DOMINGO
LIBRO / Los carteles mexicanos y la Argentina

El narco se expande

El ex director del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen) de México, Guillermo Valdés Castellanos, analiza los orígenes y alcances del narcotráfico en su país. Por su parte, la periodista Cecilia González realiza una recapitulación de los inquietantes vínculos de esas organizaciones con su país, más allá de los casos más notorios, como el de la importación de efedrina.

Matanzas y prision. En 2010, en Tamaulipas, se encontraron muertos 15 miembros del grupo Los Zetas, entre ellos dos mujeres.
| AFP

Narcosur
E l lunes 24 de noviembre de 2008, las sonrisas de Fernández de Kirchner y de Calderón, sus discursos para enfrentar la crisis financiera internacional y sus promesas de amistad eterna no alcanzaron para eludir el tema del narcotráfico, que se había colado en la agenda de la primera gira que el presidente mexicano realizaba en Argentina.
La cita estaba planeada para relanzar la relación bilateral que había quedado maltrecha desde la pelea mantenida por los presidentes Néstor Kirchner y Vicente Fox en la Cumbre de las Américas de Mar del Plata, en noviembre de 2005. En uno de los ejemplos más claros de la polarización política que marcó a Latinoamérica en la primera década del siglo, Argentina, Brasil y Venezuela rechazaron el Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA) que defendieron, sin éxito, Estados Unidos y México.
Apenas volvió al Distrito Federal, Fox denunció que Kirchner era el responsable del “fracaso” de la cumbre (nunca comprendió que para los sudamericanos había sido un éxito). Kirchner no se quedó callado: “Que Fox se ocupe de los asuntos de México, a mí me votaron los argentinos y me voy a ocupar de los argentinos”.
Un par de semanas después, los gobiernos dieron por terminado el pleito con un comunicado conjunto. Fueron sólo palabras. En los años siguientes, el comercio bilateral creció, pero la relación política quedó congelada y no se reanudó hasta la llegada de los sucesores de Fox y de Kirchner al poder.
En la reunión del 24 de noviembre de 2008 en Buenos Aires, Calderón y Fernández de Kirchner querían demostrar que México y Argentina dejaban atrás cualquier tipo de rencillas y volvían a ser tan amigos como siempre.
Como prueba de esa nueva alianza, la Presidenta apoyó la guerra contra el narcotráfico del gobierno mexicano.
—Lo felicito, es bueno que la gente vea que su presidente es el que encabeza la lucha y haga caer a algún comprometido, sea quien sea. Admiramos la lucha que usted está llevando a cabo en su país y estamos obviamente dispuestos a cooperar y articular esfuerzos.
Las apariciones públicas de ambos reflejaron la abierta simpatía de Fernández de Kirchner con Calderón, posición que sorprendió a muchos dada la supuesta distancia ideológica que marcaba a los dos gobiernos. Los Kirchner ya se identificaban como progresistas, mientras que Calderón y su esposa, Margarita Zavala, provenían de la derecha mexicana más tradicional. Para que no quedaran dudas de la “buena vibra” de los mandatarios, Fernández de Kirchner fue bastante más efusiva en la comida oficial que ofreció a Calderón y a su esposa.
—Quiero realmente darles a ambos, a Felipe y a Margarita, y discúlpenme tal vez la familiaridad, poco diplomática en el trato, pero los he sentido, desde que los conocí a ambos, como dos amigos. Así me hicieron sentir, cuando me recibieron en su residencia de Los Pinos. Ambos son también hombre y mujer de la política; los padres de Margarita, fundadores también del partido que representa Felipe Calderón en el gobierno. La verdad que sentí con ellos muchas cosas en común, y una gran e inmediata corriente de afecto y simpatía personal.
Fernández de Kirchner le dedicó todo el día a su visitante, al mismo tiempo que la esposa y la hija del supuesto líder narco Juan Jesús Martínez Espinoza deambulaban por cuanto programa de radio y televisión las invitaban para defender al empresario. La agenda paralela de la gira de Calderón incluyó un “memorando de entendimiento para la cooperación mutua en la lucha contra el narcotráfico”, que firmaron el ministro de Justicia, Aníbal Fernández, y el procurador general de la República, Eduardo Medina Mora.
Después de una reunión a puertas cerradas, los funcionarios dieron a conocer un documento que establecía bases de cooperación entre Argentina y México “para adoptar las medidas necesarias en materia de combate a la delincuencia organizada transnacional (en particular, drogas, lavado de dinero y desvío de precursores químicos) y delitos conexos”.
Ese día, los dos países se comprometieron a intercambiar información sobre las rutas de drogas detectadas, mecanismos de operación de los traficantes, tendencias en el tráfico de drogas y de personas, historial de las organizaciones argentinas y mexicanas dedicadas al tráfico con actividades a nivel transnacionales y zonas y modos de operación. El memorando que distribuyó el gobierno argentino no quedó registrado en los archivos de la Procuraduría General de la República de México (PGR). Por lo menos eso se desprende de la respuesta que las autoridades me dieron el 1º de noviembre de 2010, a través del Instituto Federal de Acceso a la Información, después de que preguntara si existían acuerdos de colaboración para el combate al narcotráfico entre México y Argentina, desde cuándo y con qué resultados.
La PGR me remitió a un convenio pactado hacía dieciocho años entre Carlos Menem y Carlos Salinas de Gortari, que era muy similar al firmado por los gobiernos de Fernández de Kirchner y Calderón, pero sobre este último no tenía registro. En el tiempo transcurrido entre uno y otro acuerdo, parecía que la colaboración prometida no había sido la más efectiva, como lo probaban los casos del millonario lavado de dólares del Cartel de Juárez de 1997 y el contrabando de efedrina de 2008.
Recién salidos de la oficina en la que firmaron el memorando, el ministro de Justicia de Argentina, Aníbal Fernández, y el procurador mexicano, Eduardo Medina Mora, fueron abordados por los reporteros que hacíamos guardia para preguntarles sobre los supuestos narcos mexicanos detenidos en Buenos Aires, en particular sobre Martínez Espinoza.
Fue ahí cuando Medina Mora desmintió las versiones que habían girado sobre la llegada del Cartel de Sinaloa y declaró que era más probable que la célula perteneciera al Cartel de Juárez.
—En realidad, Martínez Espinoza no es su nombre real, se apellida Preciado, y tiene quizás una relación más clara con el Cartel de Juárez. Es una organización delictiva primero vinculada con la cocaína, pero más recientemente con las metanfetaminas, que se ha visto privada de la posibilidad de hacer estos negocios en México.
A sólo seis pasos de distancia, Aníbal Fernández insistió con su propia versión. Rechazó, como hacía desde que estalló el escándalo, que hubiera miembros de carteles “ni cosa que se le parezca” en Argentina.
Lo más extraño era que los funcionarios acababan de firmar un acuerdo de colaboración entre sus países, pero ya se estaban contradiciendo*

