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opinión

La fiesta de los multimedios

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Show. Fue un Super Bowl sudaca: en vez de Prince cantó Wos. | cedoc

Hace muchos años, con mi amigo Atilio nos hicimos la rata (estábamos en tercero o cuarto año) para ir a ver un entrenamiento de Boca en La Candela. Después de una serie de rocambolescas aventuras, llegamos en el auto de Ricardo Gareca, en el que viajaba también el Gallego Vázquez. Pero resultó que el entrenamiento fue un embole y solo practicaron tiros libres. Lo del jueves de la Selección contra Panamá no fue muy diferente, solo que frente a 70 mil personas. Un manual de Messi: un tiro libre adentro, dos en los palos (en la misma cancha en la que Riquelme se la pasaba haciendo goles de tiro libre con la selección de Basile, solo que en partidos de verdad, como los dos que metió contra Chile por las Eliminatorias). Entre tanto, todo tuvo un tufillo a una especie de Super Bowl sudaca: en vez de Prince, en el entretiempo cantó Wos, y antes del partido Los Totora, entre otros. El filósofo Byung-Chul Han (un chanta, pero no es aquí el espacio para argumentar el porqué) escribió un artículo llamado “La obligación de ser feliz”, en el que se lee algo que viene al caso para entender lo del otro día: “La nueva fórmula de dominación es ‘sé feliz’. La positividad de la felicidad desbanca a la negatividad del dolor. Como capital emocional positivo, la felicidad debe proporcionar una ininterrumpida capacidad de rendimiento”. Y allí fuimos todos –casi todos por la tele, claro– a cumplir con el festejo perfectamente planificado. 

La fiesta, sin embargo, fue popular. Si la otra vez salieron casi cinco millones a la calle –seguramente la manifestación más grande de la historia argentina y una de las más grandes de América latina– es porque esta Selección, es decir, el éxito de la Selección, tocó alguna clase de fibra sensible en la sociedad que atravesó clases sociales e ideologías políticas. Es demasiado pronto para develar las motivaciones de semejante movilización o, tal vez, ya sea demasiado tarde para develarlo. Quizás la catástrofe social, económica y política ya esté aconteciendo entre nosotros, y la festichola del fútbol sea el síntoma compensatorio de esa catástrofe que está ocurriendo sin que nos demos cuenta del todo.

Como festejo popular estaría tentado a decir que fue la “fiesta de todos”, pero eso remitiría indefectiblemente al nombre de la película oficial del festejo del Mundial 78, pura propaganda de la dictadura, dirigida por Sergio Renán, en la que actúan varios de nuestros actores actualmente progresistas. Pero ésta, en cambio, es la fiesta de la democracia: es decir, la de los multimedios y las multimarcas sponsors, y la del pueblo festejando a los campeones sin poder ver pasar un micro y sin poder conseguir entradas para verlos en la cancha (déjenme decirles que el jueves pasado fue también el cumpleaños de Walter Samuel, algo que me emociona tanto o más que las publicidades sensibleras de Quilmes, por cierto, empresa de capitales brasileños). 

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Hubo también un partido de fútbol, medio flojito Argentina. Pero si hubiera sido por los puntos, y hubiera acelerado un poco, la Selección no cabe duda sigue estando dos o tres goles arriba que la mayoría de los rivales.