El Estado moderno nace bajo el signo de la conquista: de América, del mundo natural, del propio cuerpo, de la verdad y de un largo etcétera. Para llevar a cabo esas conquistas hereda la espada de su antecesor medieval, con la que podía quitar la vida o la riqueza. Más a diferencia de aquel, ahora su ley no será solo espada para quitar, sino también norma (en latín significa “escuadra”) para medir y reproducir vidas y riquezas: para normalizar. Las leyes físico-naturales de Galileo y Newton permiten medir la regularidad (la “regla”) del universo. Esa misma concepción de ley como regla, como norma, es la que se espera que establezca el Estado a partir, precisamente, de la ciencia del Estado: la “estadística”, definida en sus orígenes como la colección de mensuras de la población y las riquezas del reino. El soberano, al dictar la ley, no solo castiga, sino que también “toma medidas”.
Espada y regla. Con las dos dimensiones de la ley, con la espada en una mano y la regla en la otra, el Estado cumple las dos funciones arquetípicamente asignadas al varón en nuestras sociedades: el guerrero y el proveedor.
Con el correr de los siglos, la regla pasó a tener más importancia que la espada para legitimar gobiernos y Estados. De hecho, tras la Segunda Guerra Mundial ninguna de las grandes potencias ganó en forma clara una guerra convencional importante porque sus ciudadanías no estuvieron dispuestas a ver llegar grandes contingentes de cadáveres. Afganistán es un buen ejemplo: la URSS se retiró en 1989 habiendo perdido menos de 16 mil hombres, y EE.UU. hizo lo propio con menos de 3 mil bajas. Comparemos estos números con el casi medio millón de soldados norteamericanos y los millones de soldados soviéticos caídos en la Segunda Guerra Mundial, y nos quedará claro de qué estamos hablando. El eje de la discusión política ya no pasa tanto por cómo ganar guerras, sino por cómo generar y distribuir la riqueza: la estadística económica cuenta más que la espada tanto para la izquierda como para la derecha. La potestad de quitar la vida y la riqueza cede su puesto a la capacidad de reproducir vida para reproducir riqueza.
Cuidar la vida. Pero hace unas décadas comenzó a cobrar fuerza un tercer factor de legitimación: la demanda de cuidar la vida. Desde tiempos inmemoriales la cacería ha sido el deporte de nobles y reyes. Sin embargo, cuando nobles plebeyos como los ricos y famosos Vanucci y Garfunkel o reyes de rancia estirpe como Juan Carlos se fotografiaron junto a los cadáveres de los animales que cazaron, el oprobio les hizo abdicar de sus títulos y honores. La conquista de territorios y riquezas deja paso al cuidado de la vida como fuente de legitimidad. El debate que más gente movilizó en los últimos años en nuestro país, el que se dio sobre el aborto, giró en torno al cuidado de la vida: el cuidado de la vida del embrión para un bando y el cuidado de la mujer que debe abortar en condiciones insalubres para el otro. No fue el incremento de la riqueza ni la conquista de nuevos territorios el eje de la discusión y, si bien valores como la libertad o la igualdad fueron mencionados, no constituyeron el núcleo argumental más relevante. No creo que sea casual que la encíclica Laudato Si’, referida precisamente al cuidado, tenga tanto impacto en todos los sectores, no solo creyentes.
Ahora bien, así como los papeles de guerrero y proveedor configuran las dos alas del carácter patriarcal del Estado moderno, la demanda de cuidado nos pone frente a una nueva realidad: la posibilidad de pensar en un Estado maternal. La pandemia está ofreciendo un ejemplo: los mejores exponentes del Estado patriarcal, machos compulsivos como Donald Trump o Boris Johnson, debieron recular o, como Bolsonaro, están atravesando serias dificultades políticas. Todos ellos antepusieron la riqueza al cuidado. En cambio, según indican las encuestas, quienes en lugar de caer en la falsa opción economía o salud apostaron por el cuidado mantienen un alto nivel de adhesión, como las primeras ministras Merkel, Ardern, Marin o Tsai.
Pero obviamente no se trata de ser varón para ser patriarcal ni de ser mujer para hacer un planteo de cuidado maternal: la imagen positiva de Alberto Fernández y Horacio Rodríguez Larreta tiene evidente relación con esto. Así como la regla no acabó con la espada para definir al soberano, pero puso la espada al servicio de la riqueza, el cuidado tampoco acaba con la regla ni la espada, pero las pone al servicio de la vida. Justicia, desarrollo y cuidado no son opciones contrapuestas. Un mundo mejor. Queríamos tanto a Discépolo que creímos que el mundo siempre fue y será una porquería. Pero no es tan así: hay momentos mejores y momentos peores, y los cambios acontecen. Un mundo mejor es posible. Algunas feministas sintetizan sus aspiraciones en el ¡muerte al macho! Entiendo el concepto y adhiero a lo que expresa, pero prefiero no hablar de muerte. Prefiero que podamos decir “chau macho”, chau al macho que llevamos dentro los varones, pero también al que llevan dentro las mujeres, pues poco importa que falten mujeres dirigiendo empresas predadoras o que Lara Croft reemplace a Rambo en la pantalla.
No importa que haya más varones generales y banqueros y más mujeres enfermeras o maestras, sino que ser enfermera o maestra tenga tanto reconocimiento como ser general o banquero. Se trata, sobre todo, de decir adiós a ese macho que llevamos dentro, que nos ha llevado a aceptar o soportar un Estado patriarcal.
La liberación de quienes están abajo es también la liberación de toda la sociedad: también es muchas veces varón el soldado que se desangra en la trinchera o el trabajador que pierde la dignidad junto con su empleo. No es cuestión de invertir roles, de cambiar el Estado patriarcal por uno matriarcal, sino por uno maternal. En el matriarcal, el individuo puede quedar absorbido por un Estado que, con la excusa de cuidarlo, termine anulándolo.
Cualquiera que sepa lo que es una madre omnipotente o que tenga noción de las causas de la bulimia o la anorexia entiende de lo que hablamos. La diferencia entre cuidado y opresión no es cuestión de grados. Un buen progenitor no genera dependencias, sino que su prole desarrolle plena y libremente sus potencialidades. Un Estado maternal es aquel que posibilita la organización de una comunidad tan fuerte y robusta que ya no necesite ni padre ni madre para realizarse plenamente.
*Rector de la Universidad de San Isidro. Doctor en Filosofía Jurídica.