Semanas atrás, el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, reveló que su gobierno prepara “una propuesta para unirse” a la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, en su acrónimo en inglés). El emblemático proyecto chino de inversiones e infraestructuras alrededor del mundo se inauguró en 2013 y cuenta con la participación de ciento cincuenta países, veintidós de ellos en América Latina. Sus promotores estiman que los corredores comerciales y demás proyectos vinculados a BRI han supuesto un desembolso de un billón de dólares.
Que Brasilia se plantea seriamente su adhesión se deriva porque es la primera vez que un presidente brasileño admite su potencial participación en el proyecto. En Beijing, la vocera del Ministerio de Asuntos Exteriores, Mao Ning, ahondó en dicha idea al asegurar que China está intentando alinear el BRI con un plan de reindustrialización de Brasil.
Esto es un cambio sustantivo con respecto a la posición que Brasil tuvo tradicionalmente en este asunto.
A pesar de que China es el mayor socio comercial de Brasil desde 2009, el país es uno de los pocos de la región que evitaron unirse al BRI, el proyecto estrella de la diplomacia de Xi Jinping. Por ahora, la adhesión brasileña sigue siendo sólo una posibilidad, porque no hubo ningún anuncio formal. Lo que sí existe desde que se creó la iniciativa es presión por parte china. Y ahora parece que Brasil podría sucumbir a tal presión.
Luces. Indudablemente, la adhesión al BRI traería oportunidades enormes a Brasil, en especial, acceso a más inversión en infraestructura, que es clave para que una economía emergente como la brasileña pueda crecer de manera sostenida. Sin embargo, en alta política no hay nada que esté libre de costos, especialmente en el actual contexto de la disputa geopolítica entre China y Estados Unidos, que ha trastrocado los cimientos de la globalización tal cual la entendíamos y que moldeará el mundo en las próximas décadas.
Las oportunidades detrás de la adhesión son un incentivo considerable para Brasil. Este necesita modernizar sus transportes, su movilidad urbana, sus redes de saneamiento… La lista es larga y Brasil no tiene los fondos para dichas inversiones.
Las cifras lo confirman. El déficit fiscal del gobierno federal fue de unos 50 mil millones de dólares en 2023. La relación deuda/PBI roza el 80%, un nivel alto para un país en desarrollo. Brasil no es investment grade según las calificadoras de riesgo estadounidenses, lo que eleva el costo de los proyectos. Y hace dos décadas que el gasto gubernamental crece más rápido que la recaudación.
En definitiva, Brasil necesita quien financie su infraestructura. Y si se une a la Ruta de la Seda, es muy probable que China esté dispuesta a ello. Y no sólo eso. La tendencia de la inversión directa china en el país sudamericano se ralentizó en 2022 con respecto a otros países emergentes: 1.300 millones de dólares en Brasil frente a 5.500 millones en Arabia Saudí, 3.900 millones en Indonesia y 3.700 millones en Hungría.
Sombras. Ahora bien, también hay riesgos claros. Si Brasil entra en el BRI esto podría perturbar a Estados Unidos. En un escenario de un próximo gobierno de Donald Trump, no está claro que la relación entre una Casa Blanca escorada a la derecha sería armoniosa con Lula, un líder de izquierdas. En el campo político del expresidente de extrema derecha Jair Bolsonaro se ha pedido que Trump, en el caso de salir elegido, imponga sanciones al gobierno brasileño.
La polarización política brasileña es otro riesgo. Teniendo en cuenta que Bolsonaro mostró un sesgo anti-China, ¿qué ocurriría si un candidato apoyado por su formación gana las elecciones presidenciales de 2026? ¿Mantendría el acuerdo del BRI con China? China no dejó de hacer negocios con Brasil por no adherirse a la iniciativa, pues las exportaciones brasileñas al mercado chino pasaron de 40 mil millones en 2013 a más de 100 mil millones una década después. ¿Pero, cuál sería la reacción de Beijing si Brasil sale del BRI dando un portazo?
Otro riesgo de subirse a la ola del BRI es que obras tan complejas llevan tiempo y pueden cambiar en el transcurso del tiempo. Los problemas en las mega-obras chinas en Ecuador, con proyectos hidroeléctricos que no generaron la energía prometida o que presentaron dudas sobre su seguridad, son buen ejemplo. Y no ayuda la burocracia brasileña, comúnmente citada por los inversores extranjeros como responsable del retraso en las obras de infraestructura.
En todo caso, Lula parece estar más cerca de China que de EE.UU. Su visita a China en 2023 fue de mayor magnitud que la visita de Lula a Joe Biden. Además, Lula y Xi Jinping comparten su deseo de cambiar la jerarquía y funcionamiento del orden internacional moldeado por EE.UU. tras la Segunda Guerra Mundial.
Cálculo. Pero no es descartable que señalar el acercamiento a China pueda ser un cálculo de Lula para aumentar el interés estadounidense de invertir en Brasil. La idea sería vender lo más caro posible la amistad brasileña a ambos los lados. Este es un camino que no es desconocido para las potencias medias del sistema internacional: ampliar sus resortes de poder y sin tener que elegir entre una y otra potencia.
Claramente, la política exterior se forja y ejecuta mirando los intereses vitales del país y tratando de eliminar los sesgos ideológicos innecesarios a la hora del cálculo político. Brasil ha obtenido réditos de ambos lados en los últimos años y lo ideal es que mantenga esa equidistancia. La cuestión es cómo adherirse al BRI sin que parezca que Brasil ha elegido bando.
*Analista político en Southern Pulse. Colaborador de Análisis Sínico en www.cadal.org.