El gigantesco escándalo que estalló sobre la atribución del Mundial de fútbol de 2022 a Qatar amenaza con asestar un golpe de gracia a la permanencia del suizo Joseph Sepp Blatter al frente de la FIFA.
Desde que accedió al trono de la organización que controla el fútbol de todo el planeta, en 1998, este suizo de 76 años se encuentra por primera vez entre la espada y la pared: busca la forma elegante de alejarse de la presidencia de la FIFA o asume el riesgo de que se desencadene el mayor escándalo de toda la historia del fútbol profesional.
Como en los grandes thrillers, los acontecimientos se precipitaron como una cascada. El detonante de esa historia de nepotismo, chantajes, espionaje, intrigas, invitaciones, dólares, denuncias y traiciones fue la publicación del libro FIFA Mafia del periodista alemán Thomas Kistner. La aparición de ese documento de cuatrocientas páginas desencadenó una serie de revelaciones de soborno y corrupción en toda la prensa europea. Esas acusaciones se agudizaron con la sensacional revelación de la revista francesa France-Football, asegurando que el emirato de Qatar había “comprado” el derecho de organizar el Mundial de 2022.
La denuncia del semanario contribuyó a abrir la boca de numerosos especialistas o insiders –gente que conoce los secretos de la FIFA–, que sienten que, por primera vez, no están solos: “La FIFA es una organización criminal”, comentó el famoso investigador de la prensa británica Andrew Jennings, autor del libro Tarjeta roja, editado en 2006.
Más contundente fue el politólogo francés Pim Verschuuren: “Como todos los sistemas mafiosos, la FIFA quiere conservar la gallina de los huevos de oro”, proclamó ese investigador del Instituto de Relaciones Estratégicas Internacionales (IRIS), que estudia el impacto que tiene el deporte en la esfera política mundial.
El espeso muro de silencio que protegía los secretos de la FIFA empezó a fisurarse con el libro de Thomas Kistner, publicado en Alemania. Ese explosivo documento desmenuza la “arquitectura mafiosa” armada por Blatter en los 14 años que lleva al frente de la multinacional del fútbol que, según sus investigaciones, totaliza ingresos anuales por valor de 1.000 millones de euros.
Esas cifras no incluyen los ingresos en negro que provienen de actividades non sanctas: una investigación de la televisión británica BBC demostró que 44% de las entradas de los mundiales son vendidos “bajo la mesa” por la FIFA a las diferentes federaciones.
Periodista deportivo en el diario Süddeutsche Zeitung, Kistner investigó durante veinte años los secretos de la mafia que gobierna el fútbol y que –a su juicio– comenzó a operar mucho antes de la llegada de Blatter.
A medida que Blatter se consolidó en el poder, según Kistner, imitó y mejoró los métodos de su mentor Horst Dassler.
Por un lado, el presidente de la FIFA controla un grupo de detectives privados que reúne información sobre sus rivales o sobre quienes cuestionan su política. Un sistema de escucha clandestino permite grabar todas las comunicaciones telefónicas que entran y salen de la colina de Zurich donde funciona la sede de la FIFA. Varias grabaciones de sesiones desaparecieron misteriosamente. Algunas actas también se volatilizaron y volvieron a reaparecer con modificaciones.
Como en un remake real de El Padrino, sus matones no vacilaron en amenazar a la mujer de un adversario con secuestrarle a los hijos. Un dirigente escocés fue acusado de racismo por haber denunciado la corrupción que reina entre los dirigentes de pequeños países miembros de la FIFA. Invocando la “autonomía del deporte”, Blatter rechaza todo intento de aclarar la forma en que se maneja la federación.
Incluso consiguió neutralizar hábilmente a la Comisión de Etica, creada en marzo de 2012 para investigar la corrupción: todos los miembros de ese nuevo organismo fueron designados por Blatter y son remunerados con altos salarios por la FIFA. “¿Dónde está la independencia de esa comisión?”, clamó Kistner.
Incluso ciertas instituciones independientes terminan por abandonar su curiosidad e inclinarse ante la generosidad de la FIFA. La Federación Internacional de Periodistas Deportivos recibe –sin ninguna razón que lo justifique– una subvención de 50 mil euros anuales. Interpol, por su parte, tiene 20 millones de euros por año para ayudarle a combatir las apuestas ilegales y los partidos “arreglados”. Curiosamente, el servicio de seguridad de la FIFA está dirigido, precisamente, por un ex director de Interpol, Ralf Mutscke.
