Afuera hace frío. Suena una y otra vez la sirena avisando que los trenes van a pasar. Saborido enciende un cigarrillo. Abre la boca y bosteza largamente. Sus ojos están rojos, los cierra y caen algunas lágrimas. Tiene barba de una semana, canosa, y se la frota suavemente de vez en cuando. Su celular no deja de sonar, no lo atiende, y así será durante el resto de la entrevista, el tren y el celular, el celular y el tren.
—Salí volando y me olvidé los lentes, no veo una mierda. Pero la gorra nunca me la olvido. Es mi disfraz desde hace 12 años —dice Pedro Saborido, mientras toma un café a las 7 de la mañana de un viernes en el bar El Torreón, en Belgrano, frente a las vías del tren Mitre.
Viste gorra negra, campera y pantalón de jean desteñidos. Dice tener decenas de gorras y boinas: negras y lisas —la mayoría—, otras con nombres de músicos, como John Lennon y The Who, algunas con los logos de Nike o Adidas.
—Tengo algunas gorras que sólo uso dentro de casa porque son muy llamativas —aclara con voz pausada mientras mira pasar el tren.
Pedro Saborido mantiene reuniones a la mañana, a la tarde, a la noche, muchas veces de madrugada, en Belgrano, Avellaneda o Villa Urquiza, pero siempre en un café. Es co-creador, productor, guionista, actor, director, editor y locutor en off en “Peter Capusotto y sus videos”, programa de culto que en YouTube tiene más de 140 millones de reproducciones —ninguna suya porque no ve su trabajo—. Aunque haga todo eso, prefiere ser “el hombre en las sombras”, “el monje negro” del show, que este año no tendrá una nueva temporada, pero, sí una repetición que transmitirá Canal 9 los domingos a la noche.
—Anoche no dormí —dice Saborido mientras bosteza—. No es un evento no dormir, más bien es como una prueba. Me hace sentir que todavía le pongo intensidad al trabajo. A veces me siento en un sillón, pongo las patas arriba de algo y hago de cuenta que duermo en la butaca de un micro, eso me ayuda a despertarme más rápido.
Saborido, mientras moja una medialuna de grasa en el café, dice que nunca durmió como una persona normal y que nunca termina algo a las corridas para irse a dormir, y eso que tiene la cama cerca porque trabaja en su casa, en un cuarto chico pintado de blanco, muy luminoso, rodeado de libros y posters, una guitarra arriba de una silla, una computadora y muchos cuadernos.
Saborido nació el 24 de abril de 1964 en Gerli, al sur del conurbano, en una casa baja cerca de las vías del tren Roca, y ahora vive en un piso 12, a pocas cuadras de este bar, a metros de las vías del tren Mitre. Comparte su hogar con Marlene y los hijos de la pareja, Dante, de 19 años, estudiante de psicología y músico, y Sofía, de 16, actriz; también con Matías, un cocker blanco y marrón de ojos cansados y orejas grandes, que aparece cada tanto en “Peter Capusotto y sus videos”.
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—Me gustaría vivir en transición permanente, viajando —dice Saborido—. Tengo que acordarme que me gusta viajar. Me olvido que debo hacerlo, hago tantas cosas y después de un tiempo me doy cuenta de que no lo hice. Lo que me gusta de viajar es la transformación en la percepción del tiempo y el cambio de referencia: cuando lo hacés te ponés un disfraz, dejás de ser el vecino de tal lado y asumís un personaje diferente.
A Saborido le gusta viajar, pero no maneja. Le gusta la ciudad de Londres, aunque no hable inglés. También le gusta Bariloche, adonde viaja seguido junto a su familia. Como les gustan las alturas y los paisajes, suelen realizar una caminata de más de seis horas para llegar al mirador “La mirada del Doctor”, llamado así en homenaje al psiquiatra alemán Christofredo Jakob, maestro de Alicia Moreau de Justo, José Ingenieros, José Borda y Braulio Moyano.
—Llego hecho mierda, pero no me arrepiento, porque asumí un compromiso. En cierta manera, adquirí voluntades ajenas para lograrlo. Andá a saber qué pensaba ese psiquiatra alemán cuando subía ahí. ¿Qué era lo que él veía? ¿Qué lo impulsaba a querer ir a ese lugar? ¿Qué encontró? Algo lo atraía ahí, porque ese hombre entendía mucho sobre la mente humana.
Saborido comenzó a psicoanalizarse a los veinte años porque lo ayuda, según él, a “ordenarse”. Hace un tiempo que no lo hace y por eso dice necesitar un “service”.
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—Los compañeros de nuestros dos hijos, para representar el trabajo de sus padres, llevaban a la escuela un maletín, un traje o un mameluco —recuerda Marlene Lievendag, la esposa de Saborido—. Pero nuestros hijos se ponían un cuaderno bajo el bajo el brazo y listo.
Marlene Lievendag tiene casi 50 años, cabello rubio y ojos celestes. Su estilo es informal: campera negra, saco azul marino, calzas de distintos tonos azulados y botas de lluvia. Conoció a Saborido en 1993, durante las grabaciones de “Good Show!”, el programa de Tato Bores. “Fuimos amigos un tiempo”, cuenta Marlene. “Nos quedábamos hablando de cosas voladas y a los 6 meses comenzamos a salir.”
