Cuando comenzaba a interesarme en los problemas del mundo, conversando sobre las rebeliones en Hungría y Polonia con un profesor de la secundaria, de izquierda, le pregunté si sabía de lo dicho por Nikita Kruschev durante el XX Congreso del partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). Me dijo sin dudar que todas eran informaciones falsas o malintencionadas. Como tenía un abuelo que, sin ser de izquierda, leía con frecuencia prensa europea, encontré el famoso informe del entonces líder del Kremlin y se lo llevé. Con la misma certeza de la respuesta anterior afirmó: “todo es cierto, pero no hay que decirlo porque es hacerle el juego al imperialismo”. Con el tiempo el profesor cambió de parecer, aunque la biología hizo que no pudiese ver la implosión de 1989.
¿Por qué una buena parte de quienes se autodefinen como de izquierda o progresistas no han reflexionado sobre las tragedias del pasado, en lo que suele llamarse el propio campo?
Calcados. Hace ya algunos años advertimos el derrotero de Venezuela y de Nicaragua. En lugar de abrir un debate racional y profundo, los planteos de izquierda o progresistas calcaron escenarios del pasado, de la Guerra Fría, del mundo bipolar o unipolar.
Ni siquiera una tragedia humanitaria como la que padece Venezuela, con tres millones de emigrados según fuentes confiables, suscita inquietud, dolor y discusiones apoyadas en el análisis de los hechos, los datos y los comportamientos. Nada de eso. Para la mayoría es más sencillo desempolvar consignas, sacar las viejas pancartas, agitar teorías conspirativas. De esta manera la vida pública y publicada continúa sin percibir un proyecto de izquierda convocante, necesario en un mundo tremendamente desigual e injusto.
Peor todavía, se han regalado a la derecha banderas por la que varias generaciones lucharon durante más de dos siglos: democracia, libertad, laicismo, derechos de la mujer, fraternidad, entre otras.
Ni siquiera una tragedia humanitaria como la que padece Venezuela, con tres millones de emigrados según fuentes confiables, suscita inquietud, dolor y discusiones apoyadas en el análisis de los hechos, los datos y los comportamientos. Nada de eso.
El historiador alemán Christoph Jünke estudió ese fenómeno y explicó en su libro lo que llamó La larga sombra del estalinismo (http://www.sinpermiso.info/textos/el-pasado-que-no-pasa-la-larga-sombra-del-estalinismo). Se trataría de una suerte de opresión que obnubila las mejores tradiciones ilustradas y racionalistas de la izquierda. Se pensaba que la implosión de la URSS, precisa Jünke, había sepultado al estalinismo como teoría y práctica política. Sin embargo, la mala sombra persistió al punto que algunos ven a Vladimir Putin como líder “antiimperialista”.
Rosa. Días atrás se recordó el centenario del vil asesinato de Rosa Luxemburgo, una de las figuras más relevantes y originales del socialismo de las primeras décadas del siglo XX. “La libertad es siempre la libertad de aquéllos que piensan diferente” afirmó, anticipando con audacia un fecundo debate, que fue cerrado dramáticamente.
Fundadores del Frente Sandinista advirtieron hace ya algunos lustros sobre el curso “restauracionista” del somocismo que tomaba Daniel Ortega en Nicaragua, sus palabras no fueron escuchadas o se silenciaron por esa sombra de la que habla Jünke.
En Venezuela, tras dos décadas de chavismo se llegó a una crisis terminal, su PBI cayó en cinco años un 50%, con una hiperinflación estimada en un millón por ciento anual (el gobierno no da cifras oficiales). No se requiere ser economista para darse cuenta lo que ello significa para los asalariados y sectores más pobres de la sociedad en términos de alimentación, salud y condiciones de vida. “Una tragedia sin parangón” afirma el economista venezolano Manuel Sutherland, en un país con cierto grado de desarrollo, una de las mayores reservas de petróleo y gas del mundo y un valioso yacimiento de oro en el Arco Minero del Orinoco. No pudo o no se supo salir del país rentista, dependiente absolutamente de las reservas petroleras, que explican más del 93% de sus exportaciones, que por sobre la retórica antiimperialista van en su mayor parte al mercado estadounidense.
Como ocurrió durante casi todo el siglo XX, las turbulencias del mercado mundial impactaron de lleno en la economía venezolana, particularmente al llegar a su término el boom de las materias primas. El socialismo del siglo XXI proclamado por Hugo Chávez, se propuso políticas de inclusión social mediante programas de asistencia social focalizados, pero hasta en su mejor momento estuvo lejos de alcanzar la distribución del ingreso a la que llegó el primer gobierno de Perón.
La incompetencia y la nula flexibilidad de Nicolas Maduro, que raspando ganó las elecciones tras la muerte de Hugo Chávez, y luego perdió abrumadoramente las elecciones a la Asamblea Nacional, sumó a la brutal depresión económica una temible crisis política.
El voto con los pies de los millones que huyen del hambre y la desesperanza, más los que desafiando a la represión se manifiestan en las principales ciudades de Venezuela, dan cuenta de la debilidad de Maduro, dependiente cada vez más de la cúpula militar. Durante 2018, según el Observatorio Venezolano de Conflictividad Social se registraron 12.715 protestas en todo el país. Ningún gobierno puede mantenerse por largo tiempo sin consenso.
Asimismo, sería absurdo negar que Donald Trump –y también los otros jugadores poderosos del tablero mundial– intervienen en esta crisis venezolana. Asistiremos a un gran concurso de hipócritas, montado sobre la penuria de los venezolanos.
Por cierto, la debilidad de Trump constituye un grave peligro a considerar. Diversos analistas sostienen que Maduro podría darle una oportunidad a Trump para recomponer su imagen. Una victoria “barata” como señala Heinz Dieterich, que con la misma vehemencia de cuando era asesor y mentor de Chávez hoy es un crítico severo del chavismo.
Michael Abramowitz, presidente de Freedom House, al presentar en enero el informe anual de la reconocida institución advirtió que “los desafíos de la democracia estadounidense no comenzaron con el presidente Trump. Pero a la mitad de su mandato quedan pocas dudas de que su influencia está poniendo a prueba la estabilidad del sistema constitucional y socavando las democracias y la causa de la libertad, más allá de las fronteras de su país”.
Venezuela no tiene un futuro envidiable, pero la izquierda y el progresismo tendrían que unir su voz y su apoyo a una salida pacífica, en el marco de la Constitución, restableciendo la soberanía popular y los derechos y garantías, entre ellos, el más urgente derecho a la vida para todos y todas.
*Periodista.