Historia del narcotráfico en México
La literatura sobre la delincuencia organizada y el narcotráfico es escasa y predominantemente descriptiva. Ello obedece en buena medida a la dificultad intrínseca de los estudios dedicados a investigar fenómenos en los cuales la mayor parte de la información es secreta y, por tanto, muy difícil de conseguir. Las organizaciones criminales no tienen registros públicos de sus actividades, ni bases de datos accesibles con respecto a sus miembros, estructuras o ganancias; sus dirigentes no dan entrevistas a la prensa, no escriben memorias más que en muy contadas ocasiones; la información oficial obtenida por las agencias de inteligencia, las policías y los ministerios públicos normalmente es restringida, y cuando se hacen públicos, los expedientes judiciales resultan ser toneladas de papeles escritos en un lenguaje casi ininteligible.
Otra fuente de materiales e información cotidiana son los medios de comunicación; sin embargo, deben tomarse precauciones, pues en muchas ocasiones la información es presentada con poco rigor y sin el contexto que ayude a su comprensión, a lo que se añade el problema que significa su dispersión. No obstante, la información periodística, sin lugar a dudas, es una fuente muy valiosa, pues una vez hecha la criba y el ordenamiento de los datos, aportan muchas piezas de un rompecabezas extremadamente complejo. Bien investigados, leídos y ordenados, son una fuente indispensable.
Los libros publicados por periodistas mexicanos y estadounidenses cuyo tema es el narcotráfico tienen un importante valor en la medida en que han recuperado mucha información que estaba dispersa –tanto de fuentes periodísticas como oficiales, y producto de las tareas de investigación de los propios autores–, con la cual han construido cronologías, historias regionales, biografías de algunos líderes destacados del narco, análisis de ciertas organizaciones criminales. En cuanto a los estudios de académicos de ambos lados de la frontera, representan un paso relevante para comprender el fenómeno de la delincuencia organizada, puesto que van más allá de la descripción y de la sistematización de la información, y se adentran en dos aspectos explicativos fundamentales: la relación entre el narcotráfico y el sistema político mexicano y las políticas de los gobiernos de Estados Unidos con respecto a las drogas. Esos materiales serán el punto de partida que utilizaré para intentar dar un paso adelante en el estudio de la delincuencia organizada en México. Se trata de continuar armando el gran rompecabezas de este fenómeno mediante tres vectores que permitan entender su historia y darle un perfil más acabado que el de la pura descripción cronológica de sucesos.
El primero es la evolución de sus organizaciones económicas ilegales. El narcotráfico es, en primer lugar, un negocio, y todos los negocios son llevados a cabo por empresas, pero no todas las empresas son iguales. Sus particularidades están determinadas por el hecho de formar parte de la economía ilegal, es decir, por dedicarse a proveer bienes y servicios prohibidos por la ley, lo que las hace diferentes de las que participan en los mercados de bienes y servicios legales. Así, para entender las características de empresas fuera del marco legal se requiere comprender el funcionamiento de los mercados ilegales. Por otra parte, el camino recorrido por ellas desde que eran pequeños plantíos de adormidera y marihuana, propiedad de chinos y campesinos sinaloenses, hasta convertirse en grandes empresas paramilitarizadas con alcance transnacional, es decir, en las diferentes modalidades de empresas criminales existentes en la actualidad, ha sido largo y complejo pero sobre todo diverso, pues es claro que los modelos empresariales aplicados por las organizaciones del Pacífico, de La Familia y de Los Zetas, por poner algunos ejemplos, son diferentes.
