Martes 24 de octubre de 2023
22:00
—Hola… Necesitamos que vengas.
—No creo que sea lo mejor. Ellos me conocen, Kari, es mejor mantenernos como estamos.
Vení, por favor Estamos discutiendo un pacto.
Santiago Caputo palpa el bolsillo delantero de su camisa y se abalanza al ascensor del Hotel Libertador. Muerde un cigarrillo y en cuanto cruza la puerta de la planta baja, achina los ojos y deja que el fuego haga combustión sobre el tabaco. Mientras fuma, apura el paso por avenida Córdoba hasta su Audi A3 blanco. Inhala y exhala el humo con ritmo sostenido. En sus movimientos poco queda de aquel niño de nueve años que con torpeza probó un cigarrillo por primera vez ante la risa de los amigos de su hermano mayor. Ahora está montado en su vehículo. Empuja el Marlboro con su dedo índice por la ventanilla y arranca.
En el camino, las luces rojas de los otros autos son bengalas que aceleran sus pensamientos. “No podemos dilapidar todo ahora con un pacto… si se sacaron fotos hay que borrarlas”. Javier y Karina Milei están en la casa del expresidente Mauricio Macri. Están con Patricia Bullrich, la exministra de Seguridad que acaba de quedar afuera de la carrera presidencial. Los Milei pueden gobernar el país. Los otros dos, ya no. Los Milei lo tienen a él como su estratega en las sombras. Los otros dos no lo sabían. Hasta ahora.
Del otro lado de la General Paz, en la onda verde de Avenida del Libertador, Caputo se acuerda de la última vez que estuvo con Bullrich. Fue en el verano de 2022, en una cena en San Isidro, a pocas cuadras de donde ellos están ahora. “Yo voy a ser presidenta con o sin vos, rubio”, le había dicho ella esa noche apuntándole con un vaso.
En aquella época, Bullrich calculaba cuál sería el mejor momento para lanzarse a la carrera nacional. Caputo le había acercado una investigación basada en encuestas de opinión pública, su carta de presentación para que lo contrataran durante los turnos electorales. “Una estrategia correcta puede sobrevivir a una campaña mediocre, pero incluso una campaña brillante puede fallar si la estrategia es errónea”, dijo el padre de la consultoría política norteamericana y famoso consejero de John F. Kennedy, Joseph “Joe” Napolitan, en 1986. Caputo, que cree en esa premisa con fervor, había hecho aquella “presentación de diagnóstico” ante Bullrich, por entonces presidenta del PRO, acompañado por uno de sus socios, Diego “Derek” Hampton. Fue en la sede del partido amarillo, en Balcarce 412.
Después vino aquella cena en zona norte y la frase desafiante de la futura candidata: “Con o sin vos, rubio”. Pero unos días más tarde, Caputo se esfumó de la vida de Bullrich. Sin dar muchos detalles, le avisó a María Oneto, coordinadora de la campaña de la exministra de Seguridad, que tenía que irse a trabajar a Brasil por un compromiso impostergable. Que lo lamentaba pero no podía acompañar a Patricia en la campaña, que Derek lo iba a hacer muy bien, que iban a seguir el plan acordado y que iban a ganar la Presidencia de la Nación en 2023. Hampton avaló su mentira piadosa. Y “el rubio” se fue a trabajar con Milei.
Caputo repasa todo aquello y sonríe nervioso dentro del auto. Alcanza el Club Atlético San Isidro (CASI), baja la velocidad, dobla a la derecha en Juan Cruz Varela. Baja la ventanilla; prende otro cigarrillo. El Audi A3 se sumerge en una atmósfera nueva con el aroma a los azahares, las calles curvas de Acassuso y el viento de frente que llega del río. Ubica el caserón de José C. Paz 336, estaciona, desciende y toca el timbre. Dos policías le abren un portón negro. Cristian Ritondo se asoma y lo raspa con un saludo ronco: “Qué hacés, pibe, vení, pasá”.
