A principios del 2011 Donald Trump era solamente un multimillonario de los negocios inmobiliarios con veleidades de estrella mediática. Ya había hecho cameos en varias películas y venía disfrutando el éxito del reality show “The Apprentice” (El Aprendiz), un programa en el que participaban jóvenes empresarios en busca de un premio de 250.000 dólares y un empleo en el consorcio Trump.
Ese año, durante la convención del Conservative Political Action Conference (CPAC), una importante asociación de organizaciones políticas conservadoras, Trump anunció que estaba considerando presentarse como precandidato republicano a la presidencia de Estados Unidos.
Viniendo del hombre con el pelo amarillo, más conocido por su estilo de vida que por sus convicciones políticas y por disfrutar cada vez que le gritaba “You’re fired!” (¡Estás despedido!) a alguno de los participantes de “The Apprentice”, el anunció causó bastante gracia entre la mayoría de los comentaristas y los medios norteamericanos.
Nadie podía tomarlo en serio, por lo que el establishment republicano lo “adoptó” con benevolencia y dando por descontado que su participación en las primarias podría servir, en todo caso, como un atractivo extra para el partido.
Como se venía venir la victoria de Obama y su reelección en los comicios del 2012, Trump decidió bajarse de la carrera de ese año. Pero, al mismo tiempo, hizo una apuesta: lanzarse como la voz pública de la teoría conspirativa que afirmaba que Obama no había nacido en Estados Unidos sino en Kenya, la tierra natal de su padre.
Cuando se convirtió en portavoz de los “birthers”, el empresario volvió a producir risas entre gran parte de los medios de comunicación, en especial entre aquellos más inclinados hacia el campo demócrata, como la cadena CNN, por ejemplo.
Cinco años después, Trump ganaba las elecciones del 2016 contra la poderosa maquinaria política de la demócrata Hillary Clinton y se convertía en el cuadragésimo quinto presidente de Estados Unidos.
En el camino, Trump finalmente “reconoció” que Obama nació en Hawaii y que es ciudadano norteamericano. Pero el impulso que cobró liderando a los “birthers” y cabalgando el racismo de ese movimiento, fue lo que lo colocó definitivamente en el escenario político.
Hoy, con las elecciones de noviembre por delante, varios candidatos republicanos están aplicando con entusiasmo ese capítulo del manual político escrito por Trump. Solo que ahora ya no se habla de la nacionalidad de Obama sino del “deep state”, la nebulosa confabulación de izquierdistas, pedófilos, socialistas, negros, musulmanes y judíos que, afirman, está buscando destruir el gobierno de Trump y los “valores” norteamericanos.
El nuevo movimiento es conocido como QAnon, en referencia a los posts que un tal “Q” comenzó a publicar en el 2017 en el sistema de foros públicos online 4Chan, donde se pueden encontrar desde simpáticos comentarios sobre películas o dibujos animados japoneses a la más repulsiva colección de pornografía, violencia y racismo.
A la narrativa de QAnon ya están subidos varios candidatos republicanos, algunos de ellos con chances de llegar al Congreso. La más llamativa integrante del grupo es Marjorie Greene, precandidata a diputada republicana por el estado de Georgia, quien ya superó las primarias partidarias de junio y avanzaba con fuerza hacia las de agosto próximo.
Greene es una consumada “Q Believer” y un verdadero personaje. En uno de sus videos de campaña se la puede ver subida a la parte trasera de una camioneta disparando un fusil semiautomático AR-15 contra varios “blancos”.
Los “blancos” de Greene en el spot televisivo son carteles con las palabras “socialismo”, “control de armas” y “fronteras abiertas”.
Rubia y blanca, subida a la camioneta estilo Humvee, Greene asegura que “aprueba este mensaje” y, al final del video, mira a cámara y afirma: “los demócratas luchan cada día por sus objetivos socialistas, yo voy a luchar todavía más fuerte para detenerlos”.
Por supuesto que un mensaje político que afirma que los demócratas de Estados Unidos luchan por el socialismo carece de seriedad, pero Green construyó su notoriedad en base a este tipo de afirmaciones promovidas por QAnon. Hasta hace pocos días parecía que nada podía detener a la empresaria, hasta que el periódico Politico publicó videos de Greene en Facebook, en los que habla de manera franca, abriendo sin censura sus pensamientos.
“Hay una invasión islámica en nuestro gobierno ahora mismo, ¿OK?”, dice en uno de los momentos de las grabaciones refiriéndose a la elección de varios diputados de religión musulmana en los últimos años. También apunta contra el financista de origen judío George Soros, a quien califica de “nazi”, se declara en contra de retirar los monumentos de líderes militares confederados y asegura que los afroamericanos son “esclavos” del partido demócrata.
