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opinión

Lula, el Papa y el centro

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| G.P.

Lula sería virtualmente presidente electo de Brasil. Sacó 6 millones de votos más que Bolsonaro, los candidatos que salieron tercero y cuarto, Simone Tebet y Ciro Gómez, que juntos obtuvieron alrededor de 10 millones de votos, decidieron apoyar a Lula para el segundo turno. Pero aun si la mayoría de sus votantes decidiera no seguir los apoyos de sus candidatos en primera vuelta, para que Bolsonaro compensase los 6 millones de votos más que sacó Lula, ocho de cada diez de quienes votaron por Simone Tebet o Ciro Gómez deberían hacerlo por Bolsonaro. Queda por ver cuántas personas de los 30 millones que no votaron lo harán en la segunda vuelta, que normalmente concita más interés: se estima que podrían alcanzar a ser otros 10 millones de votos y se especula que en este universo despolitizado podría llegar a haber mayor preferencia por Bolsonaro y entonces, en lugar de terminar 55 a 45 a favor de Lula, como resulta de proyectar la elección de primera vuelta, termine siendo 53 a 47 o incluso 51 a 49. El exitoso papel que logrará la derecha aun perdiendo le da la razón a Lula por haber elegido como estrategia electoral correrse al centro, alejarse del PT (nunca usó la ropa roja característica del Partido de los Trabajadores), aliarse con su anterior competidor del Partido Social Demócrata Brasileño (PSDB), Geraldo Alkmin, de centro hacia la derecha, cuyo referente fue el presidente Fernando Henrique Cardoso, y anunciar sus preferencias por economistas reconocidos como Pérsio Arida o Henrique Meirelles.

La polarización es una tendencia mundial que en cada país encuentra sus vectores de división pero en todos los países se potenció por una década de redes sociales y dos décadas de segmentación de los medios profesionales como respuesta a la proliferación de ellos mismos con más canales, más radios y más portales profesionales de internet.

Este fenómeno de aumento exponencial de contenidos solo es posible en democracias, la tendencia divide el mundo en Occidente, donde el ciclo es de polarización, mientras en Asia y en algunos países autocráticos mantienen el sistema de partido único (o casi).

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Las democracias han generado más progreso y desarrollo porque en su flexibilidad permiten la crítica a la tendencia dominante y su sustitución por una síntesis superadora hasta que una nueva tendencia vuelva a consolidarse para luego ser desafiada y continuar así en una espiral ascendente el progreso de la humanidad.

En algún momento, la polarización dejará de ser la tendencia dominante y el centro (una síntesis) la vencerá. Un triunfo de Lula en Brasil no dejaría de ejercer influencia sobre nuestro país, el mejor ejemplo es que la Bolsa de Brasil tuvo un significativo aumento al conocerse el resultado de las elecciones del domingo pasado haciendo subir también las acciones de la mayoría de las empresas argentinas.

El definitivo triunfo de Lula en Brasil podría promover un viaje del Papa a Sudamérica, hasta se especula con la posibilidad de que fuera a fin de este año y desde Brasil Francisco pudiera ingresar a Argentina visitando primero provincias más pobres del norte de nuestro país.

Traducir un triunfo de Lula literalmente como un espaldarazo para Cristina Kirchner podría ser un error si la nueva ontología política reemplaza derecha e izquierda por polarización o centro. Si estas últimas y no las primeras fueran las categorías más adecuadas para representar la verdadera disputa del campo político, quienes podrían eventualmente salir beneficiados serían Rodríguez Larreta, Facundo Manes y Gerardo Morales en Juntos por el Cambio, o Alberto Fernández (¿Scioli?) y Sergio Massa por el Frente de Todos.

Al revés, en el otro sector que refleja la infografía que acompaña esta columna, se encontrarían Mauricio Macri, Patricia Bullrich de Juntos por el Cambio, Javier Milei por los libertarios, y Cristina Kirchner por el Frente de Todos.

Quien entendió que en una posible nueva ontología de la política se les reduce el sentido a las categorías derecha e izquierda y cobran relevancia determinante las categorías polarización o centro es Facundo Manes, quien fue el protagonista de la semana al calificar a Macri de “populista institucional” por haber pretendido nombrar jueces de la Corte Suprema por decreto y haber utilizado los servicios de inteligencia para el beneficio personal. Remató diciendo que “Mauricio Macri y Cristina Kirchner dividen a la sociedad”, que hay que salir “por arriba del laberinto, porque estamos atrapados en un fanatismo y en una grieta que solo les sirve a los que ganan elecciones con esas grietas”.

Facundo Manes repite la lógica de Alfonsín, quien planteó su estrategia electoral en 1983 desestimando las categorías derecha e izquierda de la economía para suplantar la divisoria de aguas entre democracia y dictadura. De alguna manera, la visión de Macri y Cristina como los males de la Argentina que hay que superar conserva alguna relación, aunque exagerada, con el concepto de los dos demonios de Alfonsín para calificar la violencia de la guerrilla y la violencia ilegal del Estado.

Sorprendió Manes con el ambicioso plan de reinstalar una ontología superadora de la de Néstor Kirchner, quien en 2003 ordenó el mapa político argentino pos-Cavallo alrededor de las categorías clásicas de derecha e izquierda. Manes vino a decir que Macri es hijo de la ontología kirchnerista y que por lo tanto, al igual que Cristina, son dos caras de la misma moneda epistémica, de la misma visión ordenadora del mundo, donde el opuesto es fuente del opuesto.

Los límites de la economía actual ya no permiten prometer cambios muy reformistas en la distribución de la renta, el ejemplo es Lula en Brasil, donde sus economistas son los mismos del PSDB de Fernando Henrique Cardoso y, aunque mucho más disimuladamente, lo mismo viene sucediendo en Argentina, donde Marina dal Poggetto (Manes), Gabriel Rubinstein (Massa) y Martín Guzmán (Alberto Fernández) no tienen grandes diferencias ideológicas con los moderados del PRO. Cuando la promesa de “llenar la heladera” se hace inverosímil, como también la “lluvia de dólares e inversiones”, las identidades precisan tener otros significantes, como sucede en los ejemplos del exterior, tanto para los políticos polarizantes como para los de centro.