Ambos idearon una manera de volver a trabajar juntos después de muchos años en los que cada uno desarrolló intensamente su profesión, ella como directora de arte, diseñadora de vestuario y escenógrafa en distintas series y películas, como “El garante”, “La reconstrucción” y “Papeles al Viento”, y él en programas de televisión, como “Todo por dos pesos”, “Delicatessen”, “Compatriotas”, “Peter Capusotto y sus videos” y, en radio, con el programa “Lucy en el Cielo”. Juntos dictan el seminario “Un salto al vacío”, en la Universidad Nacional de San Martín, donde impulsan al público en general a que realicen su primer cortometraje. “Nació como una oportunidad para contar algo sobre lo que hacemos”, dice Marlene. “Al principio hacíamos los seminarios por el pancho y la coca, pero, nos servía de excusa para salir de la ciudad, conocer lugares y compartir momentos juntos”.
En los seminarios tocan temas relacionados con la psicología: la mirada del otro y la exhibición permanente ante esa mirada. También aborda temas como la tolerancia al fracaso, los mandatos y los oficios; la incorporación de la constancia y la producción a la rutina y, la vocación. A esta última, Saborido le atribuye una sobrevaloración que se refleja en lo que se exige de ella. También sostiene que se recompensa más el esfuerzo que el talento. “El talento y el oficio de buscar una idea es lo mismo, lo único que cambia son los tiempos. Se podría decir que la creatividad es una asociación de ideas”.
—A mí me gusta enseñar, pero no puedo comprometerme a cursos largos —dice Sabotido sobre los seminarios — La docencia es un disfraz, creo que en cierto punto lo hacemos para que nos quieran.
Marlene describe a su marido como “un busca” que siempre ha hecho mil cosas al mismo tiempo y, aunque tarde en hacerlas, las hace. Según ella, es “un procrastinador”, aunque no se compromete con algo si no está seguro de hacerlo.
—Asumo múltiples obligaciones porque funciono mejor en un sistema de obligaciones y compromisos —dice Saborido que gesticula con sus manos de idéntica manera a como lo hace en cámara en “Peter Capusotto”.
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Pedro Saborido fue un alumno correcto y se recibió de técnico electro-mecánico. Aunque reconoce que desde estudiante comete “eventuales irresponsabilidades” dice que no eran, ni son, su mayor característica porque no logran afectarlo, ni al conjunto de lo que hace.
—En la infancia tenía mi mundo, jugaba solo y tenía grandes momentos de introspección, pero siempre tuve y tengo muchos amigos, la mayoría desde hace más de 20 años —recuerda Saborido, mientras enciende otro cigarrillo, el quinto en una hora.
Terminado el secundario, estudió cine y trabajó como sonidista en “Esperando la carroza”, de Alejandro Doria. Al ver que la producción de una película era tan larga, dejó y se fue una temporada a Villa Gesell, regresó a Buenos Aires y cursó algunas materias de periodismo en la Universidad de Lomas de Zamora junto a su amigo y compañero de militancia del Partido Intransigente, Omar Quiroga.
En 1988, los amigos debutaron con un programa radial llamado “La luna con gatillo”, en FM Avellaneda, donde mezclaban sus tres pasiones: humor, política e historia. Después de esa experiencia, la dupla pasó a realizar guiones para el programa de Mario Sapag en radio Mitre. Duraron 15 días porque, según Sapag, los guionistas eran unos “chabacanos”. Los directivos de la radio no pensaron lo mismo y en 1989 les dieron su primer espacio en una radio importante, la FM100, con el programa “Saborido & Quiroga”, ahí estuvieron tres temporadas, hasta que ganaron el Martín Fierro en 1992 y pasaron a escribir guiones para Tato Bores.
—Mi trabajo es un juego que trascendió la infancia —dice Saborido—. Comenzó por acercarse al otro jugando contra lo sesudo, para intentar descolocar a la identidad y hacer que suceda algo que no corresponde: la risa es el estornudo de la razón. En toda expresión existe un acto de vanidad y de cierta manera hacemos reír para que nos quieran un poco más.
En la actualidad, además del seminario, Saborido da charlas sobre “humor político y sexo” en el interior del país junto al dibujante Miguel Rep y, en el espacio Bargoglio charla con invitados “notables” “Vermuth” de por medio. Además, tiene un programa de radio semanal en Bitbox llamado “Raviolandia” y está terminando de escribir un libro de cuentos sobre fútbol que se publicará antes de fin de año.
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A Saborido le gusta formar y mantener equipos. Por eso, desde hace más de diez años, trabaja con Alfonso y Ana Sierra, Marcelo Iconomidis, Diego Capusotto e Ivana Acosta. Con Jorge “Tata” Arias, su amigo de la infancia, lo hace desde “Saborido & Quiroga”.
A Pedro le gusta narrar historias y en la tevé encontró un espacio creativo. Pero no sólo crea, también destruye.
—Le encanta romper cosas, pero previendo los daños —dice Alfonso Sierra, director de arte y actor en “Peter Capusotto”, mientras arma un cigarrillo en un bar de Almagro—. Arma personajes y situaciones con el objetivo de hacerlo, lo disfruta y se nota. Pero, según palabras de Saborido “aunque el hilo conductor del programa sea la violencia, lo que moviliza al público es el amor”.
Saborido tropezó con una vieja piedra en 2011. Volvió a rodar una película, “Peter Capusotto y sus videos 3D”, que, a pesar de haber sido exitosa, a él, lo volvió “un poco más loco”, “es un quilombo, no lo hago más”, dice. Incursionó, además, en la literatura, la TV, la radio y el teatro, y en todos logró su objetivo: criticar y concientizar desde un punto de vista político a través del humor. Además, trabajó junto a los mejores cómicos y logró el reconocimiento de propios y ajenos. Pero no está conforme. “Al final, todo lo que hacemos tiene una importancia relativa. Sin embargo, me declaro un inconforme feliz”.
*Esta crónica fue producida en el curso de Especialización en Periodismo Narrativo organizado por Editorial Perfil y la Fundación Tomás Eloy Martínez, edición 2017.