La victoria en Austerlitz del 2 de diciembre de 1805 hizo que Napoleón Bonaparte quedara prácticamente dueño del continente europeo y de sus mercados. Eso obligó a su gran enemiga, Inglaterra, necesitada de colocar su producción industrial, a buscarlos en otros rumbos.
Aquí aparece James Watt quien perfeccionó los antiguos conocimientos sobre la energía generada por el vapor y construyó la primera máquina con éste. Así provocó una gran expansión de la producción industrial al remplazar lo manual por lo mecánico, y fabricar barcos que ya no dependían de los vientos. Por ello los barcos de guerra podían internarse en ríos interiores y conquistar mercados fuera de la vera del mar.
La guerra del Paraná, más conocida por su primer combate, la Vuelta de Obligado, fue una gesta victoriosa en defensa de nuestra soberanía que puso a prueba el coraje y el patriotismo de argentinas y argentinos.
Potencias. Corría 1845. Las dos más grandes potencias económicas, políticas y guerreras de la época, Gran Bretaña y Francia, se unieron para atacar a la Argentina, entonces bajo el mando del gobernador de Buenos Aires, don Juan Manuel de Rosas. El pretexto fue una causa “humanitaria”: terminar con el gobierno supuestamente tiránico de Rosas, que los desafiaba con trabas al libre comercio con medidas aduaneras que protegían a los productos nacionales y fundando un Banco Nacional que escapaba al dominio de los capitales extranjeros.
Los reales motivos de la “intervención en el Río de la Plata”, como la llamaron los europeos, fueron económicos, como denunciaban los casi cien barcos mercantes de distintas nacionalidades que seguían a las naves de guerra con sus bodegas llenas de productos para vender.
La gigantesca armada bloqueó el puerto para desnivelar el conflicto armado entre la Argentina y la Banda Oriental (hoy República del Uruguay) a favor de ésta, que los franceses consideraban protectorado propio. También para independizar Corrientes, Entre Ríos y lo que es hoy Misiones para formar un nuevo país, la “República de la Mesopotamia”, que empequeñecería y debilitaría a la Argentina y haría del Paraná un río internacional de navegación libre. Era repetir lo logrado con el río Uruguay cuando, por presión de Gran Bretaña y Brasil, se independizó la República del Uruguay. Los “interventores” europeos también planeaban llegar al Paraguay y hacerse de algodón barato y de buena calidad necesario para las hilanderías británicas, base de su revolución industrial.
Unitarios. Los invasores contaron con el antipatriótico apoyo de argentinos que se identificaban como “unitarios” en contraposición a los “federales”, muchos de ellos emigrados en Montevideo. Aunque algunos que habían sido opositores al rosismo al ver invadida su patria ofrecieron sus servicios para defenderla. Fue el caso del coronel Martiniano Chilavert, quien escribió: “El estruendo de Obligado resonó en mi corazón. Desde ese instante un solo deseo me anima: el de servir en esta lucha de justicia y de gloria para ella”. La Confederación le abrió los brazos y años más tarde en la batalla de Caseros tuvo a su cargo la dirección de la artillería, desempeñándose con eficacia y valor, tras la cual el general vencedor, Justo José de Urquiza, lo hizo fusilar.
Ingleses y franceses creyeron que la sola exhibición de sus imponentes naves, sus entrenados marineros y soldados, y su modernísimo armamento bastarían para doblegar a nuestros antepasados como acababa de suceder con China. Pero no fue así: Rosas, que gobernaba con el apoyo de la mayoría de la población, decidió hacerles frente.
Encargó al general Lucio N. Mansilla conducir la defensa, que basó en tres puntos:
1. Era inevitable que los invasores tuvieran éxito en su propósito de remontar el Paraná.
2. Al ser una operación comercial encubierta, el objetivo sería provocar bajas en oficiales y marinos y daños a las naves, suficientes como para hacerlos desistir de la empresa.
3. Logrado esto, llevar adelante vigorosas negociaciones diplomáticas que dejaran claro la derrota de los invasores.
Rosas y Mansilla decidieron concentrar la defensa en algún emplazamiento del Paraná desde donde, por su estrechez, fuera posible alcanzar a los barcos enemigos con los anticuados y poco potentes cañones con que contaba nuestra patria.
El lugar fue la “Vuelta de Obligado”, donde el río se angosta y describe una curva en forma de “ese” que dificultaba la navegación. Allí en un alarde de ingenio, se tendieron tres gruesas cadenas sostenidas sobre 24 barcazas para detener o al menos demorar el avance del paso del enemigo.
