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canonización popular

El largo camino de Evita a los altares

Una reforma canónica del papa Francisco, de 2017, establece que el ofrecimiento de la vida es equivalente al martirio para habilitar la vía a la santidad. Para muchos peronistas, eso abriría paso para santificar a Eva Duarte.

06-11-2021-logo-perfil
. | Cedoc Perfil

Tomás Eloy Martínez escribió Santa Evita, una celebrada novela histórica que ha sido objeto de rectificaciones por parte de Lillian Lagomarsino de Guardo, quien ofició de dama de compañía durante su tránsito por el Viejo Mundo y que como tal la conoció en su intimidad. Pero es a partir del texto del escritor tucumano que su vida se ha reconvertido en imágenes de una serie que trae una vez más a las primeras planas la memoria trágica del mito más grande de la historia argentina.

“Los santos que usted me nombra/no son de mi devoción, /yo solo tengo dos santos /Santa Evita y San Perón”, reza uno de los típicos refranes peronistas. 

Para explicar que el peronismo es una religión política no hace falta ninguna tesis doctoral, a pesar de que son ya unos cuantos los estudiosos de este singular movimiento que partió en dos la Argentina que así lo han categorizado mediante sesudos ensayos.

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Santa. Si el peronismo es una religión, Evita es su santa estelar. Mixtura de Robin Hood y la Madre Teresa de Calcuta, ella ha sido venerada como un ser dotado de una condición áurea en un típico caso de canonización popular. Por otra parte, la religiosidad del pueblo llano, otrora mirada con reticencia por las ortodoxias como una práctica marginal y supersticiosa, es ahora, debidamente purificada, objeto de una valoración que la acredita como una vía legítima de acceso a la fe cristiana.

¿Evita fue una santa? Una respuesta positiva sonará en muchos oídos como una verdadera blasfemia. Pero los peronistas que así la consideran están dispuestos a que también lo asuma oficialmente la Iglesia Católica, y ya se han agenciado a unos cuantos curas amigos a favor de su causa. Sin embargo, de momento todo esto no parece ser suficiente.

Aunque la tarea no es fácil, ellos consideran que se están configurando las condiciones para hacer de ese secreto deseo una soñada realidad, y en ese sentido el papa Francisco es mirado con particular atención. Se trata de una oportunidad única, como bien se comprende. Quién sabe cuándo volverá a haber un papa argentino en la historia de la Iglesia.

Por eso, después de un extenso letargo que tramitó silenciosamente pero que se mantuvo operativo en el sentir de una gran cantidad de personas, y a partir del pedido de la Confederación General del Trabajo (CGT), se ha puesto en marcha nuevamente el largo camino de Evita a los altares, que tiene su antecedente en un sentir nacido, ya en vida de ella, en amplios estratos populares.

Espiritualidad. Sin haber sido lo que se conoce como una católica practicante según los cánones institucionales, Evita ejercía una espiritualidad bastante básica pero que recogía algunas verdades esenciales de la fe. Tampoco es que fuera un dechado de virtudes; sin embargo, entre sus fieles no es esa la opinión predominante. 

Hay que tener en cuenta que en la religiosidad popular el dato del seguimiento escrupuloso de las reglas que disponen las autoridades eclesiásticas queda en un segundo plano, porque se valoran otras condiciones, como la muerte trágica, la lucha por la justicia y la sensibilidad hacia el sufrimiento humano, especialmente el de los pobres. Esto, no hace falta decirlo, es un valor muy cristiano.

Por otra parte, sus fieles no se andan con chiquitas a la hora de proclamarlo. Hilda Castañeira lo sintetiza así: “Eva Perón resume lo mejor de Catalina de Rusia, Isabel de Inglaterra, Juana de Arco e Isabel la Católica, pero multiplicando sus virtudes y llevándolas a la enésima potencia, hasta el infinito”. Parece un poco exagerado, pero así es el peronismo, apuesta fuerte sin pestañear.

Los políticos no gozan de buena fama de santidad, pero el de Evita no es el único caso de una canonización política, como lo indican las causas iniciadas de Giorgio La Pira y Robert Schuman. Hacia siniestra podemos encontrar la del Che Guevara, otro mito argentino que ha trascendido las fronteras nacionales y a quien también se considera un mártir que entregó su vida por sus hermanos, los condenados de la tierra. Hacia la derecha se sitúa la petición formulada a los obispos por miles de españoles de iniciar una causa de beatificación en favor de Francisco Franco Bahamonde, Caudillo de España por la Gracia de Dios, como rezaba la inscripción acuñada en las pesetas durante buena parte del siglo pasado.

Desde luego, la Iglesia institucional no puede hacerse eco de cualquier solicitud por más que responda a un sentir profundo del pueblo, Pero otro dato a tener en cuenta es una reforma canónica del papa Francisco, efectuada motu proprio en el año 2017, que es la carta “Maiorem hac dilectionem”, por la cual se establece que el ofrecimiento de la vida es equivalente al martirio para habilitar la vía a la santidad. 

Según sus devotos, Evita ofreció su vida una y mil veces por amor a su pueblo y lo probó con sus obras de una manera fehaciente. Tanto con ella como con Franco se han ofrecido presentar los necesarios milagros que ratifiquen los dichos de sus seguidores.

En esta dirección, y gracias al nuevo criterio de discernimiento introducido en las causas de beatificación, el papa Francisco ha podido canonizar a varios personajes que de otro modo hubiera sido muy difícil hacerlo, como Ángela de Foligno, Pedro Fabro, José de Anchieta, María de la Encarnación, Francisco de Laval, José Vaz, Junípero Serra, Bartolomé de Braga y Margarita de Città di Castello. Por eso cabe preguntarse: ¿abre nuevas posibilidades esta reforma a la canonización de Evita? 

No obstante, y aunque existe un terreno muy amplio para las apreciaciones, cabe tener presente que las condiciones del motu proprio no son tampoco tan fáciles de reunir, a saber: el ofrecimiento libre y voluntario de la vida, la heroica aceptación propter caritatem de una muerte segura y a corto plazo, la relación entre el ofrecimiento de la vida y la muerte prematura, el ejercicio, por lo menos en grado ordinario, de las virtudes cristianas antes del ofrecimiento de la vida y, después, hasta la muerte, la existencia de la fama de santidad y la necesidad del milagro para la beatificación, sucedido después de la muerte del Siervo de Dios y por su intercesión.

Los justicialistas están confiados, pero el camino es largo. Con todo, las opiniones más serias se muestran escépticas, pero esta es una carrera de regularidad y de largo aliento, en la que por ahora poco parece indicar que se llegue al objetivo perseguido. Lo último que se pierde es la esperanza, diría el Papa con una sonrisa. A su favor, ya lo sentencia también un apotegma de la tradición cristiana: los caminos del Señor son inescrutables.

*Profesor emérito de la Universidad Austral. Director académico del Instituto de Cultura del Centro Universitario de Estudios.