DEPORTES
memorias de UN MECANICO

Por europa con Fangio en un Torino

Pasear por Italia, Francia, Alemania, Suiza e Inglaterra con el quintuple campeon del mundo fue, para el legendario Oreste Berta, un sueño cumplido. Durante un mes conocio a las estrellas del automovilismo y se cruzo con vagabundos, hippies y prostitutas.

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Pasear por Italia, Francia, Alemania, Suiza e Inglaterra con el quintuple campeon del mundo fue, para el legendario Oreste Berta, un sueño cumplido. Durante un mes conocio a las estrellas del automovilismo y se cruzo con vagabundos, hippies y prostitutas. | salatino

Viajar a Europa con Juan Manuel Fangio había sido mi sueño durante mucho tiempo y no podía desperdiciar la oportunidad. Además, contaba con la ayuda de Heriberto, que era aún más obsesivo que yo para el trabajo, para así continuar con la etapa final del proyecto del nuevo auto que presentaríamos en el Turismo Carretera. También James McCloud me animaba a viajar, descubrir cosas nuevas, perfeccionarme en mi rol de responsable general de Competición de la fábrica y, si se podía, traerme de vuelta algún que otro fierro. Más claramente, en esta oportunidad me dijo que aprovechara para ver si había algún auto de Fórmula 1 internacional a la venta, ya que la Mecánica Nacional F1 estaba en franco crecimiento en Argentina y se rumoreaba que las otras terminales automotrices estaban en esos trámites, intentando conseguir autos de nueva generación para incorporarse de lleno en ella.

Fangio partió unos días antes que yo y nos encontramos en Londres. A mi llegada al hotel donde se hospedaba, también me encontré con Roberto De Vicenzo, gloria del golf; otro tremendo personaje que, como no podía ser de otra manera, formaba parte de la inacabable galería de amistades del genial balcarceño. Por esos días De Vicenzo ponía al deporte argentino en la cúspide mundial, ganando en el campo de Royal Liverpool, en Hoylake, el British Open 1967 a los 44 años de edad. Con Juan, como yo llamaba a Fangio, comenzamos a visitar a sus amigos y a todos los equipos de Fórmula 1 de la época. Conocí, de su mano, a Stirling Moss, a Jack Brabham, a Jim Clark, a Bruce McLaren y a muchos otros.

Era suficiente que le dijera a Fangio que tenía interés en conocer algo para que partiéramos hacia allí. Algunas de sus actitudes me sorprendían increíblemente. Por las calles europeas, la gente lo reconocía y se acercaba a saludarlo con esa mezcla de alegría y respeto que sólo provocan los grandes ídolos, algo que rara vez había visto suceder en nuestro país. El no sabía inglés, y sus conocidos en el ambiente se esforzaban para hablarle en español. Cuando se daba una conversación en lengua sajona, yo oficiaba de traductor, sin embargo lo que me llamaba muchísimo la atención era cómo Juan lograba comunicarse con extraña naturalidad con la gente que no hablaba nuestro idioma. Antes de que yo tradujera, él siempre entendía lo que le habían dicho y, a su vez, cuando él hablaba sus interlocutores se quedaban con una idea bien formada de lo que les había referido. Era como si tuviera la capacidad de transmisión de pensamiento.

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Por las noches, después de cenar, salíamos a caminar. Nuestro recorrido estándar era de una extensión de unas cincuenta a sesenta cuadras, casi siempre por distintos caminos. Juan era una persona muy curiosa, y cada vez que algo le llamaba la atención me hacía preguntar de qué se trataba. Eran los tiempos de apogeo de los hippies en Europa. Una noche caminábamos por Picadilly Circus y nos encontramos con varios de ellos tirados en el suelo alrededor de la fuente, posiblemente un poco drogados. En el grupo había una joven con muy lindos rasgos y Juan deseaba que le preguntara algo. Al principio pensé que sería algo osado pero, de todas formas, lo hice. Fangio quería saber por qué una chica como ella estaba allí, qué la había llevado a eso; dónde, con qué compañías pasaba las noches, si se drogaba, etcétera. A cada pregunta que yo realizaba, esa señorita contestaba con absoluta claridad, mientras Juan la observaba y escuchaba con mucha atención, verdaderamente interesado en conocer el fondo de la cuestión. Luego, le agradecimos la charla, saludamos y nos fuimos.

Siempre recuerdo otro detalle que retrata de pies a cabeza a Fangio. Cuando nos vestíamos y arreglábamos para salir hacia una reunión, debíamos lucir impecables. Juan me controlaba con riguroso cuidado antes de partir y, cada tanto, me pedía sacarme y alcanzarle mi camisa, o podía ser el saco, tras lo cual tomaba una planchita eléctrica que siempre llevaba consigo, un trozo de tela que humedecía, retocaba con habilidad las pequeñas arrugas y me devolvía la prenda, que ya estaba en las condiciones que él pretendía. Sostenía un culto de la pulcritud y su excelencia personal comenzaba por la impecable presentación con la que siempre lucía.

