Probablemente uno de los mayores éxitos diplomáticos del ex canciller Dante Caputo fue la firma del acuerdo de paz con Chile, que puso fin a uno de los conflictos fronterizos más extensos y complicados que enfrentaba nuestro país, herencia de la dictadura militar. En 2009, cuando se cumplieron 25 años de la consulta popular en la que la población aprobó el tratado por amplia mayoría, el periodista Hernán Dobry entrevistó para PERFIL a Caputo, que reveló por primera vez los entretelones más dramáticos de las febriles negociaciones que evitaron a último momento una guerra de imprevisibles consecuencias. Aquí, la entrevista.
—¿Cómo estaba la situación cuando asumió como canciller?
—Se había bloqueado el camino a la solución pacífica y había que borrar del panorama argentino el riesgo de que se transformara en una nueva amenaza de guerra. Si las cosas seguían así, era muy peligroso porque se podía disparar la situación hacia una solución violenta en cualquier momento y tampoco existía la capacidad para encontrar una salida negociada distinta de la propuesta porque todas iban a basarse en lo que ya se había dicho: las tres islas iban a ir para Chile.
—¿Qué salida les quedaba?
—Teníamos un margen de a-cción muy estrecho debido a la incapacidad del gobierno militar de enfrentar y asumir los costos de la realidad. Esa valentía no la tuvieron los que teóricamente eran los grandes valientes de la Argentina. Nos pasaron el tema con esta situación tan difícil y dilemática. Luego de la primera semana de gobierno, Alfonsín me llamó a la Casa Rosada y me dijo: “Esto hay que resolverlo en el más corto plazo. Así que métale prioritariamente con esta cuestión”.
—¿Cuál era su objetivo?
—Recrear un mínimo clima de negociación y confianza con los responsables de la mediación en el Vaticano. Había expectativa de que íbamos a tener un poco más de capacidad de decisión y fuerza, pero había que demostrarlo. Tratamos de ver cuáles eran los espacios en los que podíamos negociar algo, con un gobierno con el que no teníamos ninguna afinidad.
—¿Qué opciones tenían?
—Aceptar tal cual venía la idea del Vaticano o considerar que las islas iban a ir a Chile y que había un espacio de negociación posible. Nos concentramos en discutir la proyección marítima en el océano Atlántico, que colocaba a Chile en una clara situación de país bioceánico. Al final, lo conseguimos y la Argentina mantuvo esas zonas.
—¿Cómo lo logró?
—En una reunión personal con el coronel Videla, jefe de la delegación chilena, en mi casa en Buenos Aires, nos pasamos un sábado entero negociando mano a mano y, de allí, surgió el acuerdo final. Fue un encuentro que comenzó complicado, ya que veníamos de dos mundos políticos totalmente distintos.
—¿Con eso quedó concluido el acuerdo?
—Con este criterio, se llegó a la redacción de la carta, al diseño de los mapas y a inicialar el acuerdo en el Vaticano. A mi regreso de Roma, me fui directo a verlo a Alfonsín que estaba contento por haber cerrado el proceso. Ahí, me dijo: “No es el último paso, tenemos que ir a una consulta popular” y me explicó la idea del plebiscito.
—¿Qué sintió?
—Me cayó como un balde de agua fría. Después de lo que habíamos logrado, debíamos empezar de vuelta con una consulta popular. Tenía toda la razón del mundo. Dios sabe lo que hubiera acontecido si se hubiera procedido de otra manera.
—Además, el Senado podía rechazarlo.
—Como se demostró después, incluso habiendo ganado la consulta popular, la aprobamos por un voto en el Senado. Además, servía para que nadie dijera que éste era un gobierno que no consideró el interés nacional, que volvieran a discutir el tema y denunciaran el tratado.
—¿Cómo tomaron eso en el Vaticano y en Chile?
—Con bastante temor. Los monseñores veían con preocupación que todo ese esfuerzo quedara supeditado al resultado de una votación. A los chilenos, no les hizo mucha gracia tampoco.
—¿Y en el ámbito local?
—Tuvimos un incidente con las declaraciones del senador Vicente Saadi en las que me trató de traidor a la patria. Dije: “Lo voy a desafiar a un debate y que sostenga su tesis frente a la opinión pública. Para mi sorpresa, aceptó. Eso nos obligó a explicarle a la gente en qué consistía el acuerdo”.
—¿Cómo vivió el debate?
—En ningún momento hubo una agresión verbal grave, salvo que me dijo: “Traidor a la patria” y me mandó a “las nubes de Ubeda”. Eso hizo que varios años después mi esposa visitara la ciudad desde donde me envió una tarjeta postal.
—¿Cuánto ayudó el debate a la victoria en el plebiscito?
—Jugó un papel, pero lo decisivo fue que se estaba tratando la solución y que no había otra más que la que adoptamos. Ese mensaje le llegó a la gente. Era un momento en el cual el gobierno democrático tenía un ascendiente muy grande sobre la sociedad argentina y la idea de la paz después de haber vivido la guerra tuvo un rol decisivo.
—¿Qué expectativas tenía para el plebiscito?
—El temor era a la baja participación más que al No, porque se trataba de una consulta popular voluntaria y sobre un tema complicado. Visto a la distancia, parece obvia la decisión de la mayoría de la sociedad pero en ese momento, y con los barquinazos que daba nuestra historia, podíamos encontrarnos con una sorpresa: una posición internacionalista podía calar en la opinión pública y tener una falta de interés en ir a votar.
—¿Qué sintieron en el gobierno cuando se enteraron de la victoria?
—Todo el mundo respiró con mucha más tranquilidad, no solo en la Argentina, sino también afuera.
—¿Por qué fue tan reñida la votación en el Senado?
—Aunque parezca increíble, con un resultado tan categórico ganamos por un voto en el Senado. Eso muestra hasta qué punto el camino de la consulta popular era el apropiado. Estremece un poco pensar que la mitad se opuso a la única solución posible. Cuando uno vota en contra de algo, implícitamente lo está haciendo a favor de otra opción. ¿Cuál era la que querían? ¿Estaban pensando en hacer la guerra? Después de Malvinas, ¿querían mandar a nuestros jóvenes soldados a enfrentarse con Chile para que por cien años tuviéramos marcada la relación con ellos y con todo el subcontinente sudamericano?
—¿Qué iban a hacer si no lo aprobaban?
—Empezar de vuelta. Pero iba a ser un drama. No sé si me hubiese quedado al frente de la Cancillería en ese caso, porque era un golpe políticamente muy duro y había que darle espacio al Presidente para recomponer una situación. Se hubiera producido un desastre ya que no había alternativa.
*Publicada el 4 de agosto de 2013.