Caputo camina por el sendero de piedras del jardín delantero y franquea la puerta en arco, negra y elegante, con dos faroles a los costados. Dentro de la casa, Caputo cruza un estudio con una biblioteca de piso a techo y, a través de una puerta vidriada que separa la sala, ve de espaldas a Javier Milei. Está sentado en la cornisa de una banqueta sin respaldo, con los pies cruzados en el piso y las manos entrecruzadas a la altura del ombligo. Después, identifica la risa pícara de Diego Santilli, en la punta de un sillón de tres cuerpos. Al lado suyo está Fernando de Andreis, ex secretario general de la Presidencia. Enfrente, en otro sillón mellizo, Karina y Bullrich. Más allá, Luis Petri, el compañero de fórmula de Patricia. Y en una baqueta, Guillermo Francos, anunciado como el virtual ministro del Interior de los libertarios.
Justo enfrente de Caputo, Mauricio Macri está hundido en un sillón individual, con el codo sobre el apoyabrazos y una mano bamboleante. Es la actitud corporal del dueño de casa. De alguien acostumbrado a ser el dueño de las situaciones y de las cosas.
¡Caputo!
Te estábamos esperando.
Lunes 23 de octubre de 2023
2:00
“La democracia decepciona”. La frase corresponde al politólogo polaco Adam Prezeworski y suele ser citada por los gurúes para explicar resultados electorales inesperados. Para los protagonistas de esas campañas, los candidatos, aceptar esas derrotas suele ser más complejo y doloroso. En eso estaba Patricia Bullrich en la madrugada inmediatamente posterior a quedar tercera en las elecciones generales de 2023. Había quedado fuera de juego. Ya no iba a ser presidenta.
Esa noche, ella fue una de las últimas en irse del búnker de Juntos por el Cambio en Parque Norte. Dio un breve discurso en el escenario y evitó mencionar a Milei, la alternativa opositora que había entrado al balotaje con Sergio Massa. Cuando volvió a su departamento cerca del Jardín Botánico se acostó a dormir junto a su esposo, Guillermo Yanco. Pero la abrazó el insomnio. Ella trataba de comprender un final que, aunque había sido anticipado por distintas encuestas, era difícil de asimilar.
A las tres de la madrugada se levantó de una cama que esa noche no servía para dormir. Y acudió a los especialistas en análisis político que habitaban en su biblioteca. Repasó tapas, títulos y autores hasta que manoteó su propia tesis doctoral. Había trabajado durante cuatro años en Desarticulación y hegemonía del sistema político y los partidos en la Argentina, publicado como libro en 2014. A grandes rasgos, el ensayo plantea que el poder local se reprodujo a sí mismo durante casi un siglo a partir de una lógica corporativa.
Era una idea emparentada con el concepto de “casta”, eje del discurso de Milei, su adversario antisistema, pensó Bullrich.
Durante más de dos horas leyó el texto que ella misma había redactado. Tomó apuntes y por fin se durmió con sus anotaciones entre las sábanas. Al otro día, convocó a su equipo a sus oficinas de Plaza de Mayo. Pasado el mediodía, Derek Hampton, Damián Arabia, Federico Pinedo, Juan Pablo Arenaza y Hernán Lombardi escucharon las conclusiones a las que Patricia había llegado en la madrugada.
—Lo que puede hacer Massa es peor que el kirchnerismo.
Nos van a perseguir por todos lados. Nos van a espiar, nos van a mandar a la AFIP Massa es Néstor pero a la máxima potencia. Acá hay un solo camino y es apoyar a Milei –dijo Bullrich.
—Pero Milei dijo que pusiste bombas en jardines de infantes, Patricia dudó Arabia.
Es algo que hay que hablar, obviamente. Igual a mí no me importan las boludeces de la campaña. Ya está respondió ella.
¿Hablaste con Mauricio? Escuché que esta mañana él hizo una reunión en su casa con algunos me contaron que decidieron pedir encuestas y esperar una semana para ver qué hacer acotó Pinedo . A mí no me invitaron.
