ELOBSERVADOR
Un aliado dispuesto

El ‘soft power’ y la rendición

La proyección del “poder blando” británico y su incidencia en los funcionarios de Defensa y Cancillería a partir de la revelación de diálogos militares secretos entre la Argentina y el Reino Unido.

24_08_2025_armada_cedoc_g
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The Economist, en una edición de julio, informó que en febrero de 2024 los agregados militares argentinos y el Ministerio de Defensa británico iniciaron negociaciones secretas. El objetivo de Buenos Aires sería que Londres flexibilizara el veto para la compra de repuestos y armamento para las Fuerzas Armadas argentinas. Por su parte, los británicos aspiran a que la Argentina reconozca el liderazgo del Reino Unido (RUGB) en el Atlántico sur y coadyuve a solucionar los problemas prácticos que enfrentan los kelpers en nuestras islas.

De este modo, se relanzó el diálogo estratégico entre las partes y se acordó reanudar las visitas a Malvinas de los familiares de nuestros caídos en la guerra de 1982, reconectar el archipiélago con el continente a través de vuelos de empresas extranjeras desde la Argentina y fomentar el intercambio de información sobre pesca ilegal, lo que podría llevar a interpretaciones sobre un eventual reconocimiento implícito del RUGB como país ribereño del Atlántico sur (un antecedente muy peligroso para nuestro reclamo de soberanía).

Los Estados Unidos, por su parte, son garantes de que prospere el acuerdo de subordinación argentina a Londres. Al igual que el RUGB, Washington se muestra preocupada por el escenario del Atlántico sur debido a una serie de cuestiones. En primer lugar, porque China y Rusia cuentan con 15 bases en la Antártida. Adicionalmente, el extremo austral del continente ofrece –por fuera del canal de Panamá– los únicos pasos seguros entre el océano Atlántico y el Pacífico: el estrecho de Magallanes, el canal de Beagle y el turbulento Mar de Hoces. El control, vigilancia y capacidad de poder en el Atlántico sur, junto con el despliegue del que ya dispone en el Indo-Pacífico, le permitirían a la potencia norteamericana efectuar una maniobra de pinzas sobre el gigante asiático, restringiendo su libertad de maniobra en los espacios marítimos. En tercer lugar, la presencia y las inversiones chinas en América Latina son motivo de preocupación desde hace un par de décadas para Washington, que concibe a la región –como ha conceptualizado Roberto Russell– como una “periferia penetrada”.

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Beijing, a su turno, proyecta importantes inversiones en la región que explican, por ejemplo, la activa diplomacia militar de los comandantes del Comando Sur, quienes han visitado el extremo sur de la Argentina tres veces en los últimos dos años. Y, nobleza obliga, con considerable éxito: han logrado que Milei frene las inversiones chinas en las represas hidroeléctricas de Santa Cruz, en Atucha III y en el desarrollo del proyecto nuclear Carem, además de haber frustrado la venta de los aviones militares JF-17.

En paralelo, los Estados Unidos están presionando a la Unión Europea y al RUGB –como se desprende de la caída del gasto militar británico de las últimas décadas y su incipiente recuperación actual– para que aumenten sus inversiones en defensa; y de este modo, contribuyan al crecimiento de las ventas estadounidenses de parafernalia militar a los países europeos, ya sea para sostener las hipótesis de conflicto con Moscú (como prevé la Strategic Defence Review 2025 del RUGB) o el aprovisionamiento a Ucrania en plena guerra con Rusia.

Por otra parte, el gobierno estadounidense publicó el año pasado el “Memorando de seguridad nacional sobre la política de los Estados Unidos en la región antártica”, en el que plantea que no reconocerá ningún reclamo territorial; que aumentará la inversión en rompehielos y que vigilará a países que pudieran provocar alguna discordia internacional. Todo ello, con vistas al eventual vencimiento del Protocolo de Madrid en 2048, que prohíbe la explotación de los recursos naturales en la Antártida. Por ello, habrá que estar atentos a si los rule makers –Estados Unidos, RUGB, China y Rusia– deciden o no “patear el tablero”.