Finalmente la flota invasora zarpó de Montevideo. El 8 de noviembre de 1845 entró en el río Guazú, el 10 llegaron a la bifurcación con el Pavón donde se enteraron de que las baterías los esperaban en Obligado y en el paso de la Ramada. Siete días permanecieron en el Ibicuy estudiando la estrategia a seguir. El 17 los barcos deciden avanzar por el Guazú mientras la flota mercante quedaría a la espera en el Ibicuy.
Ante la inminencia del combate, Mansilla pidió el envío urgente de proyectiles porque contaba con solo seis balas por soldado, muchos de los cuales, gauchos voluntarios de la zona, estaban prácticamente desnudos. También pidió caballos para facilitar el traslado de tropa y cañones a lo largo del río en caso de que las naves enemigas lograran superar la barrera de las tres cadenas. Para sumar más inconvenientes tuvo que improvisar artilleros experimentados. Es que el grueso del ejército de la Confederación, los más capacitados de sus hombres, mantenía el sitio a Montevideo que no podía abandonarse ni siquiera debilitarse porque ello hubiese sido ceder al propósito del enemigo. Mansilla tampoco contaba con la flota del almirante Guillermo Brown, apresada por los “interventores” en un combate frente a la isla Martín García, por lo que la defensa del río debía hacerse desde tierra por milicianos y vecinos, casi todos voluntarios e inexpertos, además de mal armados. Pero acerados por una patriótica indignación.
Las fuerzas patriotas disponían solo de cuatro baterías, anticuadas y que debieron repararse de urgencia por estar desfogonadas o carentes de algunas piezas. La orilla izquierda del río, perteneciente a la provincia de Entre Ríos, era pantanosa e inutilizable para la defensa, por lo que las cuatro baterías se instalaron sobre la barranca derecha: la “Manuelita”, sobre el ángulo de la costa al mando del teniente coronel de artillería Juan Bautista Thorne. La segunda batería, la “General Mansilla”, al mando del teniente de artillería Felipe Palacios, ubicada en forma rasante sobre la barranca, en un declive del terreno. La “General Brown”, del teniente de Marina Eduardo Brown, hijo del almirante. Y la última batería, la “Restaurador Rosas”, al mando de Alvaro Alzogaray, ayudante mayor de Marina. En la parte baja, casi al nivel del agua, se habían comenzado a construir otras tres baterías, pero no hubo tiempo para terminarlas.
Como preparación de la invasión las poderosas naciones europeas decretaron un embargo que impedía a toda nación vender armas a la Argentina. Por ello se contó en total con solo 27 cañones, de escaso alcance y cuyo máximo calibre era de 24 pulgadas. Para colaborar con la defensa se convocó a los jueces de Paz, autoridades civiles en aquellos tiempos, para que reclutasen voluntarios en las poblaciones ribereñas. Fue así que San Pedro aportó 170 vecinos con su juez de Paz a la cabeza, Benito Urraco, cien de Baradero liderados por Juan A. Magallanes y treinta de San Antonio de Areco a cuyo frente iba Tiburcio Lima. San Nicolás, por su parte, aportó un batallón de doscientos hombres.
En total esta improvisada fuerza contaba con 2.143 hombres dispuestos a dejar el pellejo en defensa de su patria y no repararon en la inferioridad de condiciones con que se aprestaban a enfrentar a las mayores potencias bélicas del mundo.
La flota británica portaba en total cincuenta cañones, casi el doble de los argentinos y mucho más potentes, mejor puntería y largo alcance. Varios cañones eran de ochenta pulgadas de calibre, en su mayoría Peysar, de alma rayada, que permitía una afinada puntería y mayor alcance, que se utilizaban por primera vez en un conflicto armado.
La escuadra francesa, integrada como la británica por modernísimos vapores de guerra, estaba armada por cañones que sumaban 49 piezas y en su gran mayoría disparaban modernos proyectiles Paixhans, huecos de bala explosiva de ochenta libras y espoleta, con hasta entonces desconocida capacidad de destrucción; también proyectiles Congreve, pioneros de la cohetería bélica.
San Martín, indignado. En carta a Tomás Guido, don José de San Martín, en su destierro francés, se indignaría: “Es inconcebible que las dos grandes naciones del universo se hayan unido para cometer la mayor y más injusta agresión que pueda cometerse contra un estado independiente”.
El 20 de noviembre los invasores se presentan a la vista de los defensores. Mansilla, ante la inminencia del ataque, arengó a sus tropas: “¡Allá los tenéis! Considerad el insulto que hacen a la soberanía de nuestra patria, al navegar, sin más título que la fuerza, las aguas de un río que corre por el territorio de nuestro país. Pero no lo conseguirán impunemente. Tremola en el Paraná el pabellón azul y blanco y debemos morir todos antes que verlo bajar de donde flamea!”. A continuación los criollos entonaron a voz en cuello el Himno Nacional acompañados por la banda de Patricios y a su término Mansilla gritó un “¡Viva la Patria!” respondido atronadoramente por sus hombres. Luego llegó la orden de “¡fuego!” y las cuatro baterías al unísono comenzaron a descargar sus proyectiles. Eran las 8:43 de la mañana.