Lombardi, péndulo permanente en una relación que era tensa entre Bullrich y Macri, debió confesar que él sí había participado del cónclave macrista, esa misma mañana. Patricia primero telefoneó a su compañero de fórmula, Luis Petri. Lo acopló a su plan. Después, llamó a Macri. Acordaron verse esa misma tarde en Acassuso.
Ella fue acompañada por Pinedo.
16:00
Hay que apoyar a Milei sentenció Bullrich en la casa de Macri.
Qué rápido te decidiste la chicaneó Mauricio .
Hagamos primero una reunión unificada del PRO.
¿Qué querés? ¿Qué venga Larreta? ¿Sacar un comunicado tibio? Si ya sabés que Horacio va a decir que no. La reunión tiene que ser con La Libertad Avanza, directamente…
—Hay que hablar sobre las cosas que se dijeron en la campaña interrumpió Pinedo.
Sí, es cierto. Ayer le dije a Javier que tenía que aclarar eso en su discurso. Por eso, en su búnker, él habló de hacer tabula rasa agregó Macri. Al fin confesaba un diálogo con el libertario que siempre le había negado a los propios . Yo me encargo de organizarlo completó para salir del paso.
Durante la temporada electoral, el PRO había sido una bolsa de gatos. Macri y Bullrich se habían sacado chispas durante toda la campaña. Pero ahora, los dos tenían un mismo motor: la necesidad de frenar a Sergio Massa.
Macri llevaba años corrido de la primera plana nacional, disfrutando de sus giras internacionales como presidente ejecutivo de la Fundación FIFA. A principios de 2023 había hecho un renunciamiento. Con un video en sus redes sociales, había anunciado que no sería candidato presidencial. Había declinado a encabezar una fórmula pese a que había dirigentes y empresarios que se lo reclamaban. Había resignado la chance de recuperar la gloria después de aquella crisis que frustró su reelección en 2019. Se había sobrepuesto a su propia sed de revancha. Había dejado pasar su segundo tiempo.
El corrimiento de Macri había desatado la guerra por la sucesión, con Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta como protagonistas de la interna más disputada de los últimos años. Macri no ocultó su predilección por Bullrich.
Pero en agosto, una vez que ella ganó las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO), afloraron los cortocircuitos con su exministra. Todo en el PRO, en definitiva, había sido un autoflagelo fenomenal.
Martes 24 de octubre de 2023
11:00
El Dashi de Figueroa Alcorta y San Martín de Tours es uno de esos lugares donde la Realpolitik, sencillamente, sucede. Cualquiera que se siente a comer en ese restaurante que acompañó al sushi en su carrera al éxito sabe que, a pocos metros, puede haber dos personas sellando un pacto secreto o tramando una operación mediática. En otra época, el Museo Renault funcionaba de la misma forma. Son mesas en las que comparten café los adversarios que la noche anterior se tiraron con munición gruesa en un set de televisión y en las que los ganadores de turno reparten la torta del poder en rebanadas finas.
Esa mañana, lejos de la gloria, Diego Santilli estaba terminando el peor duelo electoral de su carrera. Ya había dejado atrás la negación y la ira y ahora le encontraba explicación a todo lo que le había pasado.
Milei había dejado a Bullrich fuera de la carrera presidencial y había entrado al balotaje con Massa. “El Colo” ahora lo entendía todo. Nunca había sido un problema entre “halcones” y “palomas”, porque el PRO en su conjunto había dejado de representar a la gente. Game over.
Frente a un empresario, Santilli gesticulaba, se agarraba la cabeza, se enrojecía más que de costumbre, acalorado por la autocrítica. Reconocía no haber descifrado las señales de hartazgo social con la política y decía que la ola violeta lo había revolcado a él y a todos los tipos con los que había caminado en los últimos veinte años. “Nosotros no somos más el cambio, Milei es el cambio”, repetía frente al pocillo de café negro.
