La campaña de seducción de votantes de Daniel Scioli en los medios no fue soñada. Arrancó como si Cristina tuviera en su poder la mano perdida de Scioli, a la que trata como un muñeco vudú, empeñada en quebrarle los dedos uno por uno.
Primero fue la fallida campaña del miedo impulsada por el Frente para la Victoria. Algunos hits: el ministro de Salud de la Nación, Dr. Daniel Gollan, aseguró que sólo una presidencia de Scioli garantizaría la continuidad de tratamientos contra el cáncer (luego fue desautorizado por José Pampuro, quien dijo que si Perón reviviera los mataría a todos, que están prostituyendo la política). Silvina Batakis, a cargo de la cartera de Economía sciolista, tuiteó junto a la Casa Rosada que, gracias a una medida de la aún no ungida Vidal, miles de profesionales perderían su trabajo y cincuenta mil jóvenes bonaerenses se quedarían sin becas (luego fue refutada por el mismo Scioli). Las versiones apocalípticas vertidas por fuentes oficiales y por deidades menores del multiverso kirchnerista competían rampantes por el temor y temblor de los votantes.
En un bullicioso ejercicio de aikido político, las redes devolvían transformados en ironía esos mismos escenarios apocalípticos, que un eventual gobierno de Cambiemos, esa locura republicana de promover la alternancia en el poder, podría atraer. Se diseminó como Campaña Bu, como noticias inventadas por la gente en Facebook, y bajo el hashtag #SiMacrigana. La ironía devoró rápidamente a la política extorsiva de los que demonizan el juego político democrático (para el cual es importante que haya otro, y que también sea patria). No fue magia del sensei macrista Jaime Duran Barba, porque ya las bases estaban en los escritos de Laclau, sumo sacerdote del kirchnerismo caviar: ese “significante vacío” en el centro de la disputa podía tomar cualquier signo –incluso el signo contrario. La política emoticón se embestía contra sí misma.
Mientras la planta del Estado, los militantes y los creyentes del kirchnerismo sensible diseminaban los mensajes negativos, Scioli intentaba concentrarse en su nueva estrategia: ser “más Scioli que nunca”.
El mentado maximalismo del hombre del FpV produjo algunas películas breves. Una de ellas comienza con una melodía vintage y canta “Un hombre solo es sólo el comienzo” sobre un montaje de paisajes bucólicos, telares y tractores, y es una copia de una publicidad de Sancor de los años 80; no hay rastros de un Scioli físico, sólo la boleta como coda liminar. Una publicidad del brasilero Aècio Neves contra la recientemente reelecta Dilma Roussef, film tildado de golpista por un medio afín al gobierno, fue la inspiración de un nuevo spot, Una Argentina sin máscaras: una especie de Being John Malkovich de una futura debacle de Cambiemos, en un mar de caretas de Macri. En otro spot toma directamente un aviso de Massa, que aparece como personaje del spot de Scioli. En el pináculo de estos homenajes al copyleft Scioli mira a cámara y dice: “Yo sé que algunos están enojados”. Como circuló en las redes, así empezaba un spot de Menem de 2003 cuando planeaba pelear su tercera presidencia, y así sonaba el conocido “Dicen que soy aburrido”, que usó Fernando de la Rúa para apelar al elector indeciso y desencantado. En su comunicación, cuando Scioli debía ser más Scioli que nunca ofrece playbacks al Menem de la tercera presidencia, al derechista Aècio Neves, a la Dilma que le explotó Brasil apenas asumió, con un dejo aromático a De la Rúa. Una lástima que la Patria Grande no estuviera entre las musas, y así escuchar entre ritmos salseros un claro y caribeño: “Ey chico, tú que votaste a Massita, sé que odias al kirchnerismo, pero ven vótame igual”.
Los publicitarios son publicitarios, minimizó Scioli ante las críticas a su estrategia de comunicación. Después de pedirle disculpas a Massa por un episodio de hacía dos años, en el que un gendarme había entrado y robado en su casa, al que Scioli en su momento denominó un “autoatentado”, Scioli apostó a estrechar el vínculo con el Weltanschauung massista y prometió a la prensa “tolerancia cero” a los piquetes. Un Scioli al lado del ciudadano motorizado y de a pie. Quizás ya envalentonado con su verdadero ser que emergía clamoroso al calor de la campaña, Scioli declaró en una entrevista que él es “anti-aborto en lo personal”. Al fin, su personalidad real de peronista de derecha comenzaba a definirse contra el discurso progresista del kirchnerismo de paladar negro que lo había votado “con desgarro”, según la expresión de su divina majestad de Carta Abierta, Horacio González.