Esas diferencias tienen que ver con el segundo vector que ayudará a desarrollar esta historia: Estados Unidos. A éste lo forman dos fenómenos presentes desde principios del siglo XX, que han sido la causa principal del narcotráfico en México, y de gran parte del comportamiento de criminales y funcionarios estatales mexicanos. El primer fenómeno es la evolución del consumo de drogas en ese país, la piscina sin la cual no habría trampolín, según aquel famoso dicho de un presidente mexicano. La razón de ser de los narcotraficantes mexicanos ha sido el mercado estadounidense de marihuana, cocaína, metanfetaminas y heroína. Por tanto, la dimensión y las características de las empresas del narcotráfico están determinadas por los requerimientos productivos y logísticos que les han permitido hacer llegar esos estupefacientes a los consumidores de Estados Unidos. Sin el auge del consumo de opiáceos en la década de los 40 y 50, del boom de consumo de la marihuana en las décadas de los 60 y 70, y de la cocaína en la década de los 80, no se puede explicar el crecimiento y el fortalecimiento del narcotráfico en México. El segundo fenómeno de este vector son las políticas seguidas por la Casa Blanca en materia de combate a las drogas, ya que han tenido importantes repercusiones en el gobierno mexicano y sus políticas, y en la industria del narcotráfico. La guerra contra las drogas declarada por Richard Nixon y Ronald Reagan, o los procesos de “certificación” del comportamiento de los gobiernos latinoamericanos en materia de combate de los estupefacientes hechos por la Casa Blanca, pasando por muchos programas de cooperación bilateral, por mencionar algunos ejemplos de esas políticas estadounidenses, han afectado drásticamente la forma como el gobierno mexicano ha enfrentado el reto del narcotráfico; asimismo, las estrategias seguidas por las organizaciones criminales para defenderse de los embates de ambos gobiernos y continuar expandiéndose.
Para que el mapa que se pretende dibujar no se diluya es necesario recalcar un tercer rasgo que subraye bien la evolución de la delincuencia organizada: las relaciones entre el mundo del narcotráfico y el de la política. Se trata de recuperar, por un lado, los distintos tipos de intervención que han tenido las instituciones de seguridad y justicia, con todas sus fallas, deficiencias, omisiones, aciertos y complicidades, en la conformación de la criminalidad mexicana. Si de algo no hay duda en esta historia, es que la debilidad institucional es la otra cara de una moneda; la delincuencia organizada, con su dimensión y poder, la cara más visible. Este componente de la historia es esencial, pues como se afirma en la introducción, México no ha enfrentado una tragedia –la de miles de criminales sembrando una violencia inmisericorde que ha segado decenas de miles de vidas de mexicanos–, sino dos, porque la añeja y arraigada debilidad, ineficacia y venalidad de una gran parte de las policías, los ministerios públicos y de los sistemas judicial y penitenciario –que han provocado la desconfianza de los ciudadanos en sus instituciones de seguridad y justicia– también es una tragedia.
Por otro lado, se recuperan los diferentes mecanismos con los cuales las organizaciones criminales han garantizado la impunidad de sus actividades delictivas. Normalmente se habla de la corrupción de autoridades, de la aplicación de la ley de “plata o plomo” para someter a policías y funcionarios de todos los niveles. Sin embargo, en los últimos años se han sofisticado, y el concepto de corrupción se ha quedado corto para explicar lo que ha ocurrido en diversas instancias del Estado mexicano y el nivel de penetración del crimen organizado en ellas.**