El Colo había sido, hasta las PASO de 2023, el candidato a gobernador bonaerense de Horacio Rodríguez Larreta. Había apostado por él, no ese año, sino mucho antes, cuando el exjefe de Gobierno porteño se veía presidente puesto y solo pensaba en cómo administrar el tiempo que lo separaba de la Casa Rosada. En ese camino, Santilli primero acompañó a Larreta como compañero de fórmula en la ciudad para, en 2021, encabezar la lista de diputados en la provincia de Buenos Aires. Aquel enroque fue una jugada suya y de Larreta para emanciparse del páter familias del PRO, Mauricio, y disputarles poder a Jorge Macri y Cristian Ritondo, que venían preparándose para gobernar el distrito más populoso del país.
Todo había sido en vano. Los millones en consultorías, los equipos de redes sociales, las planillas de Excel y el financiamiento de innumerables campañas locales para sumar franquicias larretistas en el territorio los había dejado al borde del abismo en las PASO, cuando Larreta arañó los once puntos y perdió la interna con Bullrich.
El Colo llegó a ser la figura más cotizada de Larreta. Pero perdió por un pelo frente a Néstor Grindetti, el candidato a gobernador de Bullrich, mucho menos conocido que él.
Ahora que el PRO se había quedado afuera del balotaje, Santilli comprendía que no había nada que él pudiera haber hecho distinto para cambiar lo que estaba escrito.
“Milei es el cambio”.
17:00
Las horas posteriores a una derrota electoral son, a los espacios políticos, lo que los velorios a las familias. Las viejas reyertas se olvidan, los rencores se esfuman y todos se preguntan por qué. Son horas en las que el ADN tira más que nunca. En eso estaban Santilli y Ritondo cuando decidieron encontrarse a tomar un café en La Dolfina, otro boliche habituado a la rosca que cerraría definitivamente sus puertas al año siguiente.
Si el Colo había despertado del delirium larretista en las PASO de agosto, Ritondo llevaba solo dos días digiriendo el tercer lugar del PRO en los comicios generales. Había sido el primer candidato a diputado nacional en la lista de Bullrich en la provincia de Buenos Aires y, si bien tenía su banca asegurada, comenzaba a comprender el papel de reparto que la Argentina le estaba dejando a los amarillos.
—Qué hacés, Cabezón Esto estaba escrito, solo que nosotros no la vimos venir lo consoló Santilli apenas lo vio llegar.
El Cabezón y el Colo tuvieron dos grandes jefes en su carrera política: Miguel Ángel Toma (exjefe de la SIDE durante la gestión de Eduardo Duhalde) y Mauricio Macri.
Ritondo nació ocho meses antes que Santilli, pero la vida los cruzó jóvenes durante el menemismo, cuando daban sus primeros pasos en el Partido Justicialista de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Los dos habían recalado en la boleta de Compromiso para el Cambio que perdió contra Aníbal Ibarra en 2003. Para 2007, cuando el PRO finalmente se quedó con la administración local, ambos encarnaron el “peromacrismo” del nuevo poder permanente porteño.
Sus trayectorias y ambiciones parecidas dentro del PRO los habían enfrentado más de una vez. Aunque el Cabezón nació en Mataderos y el Colo en Palermo, los dos tuvieron siempre un ojo puesto del otro lado de la General Paz. En 2015, con Macri presidente, Santilli siguió su camino como escolta de Larreta en la ciudad y Ritondo hizo lo propio con María Eugenia Vidal en la provincia. El año 2023 los encontró definitivamente en veredas opuestas de la pelea intestina que dejó a “halcones” y “palomas” con las manos vacías.
Ahora, sentados en La Dolfina, la amargura combinada con las tres décadas de historia en común permitían tapar cualquier desavenencia. Después de las típicas deliberaciones por la derrota, los dos se despidieron y Santilli enfiló por la avenida hacia el norte. Al llegar a su departamento, no pudo creer lo que vio en la pantalla de su celular.
—Hola, Mauricio…
—Colo, ¿cómo estás? Escuchame ¿Vos estás diciendo que Milei es el que representa el cambio? ¿Estás con esa?
—Se lo dije hoy, sí Lo que pasa es que
—Quizás haga una reunión Después te aviso.
Macri hiló el segundo llamado de la tarde.
—Cristian… No podemos dejar pasar mucho tiempo más. Hay que ir con Javier. Lo peor que nos puede pasar es que Massa se quede con todo.
