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Antes del sinodo Especial para el "pulmon del mundo"

Francisco, entre la Amazonia y la conversión ecológica

El Papa adoptó significativamente el nombre del santo italiano patrono de la ecología, lo que implica una toma de posición que recibe críticas en think-tanks y en la curia más integrista.

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Asis. Como el santo italiano, el Pontífice propugna la defensa de la creación, no desde una perspectiva ambientalista, sino teológica. | cedoc

Aunque la ordenación de mujeres, y más probablemente la de hombres casados, sea uno de los tópicos que más atraen la atención de la discusión mediática alrededor del sínodo amazónico, ninguno de ellos parece ser probablemente el eje central de la reunión, convocada por el papa Francisco para sesionar durante octubre en Roma.

En realidad, si bien este es un tema candente, mucho más crepitantes son las llamas del fuego real que se abatió sobre la región durante casi todo este año, cuyos parajes aún humeantes constituyen la imagen de la desolación ante la opinión pública mundial. Este dato resulta elocuente para situar el eje de la asamblea episcopal en el cuidado de la creación, no ya desde una perspectiva ambientalista sino teológica, como corresponde a su naturaleza institucional. Aunque el tratamiento de esta temática involucra aspectos políticos, el enfoque sinodal será evidentemente moral y religioso.

En este sentido, el énfasis del actual pontificado en la fe entendida en sus necesarias consecuencias sociales permite prever que el de las relaciones entre religión y política será un tema nuevamente puesto en consideración con motivo del sínodo. Hay que reconocer que este binomio es uno de los puntos de conflicto más frecuentes de la era bergogliana, si se tiene en cuenta que en él radica la oposición al Papa por parte de un considerable número de fieles.

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Integrismo. Dejando de lado la crítica suscitada en la propia sociedad argentina, que reprocha a Francisco una supuesta intromisión en la política local debido a una alegada preferencia por el peronismo, pero que es menor en relación con el marco global, con referencia a la cuestión ecológica podemos identificar dos fuertes núcleos opositores, los dos ubicados a la derecha. Pero si bien ambos representan un talante fuertemente conservador, uno se centra en lo teológico y otro en lo económico.

El primero es el integrismo, que ve en el Papa un destructor de la Iglesia católica tal como era concebida en el período anterior al Concilio Vaticano II, que marcó un punto de inflexión para adecuarla a los tiempos modernos. Los tradicionalistas no perdonan a Francisco ser precisamente un frío ejecutor de los planteos renovadores activados en la usina conciliar, que ellos juzgan heréticos.

Para la visión integrista, y en relación con el asunto que ahora se ha puesto sobre la mesa, el papa Francisco es un panteísta que expresa las herejías evolucionistas difundidas en los años 50 por el antropólogo jesuita Pierre Teilhard de Chardin, caracterizadas por una confusa ambigüedad en la relación entre materia y espíritu.

De hecho una cita de este puede encontrarse en Laudato Si’, la encíclica donde el Papa trata sobre la ecología, pero de este dato no se desprende que el pontífice asuma supuestos errores teológicos de su compañero de orden. Los integristas encuentran coincidencias entre el pensamiento papal y el panteísmo ecologista de la New Age difundido en distintas cumbres internacionales durante los años recientes.

Dicho panteísmo resulta visible, según el integrismo, en numerosos puntos de su encíclica pero también en sus antecesores. Ni Josef Ratzinger, considerado el paradigma de la teología ortodoxa y del talante conservador, se ha eximido de sus severos y fulminantes dicterios. La desafección a la sede romana no es una novedad en la historia de la Iglesia.

Laicismo. Durante la Revolución Francesa, una parte del clero se subordinó a las tesis galicanas del poder político. Ahora algunos clérigos de alto tango, incluso cardenales, han expresado que el sínodo podría incurrir en virtuales herejías y lo han acusado de apostasía, una boutade si se tiene en cuenta que ella configura un rechazo global de los principios esenciales de la fe. Obviamente los dirigidos a la asamblea episcopal son misiles que por elevación apuntan inequívocamente al Papa.

La oposición de los think-tanks norteamericanos (algunos de ellos católicos) atiende en cambio a cuestionar al pontífice argentino sus pretendidas intromisiones en materia económica; desde una perspectiva laicista le niegan títulos para opinar, por estimar que se trata de cuestiones que exceden su competencia y no involucran la fe o la moral que son resorte del magisterio. Pero cualquier teólogo sabe que las valoraciones morales pueden ser diversas según sean las circunstancias. Para dar un ejemplo pueril, derramar agua, que parece un acto completamente inocente, puede convertirse llegado el caso en un pecado mortal.

Los nuevos laicistas recriminan a Francisco arrodillarse ante los radicalismos indigenistas y ecologistas, y no solamente han acusado al Papa de no saber nada de economía ni de ecología, sino que asimilan sus enseñanzas a un ramplón populismo, e incluso lo catalogan de ser lisa y llanamente un marxista. Con estos mismos rótulos fueron caratulados en el pasado muchos cristianos, empezando por León XIII, el primer papa que inició la moderna doctrina social de la Iglesia cuando escribió su célebre encíclica Rerum Novarum (1891). En el propio Brasil, sede de la Amazonia junto a otros ocho países latinoamericanos, monseñor Helder Cámara sería conocido durante los socialmente tumultuosos años 60 como “el obispo rojo”. Hoy se ha iniciado su proceso de canonización.

No es para menos. Las duras expresiones de Laudato Si’ –que sin duda constituye el marco doctrinal del sínodo– sobre la divinización del mercado cayeron una vez más como una bomba sobre los ambientes conservadores y liberales. El texto magisterial pone el dedo en la llaga al adjudicar al hiperconsumismo la contaminación ambiental proveniente sobre todo de los países ricos en detrimento de los pobres.

¿Arde París? Este interrogante, que es el título de una popular novela de la década de 1960, refleja la pregunta de Hitler a sus generales, después de haber dado la orden de incendiar la ciudad como una última resistencia a la invasión aliada. También Nerón incendió Roma y culpó a los cristianos. Pero otro incendio, después del que destruyó la catedral de Notre Dame, ha suscitado la atención mundial sobre el pulmón del planeta. Mediante sus denuncias morales la encíclica papal es también un documento incendiario, porque recuerda la sentencia evangélica: “Fuego he venido a traer a la tierra, y ¡cómo desearía que arda!”. La Amazonia está que arde, y no solamente por el ígneo tsunami forestal.

Las iras de Bolsonaro, que siente también al sínodo como una intromisión, se han desatado igualmente en estos días. Pero el Papa está en otra dimensión y nos dice que la crisis ecológica constituye un llamado a una conversión interior, tanto personal como comunitaria. La mirada de Francisco apunta más a lo alto, pero su raíz es tan profunda que tiene más de dos mil años y su utopía consiste en construir una amorosa conciencia para asumir con todos los seres una comunión universal.

*Ex director de la Facultad de Derecho de la Universidad Austral.