Si evaluáramos la educación de nuestro país mirando las tasas de escolaridad, concluiríamos que goza de buena salud. En efecto, incluso en la escuela secundaria las tasas de escolarización ascienden a más del 94%, del 100% para el nivel primario y casi masivas para la sala de 5 del nivel inicial. Estos números esconden una disparidad de casi quince puntos si los observamos por provincia, tal como nos muestran Santiago del Estero, Salta, Misiones, Santa Cruz, por mencionar algunas de las disparidades que se observan para el nivel secundario en materia de cobertura. ¿Esto es solo un matiz en esa bonanza? No. Porque ese supuesto vigor desaparece si observamos cuál es el proceso real que muestran los desempeños de las y los estaudiantes de ese mismo sistema educativo. Y, hay que decirlo, persiste, y de manera marcada, la desigualdad.
En efecto, los resultados de las pruebas estandarizadas locales, como las Aprender –antes ONE–, muestran una realidad alarmante. Nuestros estudiantes tienen serios problemas de desempeño. Incluso porque, más allá de los números, hay un 30% de estudiantes que no logran responder la mitad o más de los ejercicios y, por ende, no son puntuados. Ellos y ellas están invisibilizados.
Pero, según los datos de las pruebas Aprender 2024 del nivel secundario, al terminar la escuela, el 42% de las y los estudiantes apenas pueden localizar información e interpretar de manera global textos sencillos, inferir el significado de palabras simples y reconocer elementos cohesivos en textos elementales. No logran descifrar el significado de palabras de uso poco frecuente, ni manejar, de manera solvente, categorías de análisis literario.
En lo que refiere a Matemática, 85,8% de las y los estudiantes solo pueden resolver problemas mediante manipulaciones algebraicas sencillas, comparar fracciones o equivalencias numéricas, calcular perímetros y áreas de triángulos y rectángulos, interpretar funciones simples en gráficos. No saben resolver problemas con los teoremas de Pitágoras y Thales, ni trabajar con trigonometría o funciones. Once años atrás, las ONE 2013 arrojaban para Lengua una cifra prácticamente idéntica (39,5%) y no menos crítica para Matemáticas (64,7%).
Así las cosas, se desprende una primera conclusión: terminar la escuela secundaria hoy equivale, con suerte, a la primaria de la primera mitad del siglo XX. Algo que coloca entre paréntesis el supuesto éxito de la expansión de la escolarización, por lo menos en lo que refiere a la función principal de la escuela: obtener aprendizajes.
A esos números hay que agregarles otros que nos hablan, además, de una profunda desigualdad social y regional. En relación con la primera, dicho sin anestesia: a los pobres les va mucho peor que a los ricos. Esto puede verse a partir de dos elementos. Por una parte: el desempeño de las escuelas de gestión privada resulta algo mejor que el de las estatales; lo que no puede interpretarse sin tener en cuenta la selección de clase que opera al pagar una cuota, por más subvencionada que se encuentre. La verificación de ello es lo sensible que resulta la gestión privada a los vaivenes económicos y que la política de doble voucher actual busca evitar mayores traspasos de matrícula de los morosos de cuotas al sector estatal, todo en un sistema escolar mayoritariamente público. Por otra parte porque, agrupados por niveles de ingreso, las fracciones más pobres duplican los bajos rendimientos respecto de las de mayores recursos para Lengua, y empeoran 20 puntos porcentuales en Matemáticas.
En lo que refiere a la desigualdad o brecha regional, también tiene una doble manifestación. Las provincias que tienen mejores rendimientos arrojan una mayor heterogeneidad, tal como ocurre, por ejemplo, para Lengua, en CABA –brecha norte/sur de la Ciudad– y, en menor medida, en Córdoba, Río Negro, La Pampa, Chubut, Santa Fe. Los resultados muestran, entonces, segmentación: a algunos les va mejor que a otros. En las provincias con peores rendimientos, los malos resultados son homogéneos –a la mayoría le va mal–, algo que se observa para Catamarca, Chaco, Santiago del Estero, Misiones, La Rioja, San Juan, Jujuy, Tucumán y Formosa. Ya sea que miremos el mapa de pobreza crónica elaborado por Cippec-UCA-Cedlas, o la evolución de la pobreza por grandes conglomerados urbanos publicada recientemente por la Universidad del Litoral, los peores rendimientos educativos se registran en las provincias y regiones también más afectadas por la pobreza.
Como si esto fuera poco, la evolución del gasto provincial destinado a educación, muestra –si lo miramos en valores constantes– que “la década ganada” se extiende hasta 2010-2011, con suerte, estancándose el gasto hasta 2015, con alguna mejoría ese año electoral, para luego entrar en franco retroceso con marcada intensidad a partir de 2018. Sintonía fina que impacta también en el salario docente e implica entre el 80% y el 90% del gasto educativo total. Mayor inversión no asegura mejores resultados educativos per se. Ayuda, es condición necesaria. En el escenario actual estamos ante una profundización del desfinanciamiento encarada, primero, por el gobierno nacional y seguida por las provincias. Menos soporte de lo “necesario”.
Conviene volver a preguntarse por los resultados educativos y sus consecuencias reales. ¿Cómo forjaremos a nuestros futuros ingenieros, químicos, arquitectos con estudiantes que tienen una geometría y capacidad de cálculo de nivel primario? ¿Y las y los médicos si es que sigue existiendo el Garrahan? Algún lector arriesgará que disponemos de la inteligencia artificial para resolverlo. Surge otra pregunta: ¿cómo se utilizará la IA correctamente si las y los estudiantes apenas pueden leer? Porque el uso de la IA presupone formular bien las preguntas.
La hipoteca de nuestro futuro es muy grande. Y si bien la educación no basta por sí misma, eso no nos libra de evaluar las políticas educativas que siguen priorizando el “permanecer” en la escuela como regímenes académicos; degradación del currículum y recorte del gasto mediante. Todo en un escenario de profundización de la desigualdad social y regional. Un diagnóstico tan verdadero como aquel que nos muestra que esta deuda educativa coincide con la ausencia de planificación de la vida social en su conjunto donde, paso a paso, se refuerzan las desigualdades estructurales. Tiene lógica: a la barbarie social le corresponde la barbarie educativa, y la descentralización la asegura. Me gustaría imaginar que podemos construir civilización social y educativa. Pero, para eso, hay que barajar y dar de nuevo.
*Docente e investigadora. Directora del área de educación del Centro de Estudios e Investigación en Ciencias Sociales (Ceics).
Militante de Vía Socialista.