Un buen día, no hace mucho tiempo, el Chapo encontró a la intemperie a su madre doña Consuelo Loera de Guzmán, acompañada de varias mujeres más de La Tuna, sitio donde nació el capo y en el que su familia vivió durante muchos años: “No tenemos en dónde orar —respondió la señora cuando su hijo Joaquín le preguntó qué hacían bajo el rayo del sol—. Danos un cuartito para que podamos reunirnos con las hermanas…”
Poco tiempo después de la petición de la madre del Chapo, uno tras otro empezaron a llegar los camiones con los materiales para la construcción proyectada; previamente se tuvieron que hacer nuevos caminos para que pudieran transitar hasta La Tuna. Los vehículos transportaban cemento, varilla, cantera, madera, en suma, todo lo requerido por el templo que sería erigido y que habría de convertirse en un centro de convenciones y servicios ceremoniales al que hoy acuden fieles de más de 200 kilómetros a la redonda y de varios estados vecinos como Durango, Sonora, Chihuahua, Jalisco, Colima y Nayarit.
En el templo, cuyo número de hermanas y hermanos creció de manera desorbitada, no hay imágenes ni esculturas, tampoco hay crucifijos, vírgenes ni santos. Y es que los adeptos evangélicos cantan, rezan, predican e interpretan la Biblia sin mayores intermediarios, su religiosidad recuerda a la de los primeros cristianos de las catacumbas. Hasta las estribaciones serranas viajan los ministros de este culto, que en ocasiones incluso han sido auxiliados por hombres armados, cuando se les descompone o atasca el vehículo. Los caminos a La Tuna están rigurosamente vigilados y los creyentes no tienen problema alguno al circular hacia su centro ceremonial. Son órdenes directas del jefe.
Los evangélicos enfatizan la experiencia personal en la conversión, su fe está orientada en la lectura de la Biblia. Sus representantes a nivel nacional denunciaron persecución durante 2009 en Chiapas, Hidalgo, Oaxaca, Nayarit y Guerrero. Se quejaron de que grupos hegemónicos católicos en diversas comunidades exigen cooperación a evangélicos humildes para las fiestas religiosas que les son ajenas. Aun con los problemas que en toda América Latina enfrentan los evangélicos, hay lugares donde su crecimiento se ha acelerado y poco a poco se han convertido en una mayoría.
Aunque pudiera ser una simple coincidencia, en agosto de 2009 se hizo pública la información de que, en la región del Chaco, Argentina, la mexicana María Alejandra López Madrid quería ceder el templo evangélico de La Roca a “un pastor mexicano vinculado con el narcotráfico”, cuyo nombre era Jerónimo López Valdez, a quien se presentaba en el lugar como un profeta. López Valdez pretendía tomar la iglesia como fachada para otros fines, mediante la entrega de recursos multimillonarios.
El encargado del templo, Gilberto Monzón, denunció a María López Madrid “como cabecilla del cártel mexicano de Sinaloa”. Poco tiempo después, esta mujer fue arrestada en Paraguay —desde donde hoy se busca extraditarla a Argentina— bajo la acusación de tener vínculos con el tráfico de efedrina. Este hecho ha dejado de manifiesto “lo que en su momento denunció Claudio Izaguirre, de la Asociación Argentina Antidrogas: que el cártel mencionado utiliza los templos religiosos como una fachada, ya que a través de donaciones hacia las instituciones religiosas y hacia otras fundaciones se efectivizaría el pago de los envíos de efedrina al exterior”, como se lee en alguna de las notas periodísticas del caso.
