El martes 30 de marzo del ’82 se realizaba la convocatoria de la CGT-Brasil, sector gremial más enfrentado la dictadura, a un paro con movilización a la Plaza de Mayo bajo la consigna “Pan, Paz y Trabajo”, que se replica en las principales ciudades del interior. La represión policial provocó numerosos heridos, detenidos y un muerto en Mendoza. Las columnas coreaban un cántico ya característico y vibrante en cada manifestación: “Se va a acabar, se va a acabar, la dictadura militar”. Era la culminación de una serie de convocatorias, paros y movilizaciones que habían tenido lugar en los últimos meses.
Fueron detenidos los principales líderes sindicales, con Saúl Ubaldini a la cabeza. 48 horas más tarde, la Junta Militar anunciaba el inicio de la Operación Rosario, el desembarco de tropas argentinas en las islas Malvinas. Todavía no se habían apagado las brasas de la protesta y la Plaza de Mayo se volvió a llenar de gente, en este caso, para celebrar con banderas argentinas el anuncio del Gobierno. Los sindicalistas presos fueron liberados y de inmediato se sumaron a los festejos. Ni unos ni otros suponían en ese instante que había comenzado la cuenta regresiva para la dictadura militar.
Cuenta regresiva. Cuando finalizaba el año ‘81, el flamante ministro de Economía Roberto Alemann, designado por el autoproclamado presidente, general Leopoldo Galtieri, había inaugurado su gestión con una serie de drásticas medidas de reducción del gasto público y regreso a la ortodoxia monetarista de Martínez de Hoz. “No habrá aumentos de sueldos para la administración pública ni para los organismos y empresas del Estado”, afirmaba Alemann, con lo que ponía fin al plan de mejoras trimestrales; el último aumento se había concedido en septiembre de 1981 durante la gestión de Lorenzo Sigaut, bajo la corta presidencia del general Roberto Viola, desplazado por Galtieri.
Los sindicatos repudian las medidas y el obispo de Viedma monseñor Miguel Hesayne afirma que “la política económica y la economía de este Proceso son anticristianas”. La CGT se declara en sesión permanente en “la lucha contra la desocupación, los salarios de hambre, la entrega del patrimonio nacional y por el restablecimiento del estado de derecho”.
El 30 de marzo se realiza la movilización a Plaza de Mayo, convocada por la línea más combativa de la dirigencia sindical. En un clima de alta tensión, los incidentes se generalizan y convierten a esa tarde en una jornada inédita en los últimos seis años, en lo que se refiere a enfrentamientos violentos entre trabajadores y fuerzas de seguridad, con gran cantidad de heridos y más de mil detenidos. Similares episodios se produjeron también en numerosas ciudades del interior. En Mendoza, el trabajador cementista José Benedicto Ortiz muere víctima de la represión policial. Los integrantes de la cúpula de la CGT Brasil -Saúl Ubaldini, Ricardo Pérez, Ricardo García, Horacio Alonso y Cesar Loza, entre los más visibles-, son también detenidos y el Ministerio del Interior afirma en un comunicado que “lamenta lo ocurrido”, mientras agrega que que la convocatoria “no tuvo adhesión popular”. son detenidos. La Intersectorial CNT-20 –el sector “dialoguista” de la dirigencia sindical–, a pesar de no haber adherido a la demostración, condena “ la injusta agresión “ de que fueron víctimas los participantes de la movilización y expresa su apoyo a las reivindicaciones reclamadas por la CGT Brasil.
Un as en la manga: Malvinas
Estaban dadas todas las condiciones para que la dictadura tuviera que enfrentar un escenario de creciente protesta y conflictividad social. La manifestación del 30 de marzo había sido considerada como “el comienzo del fin” de la dictadura. Esa misma noche, la CGT Brasil daba a conocer su evaluación de la jornada afirmando que el régimen militar “está en desintegración y en debande”, para reclamar la formación de “un gobierno de transición cívico-militar hacia la democracia”.
Sin embargo, un anuncio que sorprende a la opinión pública revierte la situación: el 2 de abril por la mañana, la Junta Militar da a conocer que las Fuerzas Armadas habían iniciado el Operativo Rosario, de desembarco en las islas Malvinas para recuperar la soberanía nacional sobre el territorio insular. Prácticamente nadie en el espectro político y gremial cuestiona la decisión, y se conocen expresiones de generalizado apoyo.
