Ojalá que el 19 de mayo de 2021 sea recordado por los argentinos como el último peor día de la pandemia de coronavirus, que a partir del pico de esta segunda ola, los contagios bajen exponencialmente y no se muera nunca más nadie de esta maldita peste. En este contexto, diría que es hasta infame pensar que se siguen jugando partidos de fútbol, con la excusa de que es parte de un entretenimiento.
Por todo esto me cuesta arrancar un comentario futbolero con todo lo que está pasando, me incomoda pensar que se sigue jugando y exponiéndose a los contagios mientras en los hospitales se piensa dos veces antes de ocupar una cama de terapia intensiva, porque el personal médico y las instalaciones sanitarias están al borde de no alcanzar para todos los que lo necesiten.
El circo deportivo sigue adelante, y nos presentó el partido del morbo. Como si no fuera suficientemente morboso jugar en medio de una pandemia, a River Plate le tocó jugar un partido después de recibir un cañonazo en el pecho.
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Creo que todos sabemos lo que pasó. El plantel de los millonarios tiene 20 jugadores contagiados y el domingo pasado debutó un chico en el arco que no había jugado ni en reserva. Así y todo, lograron un empate en la cancha de Boca, y fueron eliminados por penales. Este miércoles tenía un partido contra Independiente Santa Fe, y pidió a la Conmebol, al menos, poder inscribir un arquero, pero recibió un burocrático “No” como respuesta.
En estas condiciones, el River que dirige Marcelo Gallardo presentó un equipo de emergencia con un lesionado Enzo Pérez improvisado en el arco, dos chicos que hacían su debut absoluto en la primera, Tomás Lecanda y Felipe Peña, y sin suplentes, ya que se decidió no arriesgar a Javier Pinola que todavía no está totalmente repuesto de una lesión. Como en el futbol entre amigos, River juntó lo que pudo y así salió a enfrentar el compromiso.
Y dio, no sé si una lección de fútbol, pero al menos, una lección de filosofía futbolera. O de filosofía a secas. Ojalá muchos demuestren ese compromiso y esa solidaridad que demostraron los jugadores de River en este partido. No me pidan demasiados detalles del partido, no lo vi para destacar una individualidad o un funcionamiento colectivo.
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Este “partido del morbo” no permite que se lo analice demasiado. A priori uno podía imaginarse que el técnico de los colombianos iba a decir lo mismo que dijo alguna vez Pedro Marchetta, pero cambiando el nombre del arquero: "Te bajás del micro y empezás a patear al arco. Hoy ataja Angelucci, le tirás un colchón y es gol". O que el equipo del arquero improvisado iba a plantarse con ocho atrás y tres defendiendo.
Sin embargo, no pasaron ninguna de las dos cosas, lo que pasó fue memorable. River eligió una receta muy simple. Si había que defender, había que hacerlo con la pelota y a 70 metros del arco propio. Total, ¿cuántos goles te pueden hacer si tenés la pelota tan lejos de tu arquero?
Así, los dirigidos por Gallardo salieron a ganar desde el arranque, sacaron una ventaja de dos goles en los primeros seis minutos del partido, siguieron atacando todo lo que pudo mientras le dieron las piernas y aguantaron con inteligencia y buenas armas cuando el rival renovó jugadores y aire, y parecía que podía llegar al empate.
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Pero esto es fútbol, y lo más fascinante de este deporte es que lo impensado, puede suceder a cada rato. Ganó River un partido imposible, contra la pandemia, contra la burocracia y contra el morbo de quienes habrán pensado que se iban a comer una goleada. Y contra los mezquinos que hubieran planteado el partido para no perderlo, que seguramente lo habrían perdido de todas maneras y que habrían usado las dificultades como excusa.
No sólo no golearon al arquero improvisado, a quienes sus compañeros defendieron a muerte, sino que a pesar de los acalambrados, el viejo y querido fútbol le dio una lección al que quiera entenderlo. Siempre hay que pensar más en el arco de enfrente que en el propio, que los milagros suceden.