Lionel Andrés Messi sonrió como suele hacerlo cuando a la sorpresa le suma algo de vergüenza: cabeza levemente gacha, ojos algo achinados, hoyuelos marcados, labios mordidos y un fugaz gesto de negación. Parado con los brazos pegados a la espalda y diminuto en el círculo central del impactante Camp Nou, Messi comprobó en esa calurosa noche de agosto que había un rosarino más astuto –¿más valiente?– que él de cara a la hinchada del Barcelona. Ahí tenía a un compatriota capaz de hacer lo que él había evitado durante media vida al borde del Mediterráneo. Gerardo “Tata” Martino acababa de hablar en catalán en público, detalle siempre apreciado en el complejo microcosmos de la segunda ciudad española. A Messi lo aman en Barcelona, y cuando se conoció una encuesta en la que un dos por ciento de los hinchas del Barça aseguró detestar al argentino, la hilaridad fue general en la ciudad.Un reportero de televisión pasó todo el día intentando encontrar algún representante de ese dos por ciento.
Fracasó. ¿Odiar a Messi? Por Dios, si es gracias a él que el club vive sus mejores años. Eso sí, no le pidan a Messi que hable en catalán. Sólo una vez lo hizo, impulsado por la situación límite de estar completa e irremediablemente borracho.
El repertorio catalán de Martino fue modesto –“Bona nit” (buenas noches) y “moltes graciès a tots” (muchas gracias a todos)–, pero exacto y oportuno, porque se estaba presentando ante un club en el que muchos miraban con desconfianza a su nuevo entrenador. Por no conocerlo, claro, pero en buena parte también por llegar “de fuera”. Y, aunque suene extraño, por ser argentino. Ajeno a las peculiaridades de la compleja realidad de los españoles y a los meandros identitarios catalanes, aquel 2 de agosto de 2013 el fútbol argentino celebraba un triunfo tan importante como sutil, una situación incomparable, porque tanto la gran estrella como el entrenador del mejor equipo del mundo eran propios. Es cierto que César Luis Menotti ya había dirigido treinta años antes a un Barcelona en el que la gran figura era un argentino, Diego Maradona. Pero hasta ahí llegan los paralelismos: Maradona no brilló con la azulgrana y Menotti no logró éxitos importantes con el equipo. En aquellos años 80 en los que España vivía eufórica sus primeros años de democracia y la novedad de un gobierno socialdemócrata, el Barcelona era un equipo aún acomplejado. No había Copas de Europa en sus vitrinas y el victimismo era su combustible vital desde hacía décadas. Nada que ver con el éxito y la atracción mundial del Barcelona en ese 2013 en el que los españoles, hundidos en una tremenda crisis, despreciaban a buena parte de su clase dirigente.
En la recta final hacia el Mundial de Brasil 2014, la cita de su vida, Messi era ya mejor jugador del planeta por cuarto año consecutivo y con perspectiva de varios más. Un ídolo sin fronteras. Si durante décadas el término “Maradona” saltaba automáticamente en los más apartados rincones del mundo ante la mención de “Argentina”, los taxistas de Moscú, los camareros de Sydney, los surfistas californianos y hasta los niños jugando al fútbol en las playas de Brasil habían modificado en los últimos años la ecuación: “¿Argentina? ¡Messi!”. Y todos sonreían al evocar al 10 del Barcelona y la selección albiceleste.
Tanto como sonreían Martino y Messi, tanto como celebraban los hinchas en esa dulce y cálida noche de felicidad en Barcelona, muy diferente de la dura, durísima, de apenas 17 días antes. (...)
El malestar
“Leo está muy mal”. En cuatro palabras, Jorge Messi hizo oficial lo que todo el mundo del fútbol sospechaba desde hacía tiempo: por ese entonces, en aquel crudo invierno argentino de 2011, el desafío más duro que se le podía plantear a su hijo era el de enfundarse la camiseta argentina.