María López y el pastor López Valdez, ambos mexicanos, “querían explicar todos los beneficios que recibiría el templo, dijeron que viajarían a Paraguay y que a su regreso la iglesia iba a ser muy próspera”, apunta un reportaje de La Voz del Chaco. Esto ocurría a principios de 2009, poco antes de que ella fuera detenida, el 2 de mayo, por grupos antidroga en el aeropuerto internacional de Asunción, Paraguay. El delegado de la Asociación Antidrogas, Miguel Chamorro, llamó la atención sobre la injerencia del subsecretario de Culto de la provincia, José Mongeló, quien canalizó subsidios millonarios a la iglesia como un buen pretexto para sugerir que el pastor mexicano se encargase del templo.
Así pues, la Iglesia Evangélica del Nuevo Milenio de Resistencia, en el Chaco, Argentina, quiso ser utilizada como una “pantalla” para el giro de divisas hacia el exterior y para el lavado de dinero, concluyó el presidente de la Asociación Antidrogas de la República Argentina, Claudio Izaguirre. El escándalo que provocó el intento del presunto pastor mexicano, Jerónimo López Valdez, atrajo a periodistas, activistas sociales y policías de todo el país. La mexicana María Alejandra López Madrid, hoy presa en Paraguay, había llegado al Chaco apenas un par de años antes en calidad de lugarteniente, según todas las referencias públicas que hay del caso, del capo sinaloense.
Recientemente, el Dow Jones Newswires publicó que el pueblo de La Tuna, donde nació el Chapo, no ha cambiado mucho “excepto por la construcción tipo búnker que Guzmán mandó edificar para su madre y un templo evangélico para el grupo religioso con el que se reúne la señora”. Los periodistas David Luhnow y José de Córdoba describen a Joaquín Guzmán como un héroe del narco local, “en parte Al Capone y en parte Jesse James”, celebrado en videos colgados en YouTube y por músicos que componen corridos en su honor. De niño era tan pobre que vendía naranjas para comer, afirman, pero desde entonces “el hombre de 52 años ha construido un imperio y una fortuna personal” que lo colocó en la lista de los magnates globales de la revista Forbes. Hoy tiene vínculos con el crimen organizado “en 23 países, de acuerdo con autoridades de México y Estados Unidos”. Los mismos reporteros, que también jalan de las pistas evangélicas, aseguran que el factor fundamental que contribuye a que no se le pueda atrapar es que “ha sobornado lo suficiente a oficiales del Ejército y de la policía mexicana para obtener pistas oportunas que le permitan evadir su captura”. La tarea de encontrarlo, durante los últimos nueve años, “se parece un poco a la de hallar a Osama Bin Laden en las montañas de Pakistán”, rematan los periodistas.
La conexión argentina
Mientras en México las especulaciones en torno al supuesto “fin del cártel de los Beltrán Leyva” ocupaban la atención de los medios y las autoridades, casi pasó inadvertida una noticia procedente de Argentina, que decía lo siguiente: “Este diciembre, por segunda vez, ha sido detenido el padre del actor local Mariano Martínez, acusado en un proceso que intenta recomponer la trama de una red de traficantes de efedrina vinculada al cártel de Sinaloa, que ya cobró al menos tres muertes en el país”. Ricardo Martínez ya había sido arrestado en 2008, en una causa que investiga la denominada “ruta de la efedrina”, que en total acumula 24 arrestos. El padre del exitoso actor de Son de Fierro y de la obra teatral Closer volvió a ser aprehendido el 25 de diciembre por orden del juez Adrián González Charvay. Y es que un testigo de la causa señaló a Ricky Martínez como el proveedor de efedrina del empresario Sebastián Forza, asesinado junto a otros dos jóvenes ejecutivos, Damián Ferrón y Leopoldo Bina, cuyos cadáveres fueron abandonados al lado de una carretera de las afueras de Buenos Aires, el 13 de agosto de 2008, en la localidad de General Rodríguez.
