Los paraísos fiscales están en el núcleo íntimo de la crisis europea, pero nadie sabe cómo hacerles frente. Para algunos, la batalla está perdida de antemano. Desde Londres hasta Delaware, desde Hong Kong hasta Zurich, los centros offshore, utilizados por los ricos y poderosos del mundo entero, son los engranajes esenciales del capitalismo financiero. Algunos aseguran que nada puede hacerse al respecto: siempre habrá países que cobren menos impuestos y fijen menos reglas que sus vecinos. El dinero siempre hallará un puerto seguro: si atacamos aquí, se irá más allá. El capitalismo sin paraísos fiscales es una utopía, y los tributos progresivos sobre los ingresos y las fortunas están destinados a desaparecer, a menos que se tome la senda del proteccionismo.
Para otros, la batalla está casi ganada. Según ellos, gracias a la determinación de los gobiernos y de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y como consecuencia de los múltiples escándalos y revelaciones, los paraísos fiscales pronto se extinguirán. Al recibir la embestida de los grandes países en busca de nuevos ingresos fiscales tras la crisis financiera, sin excepción prometieron abandonar el secreto bancario, y las multinacionales aseguraron que por fin rendirán cuentas y saldarán sus deudas. Será el triunfo de la virtud. Este libro se inscribe en una posición incómoda, a contrapelo de estas visiones, las dos igualmente falsas.
Da cuenta de una investigación inédita cuya conclusión es abrumadora: los paraísos fiscales nunca gozaron de mejor salud que en la actualidad. Las “batallas ganadas”, omnipresentes en los discursos, no se ven reflejadas en los números. La impunidad de los evasores es casi total. Los compromisos asumidos recientemente por los paraísos fiscales son demasiado vagos y los medios de control, demasiado débiles para que podamos esperar alguna mejoría en los próximos años.
Sin embargo, no es demasiado tarde para invertir el rumbo de las cosas. Es posible poner freno a la evasión fiscal de los más ricos y de las grandes sociedades. (…)
La principal urgencia –y una de las principales propuestas formuladas en este libro– es crear un registro mundial de títulos financieros que indique, sobre una base nominativa, quién posee cada acción y cada obligación. Esta es una condición indispensable para poder gravar las fortunas del siglo XXI.
¿Es esto una utopía? Ya existe un registro de este tipo en Suecia; otros, más fragmentarios, son administrados por sociedades privadas, como el banco luxemburgués Clearstream. El objetivo es, simplemente, fusionarlos, extender su alcance y transferir su propiedad a los Estados.
En 1791, durante la Revolución, la Asamblea Constituyente creó el Catastro General de Francia para censar todas las propiedades, determinar su valor y abolir así los privilegios que minaban el Antiguo Régimen: la exención de impuestos a la nobleza y el clero. En la actualidad, para acabar con las injusticias que en un futuro podrían socavar a los regímenes democráticos, es necesario crear un registro o catastro financiero mundial. El correcto funcionamiento de este registro financiero requiere el intercambio automático de información entre los países. Hace décadas que los bancos franceses transmiten al fisco toda la información disponible sobre los ingresos que perciben sus clientes. Gracias a estos datos, que se cargan de antemano en nuestras declaraciones de impuestos y son su sustento, el fraude por intermedio de bancos franceses se volvió imposible. Por tanto, la segunda urgencia es extender este sistema a los bancos radicados en paraísos fiscales. En caso de quedar librado a su arbitrio, el intercambio internacional y automatizado de datos podría verse obstaculizado por la opacidad financiera. En cambio, vinculado al registro financiero mundial, pondrá un freno al fraude masivo de los ultrarricos.
No hay motivos para no implementarlo, a no ser la voluntad de los paraísos fiscales de defender el secreto bancario, que garantiza su prosperidad. Por eso, la segunda dimensión del plan de acción que propongo es política: los paraísos fiscales sólo retrocederán ante la amenaza de sanciones. Este libro revela, por primera vez, qué coaliciones internacionales podrían jaquearlos y qué tipo de sanciones deberían imponerse.
No es mucho lo que Francia puede hacer sin ayuda externa. Sea cual fuere su función, ni las proclamas de mayor transparencia ni las nuevas leyes –menos aún los funcionarios– lograrán que Suiza o Singapur se sometan. Lo realmente importante es la correlación de fuerzas a escala internacional. La buena noticia es que, por naturaleza, ésta no resulta propicia para los paraísos fiscales: ningún territorio puede oponerse a la voluntad común de los Estados Unidos y los grandes países de la Unión Europea. La batalla puede ganarse, con la condición de que se libre a escala adecuada y los gobiernos no teman aplicar sanciones proporcionales a las pérdidas que sufren.
Los cálculos presentados en este libro dejan en evidencia que Francia, Alemania e Italia podrían obligar a Suiza a cesar el secreto bancario si de manera conjunta impusieran derechos de aduana del 30% sobre los bienes que importan de la Confederación Helvética: así, los costos para esta última superarían los ingresos que los bancos obtienen de la evasión. En el caso de los microestados que viven de la opacidad financiera (como Luxemburgo), habría que ir más lejos y contemplar medidas de cuasi embargo financiero (hasta quizá excluir de la Unión Europea al Gran Ducado). Si bien los paraísos fiscales son gigantes financieros, en su mayoría son enanos económicos y políticos: las Bahamas o Jersey, aún más que Suiza. Todos ellos dependen, en gran medida, del comercio. Ese es su punto débil; allí debe ejercerse la presión.
En primer lugar, explicitemos que no hay motivos para que la Organización Mundial del Comercio (OMC) objete las tasas aduaneras que propongo, sino todo lo contrario, pues éstas corresponden a lo que el secreto bancario cuesta a los países extranjeros. Ahora bien, el secreto bancario no es otra cosa que una forma solapada de subvención que ofrece a los bancos offshore la posibilidad de expoliar a los gobiernos vecinos. Nada en la lógica de librecambio justifica ese robo. (...)
El plan de acción tiene, por último, una dimensión específicamente económica. Incluso si el secreto bancario desapareciera por completo, no faltarían motivos para temer que la injusticia fiscal perdurase, dado que los más ricos tienen muchos otros medios legales e ilegales para pagar pocos impuestos, y las multinacionales manipulan sus ganancias para hacerlas aparecer allí donde no estén gravadas. Por tanto, los paraísos fiscales nos obligan a reconsiderar el impuesto al capital.
La clave radica en crear un impuesto global progresivo sobre las fortunas