El St. Martin recibe una andanada que la deja averiado, su palo mayor dañado, y 44 de sus tripulantes quedan fuera de la acción, entre ellos el 2° y el 3° oficial. Recibe luego otros 11 impactos que le destrozan el timón y lo dejan a la deriva. Los proyectiles europeos hacían estragos en las baterías patriotas, a pesar de lo cual no dejaron de responder con su escasa capacidad de fuego, pero que fue suficiente para poner fuera de combate a los bergantines Pandour y Dolphin, para silenciar los cañones mayores de la Fulton, quien intentó infructuosamente cortar las cadenas en dos oportunidades, y para obligar a retirarse al Comus. Pero pronto fue evidente que la heroica resistencia no podría mantener a raya mucho tiempo más a los europeos porque los proyectiles iban agotándose y las bajas humanas ya eran considerables.
Esto hizo que un comando de los atacantes pudiera llegarse hasta las cadenas en tres ágiles balandras y a martillazos sobre un yunque improvisado logró cortarlas abriendo la vía por la que se filtró primero la Fulton, y luego la Gorgon y la Firebrand, demostrando la ventaja de estar propulsadas a vapor, y desde mejores posiciones bombardearon las baterías argentinas, especialmente a la “Manuelita”.
Hacia las cuatro de la tarde los proyectiles patriotas ya están casi agotados lo que facilitó que la batería “Restaurador Rosas” fuese silenciada por el fuego de la “Expeditive”. A las 16.50 sería Thorne quien encienda la mecha de su último cañonazo desde la “Manuelita”. Los ingleses decidieron entonces un desembarco al mando del jefe de su escuadra, Hotham, ante lo cual Mansilla dio la orden de rechazar el intento a cuchillo, cuerpo a cuerpo. El va al frente, dando el ejemplo, y entonces cae malherido por la metralla.
Las baterías argentinas fueron demolidas y muchos de sus artilleros muertos o heridos, pero el costo de los aliados también fue grande, dañadas diez de sus 11 naves, exceptuándose la Firebrand que se retiró a San Nicolás para preservarse.
El parte de los invasores rindió tributo al coraje argentino: “Siento vivamente que esta gallarda proeza –decía Trehouart– se haya logrado a costa de tal pérdida de vidas (se refería a las propias), pero considerando la fuerte posición del enemigo y la obstinación con que fue defendida, debemos agradecer a la Divina Providencia que no haya sido mayor”.
Las bajas patriotas fueron 650: 250 muertos y 400 heridos, la tercera parte de los 2.160 combatientes. Los 21 cañones de las baterías (solo se salvaron los nueve de los cuerpos móviles) cayeron en poder del enemigo, que inutilizó o echó al agua a la mayoría, salvo diez de bronce que llevó a Europa para exhibirlos en sus museos e instituciones militares. Los lanchones fueron incendiados.
Las franceses tuvieron 18 muertos y setenta heridos, y los ingleses 10 muertos y 25 heridos. En cuanto a las materiales los más dañados fueron el St.Martín que recibió más de cien disparos, el Fulton cerca de setenta, el Dolphin y el Pandour sufrieron ambos la destrucción de su velamen y el segundo la pérdida de sus dos anclas.
Se había perdido una batalla pero ello, como ya hemos visto, estaba dentro de los planes patriotas. De lo que se trataba era de ganar la guerra. Cumpliendo con las órdenes recibidas la navegación de las armadas europeas Paraná arriba se constituyó en un verdadero calvario siendo ferozmente atacadas, de ida y de vuelta, desde las baterías de “Quebracho”, del “Tonelero”, de “San Lorenzo” y, otra vez, desde “Obligado”.
Hubo valientes mujeres que lucharon a la par de los hombres y cumplieron importantes servicios en el cuidado de los heridos: Josefa Ruiz Moreno, Rudecinda Porcel, María Ruiz Moreno, Carolina Suárez, Francisca Nabarro, Faustina Pereira y Petrona Simonino.
La estrategia fijada por Rosas y Mansilla tuvo éxito y las grandes potencias de la época finalmente se vieron obligadas a capitular aceptando las condiciones impuestas por la Argentina y cumpliendo con la cláusula que imponía a ambas armadas, al abandonar el río de la Plata, disparar 21 cañonazos de homenaje y desagravio al pabellón nacional.
Las provincias litorales continuaron siendo parte de nuestro territorio y el Paraná es hasta hoy un río interior argentino.
*Historiador.