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Retratos digitales

El sanjuanino que desafió a Jeff Bezos

El talento de Iván Bercovich, que le permitió desarrollar un sistema de procesamiento de lenguaje natural, es uno de los responsables de que Alexa, el asistente virtual de Amazon, haya superado a todos sus competidores y sea el principal del mundo.

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Talento. Su sistema fue clave para el popular dispositivo de Amazon. | cedoc

Y viendo que los empleados de Amazon que se ocupan de validar las aplicaciones nuevas no le daban respuesta, le escribió un correo electrónico, directamente, a Jeff Bezos (por entonces, el hombre más rico del mundo).

En pocas líneas le hizo saber que venía esperando infructuosamente que sus comandados le dieran el okey para que Graphiq, el sistema de procesamiento de lenguaje natural de su autoría, estuviera disponible en la plataforma de comercio electrónico más grande del mundo. Y, ya que estaba, le confió su hipótesis: según él, Graphiq era mejor que Alexa, el asistente virtual de Bezos, y por eso le daban vueltas.

Incluso, para que a Jeff no le quedaran dudas, le propuso, a renglón seguido, que le hiciera a Alexa ciertas preguntas enciclopédicas; que anotara las respuestas, y que luego repitiera el cuestionario con Graphiq, para que viera la diferencia. 

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Un ejemplo: si en 2017 se le preguntaba a Alexa por la altura de la Torre Eiffel, el sistema solo pronunciaba el número de pies correspondiente. Así, seco.

En cambio, Graphiq, como resultado de conocer mucho mejor al usuario, posiblemente respondía una frase completa del estilo “La torre Eiffel mide…” ajustando la unidad de medida al país donde se encontraba; y agregaba información contextual intentando aportar, a su interlocutor humano, más valor conversacional. Algo así como “y fue construida en mil ochocientos ochenta y nueve, en ocasión de la Exposición Universal celebrada en París ese año”.

Cuando Alexa respondió con la impronta nuestra, ya no había batallas que ganar 

Tres días después de su audacia los directivos encargados de Alexa volaron de costa a costa de Estados Unidos, desde Seattle –sede central de Amazon– a Santa Bárbara, para hacer una oferta por Graphiq. La venta se concretó en dos meses por una suma cercana a los cincuenta millones de dólares, y Alexa pasó a ser el asistente virtual número uno del mundo, superando a Siri (de Apple), Google Assistant, Baidu, Cortana (Microsoft), etcétera.
Sería alocado pensar que el protagonista de estos hechos es un pibe sanjuanino que, cuando metió semejante gol, tenía 32 años. Pero basta charlar un rato con él para acostumbrarse a lo inverosímil.

Iván Bercovich había hecho la primaria en San Juan y la secundaria en Córdoba. Su papá falleció y su mamá se casó con un estadounidense, lo que le permitió cursar ingeniería eléctrica y matemática en la Universidad de Massachussets. Sus calificaciones empezaron a hablar por él y le permitieron captar la atención de Kevin O’ Connor, un fenómeno que vio en Iván el potencial para desarrollar ideas, y le propuso empezar a trabajar juntos.
O’ Connor venía dulce: en 2007 le había vendido DoubleClick a Google en una cifra de más de nueve dígitos, que duplicaba lo que el mayor buscador de información en línea había pagado por YouTube. El algoritmo del nuevo amigo de Bercovich permitió que Google mejorara su sistema de subasta automática de anuncios de display –los que aparecen al costado de la pantalla– tanto que fue noticia en todos los medios norteamericanos.

Así que cuando Alexa incorporó a Graphiq, Iván se quedó trabajando en Amazon durante tres años, para consolidar la fusión, y luego renunció.

No tiene pensado volver a la Argentina. Y una sonrisa dolida lo explica todo 

“Yo suelo usar analogías medio bélicas; digamos que una vez que hicimos que Alexa respondiera preguntas con la impronta nuestra, ya no había batallas que ganar” analiza. “Así que me fui, y no me puse ningún plazo. La verdad es que podía vivir sin trabajar todo lo que quisiera. Hice mucho deporte, descansé, viajé. Sentía un orgullo muy grande al haber logrado no solo venderle ese sistema a Amazon, sino, además, que ellos vinieran a Santa Bárbara, donde estábamos nosotros, y abrieran acá una oficina, justo en el punto neurálgico de la ciudad. Es muy icónico, porque fue como aportar nuestra cultura también… siento que dejé mi huella, acá, donde vivo, que es donde me gusta estar”.

Lo relata con una madurez abrumadora. Más aún. Hoy, con 37, regula milimétricamente cuánto se involucra en cada uno de los proyectos en los que participa como inversor.

Claro, porque en la meca de la tecnología, si alguien se supera a sí mismo –“yo les digo siempre a los más chicos que no paren de estudiar y trabajar todo lo que puedan, porque cuando tenés menos de treinta, no tenés techo (…) nosotros en Graphiq estábamos más de doce horas por día, pero nos encantaba lo que hacíamos”–, puede crecer hasta convertirse, antes de los 40, en el que se sienta a escuchar a quienes vienen con ideas locas.

Pero el meritorio camino de superación suele ser digno de las epopeyas. Antes de trabajar con O’ Connor, Iván había entrado en Cisco, a puro empuje. “Fui varias veces a tocar la puerta, les gustaba mi perfil por los logros académicos –su promedio fue top ten entre los 4 mil de su cohorte– pero veían que no sabía programar. Un día, el reclutador me dijo ‘okey, te doy un mes. O aprendés a programar, o te vas’. Y aprendí”.

La matemática y la ingeniería eléctrica le daban un respaldo tan sólido que escribir código no le resultó difícil; terminó teniendo un equipo a cargo. Algo similar, pero multiplicado, experimentó en Amazon, donde, luego de la partida de O’ Connor, a sus 32 años le dieron las riendas de un batallón de ciento cincuenta empleados.

Iván reconoce que suele mensurar todo. “Vamos, con mi esposa, a muestras de arte, y cuando hablo con el pintor empiezo a hacer preguntas de ingeniero: cómo lo hiciste, qué estrategia tenías al empezar a pintar –se ríe–. De hecho, pienso la matemática todo el tiempo, por ejemplo cuando voy a andar en bici a las montañas; cuántos kilómetros hice hoy, y sumo los de ayer, entonces cuánto me falta para subir un Everest”.

Hoy comparte con tres socios ScopVC, un fondo de inversión con el que participa en trece startups. Trata de incentivar a los emprendedores de la nueva generación en materia de escalabilidad, perspectiva de negocio, estrategia. “No solo invertimos, sino que muchas veces lo mejor que puedo aportar es asesoramiento, horas de trabajo analizando la viabilidad de cada desarrollo, transmitiendo mi experiencia”.

El único momento en el que Iván se desenfoca es cuando le pregunto por Argentina. No tiene pensado volver, y la sonrisa dolida me lo explica todo.

A veces da la sensación de que este suelo da frutos que él mismo no merece.

*Docente del posgrado en Inteligencia Artificial y Derecho de la Facultad de Derecho UBA