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Opinión

Racing: diario de una semana en el subsuelo

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Dolor. Copetti no pateó el penal y quedó en el foco de la bronca y frustración racinguista. | fotobaires

Desde hace una semana, Racing abarca casi la totalidad de mis pensamientos. Sueño, tengo insomnio, hablo con personas desconocidas por la calle, de repente imagino finales distintos al del domingo pasado, me pregunto por qué pateó Galván y por qué nos dura tan poco la felicidad. Galván hizo que volviera a mi adolescencia, al Racing de los 90, al sufrimiento como condición permanente. Me acordé también cuánto me importaba Racing en mi vida.

La primera noche soñé con algo de eso. No era una escena nítida, pero en el sueño estaba el Cilindro. Y cuando me desperté, comprobé que nada había cambiado. Galván seguía pateando como pateó, Armani seguía atajando el penal y con mi hijo y mi viejo nos seguíamos mirando en la platea como si todo fuera un chiste de mal gusto, una pesadilla de Stephen King.

Ese lunes, cuando levanté a Benja para ir a la escuela, lo primero que hizo fue ponerse la camiseta de Racing que le había comprado su abuelo el domingo, antes del partido con River. “Te la compro ahora porque si llegamos a salir campeón, a la salida vale el doble”, le dijo mi viejo.

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Cuando lo vi con la camiseta puesta y el guardapolvo blanco, amagué a decirle que quizá no era el mejor día, que en la escuela suelen ser crueles ese tipo de lunes. Pero me callé. Me gustó esa actitud, honrar lo que dice nuestra canción: en las buenas y en las malas mucho más.

Durante días estuve torturándome con los instantes previos al penal, hablando con amigos de Racing para saber cómo estaban, scroleando redes para leer opiniones y broncas. El martes me desperté a las 3.30 de la mañana pensando en por qué carajo no había pateado Piovi. Ya no Hauche o Copetti, sino Piovi, que había soltado un “le rompo el arco” en esa reunión improvisada antes del penal fatídico. ¡Había que romperle el arco, hermano, pero te tenías que imponer, agarrar la pelota y decirles a los demás que se fueran!

En estos días, en medio de la pesadez de la derrota, me vestí con un jogging de Racing no porque quería mostrarlo, sino porque es cómodo para estar en mi casa o para ir a comprar al chino o a la verdulería. Ese jogging, de repente, me habilitó charlas con otros hinchas de Racing. Con el pibe con el que de vereda a vereda debatimos cómo seguir, con otras personas de otros clubes que se apiadaron y con el viejo vitalicio de Culpina y Alberdi. Era una catarsis colectiva.

El martes, miércoles y jueves volví a entrar a la home de Olé –a la que hacía años no entraba– para ver si había hablado algún jugador o el técnico. Quería que alguien le pusiera palabras a este dolor. Y el viernes llegué tarde a un lugar porque me quedé viendo la conferencia de Gago. De inicio a final. Hay algo de su soberbia, de su gestualidad canchera, con la que empatizo. No sé bien qué es. Tampoco sé si me contuvieron y conformaron sus palabras, pero entiendo su fastidio ante las preguntas enojadas del periodismo que asiste a sus conferencias de prensa.

Le prometí a Benja que el miércoles, contra Tigre, lo iba a llevar a la cancha. Él, hincha de esta época sin visitantes, quiere ver a Racing en otro estadio. Yo quiero que viva lo que vivimos en otros tiempos: que somos grandes por cómo reaccionamos cuando perdemos, no cuando ganamos.