ELOBSERVADOR
cronica de una tragedia humanitaria

Pese a las amenazas de Trump, crecen las caravanas de inmigrantes

Salen de Honduras para llegar a los Estados Unidos. No les importa que los espere un muro o la policía. Son los pobres de Centroamérica que huyen de la pobreza y la violencia detrás de nuevas oportunidades.

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Llegada a México. Llegada de la caravana migrante de hondureños a Tecún Umán. Son viajeros pobres, casi sin pertenencias. | Martín Calix /contracorriente

Caminan. A veces, ni levantan los pies del suelo.  Los arrastran. Otras, se suben a buses o a autos. Pero corren el riesgo de ser multados. Son miles los centroamericanos, principalmente de Honduras, que andan kilómetros y kilómetros. Van con hambre, sueño y hasta enfermos. Su destino: llegar hasta Estados Unidos para sentirse seguros y encontrar un trabajo. Cargan con el fantasma de la vida que alguna vez les prometieron y ahora quieren reclamar.

Tienen esperanzas, sueñan con la libertad.

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En Honduras, a diario, migran entre 300 y 350 personas. Pero desde octubre de 2018, hay una nueva modalidad de viaje: la caravana.

Un volante comenzó a circular en las redes sociales del país, a principios de ese mes, con el dibujo de un migrante solitario frente a un fondo rojo brillante.

La primera caravana salió el 12 de octubre de Honduras y llegó a México alrededor del 20. Más de 9 mil fueron juntos hasta la frontera entre México y Estados Unidos.

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En enero de 2019, sale la segunda caravana. A diferencia de la de octubre, esta marcha fue más dispersa. Somos más de 7 mil personas que vamos unidas hasta la frontera de México.

Camino con ellos. Soy una cronista hondureña, contratada por una cadena televisiva, para cubrir “el tema”.

La ruta no es fácil. Lleva más de cinco días enteros de caminata. En el recorrido, se van sumando salvadoreños y guatemaltecos. Ir en caravana es una dinámica para viajar seguros, conseguir un trato más humano, y sobre todo: un método más económico y alcanzable para la mayoría.

Al día siguiente, ya llegamos a la frontera de Tecún Umán, Guatemala. Es de noche. Me pongo a hablar con Roberto, un hombre de 50 años, que se limpia el sudor de la frente. Cuenta que huye de la violencia porque su comunidad vive en conflicto por tierras con las pandillas, zona de masacres.

“Por eso estamos emigrando. No se puede vivir en Honduras. No hay manera. Mueren muchos jóvenes”, dice y mira a las personas que detrás de él también esperan llegar a Estados Unidos, la mayoría jóvenes.

Las razones detrás de estas caravanas son diversas. Se trata de problemas estructurales como la violencia, la corrupción y la pobreza. También huyen del machismo y la violencia contra las mujeres. Según las cifras oficiales, la tasa de homicidios en Honduras es de 40 por cada 100 mil habitantes. Y siete de cada diez personas viven en pobreza.  

Roberto cuenta que nunca pensó en tener que tomar la ruta migratoria, antes vivía en mejores condiciones. Durante un tiempo, incluso, vivió, se casó y tuvo hijas en Estados Unidos. Por eso, sabe hablar inglés. Sin embargo, regresó a Honduras y desde hace par de años que ya no puede trabajar en el ganado porque las pandillas no se lo permiten. Tampoco consigue trabajo por su edad y eso no le permite pagar el trámite para obtener una visa Estadounidense.

—Hasta que el gobierno no cambie esa situación y la controle no se va a poder vivir en el país —dice Roberto.

El es de la zona norte de Honduras, un área donde históricamente se ha instalado el narcotráfico. Hace poco, Estados Unidos extraditó a uno de los carteles más grandes en el país, Los Cachiros, quienes en sus declaraciones denunciaron como cómplice a Tony Hernández, ex diputado y hermano del actual presidente hondureño Juan Orlando Hernández. Tony ahora enfrenta cargos por narcotráfico y también se encuentra extraditado.

El gobierno de Hernández ha estado lleno de irregularidades, desde acusaciones por malversación de caudales públicos para utilizarlos en su primera campaña política hasta una reelección considerada ilegal e ilegítima. La gente en la caravana sabe esto. Por eso tienen también un componente político. En el camino, gritan consigas par de años que ya no puede trabajar en el ganado porque las pandillas no se lo permiten. Tampoco consigue trabajo por su edad y eso no le permite pagar el trámite para obtener una visa estadounidense.

“Hasta que el gobierno no cambie esa situación y la controle no se va a poder vivir en el país”, dice Roberto.

El es de la zona norte de Honduras, un área donde históricamente se ha instalado el narcotráfico. Hace poco, Estados Unidos extraditó a uno de los carteles más grandes en el país, Los Cachiros, quienes en sus declaraciones denunciaron como cómplice a Tony Hernández, ex diputado y hermano del actual presidente hondureño, Juan Orlando Hernández. Tony ahora enfrenta cargos por narcotráfico y también se encuentra extraditado.