El 20 de diciembre de 2009, para casi todos los mexicanos también pasó de noche —a pesar de estar íntimamente ligada con la muy reciente muerte de Arturo Beltrán Leyva— la noticia del arresto de tres de los cuatro presuntos autores de los asesinatos de Forza, Ferrón y Bina, quienes habrían estado vendiendo cargas de efedrina a los traficantes mexicanos que habían montado diversos laboratorios en la nación sudamericana, uno de los cuales estaría ubicado en una quinta del sitio llamado Ingeniero Maschwitz. Cristian Daniel Lanatta y los hermanos Víctor Gabriel y Marcelo Schillacci fueron los ejecutores del secuestro y asesinato de los empresarios ligados con los laboratorios farmacéuticos de donde se sacaban los precursores para fabricar las metanfetaminas.
A pesar de los tres arrestos mencionados, hoy continúa prófugo Martín Lanatta, hermano de Cristian. El fiscal Juan Ignacio Bidone dijo que el caso está aún en la fase uno, lejos, pues, de estar cerrado. El crimen tuvo tres motivaciones: “Una vinculada a la mesa de dinero, otra a una deuda por la mafia de los medicamentos y una tercera por la comercialización de la efedrina, que fue el verdadero detonante”, explicó Bidone.
Regresemos un poco y expliquemos algunas cosas. El día de su secuestro, 7 de agosto de 2008, los empresarios argentinos habían sido citados en un Walmart ubicado en Quilmes por un mexicano que no llegó a la reunión. Durante varios días los empresarios permanecieron cautivos, presumiblemente en un chalet propiedad de Cristian Lanatta, el cual ya fue cateado por la policía. La camioneta de Ferrón, una Gran Vitara, fue incendiada y abandonada en la zona porteña de Flores y el automóvil de Forza fue abandonado en otro suburbio bonaerense.
El testimonio del ex policía José Luis Salerno aludió a una reunión anterior de los argentinos con el traficante mexicano que se hacía llamar Rodrigo. En esta reunión, que tuvo lugar el 25 de julio de 2008, el mexicano salió furioso, y buena parte de su coraje era contra Bina, quien era su empleado y el encargado de cerrar los tratos de los envíos semanales de 400 kilogramos de efedrina. En cuanto Rodrigo se fue del lugar, Forza le pidió a Bina que mejor trabajara para él, es decir, quería quitarle el negocio al mexicano, asegura Salerno. El diario argentino Crítica publicó en las mismas fechas que Sebastián Forza había aportado 118 mil dólares a la campaña a la Presidencia de Cristina Fernández de Kirchner. Por su parte, la revista Proceso explicó de la siguiente manera la llegada de personeros del cártel de Sinaloa hasta Buenos Aires, adonde iban en busca de efedrina: “El precio de un kilo de efedrina es de 100 dólares en Argentina, mientras que en México es de hasta 10 mil dólares. Los narcos sacaron cuentas y enviaron a sus hombres”.
Todo este enredo criminal estuvo precedido por el arresto de nueve mexicanos, la mayoría procedentes de Guanajuato, de oficio curtidores y albañiles que, según las autoridades argentinas, eran los “cocineros” de la efedrina y de los precursores químicos necesarios para fabricar las metanfetaminas y demás drogas de diseño. Sólo un argentino que murió al año siguiente en prisión fue capturado con ellos: Luis Marcelo Tarzia.
A finales de 2009, el fiscal Bidone ordenó investigar si la casa de Cristian Lanatta, donde hay un taller de autos y cuenta con una sala presurizada para probar motores, fue el sitio en donde se cometió el triple crimen asociado al cártel de Sinaloa, que el ministro de Seguridad de Buenos Aires, Carlos Stornelli, enmarcó dentro de la figura del “sicariato”: ejecuciones por encargo, como la de dos colombianos victimados por las mismas fechas en el bonaerense Shopping Unicenter.