Producido el hecho, la CGT y la Intersectorial, las dos centrales obreras que permanecían divididas, convocan a los trabajadores a manifestar su júbilo y la Plaza de Mayo se colma de gente, aunque ahora para brindar su apoyo al mismo gobierno que unos días antes había puesto en funcionamiento toda su maquinaria represiva para acallar los reclamos y protestas.
Era el primer apoyo decidido del sindicalismo a una medida adoptada por la dictadura militar instalada en marzo de 1976. Los pronunciamientos dieron un abrupto giro de timón que se percibe en los términos del lenguaje utilizado: ya no será “el gobierno de facto” o “la gestión gubernamental del llamado Proceso”; desde el 2 de abril serán “nuestras Fuerzas Armadas”, tal como aparece en sendos comunicados de las dos principales corrientes gremiales.
La Intersectorial señala: “Ante los hechos producidos por nuestras Fuerzas Armadas en el acto supremo de recuperar para nuestra soberanía nacional el territorio que integran nuestras Islas Malvinas, expresan con firme patriotismo su alborozo […] Los argentinos nos encolumnamos con un mismo sentimiento celeste y blanco para reivindicar el fin de 149 años de usurpación, ratificando aquello de que vencidas todas las instancias legales para que se restituya lo propio, es válida la utilización de la fuerza para conseguirlo”. Y la CGT invita “a todo el pueblo argentino sin distinción de banderías a hacerse presente en la Plaza de Mayo y embanderar los edificios con nuestra enseña Patria […] No se trata de una ocupación. Nuestras Fuerzas Armadas han ejercido un derecho legítimo de restituir a nuestro territorio patrio lo que por derecho propio nos pertenece. En esa alternativa el movimiento obrero argentino, representado por la CGT, acompañará este hecho histórico declarando el 2 de abril como el Día de Júbilo Nacional”.
Casi una semana más tarde, la CGT publica una solicitada titulada “Primero la Patria” en la que busca limitar los alcances de su adhesión: “La reconquista de las Malvinas en nada modifica los graves problemas internos que nos conmueven y, si bien la CGT ha hecho un paréntesis en su plan de acción (…) ello bajo ningún punto de vista debe interpretarse como una renuncia a lograr los objetivos de justicia social, independencia económica y soberanía política postergados por largos años”.
La presencia de los dirigentes alineados en la CGT y la Intersectorial en el acto de asunción del gobernador de las islas general Mario Benjamín Menéndez reafirma la adhesión, la que queda ratificada cuando los gremialistas aceptan viajar en el avión charter oficial con destino a las Malvinas, oportunidad en la que Jorge Triaca y Ubaldini se estrechan en efusivo abrazo antes de partir. A su arribo a las islas, este último dirá: “Damos este respaldo a las Fuerzas Armadas porque nos sentimos orgullosos de este acto de recuperación”. El sindicalismo se convierte así circunstancialmente en un aliado del gobierno militar en esos días y organiza misiones que viajan con destino a distintos países para “clarificar los derechos argentinos sobre las islas”.
Los principales dirigentes de la CGT y de la Intersectorial emprenden viajes a Europa, Latinoamérica y Estados Unidos para explicar las razones de la decisión del gobierno y los derechos argentinos sobre las islas, pero no podrán evitar pronunciamientos como el de la ciosl con un análisis de los hechos que termina por acusar al gobierno militar de “ocupar las islas Malvinas para desviar la atención de los problemas de libertades democráticas en el país”.
“Estamos totalmente de acuerdo – responde la Intersectorial CNT 20 – que la recuperación de las islas Malvinas fue una resolución del país y no de las Fuerzas Armadas exclusivamente”. A través de un comunicado, la CGT reclama que “sea preservado por la gestión diplomática aquello que nos costó sangre conseguir”, y advierte que las negociaciones son “una responsabilidad ineludible del gobierno, de la cual deberá dar cuenta al pueblo”. Asimismo, califica como “un acto legítimo de justicia la acción militar, del que se espera se proyecte más allá de la soberanía territorial y sea el punto de partida para el ejercicio integral de la soberanía popular”.