—Estuve con el Colo Mirá que está para pintarse de violeta, eh.
—Ya sé todo y ya hablé Quizás haga una reunión
Yo te aviso.
Dos horas después, Santilli recibió un llamado de Fernando de Andreis. Si él llamaba era porque la reunión se hacía.
Venite con Cristian a Acassuso. Después de las 21 lo instruyó De Andreis.
Los encuentros nocturnos eran poco usuales en el PRO, pero Santilli pensó que era momento de reagruparse y no se hizo demasiadas preguntas. Un rato después, Ritondo lo pasó a buscar por su departamento, a pocas cuadras de donde se habían encontrado esa misma tarde. Los dos enfilaron para Acassuso.
19:00
Bueno, no quería dejar de saludarlos. Mis obligaciones durante la campaña no me permitieron agradecerles antes, pero ahora ustedes van a ser nuestra fuerza en el Congreso. Pasamos al balotaje y estamos muy cerca del objetivo que nos planteamos ¡Sigamos trabajando! Los dejo con Kari ¡Viva la libertad, carajo!
En el subsuelo del Hotel Libertador, Milei no dedicó ni cinco minutos a la arenga con los diputados y senadores electos por La Libertad Avanza. Fueron apenas unas breves palabras y una selfie con los pulgares arriba.
El líder libertario no había compartido con la enorme mayoría de sus candidatos más que la estampa en la boleta violeta. Ni una foto de familia ni un desayuno de equipo ni un acto conjunto durante la campaña. Los mitines con olor a política vieja no entraban en el manual libertario. Además, el economista de pelo revuelto siempre había preferido, en sus giras proselitistas, pasar las horas leyendo en la soledad de una habitación de hotel antes que hacer sobremesa con sus candidatos. Durante el cierre de listas, con suerte había opinado sobre parte de los postulantes a diputados. A sus senadores electos no era capaz de identificarlos.
En las elecciones generales del domingo 22 de octubre, Milei obtuvo 29,99% y salió segundo, detrás de Massa. El peronismo, hecho jirones por las peleas intestinas durante la gestión de Alberto Fernández, había ganado una vida más. Todos los resortes del partido con mayor vocación de poder de la Argentina se estaban liberando para retener el gobierno por otros cuatro años.
Milei iba a la segunda vuelta con el objetivo de pasar a la historia como el outsider polémico que, agitando un giro radical hacia la ultraderecha, llegaba a la primera magistratura a dos años de meterse en política. El candidato de La Libertad Avanza, que alguna vez aspiró a lograr un tercer lugar digno en la ciudad, estaba a un paso de quedarse con todo.
Los comicios de octubre, sin embargo, ya habían determinado cuál sería la representación violeta en el Congreso. Las bancadas de La Libertad Avanza iban a combinar figuras del riñón del líder libertario –como Lilia Lemoine, Oscar Zago, Alberto “Bertie” Benegas Lynch o Santiago Santurio– con hombres y mujeres totalmente ignotos para la vida pública del país. Había influencers, empresarios, pastores evangélicos, abogados, contadores y hasta brokers inmobiliarios. Llegaban a la escena parlamentaria nacional de la mano de “sellos de goma” y de partidos chicos (como el MID, el Partido Demócrata, Unión Celeste y Blanco y FE), producto de pactos de poca monta para darle un andamiaje nacional al proyecto mileísta.
Con el resultado de las generales, Milei repitió una performance casi calcada a la de las PASO. Pasaría de un bloque de tres miembros en la Cámara baja a contar con 37 diputados a partir de diciembre. Y estrenaría ocho bancas en el Senado.
Karina Milei, que había sido una figura protectora de su hermano durante toda su vida, ahora era la madre de la nueva criatura política que se abría paso en la escena nacional. Como la mánager del espacio, ella estaba detrás de todo. Desde la temperatura y las luces de los escenarios en donde disertaba su hermano, hasta la administración de las participaciones de los libertarios silvestres en los medios de comunicación.