El gobierno de Hernández ha estado lleno de irregularidades, desde acusaciones por malversación de caudales públicos para utilizarlos en su primera campaña política hasta una reelección considerada ilegal e ilegítima. La gente en la caravana sabe esto. Por eso tienen también un componente político. En el camino, gritan consignas y se acercan a los medios a decir que huyen del gobierno de Hernández.

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Algunos duermen en casas de migrantes, otros directamente en la misma frontera.

Yo no paso la noche en la calle. Mi noche de hotel, que ya está rentado por el canal, cuesta más de lo que los migrantes tienen en sus bolsillos. No puedo dormir. Siento la culpa de esta muestra de capitalismo en su máxima expresión.

Al día siguiente, la caravana sigue. Atrás, van los papás y mamás con sus hijos. Adelante, suelen ir personas más bien adultas que no se llevan más que a ellos mismos.

Algunos piden ayuda a quien se les cruza. Pero en Guatemala se multa a la gente que ayuda migrantes. Veo cómo juntan lo poco que tienen para pagar esas deudas.

Por la noche, ya en Ciudad de Guatemala, hace mucho frío. Es un frío por el que no puedo quedarme parada porque siento que se me congela el cuerpo. Juntan basura para hacer fogatas. Charlo con ellos hasta la madrugada.

“Mi hija mayor fue violada”, dice don Guillermo en una de las estaciones de descanso, mientras su familia descansa al lado. Tiene tres hijas y una de ellas carga una bebé de dos meses en sus brazos. Todas lucen cansadas. En menos de dos días han recorrido 290 kilómetros con la ropa y zapatos que tenían. Algunas de ellas caminan con sandalias y tienen sus pies lastimados. Eso ha hecho que el recorrido sea más difícil.

Guillermo, el papá de las adolescentes, señala a la bebé que tiene una de sus hijas en brazos y dice que ella es producto de una violación. Cuenta que tuvieron que dejar el país porque denunciaron a su violador y estuvo preso un par de meses. Hace unas semanas salió libre y amenazó con asesinar a toda su familia.

Guillermo dice que lleva pruebas de las amenazas y denuncias que realizó porque al llegar a la frontera espera pedir asilo por su situación.

La hija de Guillermo es menor de edad. No solo le toca cargar con una hija que no planeó, sino también huir de un país que le negó todo. El último registro estadístico de medicina forense señala que en Honduras anualmente cerca de 3 mil mujeres denuncian haber sido violadas. Todas en un país donde no hay un protocolo de atención a víctimas de violencia sexual, donde la pastilla anticonceptiva de emergencia está prohibida por ser considerada “abortiva” y, además, está penalizado el aborto por cualquier circunstancia. El frío es demoledor. Las madres con los niños, en general, duermen en albergues. Otros en las calles, abrazados.

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Al día siguiente, ya llegamos a la frontera con México. Yo ya no sigo, necesito visa. En la caravana anterior, los migrantes fueron atacados con gases lacrimógenos. Algunos igual lograron ingresar, otros cruzaron el río Suchiate, nadando. Una vez dentro de México, la caravana se redujo rápidamente: algunos aceptaron quedarse en un refugio hasta obtener un asilo, otros fueron deportados o asesinados.

Esta vez, en vez de gases hay visas. El gobierno también es otro. Por lo menos, 11.300 migrantes de Honduras aceptaron la visa humanitaria que les ofreció el gobierno de López Obrador durante las últimas dos semanas de enero. Otros dos mil cruzaron sin hacer el proceso. Para obtener las visas, tuvieron que esperar varios días en la frontera de Tecún Umán, Guatemala, la mayoría durmiendo en parques y buscando cómo conseguir comida, pasaron semanas en la zona sufriendo discriminación y hasta violencia por parte de los pobladores de la zona.

Los migrantes saben que la ruta migratoria es peligrosa, que pueden ser estafados, sufrir violencia sexual e incluso caer en redes de trata de personas o ser víctimas de asesinatos. Igual dicen: “En Honduras, ya perdimos hasta el miedo. Prefiero morir en el intento”.

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En abril dicen que va a salir la caravana más grande de todas. Mientras tanto, el gobierno mexicano se prepara para recibir una nueva oleada de migrantes centroamericanos, y el presidente Donald Trump respondió con el aumento de tropas militares en las fronteras. “Construiremos un muro humano si es necesario. Si tuviéramos un muro de verdad, ¡esto no se hubiera producido!”, dijo a través de Twitter.

Con la primera caravana, el presidente Trump ofreció extender por tres años más los programas que beneficiaban a migrantes centroamericanos. A cambio, pidió al Partido Demócrata que aceptara financiar los $ 5.700 millones de dólares para cumplir su principal promesa de campaña: un muro entre México y Estados Unidos. Hasta el momento, esas intenciones siguen quedándose en tuits.

Ahora, le dio un año a México para que “frene las caravanas”.

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Para Roberto, Guillermo y su familia no hay muro que pueda detenerlos. Lo último que sé de Roberto es que intentará cruzar a Estados Unidos por la frontera de Piedras Negras. Aunque aún no tengo noticias de él.

*Desde Honduras.

Crónica publicada en www.escrituracronica.com