Por otro lado, los estadounidenses ya han puesto un pie en el sector oriental de la Isla Grande de Tierra del Fuego con un radar de la empresa LeoLabs que tiene contratos con el Ministerio de Defensa británico y estaría avanzada la idea de construir una base naval integrada (es decir, con asistentes argentinos) en Ushuaia, nuestra ciudad más próxima a la Antártida.

No todo lo que reluce es oro. El gobierno británico presentó en Glasgow, el 2 de junio, su Revisión Estratégica de Defensa 2025. El planeamiento defensivo-militar contempla un aumento progresivo del gasto, que llegará al 2,5% del PBI en 2027, y al 5% en 2035, según el compromiso asumido en la última cumbre de la OTAN en La Haya.

Sin embargo, no todo lo que reluce es oro. El pasado 11 de julio, el periodista irlandés Chay Bowes señalaba: “La decadencia masiva de la Marina Real contrasta marcadamente con la retórica belicosa de los políticos británicos (…). La Royal Navy, que en su día fue una reconocida potencia mundial, ahora cuenta con ocho fragatas, seis destructores y nueve submarinos, pero lo más sorprendente es que solo el 40% de esta pequeña fuerza se encuentra operativo”.

Asimismo, en noviembre de 2024, The Guardian había informado que “dos antiguos buques insignia de la Marina Real Británica, una fragata y dos petroleros de apoyo, serán dados de baja”. El anuncio fue descripto por el parlamentario conservador y “secretario de Defensa en la sombra”, James Cartlidge, como “un día negro para los Royal Marines”. Por su parte, Julian Lewis, presidente del Comité de Inteligencia y Seguridad, le preguntó al secretario de Defensa, John Healey: “¿Está de acuerdo conmigo en que no tenemos forma de saber si la ausencia de esa capacidad durante la próxima década no será un incentivo para que alguien intente algo como lo de las Malvinas en el futuro?”. El funcionario respondió: “En cuanto al HMS Albion y al HMS Bulwark, tiene razón. Ambos buques no debían salir de servicio hasta nueve y diez años después, respectivamente”.

Para fortuna de los británicos, el RUGB cuenta en el escenario estratégico del Triángulo del Atlántico Sur (nos referimos a las islas Malvinas, Georgias del Sur, Sándwich del Sur, los espacios marítimos correspondientes y el continente antártico) con el respaldo histórico de los Estados Unidos y, especialmente, con la inestimable contribución del presidente Javier Milei, “un aliado muy dispuesto”, según la descripción de The Economist.

Cooperación en defensa. The Economist describe las perspectivas de cooperación entre el RUGB y la Argentina, apoyándose en la opinión de un académico de la Universidad del CEMA, el historiador militar Alejandro Corbacho: “Hay varias razones para creer que un nuevo acuerdo es posible. Pocos consideran a Argentina una amenaza real para las Malvinas. Es militarmente impensable. Gran Bretaña nos borraría del planeta”. Esta descripción a The Economist de la menesterosidad de las capacidades militares argentinas no coincide con la algarabía expresada por el presidente Milei y su ministro Petri al conocer los resultados del GFP (Global Firepower) 2025, un índice de dudosa confiabilidad que ubica a la Argentina en el puesto 33° a nivel mundial.

Las palabras de Corbacho, con quien los militares argentinos se forman en Estrategia en la Escuela de Guerra Conjunta y en la Escuela de Guerra Naval, son muy influyentes en lo relativo a “la cuestión Malvinas” para un sector de los dirigentes y las élites de nuestro país, que entiende que las islas del Atlántico Sur son británicas o bien consideran al tema irrelevante. También para ocho de cada diez militares, que no perciben al Reino Unido como una amenaza a los intereses vitales y estratégicos de la Argentina, pese a que ese país invadió nuestro territorio, expulsó a 150 argentinos, ocupa ilegal e ilegítimamente nuestras islas desde 1833 y se ha negado sistemáticamente a discutir la cuestión de la soberanía, pese a los pronunciamientos de los organismos internacionales (informe inédito del Proyecto de Investigación Undefi Nº 358/22, Resolución Nº 15/22: Guerra de Malvinas: ¿punto de inflexión en la doctrina militar de las Fuerzas Armadas argentinas?).