De Inglaterra volamos a Italia. En Renault nos prestaron un Renault 8 Gordini con el que seguimos viaje por Italia. Industrias Kaiser Argentina había enviado a Italia un Torino 380W. Juan Manuel Fangio se encargaría de mostrárselo a toda Europa y me invitó a que lo acompañase en la tarea. Retiramos la unidad del puerto de Génova y, como notaba que Juan estaba muy cansado, me ofrecí para manejar, pero no aceptó. Apenas transcurrido un rato de iniciado el viaje, yo seguía notando que Juan tenía mucho sueño, por lo que insistí en manejar y finalmente me cedió el volante. Cuando se pasó a la butaca derecha, me recalcó con severidad que no me hiciera el corredor. No recuerdo que él volviera a manejar en alguno de los viajes de miles de kilómetros que realizamos posteriormente por el Viejo Mundo, si no fue que por alguna circunstancia especial yo se lo solicitara.

Para Fangio, cuando viajaba a Europa, Italia era su lugar en el mundo. Desde allí se había manejado durante toda la fantástica campaña que lo llevó a la cumbre máxima del automovilismo mundial. Tenía muchos amigos, tanto en las altas como en las bajas esferas sociales. En Milán, por ejemplo, nos hospedamos en el hotel Colombia, que posiblemente era de sólo una estrella y estaba ubicado en la Zona Roja de la ciudad. La razón de esta elección era sencilla: Juan me comentó que en su primer viaje a Italia, cuando cada moneda contaba para integrarse al mundo de las carreras internacionales, el propietario del Colombia lo había alojado gratis, se hicieron muy amigos y desde ese momento en adelante siempre paraba allí.

Al día siguiente de nuestro arribo, salimos a buscar a Teresa. ¿Quién era Teresa? Una prostituta de la zona a la que Juan había salvado, en una oportunidad, mientras la perseguía la policía. Ella se le colgó de un brazo y sorteó con éxito la persecución de la ley. Los tres fuimos a un bar en una esquina cercana para celebrar el reencuentro. Fangio le invitó café y tortas y, contenta por la reunión, la mujer relató algunas historias graciosas; después saludó y se fue a trabajar. Para continuar la jornada, nosotros nos fuimos hasta Monza. Juan deseaba que yo conociera el circuito y estaba interesado en contarme todos sus secretos. Giramos un rato con el Torino mientras me explicaba cómo debía hacer para doblar más rápido la famosa Parabólica. No tardé demasiado en captar sus conceptos, y creo que el Quíntuple quedó conforme con la tarea del alumno.

Dejamos Italia y nos fuimos a Francia. En París, paramos en el hotel Claridge, muy cerca de Les Champs Elysées, que era el extremo contrario al hotel que nos había alojado en Italia, pero también le pertenecía a otro conocido suyo. Nos asignaron un departamento con dos habitaciones. Sin embargo, utilizamos sólo una, ya que de noche disfrutábamos nuestras charlas durante horas. Recuerdo que nos llevaron a conocer el Palacio de Versalles. Juan se quejaba de que en sus años de corredor nunca había logrado conocer más que los talleres y las pistas. De manera que en este viaje aprovechaba para conocer todas las ciudades y los sitios de los que se había quedado con ganas mientras viajaba como piloto, cosechando victorias. Luego, siguiendo su filosofía de “no olvidarse nunca del que alguna vez te ayudó”, nos trasladamos a Suiza para visitar a otro amigo suyo. Se trataba de un hombre pobre y desaliñado, otro de los amigos de sus comienzos.

Nuestra siguiente etapa nos llevó a Alemania. Ese fin de semana se corría allí el Gran Premio. En cuanto comenzaron los entrenamientos, estábamos firmes en los boxes, donde todas las figuras se acercaban a saludar a Fangio y de paso preguntar por alguna justa para ir más rápido en el difícil y largo circuito. Una pista a la que se le tenía un gran respeto por su exigencia y nivel de riesgo, y Juan Manuel Fangio era uno de sus principales referentes. Se lo conocía como “Ringmeister: el maestro de Nürburgring”, una fama que no había alcanzado por casualidad.

En total, en ese viaje, para hacer semejante recorrido, estuve 25 días fuera del país, posiblemente una de las mejores experiencias de mi vida. Era tanto el trajín que, a pesar de mi juventud, terminaba el día agotado; no quiero pensar en qué condiciones quedaba Juan. Nunca olvidaré ni dejaré de tener en cuenta una noche en que le propuse tomarnos las cosas con un poco más de calma; su respuesta fue: “Hermanito, las oportunidades no se dan todos los días en la vida, no dejes de aprovechar cuando se presenta una”. Llevo bien grabada dentro de mí esta lección y siempre la repito ante los jóvenes que vienen a mí por consejos. Los días en Europa fueron maravillosamente provechosos, pero debía regresar a la Argentina para dejar concluido el proyecto de la Liebre II. Llamé a Heriberto Pronello y acordamos que a mi llegada me esperaría en Rafaela para probar el auto nuevo. Y así fue.