Rápidamente, los sectores más presentables del partido republicano le quitaron el apoyo a Greene. “Estos comentarios son atroces”, sintetizó, por ejemplo, el vocero de Kevin McCarthy, el líder de la bancada republicana en la cámara baja del Congreso estadounidense.
La campaña de la empresaria de Georgia sigue adelante, de todas maneras, y quedará por verse cómo resultan las primarias del 11 de agosto.
Esos comicios internos pueden resultar un buen test para comprobar si el electorado de derechas en Estados Unidos sigue prefiriendo a los republicanos más prolijos o se inclinará hacia los QAnon y otros grupos propulsados por teorías conspirativas.
¿Qué lleva a tan grandes porciones de los votantes a creer en grupos que afirman que la jefa de gobierno de Alemania, Angela Merkel, es nieta de Hitler, que Hillary Clinton está planeando un golpe de Estado contra Trump o que la familia Rothschild encabeza un culto satánico?
En tiempos de creciente inequidad económica, de pandemias y de conflictos raciales, “las teorías conspirativas parecen atraer a las personas cuando sus necesidades psicológicas importantes no están satisfechas”, explica la profesora de Psicología Social Karen Douglas, de la Universidad de Kent.
Hablando con Perfil, Douglas afirma que “la gente busca respuestas cuando suceden cosas importantes, y las teorías conspirativas pueden ofrecer cierta claridad”.
“Muchos recurren a las teorías conspirativas como un mecanismo de defensa, aunque en última instancia no parece ayudarlos” realmente, dice la profesora de la universidad británica
Dentro de sus limitaciones, QAnon está funcionando al igual que funcionó para Trump subirse al “birtherism”, un movimiento que “ayudó a apoyar la narrativa general de la derecha de que Obama era un peligroso elemento externo (socialista, musulmán, etcétera) a pesar de que nada de eso es cierto (Obama gobernó como un típico demócrata centrista favorable a los bancos y las corporaciones)”, señala por su lado Nathan Pino, profesor de Sociología de la Texas State University.
En una entrevista por correo electrónico con Perfil, Pino afirmó que QAnon “ciertamente” tendrá un impacto, “pequeño pero consistente”, en las elecciones de noviembre.
“La teoría conspirativa ha ayudado a retener una parte pequeña pero muy vocal de la base política de Trump”, dice Pino, según el cual los “QAnon believers” son “probablemente el tipo de persona que votaría por Trump de todos modos, pero de esta manera están más decididos y activados para apoyarlo”.
Además de Greene, la republicana de Georgia que le dispara con su fusil al “socialismo”, al menos “dos docenas” de candidatos “believers” están en carrera, según un reporte de NBCNews, y por lo menos seis de ellos ya superaron con éxito las internas partidarias.
El informe citó una encuesta realizada por el website progresista Media Matters, cuya versión actualizada descubrió que al menos treinta de más de cincuenta y tres candidatos que se postulaban para el Congreso promoviendo teorías impulsadas por QAnon siguen en carrera.
Obviamente, QAnon floreció a sus anchas en Twitter, uno de los espacios preferidos por todo tipo de conspiradores y de promotores políticos. Incluso existe un perfil de “QAnon Argentina” que tiene más de 7.000 seguidores.
Hasta ahora poco se sabe de la verdadera identidad de “Q”, si es solamente una persona o un grupo de autores que deslizan sus teorías online. De todas maneras, en todos estos años, el movimiento se desparramó ampliamente y ya es imposible detectar un origen cierto, en medio de miles de seguidores que repiten y crean consignas.
La gente que propaga teorías conspirativas suele tener características psicológicas distintas de aquellos que las consumen o las creen
¿Son las personas u organizaciones detrás de fenómenos como el “birtherism” o QAnon provocadores amateurs o profesionales del marketing online?
“Pueden ser ambos”, afirma Pino.
“Hay quienes creen sinceramente en las conspiraciones que ‘descubren’ o a las que se aferran, pero hay otros que están capacitados para impulsar ciertas teorías para beneficio personal o de los grupos para los que trabajan o apoyan”, señala el profesor de la universidad texana.
Douglas, por su lado, cree que la división es más concreta. “La gente que propaga teorías conspirativas suele tener características psicológicas distintas de aquellos que simplemente las consume y cree en ellas”, asegura la experta.
“Está claro que alguna gente utiliza las teorías conspirativas como una manera de influenciar a otros, tanto social como políticamente”, agrega.
En ese sentido, Pino afirmó que “Trump es un maestro de la propaganda”. Y su utilización de teorías conspirativas parece confirmarlo.
Una de las principales premisas de QAnon es que el presidente está luchando sólo contra un ejército de demócratas socialistas, republicanos traidores, afroamericanos, judíos y musulmanes.
A pura sintonía, en estos días Trump publicó un tweet de apenas tres palabras: “The Lone Warrior!” (El guerrero solitario!).