Sobre finales de abril se concreta una nueva manifestación popular en la Plaza de Mayo en apoyo de la acción militar, la tercera desde el inicio del conflicto. Convocada simultáneamente por la CGT y la Intersectorial, unas 10 mil personas convierten a la reunión en un acto político. Se hacen presentes grupos de distintas ideologías –los “Trabajadores socialistas” y la Juventud Comunista reparten volantes– y, a pesar de ser una manifestación de apoyo, no faltan consignas y carteles contrarios a la dictadura. En la misma jornada, la CGT reclama que “esta indudable crisis económica que comienza a producir el enfrentamiento bélico, no sea cargada a las espaldas del pueblo trabajador”. Hace blanco además en el ministro de Trabajo, el brigadier Julio César Porcile quien – según dice– “está al servicio de la injusticia social” y asegura que no asistirá a ninguna reunión con él. Porcile advierte entonces sobre “actitudes que pueden minar el frente interno y que no contribuyen a los objetivos elevados a que aspira la Nación “.
El 1º de mayo de 1982, tras el hundimiento del crucero General Belgrano por parte de la Royal Navy británica, comienzan las acciones militares en Malvinas. Mientras se realizan algunos actos conmemorativos del Día del Trabajador, Jorge Triaca sostiene que la CNT y todo el movimiento obrero argentino “están dispuestos a acompañar esta gesta en cualquier circunstancia y en cualquier lugar en que tengamos que sumarnos y ofrecer hasta nuestras vidas, como ya lo hacemos con las de nuestros hijos y hermanos que, con los dientes apretados, están defendiendo la soberanía argentina”.
Mientras el conflicto bélico se irá intensificando, la dirigencia sindical se reacomoda nuevamente: la CNT y la Comisión de los 20 deciden crear una nueva CGT para dirimir su representatividad con la homónima conducida por Saúl Ubaldini. Queda entonces claramente dividido el espectro sindical en dos centrales obreras: la CGT Brasil, liderada por Ubaldini, y la CGT Azopardo, con Jorge Triaca al frente. Una vez más, el aditamento diferenciador responde a la calle en la que se encuentran sus respectivas sedes.
El acompañamiento de dirigentes políticos y gremiales al gobierno durante el conflicto bélico es utilizado por el aparato propagandístico oficial para transmitir un mensaje triunfalista que estaba alejado de lo que ocurría en el campo de batalla. Por eso, cuando el 14 de junio se conoce la rendición en las Malvinas, estalla el descontento popular. El mismo día, varias manifestaciones espontáneas recorren las calles céntricas de Buenos Aires; y la jornada culmina con vidrieras rotas, varios vehículos de transporte incendiados, represión y muchos contusos y detenidos, como triste saldo de la desilusión y la furia. La CGT-Brasil exige de inmediato la renuncia del presidente y a las Fuerzas Armadas les requiere “serenidad y grandeza en los procedimientos futuros”. Agrega: “Sepa el gobierno que los argentinos no estamos dispuestos a seguir siendo los kélpers”, en referencia a la población malvinense.
Mientras el general Galtieri enfrenta sus últimas horas en la presidencia aferrado a un poder que ya no tenía, la CGT-Azopardo planteaba una concertación de todos los sectores, y advertía sobre “los aliados internos del colonialismo”. Los sectores del sindicalismo peronista ortodoxo, por su parte, en un plenario presidido por Lorenzo Miguel, solicitaban que el Partido Justicialista “se ponga al frente de la protesta popular contra el gobierno”. Cuando asume como último presidente de facto, designado por la Junta Militar, el general Reynaldo Bignone, los agrupamientos gremiales reclamaban el levantamiento de la veda sindical, la normalización sectorial y un “plan económico de emergencia”. Promediaba el mes de junio de 1982 y comenzaba, ahora sí, la cuenta regresiva para la dictadura, que iniciaba su retirada.
*/**Periodistas e historiadores. Autores de La lucha continúa. 200 años de historia sindical en la Argentina. (Colaboró Graciela Petcoff.
El testimonio de Fernando Donaires: “Nosotros hicimos el 30 de marzo”
SG/FB
Como Cipriano Reyes, el legendario dirigente de la carne que movilizó las primeras columnas obreras el 17 de octubre de 1945, y así lo contó en su libro Yo hice el 17 de Octubre, Fernando Donaires, destacado líder gremial de los años 60 y 70, hizo lo propio en su libro Memorias 1945-1985. El sindicalismo y los gobiernos, al referirse a la protesta sindical del 30 de marzo del 82 como un verdadero punto de inflexión que marcó un hito en la cuenta regresiva de la última dictadura militar. Dirigente del gremio papelero, ex secretario general de la CGT, miembro de las 62 organizaciones, formaba parte en ese momento de la CGT Brasil, liderada por Saúl Ubaldini, así se expresaba Donaires en su testimonio:
—¿Qué papel jugó usted en la desestabilización de la dictadura militar, en época de Galtieri?