El día anterior a esa confesión, Jorge Messi, abrigado hasta el cuello, se tomaba la cabeza, claramente abrumado. “¿Qué es esto, qué es esto?”, parecía decir haciendo gestos con la mano, gestos muy italianos y muy argentinos, que es en definitiva la combinación que da forma a los Messi.
Unos cuantos metros más abajo, sobre el raleado césped de invierno de un estadio difuminado por la neblina, Lionel Andrés Messi torcía el gesto. Lo que estaba pasando lo tomaba por sorpresa, porque no le había sucedido en su vida: estaban abucheando a su equipo. Desde las tribunas bajaban abucheos, insultos, una imponente ola de enojo y frustración. Y Messi no era ajeno a ello, porque también lo estaban silbando a él. Todo se le había torcido a Messi en esa Copa América 2011 que se perfilaba como la oportunidad para estrechar lazos con la Argentina, para que su país dejara de discutirlo. Pero salió todo al revés, la Copa América se estaba convirtiendo en pesadilla para el mejor futbolista del planeta.
¿No era acaso una pesadilla ese primer torneo completo que Messi jugaba ante el público de su país? No se trataba sólo de que se lo estuviera abucheando en la Argentina. Era algo peor: esa gélida noche del desafecto se daba precisamente en el escenario de sus sueños, en el de sus mejores recuerdos: la provincia de Santa Fe, la tierra que lo vio nacer, el lugar, junto a Barcelona, en el que las palabras “fútbol” y “felicidad” eran intercambiables para Messi.
No era así cuando dejaba la azulgrana, y la camiseta de la selección bicampeona del mundo destacaba en sus 169 centímetros. La presión era –es– enorme, y Messi la sentía. Si no, no se explica el tiro libre que lanzó increíblemente desviado, directamente a la tribuna en el minuto 35 de aquel 0-0 ante Colombia. Silbidos, claro, porque nadie espera eso de la Argentina, y mucho menos de Messi, el mejor futbolista del planeta.
Aquel partido fue uno de los momentos más delicados en la carrera del argentino. “Leo está muy mal. Es la primera vez que lo silban, es algo que no se esperaba”, reconoció Jorge Messi, mucho más hablador que su hijo, un joven que durante años pareció disolverse fuera de las líneas de cal de las canchas de fútbol. Entre esas líneas fue siempre todo, el rey, el mejor entre sus amigos, el mejor jugador del mundo. Fuera de ellas enmudecía, se hacía frágil. También en eso Messi fue cambiando.
Sólo jugando para la Argentina esa fragilidad se trasladaba con llamativa frecuencia a la cancha, aunque en el tramo final de la “era Guardiola” y en el primer año de la “era Vilanova” también surgieron actuaciones fantasmales del argentino. Basta con recordar su presencia-ausencia en abril de 2013 ante el Bayern en Munich.
Con la Argentina sucedió lo mismo más de una vez, pero sería injusto poner el foco en eso: gracias a una notable actuación de Messi ante Colombia en Barranquilla, la Selección de Alejandro Sabella comenzó a encontrar su rumbo en 2012. Otra cosa es que Messi llegue con veintisiete años a Brasil 2014 como dueño de una estadística indeseada: lleva apenas un gol en mundiales. (...)
Tantos títulos, tantas cifras impactantes, ¿convierten a Messi en el mejor o en uno de los mejores jugadores de todos los tiempos? La cuestión suscita debate. Hace correr mucha tinta y mucha saliva. Todo el mundo tiene su propia opinión. Desde un taxista sudafricano en Durban –“Maradona fue un soldado de la Argentina, Messi está en camino de serlo”– hasta el camarero en un bar de moda de la tailandesa Phuket –“¡es Dios!”–, pasando por César Luis “el Flaco” Menotti.
