Cómo dejó las cosas en Uruguay?
—Algunas, bien. Otras, regular. Y otras, mal. Como todo proceso lleno de vida. Si lo miramos del punto de vista de la cuestión esencial de cómo vive la gente, bastante bien; muchos menos pobres, muchos menos indigentes. Si lo miramos desde cuentas públicas, bastante bien; con un nivel de reserva interesante y con un crédito internacional abierto, baja desocupación en un país de gente veterana… Y diría que con una economía que está caminando bastante bien a pesar del enlentecimiento de los últimos tiempos que les toca a los países grandes de las regiones y que seguramente a nosotros nos va a ir afectando.
—¿Hay algo que lo haya frustrado, que no haya podido terminar en estos años de gobierno que acaban de terminar?
—Frustraciones en pila. Por ejemplo, pienso que el Uruguay tuvo, en la última década, una suba explosiva del precio de la tierra. Se multiplicó por diez, por ocho. Les pedimos un aporte a los grandes propietarios de tierra para volcarlo en infraestructura en las propias regiones donde están ellos. No pudimos, porque le dieron vuelta y la Corte declaró que no era constitucional. De hecho, si tenías una hectárea que valía 400 dólares, te encontraste con este regalito: vale 4 mil, 5 mil. Me parece injusto, porque eso no es plata hija del trabajo. Es una ventaja extra que te regaló el país que, en su evolución económica, le dio también valor a lo que tienes. Pero bueno…
—Uruguay ha sido en América Latina un país líder en reformas sociales. La legalización del aborto, el matrimonio de personas del mismo sexo, la regularización del consumo de marihuana... ¿Siente que van por el camino correcto?
—Nosotros siempre fuimos así. Somos un país que desde 1914 reconoció la prostitución, la organizó. Somos un país que estableció en esa época el divorcio por la sola voluntad de la mujer. Fuimos un país que fundó una universidad femenina para que las familias conservadoras se animaran a mandar a estudiar a las hijas. Un país que nacionalizó la generación de la energía eléctrica, hasta el día de hoy. Un país que también se hizo cargo de la refinación de petróleo y su distribución, hasta el día de hoy. Donde el 65% del movimiento bancario es del Estado. Entonces nosotros no estamos haciendo otra cosa que siguiendo el ejemplo de nuestros antepasados. Siempre fuimos un país muy reformista, atrevidos, muy laicos. El más laico de América Latina. Tenemos enseñanza gratuita desde 1980. La universidad principal es del Estado y, claro, nos sorprendemos porque nos encontramos como un país adelantado como Chile, que está discutiendo la enseñanza gratuita.
—¿Por qué la legalización de la marihuana es un tema espinoso?
—Es muy espinoso. El tema no es de la marihuana. Nosotros sostenemos esta tesis: peor que la droga, que no es buena, es el narcotráfico. El enemigo que tenemos es el narcotráfico. La política que veníamos llevando era meramente represiva, metiendo gente presa. Cada vez tenemos más presos y no funciona. Y empezamos a pensar en aquello que decía Einstein: “Si quieres cambiar no puedes seguir haciendo lo mismo”. Decidimos hacer un ensayo para robarle el mercado de marihuana al narcotráfico. Quitarle la causa del narcotráfico. No obligar al consumidor de marihuana a que tenga que morir en la clandestinidad, sino que tenga una cosa organizada, segura; que nosotros los tengamos con reserva, la misma reserva que se usa en lo financiero, pero, en alguna medida, saber qué pasa. Probablemente un consumo parcial sea soportable, de la misma manera que yo me tomo un par de whiskies por día y son soportables. No estoy diciendo que sea bueno. El problema es detectarlo a tiempo, cuando el tipo se está pasando, para poder incidir y decirle: “Usted se tiene que internar”, porque hoy con la clandestinidad, cuando detectamos eso ya está preso. Porque hizo alguna barbaridad, porque no tenía plata… La nueva técnica de expansión del narcotráfico es hacer adictos para que después dependan y compren.
