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polémica

Los negros invisibles del fútbol argentino (y de la sociedad)

“Argentina es mucho más diversa de lo que mucha gente cree, pero el mito de que es una nación blanca ha persistido”. Así comienza un artículo publicado en el Washington Post titulado: “¿Por qué Argentina no tiene más jugadores negros en el Mundial?”. La nota provocó un aluvión de respuestas, debates y preguntas. La principal duda, tapada por años bajo la idea, o tal vez, deseo y aspiración, de ser la nación europea en América del Sur, la París latina: ¿dónde está la representación negra en Argentina?

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Antes y ahora. Da Guía y Benavídez jugaron en Boca en los años 30, igual que Pacheco, en San Lorenzo. | cedoc

Algo ha pasado. Hay una diferencia con la población de nuestros países vecinos, Brasil es el claro ejemplo. Para 1810, el 30% de la población argentina era negra. En el censo de 2010, la cantidad de población afrodescendiente, igual cantidad de hombres y mujeres era de 149.493: el 1% del país. Luego el número se eleva de acuerdo con un estudio de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, Untref, quien estima que actualmente la población negra de la Argentina asciende al 5%, que significa más de dos millones de argentinos. Las estadísticas suben, bajan, vuelven a subir. Y tantas teorías se escuchan: eliminación de la población negra, bala de cañón en la Guerra del Paraguay, aniquilación por la fiebre amarilla, o mestizaje. 

La respuesta a estas cifras sorprendentes y contradictorias parece estar cerca, a la mano. La población afrodescendiente está en Argentina y de eso no hay duda. Como diría el sociólogo Alejandro Frigerio, la invisibilización es resultado de una “ceguera cromática”. Paola Monkevicius, antropóloga e investigadora del Conicet con años de investigaciones dedicadas a la población afro, lo explica de la siguiente forma: “Los jugadores de la Selección no son vistos como ‘negros’, sino que son clasificados como ‘blancos’. Como contrapartida, si presentaran rasgos físicos asociados a la negritud, características muy específicas que pocos poseen, inmediatamente serían extranjerizados, como si no fueran argentinos. De ahí deviene la clásica pregunta que muchos afroargentinos reciben a diario: ‘¿de dónde sos?’”. En estas definiciones hay algo iluminador. El imaginario físico africano no siempre corresponde con la realidad, pues no todos los que poseen raíces africanas entran en el espectro sectorizado de una idea física africana. Desde este lugar, la pregunta “¿dónde está la gente afro en Argentina?”, podría responderse con “en todos lados”, aunque no se los encasille como tal. Por ejemplo: ¿cómo se podría saber que alguien es español? Solo preguntándole. La misma operación se ha realizado con otras colectividades, como asociar a la mujer musulmana únicamente con la que usa hiyab. 

Continúa Monkevicius: “Todavía prevalece la idea de una argentinidad que se establece como sinónimo de blanquitud. La categoría de ‘negro’ ya en Argentina encierra una multiplicidad de significados, casi todos negativos. Es distinto al contexto estadounidense al cual va dirigida la nota del Washington Post donde operan clasificaciones en un amplio abanico”. 

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Palabras. La palabra “negro” en el Río de la Plata no es solo un color. Para nombrar algunas de las concepciones desalentadoras; trabajo “en negro” significa por fuera de sistema, oculto. Inmigrante “en negro” es ilegal. “Negro” como insulto. “Esa misma lógica provoca reticencias a la hora de describirse a sí mismo como afrodescendiente lo que puede hacer que algunos jugadores no se identifiquen o no visibilicen esa pertenencia familiar. No significa lo mismo identificarse como italiano que como chino; dentro de las identificaciones existen ‘jerarquías’. El imaginario de desaparición surge de la no aceptación de la pertenencia y de una fuerte narrativa de ‘blanquedad’ impuesta por el Estado a través de sus diversos instrumentos”, indica la antropóloga. La investigadora indica que los resultados del Censo del 2010, con tan pequeño porcentaje afro en el país, pueden explicarse teniendo en cuenta la falta de identificación con las propias raíces, así como el desconocimiento de los orígenes particulares. Por lo tanto, el dato del 1% no confirma que Argentina sea una nación “blanca”, ni significa que en 2010 realmente hubiera tan pocos afrodescendientes en Argentina. “Más que cambios reales en la población, esta baja numérica debe entenderse como parte importante del borramiento estadístico sufrido por la población afroporteña. No solo hoy se desestiman parte de las categorías que eran utilizadas para reconocer a esta población, sino que la pertenencia afro fue motivo de vergüenza y de ocultamiento durante años porque atentaba contra la posibilidad de pensarse como argentino. Muchos sufrieron discriminación y maltratos”, apunta. Sin embargo, algo está cambiando, advierte la especialista: “En los últimos años un nutrido grupo de activistas afroargentinos reivindican su pertenencia y demandan derechos históricamente negados”. 

