El mundo ha superado la época en la que Estados Unidos se erigió como la superpotencia hegemónica a escala global. Actores como China desafían los valores de la democracia liberal, argumentando que existe una variedad de formas de entender la participación ciudadana y el ejercicio del poder, más allá de las prácticas y las instituciones consolidadas después de la Guerra Fría. La ideología y proceder de Pekín constituyen un reto a ese orden liberal.
El Estado-Partido chino promueve su visión a través de las instituciones creadas alrededor de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, para cimentar un nuevo orden geopolítico alternativo. También en el club de los Brics, con instituciones como el Nuevo Banco de Desarrollo, dirigido por la expresidenta brasileña Dilma Rouseff, cuyo objetivo es contrarrestar la relevancia del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial en el llamado Sur Global. Dicho Sur Global se presenta, bajo el liderazgo tácito de Pekín, como un bloque contrahegemónico opuesto al imperialismo del norte y desafiando el modelo liberal. Un bloque que invoca el pasado imperial de Occidente para relativizar la invasión rusa de Ucrania o las amenazas a Taiwán.
En medio del nuevo panorama geopolítico, en Latinoamérica gobiernos de todo signo ideológico se han alineado con las narrativas y agendas internacionales del Partido Comunista chino (PCCh). China aprovecha su poderío económico para ejercer una mayor influencia en la región, por medio de proyectos de inversión vinculados a la Iniciativa de la Franja y la Ruta, así como ayudas financieras y en especie durante los momentos más apremiantes de la pandemia. Esta influencia incorpora una narrativa iliberal afín a sus intereses.
Una narrativa que difunde gracias a los ingentes recursos humanos y financieros de su estrategia de poder blando. Ésta incluye el despliegue de Institutos Confucio por todo el hemisferio; acuerdos institucionales con medios de comunicación, mundo académico o los partidos políticos; un programa de captación de las élites locales; un generoso programa de becas; y una ofensiva diplomática que pretende alejar a América Latina de la influencia estadounidense y europea. En el último lustro, hasta cinco países centroamericanos –Panamá, El Salvador, Nicaragua, República Dominicana y Honduras– cortaron lazos diplomáticos con Taiwán para establecerlos con China.
Si bien esta ofensiva china no discrimina aliados por razones ideologicas, en el marco de la nueva marea rosa regional la influencia de Pekín encuentra afinidades. Con el retorno de Luiz Inácio “Lula” da Silva al poder, Xi Jinping tiene ahora un aliado capaz de articular en un movimiento regional favorable a la presencia china en América Latina. Ámbitos como los del Foro de Sao Paulo, Unasur o la Celac, donde Brasil ejerce cierto predominio, son óptimos para ello. Cuestión que no es menor: el Brasil de Lula ha sido aliado de gobiernos bolivarianos cuyo ejercicio del poder ha estado caracterizado por destruir la democracia liberal y violar derechos humanos. El propio presidente brasileño ha relativizado la responsabilidad de Rusia en la invasión de Ucrania.
Por tanto, la izquierda latinoamericana impulsa hoy con ahínco narrativas favorables a Pekín. En el último Foro de Sao Paulo visibilizó la apuesta por la multipolaridad, la cual es “esencial para el balance de fuerzas e intereses diversos que permite el desarrollo a los países del Sur”. Del mismo modo, el expresidente ecuatoriano, Rafael Correa, defendió recientemente la necesidad de una reforma de los organismos multilaterales y el sistema financiero global. Toda esa retórica multipolar que cuestiona la hegemonía de Occidente converge con los intereses geoestratégicos de China. Se explica así la presencia de Rui Zhu, viceministro y director del Departamento Internacional del Comité Central del PCCh, en el encuentro de la plataforma izquierdista Grupo de Puebla en noviembre de 2022.
En cualquier caso, China desafía el statu quo porque aspira a influir en el orden internacional por un motivo interesado: hacerlo más seguro para sus intereses globales. En medio de su percepción de que Estados Unidos está tratando de contenerla, y de que el “mundo basado en reglas” que propone el G7 es hegemónico para EE.UU. y excluyente para China, Pekín trata de atraer al Sur Global hacia su órbita. No puede olvidarse que la prosperidad, desarrollo y seguridad de China dependen del resto del mundo y, por tanto, el aislamiento no es una opción.
El reto es combinar un posicionamiento donde los nexos comerciales sino-latinoamericanos no se traduzcan, automáticamente, en un alineamiento de nuestras democracias con los ideales y objetivos politicos de la mayor autocracia del planeta. América Latina hoy lucha por encontrar una forma autónoma de insertarse en el mundo. China puede ser un socio económico sin convertirse en un modelo o aliado político. Atraídos por un antiimperialismo selectivo, no debemos replicar narrativas autocráticas ajenas a nuestra tradición histórica y política republicana. Comprender esa diferencia debería ser parte de un planteamiento auténticamente progresista.
*Politólogo e historiador, especializado en procesos autocráticos en Latinoamérica y colaborador de Análisis Sínico en: www.cadal.org.