Es cierto que las compañías deep tech tienen mayor riesgo. Lograr una empresa de estas características implica tiempo, dinero y la exposición a que la solución no funcione. Aun así, el desarrollo de este tipo de startups nos conducen a una enorme oportunidad, si sabemos aprovecharla.
Parecería ser una utopía si consideramos la profunda inestabilidad que ha vivido nuestro país en las últimas décadas, pero los hechos en relación al crecimiento de este tipo de startups – y al desarrollo de la economía del conocimiento en general - contradicen toda suposición.
El término deep tech (tecnología profunda) se ha usado por décadas referido a tecnología de punta, y ahora en una definición moderna incluye startups financiadas por capital de riesgo, basadas fundamentalmente en descubrimientos científicos tangibles o innovaciones de ingeniería para resolver grandes problemas, mejorando radicalmente la forma en la que se hace algo.
Por ejemplo: un dispositivo o técnica médica para combatir el cáncer, una nueva tecnología para ayudar a producir alimentos de forma más eficiente, o una solución que permita tener hijos a las parejas con dificultades para concebir.
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En Argentina, desde hace mucho tiempo, la industria del conocimiento es el tercer rubro generador de divisas del país, detrás de la soja y la industria automotriz, superando a muchos otros ítems tradicionales de exportación como la carne, por ejemplo. A marzo de 2021 las empresas de servicio basado en conocimiento emplearon a 436.000 asalariados registrados, de forma que su porcentaje de participación en el total de empleo privado registrado alcanzó un máximo histórico de 7%, lo que nos da una idea del tamaño de la oportunidad.
Sin embargo, aún queda mucho trabajo por hacer en este campo y el beneficio puede ser enorme si sabemos aprovechar esta oportunidad. El efecto en cadena que proporcionaría un sólido ecosistema basado en el desarrollo de ciencia y tecnología resulta evidente. El resultado económico apalancado por el crecimiento y la creación de innumerables fuentes de trabajo sería notorio.
Así lo refleja la experiencia del programa Yozma, implementado en Israel cuando la situación era similar a la que vive nuestro país hoy: elevado déficit fiscal, inflación cercana al 500% anual, fuga de capitales y un alto endeudamiento. A través de un esquema de fondos de capital público-privado se apostó principalmente por startups deep tech, logrando, décadas más tarde, que el país se convirtiera en la segunda potencia tecnología mundial. Hoy, Israel cuenta con un PIB per cápita de casi 44 mil dólares, cinco veces más que el de Argentina.
Entonces, la respuesta a por qué debemos seguir invirtiendo en ciencia, startups y en el desarrollo de la economía del conocimiento es clara: para seguir generando puestos de trabajo genuino y una economía en constante crecimiento. Según un informe realizado por el Banco Interamericano de Desarrollo en 2020 sobre los emprendimientos de base científico-tecnológico en América Latina, basado en lo que se gasta en investigación, se podrían generar alrededor de 3.000 startups deep tech en los próximos 5 años, si se apunta en la dirección correcta y se utilizan los recursos de forma eficaz.
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El principal factor para aprovechar esta oportunidad radica en que los distintos actores que conforman el ecosistema público-privado deben estar dispuestos a tomar riesgos. Aunque parezca contradictorio el riesgo es menor al que uno piensa. Desperdiciar el potencial de integrar un ecosistema de esta naturaleza, evitando hacer algo que pueda cambiar el juego supone un riesgo mucho mayor. Las personas siempre lamentan más lo que no hicieron que lo que hicieron.
En este sentido, la mejor manera de controlarlo es justamente elegir un buen entorno, rodearse de personas que saben que apuntar alto a veces significa quedarse corto. La percepción social que penaliza al fracaso nos aparta de nuevas oportunidades, y justamente lo que necesitamos es tomar mayores riesgos en búsqueda de paradigmas que nos acerquen a la economía del futuro y nos permitan modificar la matriz productiva.
La Argentina ya ha demostrado que tiene los recursos, el talento y los conocimientos para brindar soluciones a problemas globales. Razones para afrontar este camino hay de sobra, pero la más importante radica en apostar por una economía sustentable donde la ciencia y la tecnología adopten mayor protagonismo para lograr un mayor crecimiento, atraer inversiones de calidad y a largo plazo; y crear un ecosistema público-privado solidario con las condiciones fiscales y legales que fomenten el establecimiento permanente de estos generadores de recursos. Únicamente de esta manera, podremos aprovechar el valor y los beneficios que aporta la industria del conocimiento.
* desarrollador de negocios de CITES.