te hago esas preguntas, porque así como se piensa en esto, se piensa en la vida.
Borinsky: Después de pasar a Gremio, ¿quién querías que gane: Boca o Palmeiras?
Gallardo: Si perdía Boca, mejor, obvio, pero después, padecer esa final, no. Yo empecé a vivir la final, no a padecerla, no dije “uy, mirá si ahora perdemos”. Eso habría sido tremendo. Si yo hubiese pensado eso, ¿qué mensaje les estaría bajando a mis jugadores? Porque además, si lo siento, ¿cómo hago para camuflarlo? ¿Cómo hago para dar un mensaje a mis jugadores. Al contrario. Hablé mucho con mis jugadores en esos días. Les dije que lo tomaran como una posibilidad única, no como un ¡qué va a pasar el día de mañana si perdemos!