 

Discursos. Monkevicius retoma la pregunta central: “Cambiaría la cuestión de la nota a ‘¿por qué no hay más afrodescendientes en la Selección argentina?’. La narrativa nacional blanca predominó desde mediados del siglo XIX y se instaló como lógica de clasificación social”. Dicho discurso propuesto desde el Estado puede encontrarse en, por ejemplo, el ensayo Facundo: Civilización y barbarie, de 1845, del expresidente de la Nación, Domingo Faustino Sarmiento. En él se plantea un valor central de la época: la civilización como sinónimo de Europa. “Dentro de veinte años habrá que viajar a Brasil para ver negros”, afirma. Hay más: el famoso “gobernar es poblar” de Juan Bautista Alberdi (1810-1884), deseaba específicamente la población europea. La propia Constitución Argentina, en su artículo 25°, que aún sigue vigente, establece que “el Gobierno federal fomentará la inmigración europea”. Cuatro millones de inmigrantes europeos llegaron a Argentina entre 1860 y 1914. “Se estableció un sistema de alteridades, de los ‘otros’, que niega e invisibiliza cualquier diferencia étnica por considerarla peligrosa para la ‘necesaria homogeneidad’. Los jugadores, precisamente, son vistos como descendientes de europeos”, afirma la investigadora. 

Teorías. A pesar de la explicación del registro de 2010, aún no se ha desenredado porque en 1810 la población afro era de un 30% de la población, y actualmente se estima de entre un 4% a un 6%. En el último censo, 2022, tras años de olvido, se incluyó la pregunta sobre el origen afrodescendiente; queda pendiente este resultado. 

La primera de las justificaciones dice que la población afro fue utilizada como “carne de cañón” durante las guerras a lo largo del siglo XIX, principalmente en la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870). La historiadora y docente María Victoria Baratta, autora de La Guerra del Paraguay y la construcción de la identidad nacional, aclara: “La hipótesis que sostiene que se decidió exterminar a la población negra al usarlos como soldados de las guerras de independencia, guerras civiles o la Guerra contra Paraguay carece de sustento. Alistarse como soldado podía representar una promesa de libertad para los esclavos. Muchos murieron en las guerras, pero éstas no se hicieron con el objetivo de exterminarlos”. En la bibliografía también se nombra la Batalla de Maipú (1818) y las Campañas del Alto Perú y se indica que algunos esclavos desertaron o se fueron a otros países. “La Guerra contra Paraguay tuvo lugar cincuenta años después de la sanción de la libertad de vientres (1813, libertad para los hijos de esclavas). Para esa época, el mestizaje se había profundizado y comenzaba la masiva inmigración europea”, recuerda Baratta.

Otra de las teorías apunta a la fiebre amarilla, con su mayor brote en 1871, y con supuesto inicio en el barrio porteño de San Telmo, donde el hacinamiento por los conventillos fue clave para su propagación, y donde parte de la comunidad afro vivía. Esta causa fue desestimada por algunos historiadores, pero hay quienes afirman que las autoridades evacuaron a la población blanca y evitaron que otros grupos pudieran escapar. “Como con las guerras, lo mismo sucede con la hipótesis de las pestes. La fiebre amarilla no parece haber atacado principalmente a esa población. Las guerras y epidemias terminaron con la vida de personas negras, pero no fueron diseñadas con ese fin. La discusión sobre políticas de exterminio parece ser más pertinente con la cuestión indígena, la campaña de Rosas y fundamentalmente la de Roca”, explica la historiadora Baratta. 