—Uruguay tiene 3.200.000 habitantes y produce alimentos para 30 millones de personas. ¿Hay mucha desigualdad en el país?
—Según los números internacionales, de la Cepal, es el país más equitativo de América Latina pero, con esta soledad, somos algo así como campeones de cuarta. Porque en nuestro continente el más injusto es el que peor reparte en el mundo. En este continente nosotros somos bastante igualitarios. Pero no es obra sólo de mi gobierno, es histórico. Siempre hemos tenido políticas sociales que tratan de amparar a los más débiles; y que la distancia no sea tan grande.
—Usted habla mucho de la libertad, porque la perdió durante varios años. ¿Para usted cuál es la importancia de la libertad?
—La libertad tiene niveles. Hay lo que se puede llamar la libertad individual, que cada individuo debe ganar y defender. En general, eso no se toca y no se define. Y para mí la libertad individual es tener tiempo libre para hacer aquellas cosas que a uno lo motivan. Porque si el grueso del tiempo de la vida que uno tiene lo va a gastar pura y exclusivamente en la batalla económica por tener más y más, usted termina no teniendo libertad. Si a mí me gusta jugar al fútbol, necesito tiempo para jugar al fútbol. Si soy joven y tengo 20 años y me desespera el amor, necesito tiempo para el amor. Si soy un viejo, necesito tiempo para poder hablar con mis amigos en el boliche. No estoy diciendo que el hombre no tenga que trabajar. El hombre necesita trabajar porque si no está viviendo a costillas de otro. Pero no puede gastar la vida sólo en trabajar. Necesita tiempo para ser libre. Y esto es lo que está en disputa en el tiempo contemporáneo. Nos roban todo el tiempo porque la sociedad consumista tiene tal peso determinante sobre nuestra conducta que no podemos escapar, salvo que tengamos mucha claridad en la cabeza y seamos capaces de ponerle freno.
—¿Usted tiene servicio doméstico, alguien que le ayude?
—No, adentro de la casa no, nada.
Pero podría tenerlo. Podría tenerlo, pero optamos por tener una casa con un dormitorio, un vestíbulo, la cocina y el baño. Ya está. No tenemos más. Después están los galpones por ahí, porque es una chacra. Pero nosotros no precisamos más, porque eso lo arreglamos en cuatro patadas. Si tuviéramos mucho, ¡ah…! Fíjate, tuve una casa muy grande. Y yo me tengo que levantar a orinar de noche porque soy viejo, me levanto en calzoncillos a caminar y no pasa nada. (Risas.) Si tuviera servicio, me tendría que cuidar del servicio, ponerme una bata y complicarme.
—Hubo un jeque por ahí que le quería comprar su vehículo en un millón de dólares. ¿Usted lo pensó, lo iba a vender?
—No, ¡qué lo iba a vender! Estos señores árabes no saben en qué van a gastar la plata. Hay un príncipe hijo que es coleccionista de autos de celebridades, los junta y los tiene. Y bueno, es una hermosa manera de tirar la plata, para la gente que tiene mucha plata. Pero yo me reí. Y nunca dije nada.
—Usted se ha confesado ateo. ¿Cómo son sus relaciones con la Iglesia en Uruguay?
—Excelentes. La respeto mucho. Yo tengo un gran respeto por las religiones. Que yo no pueda creer no quiere decir que desprecie a la gente que cree. He llegado a esta conclusión: estuve en la cama de un hospital boqueando hace muchos años, herido, y ahí se moría gente. Y me encontré con esto: a la gente que tiene fe, la religión la ayuda a un buen morir. Menudo servicio. Por eso le tengo enorme respeto.
—Lo vi muy animado con el Papa, ¿cómo le va con él?
—Un hombre muy inteligente que “se las trae”. Abierto y que va a dejar una huella muy honda en el mundo cristiano.
—¿Va a cambiar la Iglesia?
—Creo que está en esa lucha de procesos, pero es un barco grande. Y complicado, con contradicciones, intereses, cosas que se cruzan. Pero bueno, está haciendo un esfuerzo notable
(Fragmento de una entrevista
publicada en www.eltiempo.com)