Ella tenía todo su tiempo, su libido y su intuición en función del éxito de su hermano. Y pretendía que a su alrededor todos trabajasen igual, leales al proyecto, sin hacer preguntas y despojados de cualquier ambición personal.
Con esa matriz, no había imprescindibles en La Libertad Avanza ni compromisos asumidos. No se le debía nada a nadie. Ni siquiera a aquellos que financiaron la aventura desde el inicio. Ahora, ella dejaba que su hermano descansara unos minutos en su habitación y bajaba algunas directivas a los futuros legisladores.
Con tanto puesto en juego, no había margen de error. Pero un rato después, los hermanos Milei dejaron el hotel. La tropa debió conformarse con la contención de Carlos Kikuchi, el exvocero de Domingo Cavallo que desde el verano de 2022 venía domesticando al espacio con látigo y billetera. Los Milei se subieron a un auto y Jonathan Salerno, el chofer y jefe de la custodia de los hermanos, arrancó hacia zona norte. (…)
Los hermanos Milei tenían en claro que necesitaban sacudir el tablero para revertir la situación de desventaja en la que habían quedado en los comicios generales.
Pero querían hacer valer un argumento que se había discutido en el Hotel Libertador: que en la segunda vuelta los votos de Patricia iban a migrar a Javier igual, con o sin acuerdo.
El problema era que, cara a cara con Macri, a los Milei les costaba subirse el precio. Los hermanos respetaban al dueño de casa desde su presidencia en Boca, en los años dorados del club del que eran hinchas fanáticos. Frente a la impronta del expresidente, preferían escudarse en un silencio misterioso.
¡Caputo! Te estábamos esperando.
—El consultor estrella de Milei irrumpió en la sala algo confundido por la cantidad de asistentes. Se imaginaba un cónclave más acotado.
—Estábamos charlando la posibilidad de hacer mañana una conferencia de prensa conjunta para explicar la importancia de este nuevo espacio político ¿Qué dice el especialista? Tenemos que decirles a los argentinos que no pueden volver al pasado.
Caputo se acomodó en el hueco vacante entre Karina y Bullrich. Patricia lo miró por el rabillo del ojo.
—¿Vos lo conocés a Derek? le susurró ella.
—Sí, Patricia claro, ¿no te acordás de mí? le respondió Caputo con calor en las mejillas.
—¿Dónde les parece que hagamos la foto? siguió Macri.
—Entiendo el sentimiento, Mauricio interrumpió Caputo. La voz estaba afónica y entrecortada. La cara, a esa altura, completamente roja—. Entiendo el sentimiento y la voluntad de ayudar. Pero si hacemos eso, Javier puede perder las elecciones. Y aun si las gana, pierde el crédito social que construyó antes de empezar a gobernar. Esto no puede ser un pacto de cúpula. Si blanqueamos un acuerdo, comprometemos el mensaje antipolítico, que es lo que nos trajo hasta acá.
—¡Tiene razón el pibe! saltó Santilli.
—Sí, tiene razón, no hay que hacer una foto ni un comunicado conjunto se sumó De Andreis.
—Me parece que lo mejor siguió Caputo es que ustedes brinden su apoyo incondicional a la candidatura de Javier. Y que no parezca que es un tema de cargos o arreglos políticos.
—Pese a su nerviosismo, el consultor estrella avanzó otro poco y dejó traslucir su faceta irreverente.
—Es importante que se entienda esto como lo que es continuó. Si no, esto se va a interpretar como el segundo tiempo de Macri. Y este… Este es el primer tiempo de Milei.
☛ Título: El monje
☛ Autores: Maia Jastreblansky y Manuel Jove
☛ Editorial: Planeta
Datos de los autores
Maia Jastreblansky (Buenos Aires, 1987) estudió Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Buenos Aires.
Trabaja en el diario La Nación desde 2006 como periodista de investigación, reportera y columnista política.
Manuel Jove (Quilmes, 1991) es licenciado en Comunicación de la Universidad Nacional de Quilmes.
Manuel Jove trabaja en TN desde 2014, primero como productor y después como periodista; también en Blender desde 2023 y en Cenital desde 2025.