En este contexto, la compra al Reino de Dinamarca de los aviones caza F-16 se inscribe en el espíritu de rendición descripto en esta nota. Los F-16 no pueden operar ni adiestrarse en el Atlántico sur debido a las restricciones impuestas tanto por Washington como por Londres.

El ‘soft power’ británico. Los profesores de la Universidad de Edimburgo J.P. Singh y Stuart MacDonald editaron en 2017 –a pedido del British Council– un extenso informe titulado Soft Power Today. Measuring the Influences and Effects (Poder blando hoy. Midiendo las influencias y los efectos). Allí sostienen que “vivimos en un mundo que (Robert) Keohane y (Joseph) Nye denominaron de ‘interdependencia compleja’: un mundo en el que la seguridad y la fuerza importan menos y los países están conectados por múltiples relaciones sociales y políticas. La idea clave del soft power es que, mediante la atracción, un país puede ganar influencia”.

En 2016, la entonces primera ministra conservadora del RUGB, Theresa May, afirmó que “una Gran Bretaña verdaderamente global es posible y está a la vista. Tenemos el mayor soft power del mundo”. Una década más tarde, el gobierno del laborista Keir Starmer creó el Soft Power Council. Por su parte, la secretaria de Estado del Departamento de Cultura, Medios de Comunicación y Deporte, Lisa Nandy, declaró al momento de creación del Soft Power Council: “Desde la Premier League y Peaky Blinders hasta Adele y el Servicio Mundial de la BBC, las exportaciones culturales británicas muestran lo mejor de nuestro país en todo el mundo. Estamos decididos a fortalecer nuestro poder blando en el extranjero”.

Lo que aparenta ser una novedad no lo es. Como sostiene el Tano Favalli, entrañable amigo de Juan Salvo en la ficción El Eternauta de Netflix, “lo viejo funciona”. En efecto, el imperialismo británico, según el formidable pensador Edward W. Said, “consistía no solo en un aparato militar, sino también en una red intelectual, etnográfica, moral, estética y pedagógica que servía tanto para persuadir a los colonizadores de su función, como para intentar asegurar la aquiescencia y el servicio de los colonizados”. Las reuniones en Londres de funcionarios argentinos de Cancillería y Defensa, sobre las que informó Natasha Niebieskikwiat en Clarín el pasado 7 de julio, se inscriben decididamente en esta tradición descripta por Said.

Clausewitz y la derrota. Clausewitz, en Vom Kriege (De la Guerra), sostiene que el objetivo último de la contienda es quebrar la voluntad del enemigo de resistir. Para el estratega prusiano, la guerra es una continuación de la política por otros medios, y su finalidad esencial no es simplemente la destrucción física del enemigo, sino procurar que abandone su lucha y se someta a la voluntad del vencedor. La derrota argentina, según este criterio, no habría ocurrido en 1982, sino que estaría materializándose ahora, en el marco de las concesiones del gobierno de Milei instrumentadas por funcionarios exitosamente persuadidos por el soft power británico.

Hace dos siglos, el general William Carr Beresford se rindió ante las milicias porteñas el 20 de agosto de 1806. Lo propio hizo el teniente general John Whitelocke el 7 de julio de 1807. Cualquiera que visite el Museo Nacional del Cabildo y la Revolución de Mayo podrá observar el óleo original del artista Charles Fouqueray La defensa de Buenos Aires, que evoca la retirada del Fuerte de Buenos Aires de los comandantes británicos y sus tropas. En el centro, a caballo, se observa a Santiago de Liniers revistando al ejército derrotado. Si al óleo se le aplicara el zoom de las cámaras actuales, veríamos que del retrato de Liniers brotan lágrimas.

*Doctor en Ciencias Sociales (UBA).

Profesor e investigador.

**Doctor en Ciencia Política (Unsam).

Profesor e investigador.