—Modestamente, le puedo decir que fui un poco el autor de la iniciativa del proceso del 30 de marzo de 1982. Había compañeros que quedaban de los resabios de lo que había sido la Comisión de los 25, que, proponen hacer el acto el 24 de marzo y los que querían hacerlo en Plaza Once. Ubaldini viene con la información a la oficina del gremio y me dice: “mirá -refiriéndose a estos compañeros que deseaban el 25 de marzo y en Plaza Once, si lo hacemos el 24 de marzo, es una fecha en la que no son peronistas , no les va a importar sumarse porque tienen un tinte totalmente peronista, que es la caída de Isabel”. Mirando el almanaque le dije refiriéndome a esos compañeros, “¿estos quieren hacerlo el día 24 de marzo y en la Plaza Once? ¿qué se te ocurre a vos?”
“Hagámoslo el 30 de marzo y en la Plaza de Mayo”. Ubaldini me miró diciéndome “los milicos no los van a dejar llegar (…) después, no tengo duda, que habría cien mil compañeros en la Plaza de Mayo, a ellos se le sumarán todos los que salgan de los ministerios de la zona y los palos que van a dar a peronistas y no peronistas se conocerán en todo el país”.
“No me interesa la cantidad de represores, pero sí, recuerdo siempre desde la calle Belgrano hasta Córdoba y 9 de julio cerraron todo el tránsito y todo cuanto caminaba por ahí estaban cobrando o mojados sino presos”, recuerda Donaires.
“El razonamiento que yo había hecho tenía la connotación de hacer el escándalo para que todo el mundo se enterara que estábamos vivos todavía y había quien se animaba a enfrentar al gobierno militar. No hay que olvidar que en el año 79 nosotros hicimos la primera huelga al gobierno militar y fuimos procesados y todos, presos a la cárcel de Caseros con Ubaldini y Lorenzo Miguel, acompañados de todos los integrantes de la CGT Brasil. Recuerdo que aquel 30 de marzo veníamos por la calle Córdoba, a la altura de Esmeralda, desde la Plaza de Mayo, ya andábamos bien, todos dispersos por los gases de agua y todo. Yo venía con Ubaldini y Lorenzo”.
“También nos acompañaba Diz Rey del gremio de viajantes cuando vemos pasar un par de coches de la temible "coordinación federal" y al verlos, huimos para escondernos. La calle ya estaba casi vacía. Subimos a un colectivo y nos quedamos parados para que los autos policiales no nos vieran. A la noche me llamó Lorenzo Miguel para tratar el tema del 30”.
“Cuando llegamos, Miguel me dijo ‘me acaba de llamar uno de los capos de la Marina y me pregunto qué actitud asumirías si se toman las Malvinas". Hablando de la hipotética tesis le dije: “Yo, por lo menos, pienso que debemos estar atentos y, en cuanto salgan todos a la calle, nosotros nos tenemos que sumar. Si no, vamos a recibir la puteada de todo el mundo, porque la gran mayoría de los que habían caído detenidos siempre somos retardados a las visiones”. Se producen los hechos tal como le habían informado a Lorenzo. y teníamos el rumor, una gran mayoría de los que habían caído presos seguían detenidos aún.
Lorenzo Miguel tuvo una participación muy activa. En honor a la verdad jugó totalmente de acuerdo conmigo. Lo hablamos con Papagno y algunos pocos más, entre ellos Hugo Curto. Dijimos que políticamente teníamos que suspender el enfrentamiento con los milicos, sumándonos a la reivindicación de Malvinas. Lorenzo dijo que iba a ser muy dura la resolución de apoyo ya que estaban muy calientes todavía y no habían largado a todos los presos prometidos. Y agregó "en un rato van a empezar a salir todos porque si no los milicos necesitan el apoyo de todos los sectores incluso de la llamada donde avisaban lo que iba a ocurrir y pedían condiciones, pero nosotros no dábamos un paso, sino estaban los muchachos liberados”, y a la hora estaban en la calle…”.