En el artículo publicado en la revista Proceedings del Instituto Naval de los Estados Unidos (USNI), del mes de agosto, el capitán de navío Frank Okata realiza un acertado diagnóstico sobre la particular situación de la República Argentina en el Atlántico sur, en el contexto de la rivalidad creciente entre EE.UU. y China. Independientemente de la excelente relación que EE.UU. tiene con Brasil y Chile, es una voz más que plantea con preocupación la relación que nuestro país tiene con China en el campo de la seguridad, y sus implicancias para la seguridad hemisférica.
Aunque se pueda argumentar que la relación sigue siendo “mucho ruido y pocas nueces”, hay condiciones que justifican la mirada del oficial naval: se ha permitido una instalación espacial de rastreo satelital, además de firmar una serie de acuerdos en el marco de la ruta de la seda, y se ha recibido equipamiento menor proveniente de ese país y ahora se suma un creciente interés por adquirir aviones de combate producidos por un consorcio sino-paquistaní conocido como JF-17 que, para ser justos, es parte de un paquete variado de competidores que tienen aviones de EE.UU. como el F-16, el Tejas de India (coproducido con EE.UU., Inglaterra e Israel), Francia y los Mirage 2000 e Italia con el Aermacchi M-346.
En EE.UU. preocupa la relación de nuestro país con China en el campo de la seguridad y sus implicancias hemisféricas
Existen dos antecedentes al artículo de Okata: uno en 2017, en el UK Defense Journal, titulado “Argentina have ceased to be a capable military force due to cuts” (“Argentina dejó de tener una fuerza capaz de combatir como consecuencia de los recortes presupuestarios”) y otro de 2019, de la publicación The National Interest, titulado “Trouble: Argentina’s Navy and Air Force are in danger” (“La Armada y la Fuerza Aérea de Argentina están en peligro”). Ambos ponen de manifiesto la capacidad de combate de las FF.AA. y su estado de preparación.
Los argumentos presentados suelen disparar debates sobre el estado actual de la defensa. El problema es que quedan reducidos a áreas de nicho como son los think tanks, las universidades o espacios marginales como Twitter. Pocos llegan a producir un efecto determinado, en las áreas de toma de decisión. Toda la discusión se reduce a la escasez, a la discusión eterna de “armas o manteca”, que en estos páramos se presenta como dicotómica, de manera tal que se hace política de defensa en los márgenes, sin destinar los recursos necesarios, dando continuidad a un largo ciclo de decadencia que afecta todas las áreas del Estado. La excepción a esta situación podría ser el Fondo para la Defensa, pero debido a la proximidad temporal de este no hay condiciones para decir si es o no efectivo. En los papeles debería funcionar.
Al leer con detenimiento el artículo, podemos señalar que las estructuras decisionales en Washington parten de dos premisas. Primero, saben que el veto británico complica la relación con EE.UU., en particular en lo que hace a la provisión de sistemas relativamente sofisticados. Situación recurrente con administraciones que hacen de la cuestión Malvinas el centro de la relación bilateral con el Reino Unido, con una fuerte retórica y una inacción supina que brinda el argumento justo para sostener un esquema de sanciones que es retrógrado después de cuarenta años del conflicto, aunque considerado razonable desde la óptica de la rendición de cuentas de Londres. Para las audiencias locales, y de no mediar la Guerra de Ucrania o la tensión en el Indo-Pacífico, Rusia y China aparecen como socios atractivos: material “libre” de sanciones, que eventualmente puede transferir tecnología y con acuerdos que a priori podrían relanzar aspectos específicos de la industria de defensa.
Segundo, saben a la perfección que desde hace tiempo la política exterior y la de defensa es una de bajos recursos, que vive de pedir prestado y negociar deudas. No somos únicos, pero sí una rara avis en la política internacional: somos “los mangalorianos”. Frente a ello, una oferta que siga los lineamientos de bueno, bonito y barato cobra sentido, sobre todo frente a quienes hacen de su práctica política, académica y social una fuerte retórica antinorteamericana.
Las recurrentes aspiraciones por cambiar de zona de influencia, para ser autónomos e independientes, se vuelven una quimera ya que no consideran las realidades políticas y geográficas que dicho accionar supone, pero el argumento es atractivo, basado en una concepción de soberanía de principios del siglo XX.
El capitán Okata es consciente de ello, de ahí su propuesta de contraponer la insistente oferta por parte de China de un producto sino-paquistaní (JF-17 Block III, versionado para evitar obstáculos del veto inglés) de calidad aceptable y participación mínima en el mercado internacional (pocos operadores, con armas de variada calidad, no probadas en combate) con una versión del F-16 A/B con capacidades limitadas. A priori la oferta no parece atractiva. Los F-16 daneses ofrecidos son de producción temprana, con cerca de cuatro décadas de servicio activo, y a pesar de consistentes modernizaciones, tienen una tecnología que a duras penas se puede considerar actualizada en 2022.
