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Vínculo ineludible

Progreso y desarrollo científico

El autor, presidente del jurado de los premios Bunge y Born a la Ciencia 2023, destaca la importancia del apoyo a la investigación en nuestro país.

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Premiados. Raquel Chan, Gabriela Soto y Federico Ariel, brillantes investigadores en agrobiotecnología. | cedoc

“Somos demasiado pobres para permitirnos el lujo de no invertir en ciencia y tecnología”, dijo Jawaharlal Nehru, ex primer ministro de la India, cuando su país pasó a ser una república independiente. Ese es el pensamiento que muchos tratamos de sostener.

La evidencia demuestra que los países que invirtieron en ciencia, lograron un desarrollo que le da prosperidad a sus pueblos, aún las naciones que lo iniciaron en condiciones sociales y económicas muy malas, como Corea del Sur, Israel o Finlandia. Si alguien piensa que se puede ser rico sin invertir en ciencia, que mire a los países ricos. El progreso de cualquier sociedad está indisolublemente ligado a la cultura, a la educación, y al desarrollo científico y tecnológico que alcance.

Esta idea se consolidó en todo el mundo; y también en nuestro país, donde la actividad científica logró legitimación social en los últimos años. Cuando me recibí de bioquímico, en 1981, fui la primera persona de mi familia en obtener un título universitario. Ellos esperaban que tuviera mi propio laboratorio; y cuando les contaba que trabajaba en el Conicet me decían: “no te preocupes, ya vas a conseguir algo”. Pero esa mirada hacia la ciencia cambió. El hecho de que un barbijo, una vacuna o una afirmación sea respaldada por el Conicet, es un valor agregado. 

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¿Cómo ser competitivos en ciencia desde Argentina? Podemos ser competitivos, y muchas veces lo somos. Lo que no podemos es hacer lo mismo que los grandes centros científicos del mundo, porque no tenemos los recursos. Entonces, tenemos que encontrar alternativas. Trabajar con lo que tenemos –aunque no por eso conformarnos–, ser originales, y encontrar mecanismos alternativos, más accesibles y más económicos, sin perder de vista que tenemos que hacer ciencia de primer nivel. Por eso, hacer ciencia en Argentina es más importante que hacer ciencia en Estados Unidos, en Alemania o en Japón.

A pesar de los avances y retrocesos, Argentina tiene más científicos y cada uno genera más publicaciones y desarrollo que hace veinte años. Pero, para ser competitivos tenemos que seguir trabajando duro, todo el tiempo, invertir dinero, y hacer un plan integral que defina puntos estratégicos. 

Tenemos una trayectoria como país en la que hacernos fuertes: la herencia de una escuela de calidad desde Sarmiento, las universidades públicas y gratuitas, el trabajo de los equipos de Houssay, Leloir, Balseiro, Mazza, y tantos otros que dedicaron décadas de construcción de la ciencia en el país. 

Agrobiotecnología. Desarrollar tecnología en un área donde la parte productiva ya está avanzada, es una de las ventajas comparativas que tenemos frente a otros países. Desde el punto de vista relativo, las ciencias biológicas en general, y la agrobiotecnología en particular, han tenido un desarrollo más extenso y más sofisticado en el país, por razones históricas y por la matriz agroproductiva que hizo que se creara, por ejemplo el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), que no existe en todas partes. 

Hemos desarrollado tecnología propia y hemos creado una base científico-tecnológica admirable, con buena vinculación entre el sector privado y el sector público, con muchos emprendimientos y spin off. 

Un ejemplo de eso son los ganadores de los premios Fundación Bunge y Born, que este año se entregan en Agrobiotecnología, y de los que tuve el honor de ser el presidente del jurado. Ganaron tres científicos que están en el tope a nivel mundial en lo que hacen: la doctora Raquel Chan, quien con su equipo creó la tecnología HB4 de tolerancia a estrés por déficit hídrico en girasol, y luego lo incorporó a la soja, trigo y maíz, para sostener rendimientos en climas adversos y sequía, con nueve patentes ya registradas. El doctor Federico Ariel, quien se dedica a la investigación biotecnológica de las plantas para el desarrollo de nuevas técnicas saludables, mediante el uso del ácido ribonucleico (ARN), lo que puede reemplazar a los pesticidas en el cultivo de hortalizas y frutas. Los resultados obtenidos hasta el momento abren un nuevo campo en el sector agrícola a nivel mundial. Y la doctora Gabriela Soto, quien centra su trabajo en la alfalfa, ya con tres patentes de carácter internacional y reconocida por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). 

Estos son casos concretos de cómo la ciencia conlleva al bienestar de la sociedad: con mejores cultivos, de mayor calidad, acompañando las problemáticas del momento y buscando alternativas en la producción de alimentos. 

El sector privado y los premios. Hoy, en Argentina, es muy positivo el involucramiento del sector privado en la educación y la investigación. Es un reflejo de la legitimación social del trabajo científico de nuestro país. Las universidades privadas se interesan en tener grupos de excelencia en investigación. Y también es muy importante que los egresados, en lugar de quedarse en la academia –que era la única salida que tenía un estudiante de doctorado–, puedan ir al sector privado. Quiere decir que hay ofertas de trabajo alternativo. Ojalá cada día haya más, porque el sector privado trae sus propias problemáticas para la ciencia, y esto es claramente algo enriquecedor. 

Las fundaciones que otorgan premios son verdaderamente importantes; tienen una visibilidad social que hace a la valoración de la actividad científica. Y la Fundación Bunge y Born es verdaderamente pionera, porque lo entrega desde hace sesenta años. Valoro muchísimo también la incorporación del Premio Estímulo para los más jóvenes, para fortalecer la vocación y capacidad de trabajo de quienes se destacan. 

Además, valoro la manera en que se procede para la selección, con un sistema de transparencia donde no se difunde la disciplina elegida ni los científicos que se postulan. De esta forma se premió a las personas que más he admirado en mi vida: Houssay, Leloir, entre otros. 

Ojalá se multiplique este accionar, y distintas organizaciones sin fines de lucro decidan apoyar la ciencia, la tecnología y otras formas de la cultura.

 

*Doctor en Bioquímica, profesor de la UNR, investigador superior del Conicet. Presidente del jurado de los premios Fundación Bunge y Born 2023 en Agrobiotecnología.