Entre todo esto, lo más relevante, para lo que toca a México y al caso que aquí nos interesa, es que el 30 de septiembre de 2008 fue capturado, en Paraguay, un personaje al que se señala como uno de los jefes de la conexión del cártel de Sinaloa en Argentina, Jesús Martínez Espinoza, a quien se atribuyó la propiedad del sitio en el que fueron detenidos nueve paisanos suyos y el argentino Tarzia, entonces de 62 años. Martínez Espinoza fue extraditado a Argentina; los medios publicaron que se había practicado una cirugía plástica para modificar su rostro y evitar así ser arrestado en México, donde se le sigue un proceso por secuestro en el estado de Puebla. Sus abogados alegan que se trata de un homónimo.
Un expediente poco difundido, sin embargo, menciona transferencias de fondos de Martínez y Tarzia hacia México. Inclusive, este documento los relaciona con el caso del DC-9 decomisado el 10 de abril de 2006 en Ciudad del Carmen, Campeche, con 5 mil 658 kilogramos de cocaína. La aeronave, asegura el expediente, habría salido del aeropuerto de Maiquetía, en Venezuela, hacia Colombia, lugar en donde cargaría la droga antes de levantar de nuevo el vuelo con rumbo a Mérida o Chetumal, sin saber entonces que debería desviarse a Ciudad del Carmen, al ser alertada de que había estrecha vigilancia en los aeropuertos de Yucatán y Quintana Roo.
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No cabe duda alguna de que los traficantes mexicanos operan en casi medio centenar de países del mundo, como ha confirmado el experto Edgardo Buscaglia, la pregunta sigue siendo cómo. Para responderla puede servir, por ejemplo, una noticia proveniente de Uruguay, sobre la captura de un cargamento de 142 kilos de cocaína que llegó en una avioneta Cessna 210, habilitada con dos tambos adicionales de combustible, para conseguir más autonomía de vuelo desde Bolivia. Supuestamente alquilada, la aeronave tenía “un corazón hueco, en el rotor, en el que podrían haber viajado, desde Montevideo hasta México, unos 300 kilos de droga”, narraba en septiembre de 2008 la página digital de Crítica. Igual que en el caso del DC-9 capturado en Ciudad del Carmen, los paquetes del alcaloide venían marcados para los clientes: con palomas, escorpiones y peces en el caso de Campeche y con cáliz y tréboles en el caso de los envoltorios herméticos encontrados en el paraje La Concordia, Soriano, al oeste de Uruguay.
Otro caso que también podemos mencionar, aunque hay que analizarlo con la misma reticencia que nos provoca el mediático manejo del cártel de Sinaloa “adueñado” del tráfico de efedrina desde Buenos Aires, es el de las declaraciones oficiales que desde Bogotá hizo el director de la Policía Nacional Colombiana, el general Óscar Naranjo, quien afirmó que la muerte de Arturo Beltrán Leyva ayudará a debilitar “la relación estructural” entre los traficantes mexicanos y colombianos. Esta “relación estructural” se estableció entre el cártel de los Beltrán y algunos grupos traficantes colombianos en oposición al cártel de Sinaloa y sus relaciones. Por eso en Colombia se aseguró: “Nos da tranquilidad y satisfacción que los vínculos de cárteles mexicanos con organizaciones colombianas se debilitan significativamente”.
Los nexos de los que aquí se habla, recordó el general Naranjo, comenzaron a dinamitarse en agosto de 2008, cuando fue capturado en México Ever Villafañe, enlace entre el cártel colombiano del Norte del Valle con los hermanos Beltrán Leyva y encargado de que la droga que llegaba desde el Pacífico colombiano les permitiera a los Beltrán suministrar cocaína a sus clientes en Estados Unidos y Europa. Extrañamente, el general no mencionó nunca a la Reina del Pacífico ni a su pareja sentimental, el colombiano Juan Diego el Tigre Espinosa Ramírez, a quienes se les atribuyen en México, y es por ello que están en prisión, tanto nexos con traficantes de aquel país como haber participado en el envío y recepción de un cargamento histórico: nueve toneladas de cocaína en el barco El Macel, capturado frente a las costas mexicanas.