Pero al abrir la discusión se plantea lo más importante en una adquisición de sistemas de armas como el aéreo, con un doble propósito político y operacional: avanzar en el diálogo con el Reino Unido para sobreponer los obstáculos del veto, y proveer a la Fuerza Aérea Argentina de un sistema de armas que sirva como stop-gap operativo y puente hacia futuras capacidades avanzadas, sumándola a la grilla occidental. Un ejemplo de libro de texto de aquello que llamamos ganar-ganar.
Esto representa un reconocimiento expreso de que es necesario restaurar la confianza militar entre Argentina y el Reino Unido, y que EE.UU. está dispuesto nuevamente a ser garante de dicha acción, como cuando lo fue en la adquisición de los A-4AR, próximos a ser desprogramados.
Recuperar la confianza lleva tiempo, pero este sería el camino para reintegrarnos funcionalmente a la matriz occidental que detentan todas las fuerzas militares de la región, justamente generando interdependencia. Este no es un dato menor de cara al futuro. Es un necesario primer paso, luego de la frustración ocasionada por la fallida compra de los KAI FA-50 Fighting Eagle a Corea del Sur, en parte por el veto británico (y la falta de interés de encarar este desafío con el fabricante y en diálogo con los ingleses) y la carencia de fondos efectivos para comprar otro avión de entrenamiento avanzado configurado como caza ligero.
Es necesario restaurar la confianza militar entre la Argentina y el Reino Unido, y Washington está dispuesto a ser garante
Comparativamente, el F-16 nació como avión de caza y ataque a tierra por derecho propio, no por ampliaciones funcionales. En los últimos cuarenta años se ha convertido en el caza multirrol más exitoso del mundo, con más de 3 mil aviones operativos en 25 países. Su proliferación y enorme demanda, tanto en versiones nuevas como en el mercado de segunda mano, es reflejo de la efectividad y eficiencia de esta plataforma para fuerzas aéreas de todo tipo que requieren sistemas de armas polivalentes, modernas y con un amplio horizonte operativo.
Asimismo, Okata sabe que la adquisición de F-16 tiene un valor simbólico adicional ya que significa un compromiso en relación con el orden y la estabilidad en el Atlántico sur. Esto no es desestimar nuestro legítimo e irrenunciable reclamo sobre las islas Malvinas, Sandwich y Georgias del Sur, pero sí cumplir con lo establecido en la Constitución Nacional en cuanto a la vocación de recuperación pacífica. En el peor de los casos pone en blanco sobre negro una situación, deja vacío el argumento de que la culpa de nuestra falta de reequipamiento es del accionar anglonorteamericano.
Si optamos por el otro camino, comprar aviones de combate de una nación que además compite con EE.UU., estamos mandando una señal inequívoca: en un futuro podríamos transformar el mandato constitucional en algo condicional, ya que la incorporación de material militar de China se justificaría en la autonomía que brinda no integrar una cadena de valor occidental en caso de conflicto armado. Ciertamente, implica algún tipo de alineamiento alejándonos de la pretendida equidistancia entre ambos poderes. Ambos caminos son políticamente posibles, diferentes son las consecuencias.
Argentina apostaría a que China actuara como un socio militar vital, que además va a mantener una cadena de abastecimiento sólida para sustentar nuestras capacidades operativas. Considerando que la Directiva de Política de Defensa Nacional actual da prioridad a la defensa en el Atlántico sur como sistema integrado por el océano, las islas y la Antártida, la compra de aviones de combate chinos empeora el entorno de seguridad, ya que aumenta la dinámica de competencia futura y trae al Atlántico el dilema de seguridad que se da en el Pacífico.
Mientras que un acuerdo por mantener una línea de provisión de material militar occidental “de oportunidad” mejora sustancialmente la seguridad del ámbito: integraríamos la grilla de naciones que promueven la paz y la seguridad en el Atlántico sur (operacional y políticamente) y ayudaría a tener una relación bilateral más amplia con el Reino Unido.
En materia de seguridad internacional, las compras de armas no son neutras ya que se considera que representan además una declaración política. Si bien esta situación no previene de que sean usadas en contra del proveedor, tiene la finalidad de afectar percepciones y posición de poder, señalando un compromiso en el campo de la política internacional.
La decisión de adquirir un avión de combate supone sensores, datos y además integración a un complejo militar industrial, tal como lo pone de manifiesto Stephen Brooks en su libro Producing Security: Multinational Corporations, Globalization and the Changing Calculus of Conflict (2005), demostrando cómo la integración de los complejos industriales militares generan más oportunidades de paz. La preparación en el campo de la defensa es acerca de la paz que deseamos mantener, bienvenidas las reflexiones como las de Okata, que ponen el eje donde debe ir: la dimensión internacional de la defensa.
*Analista internacional, director de Cries. **Politólogo, profesor de la Ucema/UBA.