El veterano ex seleccionador argentino tiene mucha experiencia, y por más que haya tenido que dejar de fumar tras pasarse cincuenta años con un cigarrillo pegado a los labios, mantiene las ideas claras y los pies sobre la tierra: “Para mí existen cuatro reyes: Di Stéfano, Pelé, Cruyff y Maradona –dijo al periódico El País–. Y espero impaciente al quinto. Será Messi o ninguno. La corona le tiende los brazos, pero no vamos a entregársela tras cinco temporadas. Para conseguirla habrá que ver qué consigue en otro club que no sea el Barça y que logre hacer allí lo que hizo Maradona en el Napoli, por ejemplo. Diego transformó ese modesto grupo musical en una orquesta filarmónica. Messi es un jugador maravilloso y es, sin duda, el mejor jugador del mundo en la actualidad; pero todavía debe subir un escalón para unirse a los demás”.
Platini no forma parte de la lista de elegidos por Menotti, pero hasta enero de 2013 el francés compartía con Messi el honor de ser el único en ganar tres Balones de Oro consecutivos. Un logro que quizás tiene menos mérito que el de Messi entonces –el argentino sumaría un cuarto Balón dorado–, porque hasta 1995 el trofeo estaba reservado a los jugadores europeos.
¿Cuántos Balones de Oro hubiera ganado Pelé, que con veinticuatro años ya había conquistado dos mundiales? “Es por eso no hay que intentar situar a Messi en la historia –insiste Platini–. Es el gran jugador de esta generación, al igual que antes ha habido grandes jugadores en otras generaciones. Los mayores dicen: ‘Di Stéfano es el mejor jugador de todos los tiempos’. Después hubo un Pelé, un Cruyff o un Maradona. Sólo en el fútbol se comparan generaciones. Jamás se ha escuchado comparar a Adriano Celentano, Los Beatles o Edith Piaf, pero en el fútbol sí se hace.” Lo mismo piensa Cruyff, el primer jugador de la historia en conseguir tres Balones de Oro: “Todas las comparaciones son ridículas. Si entre Messi y Cristiano Ronaldo ya me parece injustificada, aunque los dos son muy buenos, entre Messi y Maradona es más absurda todavía. (...) Hoy lo está haciendo Messi. Que disfruten de su juego y lo dejen tranquilo”. Lo que sorprende e interesa algo más al holandés es la regularidad del pequeño argentino. “Nunca está mal –continúa–. Todos los grandes jugadores tienen uno o muchos partidos malos en una temporada. El no. Entre 1 y 10 nunca baja del 7. Lo más difícil no es llegar al 9 un día, sino no bajar nunca del 7”. Si el cuerpo no le falla, Messi tendrá todavía muchos años de fútbol ante él, aseguran aquellos que mejor lo conocen. “Puede conservar sus excepcionales cualidades físicas durante mucho tiempo –profetiza Fernando Signorini–, porque lleva una vida sana, come bien y está bien rodeado. Les garantizo que Leo no ha terminado de hacer que hablen de él.
Pero para Pelé, siempre crítico con los argentinos, Messi tiene aún mucho por demostrar: “Se habla mucho de él, pero cuando haya metido 1.283 goles y ganado tres mundiales volvemos a hablar. Las plusmarcas están hechas para ser batidas, pero no estoy muy seguro de que las mías vayan a serlo en un futuro. Me gusta mucho Leo, es un gran jugador, pero para mí hay dos Messi, el del Barça y el de la Selección argentina”. “O Rei” Pelé siente cierto malévolo placer al meter alegremente el dedo en una herida que sigue abierta, aunque se cicatrizaría de un plumazo si Messi alzara el trofeo de campeón mundial en el final de la tarde del 13 de julio de 2014 en el estadio Maracaná: la Argentina no conquista un gran torneo desde la Copa América de 1993, aunque es cierto que sumó el Oro olímpico en Atenas 2004 y Pekín 2008, algo que para Brasil sigue pendiente. Es por eso que tiene ciertos visos de injusticia achacarle a Messi que aún no ganó nada importante con su selección, más allá de aquel Oro en China y del sub-20 de 2005 en Holanda. No es Messi el que no gana, es la Selección la que viene fallando.