DOMINGO
perspectivas sobre la metáfora

El arte del buen decir

06-11-2021-logo-perfil
. | Cedoc Perfil

Es propio de la metáfora permitirnos ver una cosa en otra, “hablar por boca de otros cuerpos y de otras almas” (Nietzsche). Su presencia en el discurso no hace sino testimoniar la precariedad de la figuración literal.

Desde el punto de vista retórico, la metáfora corresponde al arte del buen decir, torna más llamativo el lenguaje y permite que espontáneamente nazcan imágenes en la mente del receptor capaces de captar las nuevas situaciones. ¿Qué mejor que la imagen del león para transmitir, de acuerdo con Homero, la fuerza y valentía de Aquiles? ¿Qué mejor que la imagen del sol para hacer referencia al personaje de Julieta concebido por Shakespeare?

Atendiendo a la diferencia entre imagen percibida e imagen imaginada, podríamos definir la metáfora como una forma de percepción (para el caso de la metáfora visual) o de captación imaginaria (para el caso de la metáfora verbal) capaz de operar como un auténtico fertilizante del pensamiento.

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Ahora bien, ¿qué es lo que hace posible el ver metafórico, es decir, el ver una cosa en otra? Es preciso hacer aquí una aclaración terminológica.

No siempre cuando usemos la palabra ver atenderemos al sentido literal del término, que es aquel que corresponde a la metáfora visual. Cuando hablemos de metáfora en general, ver tendrá también un sentido metafórico, ya que la imagen metafórica verbal no se presenta a la visión sino a la imaginación.

En Poética, Aristóteles subraya la importancia de la metáfora aclarando que la fuente de su esencia se encuentra en la semejanza entre los términos: “Usar bien la metáfora equivale a ver con la mente las semejanzas”. Así, ampliando nuestra primera definición, podemos decir que la metáfora es una forma de percepción o de captación imaginaria que encuentra su fundamento en la semejanza, es decir, en un “ver como”.

Agrega Aristóteles en Retórica que, si los nombres exóticos convienen a la epopeya por su carácter alejado de la realidad cotidiana, las metáforas convienen a la tragedia y la comedia, cuyos diálogos están compuestos en versos yámbicos. Reproducen el lenguaje coloquial, donde junto a las palabras corrientes, se encuentran los “adornos” de la conversación.

El poder creador de quien hace metáforas resalta por el hecho de que no se puede enseñar a hacerlas. Es un don natural, algo que “no puede recibirse de otro y es signo de una naturaleza privilegiada”.

Paradigmáticos en el uso de la metáfora son los retratos de Arcimboldo. Anticipa el surrealismo del siglo xx con obras que no fueron comprendidas en su tiempo. Fueron consideradas piezas extrañas, curiosas, pero de dudoso valor artístico. Más adelante, su influencia se revelaría en las imágenes dobles de Dalí, producto del “método” paranoico-crítico.

En Estate (Verano) de la serie de “Las cuatro estaciones”, Arcimboldo reemplaza las distintas partes de la cabeza femenina por frutas y hortalizas de estación (duraznos, peras, cerezas, pepinos). El vestido es de paja entretejida y ornamentada y en el pecho, a modo de prendedor, despunta un alcaucil. 

Un procedimiento similar de sustitución por lo semejante se encuentra en el colchón intervenido por Sarah Lucas, que integró la muestra “Sensations”, presentada en la Royal Academy of Arts de Londres en 1997 y luego, en el Brooklyn Museum of Art, donde fue censurada por el intendente de Nueva York, Rudolph Giuliani. En Au Naturel (Al natural), la artista londinense juega, de un modo entre ingenuo y atrevido, con el reemplazo de partes del cuerpo femenino y masculino: los senos son melones; la vagina, un balde; el pene, un pepino y los testículos, un par de naranjas. A diferencia de Verano, en Al natural cada uno de los seis modificadores se recorta en el conjunto y se establece así una nítida separación entre ellos. No hay disolución de la identidad de los elementos, como suele suceder en la aglomeración de elementos heterogéneos que componen los rostros de Arcimboldo.

Para los retóricos, el trabajo metafórico se sigue considerando, básicamente, el mismo que destacó Aristóteles: percibir semejanzas y así dar cuenta de nuevas situaciones a través de imágenes conocidas. Llamaremos a estas imágenes términos modificadores.

Para mantener las distinciones presentadas por Monroe C. Beardsley en su Estética, diremos que si el modificador es el sustituto del término literal, el sujeto es el destinatario de la nominación desviada.  Esta distinción se acerca a la de I. A. Richards entre tenor (sujeto, tema, asunto) y vehículo (idea bajo la cual se aprehende al sujeto).

Podemos observar que, en algunas ocasiones, metáfora designa solamente al modificador. De acuerdo a este uso restringido, se dice que “león” es metáfora de “Aquiles”, como “sol” de “Julieta”, dado que modifican la imagen literal, llana, de “grado cero”, no retórica, de los sujetos del enunciado (Aquiles y Julieta). En otros casos, cuando se habla de metáfora se entiende el conjunto de los términos sujeto-modificador o la relación entre ambos. Será este concepto abarcativo de metáfora el que mantendremos a lo largo de este estudio, estando en él implícito el sentido restringido que pueda darse a esta palabra.Si “sujeto” es el tema, el asunto del que se habla, “modificador” es lo que se dice de ese asunto. Por eso, en la frase, el modificador es parte del predicado. En un trabajo posterior a su Estética, Beardsley lo llama término “predicativo”.

La distinción sujeto-modificador opera no solo en la metáfora, sino también en otras figuras retóricas. Cuando llamamos sinecdóticamente “vela” al navío, este es el sujeto y aquella, el término modificador. La sinécdoque (como veremos en el capítulo vi) consiste en la sustitución de la parte por el todo o a la inversa. La sinécdoque más frecuente es la particularizante, es decir, aquella en la que la parte (por ejemplo, vela) reemplaza al todo (navío).

*Autora de La metáfora en el arte, editorial Paidós (Fragmento).