DOMINGO
Historia

El nacimiento del Medio Oriente contemporáneo

06-11-2021-logo-perfil
. | Cedoc Perfil

En junio de 2014, el Estado islámico difundió una foto de sus combatientes destruyendo las barreras que marcaban el límite entre Irak y Siria. Según las propias palabras de la organización, la acción contenía la intención de borrar la demarcación de Sykes-Picot, en franca alusión al acuerdo secreto que el diplomático británico Mark Sykes junto a su colega francés François Georges-Picot, y con la anuencia del entonces Imperio Ruso, concluyeron en mayo de 1916 con el fin de repartirse Medio Oriente. La destrucción del trazado físico entre esos dos países tuvo como objetivo principal demostrar que los Estados de la región son creaciones artificiales articuladas por las potencias occidentales y que los musulmanes –sólo los de confesión sunnita– deben unirse en una única comunidad devota y religiosa. 

Para los “yihadistas” la situación era clara: tanto Irak y Siria son Estados ficticios, funcionales a los poderes extranjeros y, por lo tanto, no poseen el apoyo de sus ciudadanos. Si bien, en el caso de Irak y Siria, tal afirmación puede contener una verdad a medias, no todos los países de la zona nacieron producto de espurios pactos secretos foráneos, sino también de la voluntad propia de líderes autóctonos, como es el caso de Kemal Atatürk, en Turquía, e Ibn Saúd, en Arabia Saudita. Otros tantos, como Egipto, la segunda civilización más antigua de la humanidad, e Irán, antes Persia, fueron imperios que siempre han estado ahí, y lo seguirán haciendo con el correr de los años. Además, esa verdad condescendiente e históricamente incompleta, que trata de establecer la “eterna inocencia” de las poblaciones nativas, deja de lado la división entre sunnitas y chiítas que precede a la intervención europea (las tribus iraquíes, hostiles a los otomanos sunnitas, comenzaron a adoptar el chiismo en los siglos XVIII y XIX), así como las acciones de un imperio “propio” como el Otomano, que duró 600 años, controló por la fuerza a numerosas poblaciones sunnitas y mantuvo oprimidas a las de confesión chiíta. 

Vale recordar que las diferencias entre las dos ramas predominantes del islam, el sunnismo y el chiismo –las cuales han evolucionado durante el transcurso de un milenio y medio– comenzaron después de la muerte del profeta Mahoma, proveniente de noble clan de Quraysh, en el año 632 d.C. en el oeste de Arabia. Los chiítas insistieron en que el profeta debía ser sucedido por Alí, su primo y esposo de su hija Fátima, pero este principio dinástico fue rechazado por el grupo que luego se denominó sunnitas, quienes consideraron que el liderazgo del islam debía estar en manos de notables del clan de Quraysh, a quien veían como califas (“vicarios del Profeta”). A pesar de que los tres primeros califas fueron los suegros de Mahoma, los principios sunnitas estipulan que cualquier hombre piadoso de la tribu de Quraysh puede ocupar ese rol. Finalmente, Alí fue nombrado el cuarto califa (y el primero legal según el chiismo), pero una disputa por su sucesión, al ser asesinado, separaría para siempre a sunnitas y chiítas: Hussein, nieto del Profeta e hijo de Alí, reclamaría ser su sucesor luego de que su hermano mayor se viese obligado a renunciar y encararía una fútil resistencia contra la dinastía gobernante de los Omeya, la cual terminará con su martirio (y el de todos sus acompañantes) en la ciudad de Karbala. Desde ese momento, los chiítas considerarían que los sunnitas (y sus consiguientes califatos) le habían robado su derecho divino (y de nacimiento) de conducir a los musulmanes del mundo.

El nombre del Estado Islámico, en árabe Al-Dawla al-Islamiya fil-Iraq wa al-Sham (Estado Islámico en Irak y al-Sham) refería a toda la zona del Levante antiguo, que precede en el tiempo al Medio Oriente actual y sus fronteras delimitadas por los poderes europeos. No es posible negar, en la confección del mapa actual de la zona, el legado histórico de batallas como la de Chaldiran, que en 1514 determinó los límites demográficos y religiosos del imperio persa Safávida y su contraparte otomana, demarcación que todavía, 500 años después, define el límite entre las modernas Irán, Turquía e Irak y es responsable del porqué y del lugar en el que viven las poblaciones chiítas actuales. Empero sí es acertado afirmar que sobre las espaldas de esos cuatro territorios –Turquía, Arabia Saudita, Egipto e Irán– y las intenciones colonialistas de Francia y Gran Bretaña, se concibieron otros cinco países que completarían la columna vertebral de lo que hoy se conoce como Medio Oriente: Siria, Irak, Jordania, Líbano, Israel y Palestina (a pesar de que hasta el día de hoy es un Estado que sigue sin ver la luz). 

Los Estados nacionales son una idea reciente, por lo tanto, no había Estados, tal como los conocemos en la actualidad, en Medio Oriente antes de la Primera Guerra Mundial. Si bien no todos los que existen en la región fueron impuestos por las potencias europeas, a principios de siglo, muchas de sus fronteras fueron delimitadas y fabricadas en Europa: los mapas de Irak, Kuwait y Arabia Saudita son decisiones británicas (Jordania directamente es una invención inglesa) y los límites entre musulmanes y cristianos en Siria y Líbano fueron “dibujados” por los franceses. 

*Autor de La disputa por el control de Medio Oriente, editorial Capital Intelectual (fragmento).