Pero a la mano dura le cortaron las piernas. En Merlo, un mandamás histórico del FpV impulsó una toma de tierras contra el intendente electo del FpV, en el marco de una gobernación del FpV. “Othacehé es Nerón incendiando Roma”, acusó Gustavo Menéndez, el nuevo intendente de Merlo. En Concepción, la segunda ciudad de Tucumán, punteros del FpV sitiaron al intendente electo de Cambiemos. En Salta, Cattáneo, dirigente del FpV, amenaza no dejar asumir al intendente electo del massismo. Cariglino nombra cuatro mil empleados en un municipio que tenía doscientos y se aumenta el sueldo hasta superar el de la Presidenta; y la Presidenta nombra auditores futuros de su gestión pasada en circunstancias bochornosas. Mientras, el saliente Bruera (FpV) deja La Plata sin recolección de residuos, y se lleva los juegos de las plazas. Podemos imaginarlo a Bruera de noche, bajando whiskies aferrado a un tobogán en el living de su casa.
El peronismo en crisis es una caja de Pandora de plagas de Egipto. No podría haber mejor campaña para Macri que el espectáculo del peronismo explotándose los sesos unos a otros como en una secuencia de Tarantino. Que al fuego amigo discursivo le siguieran incendios concretos, que hablan de la situación real del país y de la crisis (moral, pública, económica) que enfrenta. La crisis que la pasada elección generó en el ego de los barones desplazados desató una verdad monstruosa: cada uno es un rey sol en su comuna, y si se tiene que ir, se lleva hasta los juegos de las plazas, como el impertérrito villano de Disney Bruera. Y como las plagas no pudieron esperar a después del 10 de diciembre, temporada tradicional de los saqueos, cayeron sobre un Scioli que todavía está dando pelea. La campaña demostró que para Scioli no se trata sólo de un problema escolástico de cómo conjugar el evangelio kirchnerista con el peronismo de derecha, piloto de tormentas y de ajustes, sino que tiene serios problemas para liderar dentro del PJ. Que no lo reconoce como líder, que está furioso y enceguecido como un jabalí rabioso ante la pérdida de poder. En el nivel alto y en el PJ granular municipal, fracasa como líder. Y a los fines de la campaña no consigue enamorar a quienes más le importan: los votantes de Massa, que preferirían al propio Sergio al comando del peronismo opositor.
Entre la elección y el debate del domingo próximo, Cristina llevó a cabo dos actos. En el primero, ni nombró a Scioli. En el segundo, en la inauguración de la segunda parte del Polo Científico y Tecnológico en Palermo, se mostró flanqueada por dos baluartes del modelo, Lino Barañao y Axel Kicillof, y el candidato Scioli a un costado. El acto fue una postal para la nostalgia: radares, Abuelas emocionadas, Nietos recuperados. Y Cristina hizo de las suyas: “No van a tener que elegir entre San Martín y Belgrano, porque no están. Tampoco entre santos, que están en el cielo”. Y ahí estaba Scioli sentado cabizbajo a un costado, con las medias bajas, look fracasado, de sapo de otro pozo que busca no obstante, amor en este pozo donde no se lo dan, en una estampa derrotada que se viralizó. Pero aun si apenas cruzaron miradas, el encuentro fue el más positivo para Scioli. Desde entonces, la estrategia del FpV apareció más coordinada: en su discurso, Cristina se refirió a un jefe de Gobierno de la Ciudad que llega a la presidencia y se va en helicóptero y deja un tendal de muertos. Y Scioli empezó a referirse a Cambiemos como “la Alianza”. Ella canturreaba para los ultras, y Scioli para el resto del electorado. Esa tarde, Alberto Pérez, vocero del sciolismo enfático, dijo que se terminaba el kirchnerismo. La cara de la Presidenta saliente decía lo mismo; ni se toca con Scioli, ni lo deja hablar. El Modelo es de ella y de Néstor, que mira junto al Arsat2 y no tiene (ni desea tener) sucesor real.
