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América Latina

Dictaduras subdesarrollistas: cada vez menos legítimas, pero más estables

Los regímenes autocráticos latinoamericanos lucen más consolidados que nunca y la frustración y resignación golpea a sus sociedades. La incapacidad de las democracias de la región de organizar una presión coherente ayuda a ese proceso.

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Los informes sobre el estado de la democracia en el mundo coinciden en que hay cierto auge de las dictaduras. Cuando las autocracias están en un ciclo ascendente, puede ocurrir que alguna de ellas atraiga como un modelo eficaz de desarrollo material. 

Eso pasaba con la URSS desde fines de los años treinta, cuando esa dictadura parecía catapultar un país atrasado, rural y primitivo a ser una potencia industrial mundial. Millones de personas en el mundo fueron atraídas por ese espejismo, hasta que fue evidente la mala costura del monstruo, cayeron las máscaras y quedó desnuda una sociedad bloqueada y decadente. 

Hoy podría estar pasando lo mismo con China, que en estos meses ha logrado superar a Estados Unidos en indicadores económicos importantes. Si este modelo autocrático es capaz de regular los conflictos y expandir la economía, algunos pensarán que es un modelo realista para evitar las infinitas precariedades de los procesos democráticos.

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Pero China puede estar entrando en aquel punto de verdad al que llegó la URSS en un momento de su historia, cuando el modelo deja claro que es un lastre. El viernes 13 de septiembre pasado, The Financial Times publicó un informe señalando notorios ejemplos de cómo la cúpula del Partido Comunista Chino estaba asfixiando a los grandes emprendedores chinos. Las dictaduras parecen llegar a un punto en el que destruyen la prosperidad que crean. La lógica del escorpión, diría el rockero Charly García.

Nos queda el incómodo ejemplo de Singapur, donde existe una gran prosperidad económica, rebosa de inversiones directas y, al mismo tiempo, convive con una prensa bajo asfixia que lo ubica en los últimos puestos del ranking de libertad de prensa de Reporteros Sin Fronteras. Ese escorpión todavía no picó la economía, ni avanza una transición para hacerse a un lado.

En América Latina, nuestra ola de dictaduras militares de los años sesenta y setenta también tuvo una motivación desarrollista. Amplios sectores intelectuales y sociales creían que los militares eran el actor central para generar saltos de desarrollo que superaran los conflictos internos.

Hoy esa ilusión afortunadamente no existe. Las dictaduras existentes en nuestra región no tienen ninguna capacidad económica. En realidad, se ha consolidado una extraña familia de dictaduras subdesarrollistas, que hacen cada vez más pobres a sus respectivos pueblos. 

Nuestro Singapur sería El Salvador, donde gobierna “un dictador muy querido por su pueblo”, como dice Oscar Martínez, periodista del medio local El Faro. Es posible que el escorpión autocrático pueda hacer también que ese pequeño y precioso país entre en esta extraña familia. 

Erradicar el periodismo. El último informe del Índice de Transformación Bertelsmann 2024 (BTI), que presentó Cadal, muestra que Cuba, Nicaragua y Venezuela son los integrantes de esta familia bastante homogénea en la cual se cristaliza cada vez más la desindividuación integral, lo que implica que tanto desde lo individual como desde lo colectivo se bloquea la energía política, social, económica y cultural de las personas. 

Esta familia tiene rasgos comunes obvios. El primero, la destrucción de la democracia electoral. Daniel Ortega y Rosario Murillo, Raúl Castro y Miguel Díaz-Canel, Nicolás Maduro y Diosdado Cabello son binomios que no dejan dudas de que no entregarán pacíficamente el poder. Se han ido sacando todas las máscaras de la formalidad democrática.

El ataque al periodismo también es obvio. Dada la relación esencial entre el periodismo y los derechos, en una sociedad sin derechos el periodismo tiene necesariamente que estar erradicado. Cuba y Nicaragua tienen su periodismo en el exilio, y Venezuela posiblemente vaya en ese camino. La Sociedad Interamericana de Prensa le acaba de dar al “periodismo en el exilio” el Gran Premio a la Libertad de Prensa 2024. Por supuesto, el mismo destino sufre toda iniciativa cultural y artística que pueda ser interpretada como disidente. Los integrantes del movimiento de artivistas cubanos están presos, o en el exilio interno o externo. 

También coinciden en que son regímenes con disidencia, no con oposición. Cuando estuvo en Londres, antes de volver a caer en las garras mortales del régimen de Vladimir Putin, Alexei Navalni se quejaba en una reunión con el comité editorial de The Financial Times de que ese diario lo llamara disidente y no opositor, como él quería. Cuba y Nicaragua han logrado mutar la oposición a disidencia, que es más testimonial y un desafío menor hacia el poder real. Han logrado externalizar la polarización, y uno de los dos polos antagonistas quedó fuera de los límites territoriales. La oposición venezolana lucha hoy para que eso no ocurra. 