La analogía entre El Padrino y el funcionamiento de la FIFA fue establecida por Andrew Jenning en un artículo que escribió hace años para la Academia Británica de Periodismo. Ese periodista de investigación recuerda que Blatter lo amenazó al saber que estaba preparando una conferencia que debía pronunciar en Miami sobre “la familia del crimen organizado en la FIFA”.
“La FIFA –dice– responde a todos los criterios que contempla el diccionario cuando uno busca la definición de “organización criminal”: un líder y una omertà (ley del silencio). El líder lo conocemos y, en la práctica, ningún dirigente de la FIFA critica a su organización”.
Otro precursor en revelar el “disfuncionamiento” de la FIFA fue el suizo Michel Zen-Ruffinen, que ocupaba la secretaría general. En 2005, denunció “el sistema Blatter” y tres meses después fue obligado a renunciar.
Por eso, cuando Blatter habla de la “gran familia del fútbol”, Kistner piensa más bien en el clan Corleone.
“No somos corruptos ni una organización mafiosa. Todo es cuestión de percepción de la realidad”, afirmó Blatter –sin ruborizarse– a fines de septiembre de 2012.
Ese sistema pudo funcionar casi sin tropiezos hasta que comenzaron a surgir las denuncias provocadas por la atribución de la Copa del Mundo a Qatar. Eso es lo que France-Football denomina el Qatargate: la principal prueba de ese presuntos escándalo de corrupción es un mail interno enviado por el secretario general de la FIFA, Jérôme Valcke: “Los qataríes compraron el Mundial 2002”, dice el documento electrónico.
Valcke se justificó luego indicando que se trataba de un mensaje irónico y que la broma había sido “mal interpretada”.
El suizo Guido Tognoni, también excluido de la FIFA, estima que “existen fuertes sospechas de compromisos” sobre los delegados de la FIFA que el 2 de diciembre de 2010 acordaron a Qatar la organización del Mundial de 2022.
“La candidatura contó con un presupuesto colosal de 33,7 millones de euros” (45,8 millones de dólares”). A su juicio, buena parte de ese dinero terminó en el bolsillo de algunos delegados.
El lobby que operó a favor de la candidatura del emirato incluyó al ex presidente francés Nicolas Sarkozy. Por amistad con el emir Hamad bin Jalifa al-Thani –a quien pensaba venderle los aviones ultra-modernos Rafale y obtener otras inversiones qataríes en Francia–, Sarkozy se comprometió a “presionar a Platini” para que no diera su voto a Estados Unidos, como había decidido, sino al proyecto del emirato. “Creer que yo pude cambiar mi voto por presiones del Palacio del Elíseo [sede de la presidencia francesa] es pura especulación”, respondió Platini.
Qatar asegura que el emirato obtuvo la organización del Mundial 2022 respetando “los más elevados estándares de ética y de moral”. Nadie creyó seriamente en ese pretexto.
Los excesos de la FIFA empiezan a ser tan groseros que el año pasado el Consejo de Europa –un organismo de “vigilancia moral”– pidió a la FIFA que creara un organismo de control. Blatter fingió darle razón y cumplió con el pedido. Pero lo hizo internamente sin apelar a personalidades del exterior. El ardid no pasó inadvertido.
“No hay verdadero equipo investigador. ¿Qué puede hacer Michael García, presidente de la comisión nombrada por Blatter?”, se lamentó Andrew Jennings.
Ese investigador británico recuerda que el caso de Qatar forma parte de la tradición de la FIFA: la Copa del Mundo de 2002 en Japón y Corea del Sur fue “comprada” por grandes sponsors locales, el torneo de 2006 en Alemania lo “obtuvo” el zar de la televisión alemana Leo Kirch, y también existen sospechas en relación a las atribuciones del mundial de 2018 en Rusia.
Refiriéndose a esos precedentes, Jennings es indulgente con los aspectos periféricos, pero extremadamente severo con respecto al mecanismo que controla el fútbol mundial desde hace décadas: “Una copa del mundo no es más que una copa del mundo. Lo que importa es el sistema. Lo que está en juego –concluye– es el funcionamiento del sistema”.
Los próximos días, semanas, meses… o años dirán si ese viejo sistema puede perdurar.
* Desde París.