Finalmente, la tercera teoría parece dar en el clavo. “La historiografía más reciente apunta al mestizaje como proceso central”, indica la doctora en Historia y también investigadora del Conicet. Las muertes de hombres negros durante las guerras, obligó a sus esposas a entablar relaciones con hombres europeos como medio de protección y como camino hacia una mejor calidad de vida. “El Virreinato del Río de la Plata tenía un porcentaje considerable de población negra que era mano de obra esclava, aunque en proporción algo menor que en otras colonias españolas y que en Brasil. Luego de la caída del Virreinato el mestizaje se profundiza en una sociedad menos estamental que la de otros estados americanos. La abolición de la esclavitud llega en 1853. El racismo de la época difundió la idea de que se ‘mezclen’ y se ‘diluya’ la ‘raza negra’, a la que consideraban inferior. Esa parece haber sido la cosmovisión de la época”, finaliza Baratta. 

Activistas. Alí Delgado es parte del grupo de los activistas afroargentinos que visibilizan a la comunidad. Abogado y docente responde a la pregunta inicial: “Seguramente hay afrodescendientes en la Selección. Lo que pasa es que el ojo argentino está acostumbrado a construir la blanquitud de una manera amplia. Acá, para ser una persona negra tenés que tener piel oscura y pelo mota. Ser afrodescendiente va más allá del color: significa que descendemos de una persona negra. Seguramente pueden categorizar a las personas como morochas”. “No hay país del mundo que no tenga racismo. Claro que existe el racismo en Argentina y se manifiesta de muchas maneras, como insultos, o golpes institucionales a la comunidad senegalesa. La política es un lugar de blancos, lo mismo con los barrios pudientes. Los lugares de servicio son para personas marrones. ¿Cuántas personas marrones han tenido como docentes?, ¿a cuántos afrodescendientes leíste? Las oportunidades están determinadas por el racismo. Se escucha al negro decorativo del 25 de Mayo en la escuela, la eliminación de próceres de la historia negra… Todo esto tiene que ver con la segregación social que se ha naturalizado”, afirma Alí Delgado. 

“Existe entre un 5% y un 10% de personas afro en Argentina, posiblemente más cerca del 10%. Todos los niños negros pasan por un momento de su vida en la que quieren ser blanqueados o plancharse el pelo, porque ser lo que son implica mucho sufrimiento. Los mitos de una Argentina blanca se sostienen porque muchas veces los argentinos que salen del país son los que tienen dinero, y los que acceden al dinero, en general, son blancos. Obviamente hubo mestizaje, pero no desaparecimos por el mestizaje. Es una mentira”, concluye Alí Delgado. 

Morochos. La palabra “morocho” es retomada en el artículo del Washington Post sobre la Selección: “Este término, que hace referencia a aquellos que son ‘de color bronceado’, se ha utilizado como una forma de distinguir a las personas que no son blancas. (...) Es probable que varios jugadores del equipo actual sean descritos como morochos en Argentina”. Carlos Álvarez Nazareno, presidente de la Agrupación Xangô, organización por los derechos afro, señala que Argentina es uno de los países de Latinoamérica donde más se usa el concepto “negro” de forma peyorativa: “Por eso hablamos del racismo en el lenguaje”. “Acá la palabra ‘negra’ está llena de connotaciones negativas. ‘Trabajé como un negro’, por ejemplo. Está vinculado no solo a la marginalidad, la pobreza y la exclusión, sino a la clase. ‘Cabecita negra’, ‘negros de M’, ‘villeros’. Aquí hay una respuesta a la historia donde todos esos descamisados, trabajadores, esclavizados, obreros, tienen un color distinto al de las clases altas”, afirma el activista. 

La antropóloga Paola Monkevicius retoma un planteo similar: “Si alguien se considera ‘morocho’ o ‘moreno’, se asigna a una condición de clase que se despega de lo biológico, de la cuestión étnica: lo que en otro momento se conocía como ‘cabecita negra’, y actualmente se piensa como ‘negro de cabeza’, y que algunos definen como ‘negro popular’. Aquí entra en juego otra concepción negativa para la palabra ‘negro’ a las ya nombradas”. Sin dudas peyorativa, esta expresión se escapa por mucho de una descripción de color y se refiere a una cuestión de clase. “Si aparece alguna forma de ‘ser negro’, ésta no se encuentra marcada por la étnica a partir de rasgos físicos explícitos, sino por una ‘forma de ser’ ligada a lo popular, al barrio, al Conurbano”, afirma la licenciada.