Por supuesto, la corrupción también es extendida e impune. En los tres países los controles son coladores. Desde la principal empresa de Cuba, Gaesa, el holding militar, que está por arriba de todas las auditorias, hasta en la vida cotidiana. Dice el BTI que en la isla hay una “corrupción generalizada en la vida cotidiana, que crea una mentalidad de que las reglas están para romperse”. Los periodistas nicaragüenses de Confidencial, dirigido por Carlos Fernando Chamorro, revelaron gran cantidad de casos de corrupción, lo mismo que los periodistas venezolanos de Armando.Info, editado por Ewald Scharfenberg. La sensación es que son autocracias donde se espeja la corrupción de los poderosos con la de quienes tienen que “resolver” su vida cotidiana de subsistencia. 

Pero no en todo tienen una ineficiencia caudalosa. Por el contrario, en el área represiva son flexibles e innovadores. Aprenden de las tres formas que señala el BTI: la experiencia propia, la experiencia internacional y el recurso de los consultores. El aporte de Rusia, China e Irán en esta área es evidente. Es una cooperación que recuerda la consultoría represiva de la anterior era de las dictaduras militares latinoamericanas y su inspiración intelectual desde Francia y Estados Unidos. 

A estos rasgos comunes de las dictaduras subdesarrollistas se suma el autobloqueo económico, que paraliza incluso la iniciativa que puedan tener las agencias estatales. El BTI dice que “bajo la presidencia de Nicolás Maduro, el PBI del país se ha reducido en más de tres cuartas partes: la depresión más profunda jamás vivida sin guerra”. Señala que Nicaragua está 126 en el ranking del Índice de Desarrollo Humano. Y sobre Cuba, se aclara hasta qué punto se desincentiva el progreso económico: “Las normas antimonopolio solo se aplican en el sector de las pequeñas empresas privadas para impedir lo que el gobierno considera enriquecimiento”. Si el Estado establece como objetivo impedir el enriquecimiento, no hay forma de crear riqueza. 

Huevos a domicilio. El nudo central de esta familia de dictaduras parece estar en el sector externo. Los sucesivos ciclos de protestas que se producen en estos tres países son gestionados por los gobiernos primero con la represión violenta, luego con el encarcelamiento y, por último, empujando al exilio a los líderes de esas protestas, logrando desinflar esas olas de malestar. Los sucesos venezolanos desde el robo electoral del 28 de julio pasado cumplieron ese patrón. 

La consecuencia inevitable de la represión política y económica es el colapso migratorio, lo que consolida el control político autocrático. En Venezuela el horizonte electoral había despertado la ilusión. Entre los ocho millones que emigraron, existían venezolanos que estaban dando la vuelta. Si se consolida una nueva frustración, un nuevo tsunami migratorio será inevitable. Hasta Cuba, que lleva más de seis décadas de inmigración ininterrumpida, nos sorprende. En 2022 tuvo la mayor ola migratoria de su historia, con alrededor de trescientos mil cubanos que se fueron a Estados Unidos mientras que otros miles fueron hacia Europa o América Latina. En Estados Unidos registraron que en 2022 se recibió el mayor número de nicaragüenses que intentaron entrar al país. Y más de la mitad de los nicaragüenses dice que quiere abandonar el país.

Por último, esa migración masiva no solo libera a estos regímenes de focos contagiosos de malestar interno y de líderes activistas. También facilita remesas que sostienen un estado de bienestar de subsistencia. En Cuba son alrededor de tres mil millones de dólares anuales. Las remesas son tan decisivas para el régimen que el propio diario gubernamental Granma informa asiduamente sobre cómo se pueden realizar los envíos de una forma segura. A confesión de parte, relevo de prueba.

Incluso crece una nueva forma de remesas desde Miami. Muchos no envían dinero, sino directamente productos de primera necesidad, hasta huevos. Recibir los dólares ya no es tan deseado porque, si no hay productos para comprar en la isla, no sirve. “Que nos lleguen huevos es sumamente importante (...) es un desayuno garantizado”, dice en una entrevista con la agencia francesa AFP una señora cubana, mientras recibía un envío con picadillo de pavo, jamón, chorizo, croquetas y yogur.

En Nicaragua las remesas tuvieron “un crecimiento exponencial en los últimos años”, dice el BTI, duplicando en 2023 la cifra del año anterior. Representaron el 26,1% del PBI local. Si bien Venezuela tiene un ingreso externo basado en otros rubros, los millones de venezolanos de la diáspora envían a sus familiares para su subsistencia incluso hasta el 60% de los ingresos que tienen en sus países de llegada, en los cuales pueden sufrir procesos inflacionarios que devaluaron sus ingresos y, por lo tanto, sus remesas.

Sumando todos estos factores, tenemos la pintura completa de las dictaduras subdesarrollistas. La paradoja final es que estos regímenes son cada vez menos legítimos, pero más estables. El BTI señala que “la dictadura orteguista en Nicaragua está más consolidada que nunca” y que, en Cuba, “la frustración y la resignación han permeado toda la sociedad”.

En Venezuela el lema de campaña de María Corina Machado, “Hasta el final”, pugna contra la realidad. Aquella democracia de los años setenta que recibía generosa a los exiliados latinoamericanos sufre ahora, como si fuera una venganza histórica, del espíritu perverso y pertinaz de las dictaduras.

Por supuesto, la incapacidad de las democracias de la región de organizar una presión coherente es nuestra “ayudita” externa a la consolidación de estas dictaduras.

*Profesor de Periodismo y Democracia de la Universidad Austral, y consejero académico de Cadal.