Varios problemas para Scioli: ¿cómo articular el gatopardismo del FpV, que había intentado reinsertarse en el mercado de capitales sin lograrlo, y había hecho de esa derrota a puertas cerradas un triunfo más del relato tutelar? ¿Cómo reencauzar a los fieles hacia un viraje a los mercados de capitales sino con una nueva mutación del peronismo, manteniendo bajo control la furia de los barones que las urnas habían desarticulado? ¿Cómo pasar de un peronismo cesarista embanderado en una izquierda alucinada a un peronismo de derecha y de ortodoxia económica, y comunicarlo como algo deseable? O cómo transformar el kirchnerato en un régimen de supervivencia a sí mismo.
En otros spots, Scioli se remonta a su pasado de deportista y con él, a su accidente; son las circunstancias de la vida que lo han forjado como un hombre de diálogo, como alguien que se adapta. Cuando Scioli habla de su capacidad de adaptación, deja librado a nuestra imaginación qué forma tomará ese peronismo que se prepara para mutar, y nos asegura que su propio rol será adaptarse a esa mutación del cuerpo. No será un líder que dé forma ni definición; él sabrá escuchar las señales que la corporación peronista haga prevalecer. Es un mensaje hacia adentro de las entrañas del peronismo, más que para los votantes. Cuando Scioli habla de las olas de dos metros que tuvo que enfrentar, las difíciles decisiones que tuvo que tomar, su cuerpo incompleto es el testigo, la garantía de que su juego no es el de un Alfa. “Conmigo pueden estar tranquilos, no los voy a patotear”. Su ablación es virtud de acople dentro del cuerpo peronista, que siempre se soñó como el único cuerpo real de la Nación.
Mientras, Karina Rabolini se pone y se saca el rodete: va con el pelo suelto a jurar que adora bailar cumbia, se extiende rubia y lánguida para que le saquen sangre. Se le quiebra la voz contando que se le rompieron los talones cuando se incendió su departamento en Callao y Posadas; saltaron ambos al balcón de al lado, y desde entonces ella prefiere llevar taco bajo. Karina sostiene la voz en un hilo al decir que la verdadera campaña de miedo es cuando Lilita Carrió dijo que matarían a su marido, si llegara a ser presidente.
Scioli sigue adelante; y ahí está el mejor Scioli. Su tenacidad, su perseverancia no son meras palabras de spot publicitario: las tormentas de la campaña y del peronismo da cuenta de ello. No porque pueda manejar con pericia ninguna de ellas, sino porque sin dudas, lo suyo es seguir adelante como sea. Y lo más loable es que no hay duda de que detesta estar en campaña. Las fotos de Scioli besado por personas comunes que encuentra en campaña siempre lo encuentran en extrañas poses. A veces les ofrece un mentón rugoso, otras son sencillamente expresiones de asco y disgusto indisimulables. Apenas puede disimular la fobia que le produce el contacto con esos seres carenciados a los que su discurso se propone beneficiar. Las reacciones de Scioli asqueado ante los besos son furor en las redes.
La naturaleza bicéfala de la campaña implica, por un lado, conquistar la nueva conducción del país, y por otro liderar una renovación del peronismo en su nueva mutación. Esto cifra las dificultades de Scioli: no puede conducir el peronismo porque no conoce el ADN de su nueva mutación. Porque sus links con el kirchnerismo aún en poder son demasiado débiles. Porque su pan-peronismo le genera más rechazos que adhesiones. Y porque los gobernadores, después de tantos años bajo el tacón férreo de Cristina, no encuentran en Scioli un líder que encabece la rebelión ni que garantice la retención del poder, movimiento tectónico que debía ocurrir como una intriga palaciega, y que terminó estallando volcánico a lo largo de ese territorio vasto que nunca imaginaron bajo otro signo político.
En las entrevistas con Majul y Lanata del domingo pasado, Scioli mantiene la vaguedad de su discurso y su pasión por deglutir los finales de las palabras (“cambiemo’ lo que haya que cambiar, mantengamo’ lo que haya que mantener”); juega a atacar desde la defensiva. Asegura que habla “cuatro idioma” y repite el mantra de los dos modelos de país, pero se concentra en quizás lo único real que tiene para transmitir. Nada de lo que quiera hacer Scioli está en sus palabras, ya que apenas puede articular ideas, fuera de un elogio a las buenas formas peronistas de alabar la presencia del Estado, ideas que por otra parte ya son parte del folclore argentino con las que también se embandera Cambiemos. La fuerza de Scioli está en que no se sabe qué es, y sin embargo, sigue adelante, como sea, huraño, asqueado, sapo de otro pozo, contra viento y marea.