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¿Qué he hecho yo para merecer una relación sana?

La paranoia se volvió el modelo para evaluar nuestras relaciones de pareja, con una serie de expectativas sobre lo sano que, de seguir así, puede terminar en delirio.

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Vínculos. | cedoc

En una de sus canciones más lindas, Jarvis Cocker dice “Él puede tener su espacio y hacer sus cosas, incluso puede besarte donde el sol no llega, pero nena, no dejes que te haga perder el tiempo”.

El título de la canción proviene de este último verso, “No dejes que te haga perder el tiempo” y expresa muy bien una frase que hoy se volvió una expectativa compartida en las relaciones amorosas.

Me gusta que sea una letra que ya tiene unos 20 años, porque refleja anticipadamente lo que hoy se volvió una obsesión: querer asegurar un vínculo de antemano, como si fuera posible, como si fuese cuestión de que cada quien diga para qué está antes de entrar en confianza. No solo las aplicaciones obligan a esta declaración previa, sino que en las citas es común que cada uno tenga que hacer un ejercicio de comunicación directa de qué busca en el encuentro con el otro: una pareja, un hijo, un buen rato, lo que sea, pero que sea claro. No estamos para perder el tiempo.

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Ésta es una de las máscaras de la honestidad que, hoy en día, se espera que funde la pareja. Tenés que saber qué querés, tenés que decírselo al otro, tenés que, imperativos que no resuelven el malestar de la relación amorosa, sino que a veces lo acrecientan. O al menos construyen una versión del otro al que, después, se puede culpar.

Tiempos. Sin embargo, lo que me interesa de la canción es que también deja en claro otra de las condiciones de la pareja actual: que cada uno tenga sus tiempos. Es claro hoy en día que, si hay pareja, eso no debe invadir los proyectos personales. 

Así se entiende mejor qué tiempo es el que no se quiere perder: uno que se piensa propio, respecto del cual siempre se puede acusar al otro de haberlo malversado. Entonces, ¿qué pareja es la que puede surgir de un tiempo tan individualizado?

De este modo, la canción de Jarvis Cocker revela su ironía, ya que a una persona desesperada por tener pareja, le dice: “Si no rectificás algo de tu posición, vas a vivir en el infierno de la búsqueda de un otro que se adapte a vos, porque buscás estar con alguien desde el miedo, desde lo que no querés perder. Y eso no suele salir bien.

En este punto, cabe una pregunta: ¿de dónde sale la acusación al otro respecto de que nos hizo perder tiempo? Aquí me permito una pequeña excursión por una idea básica del psicoanálisis. En particular, recupero su idea de paranoia. Lo propio del paranoico no es el delirio, sino una fantasía: ser usado por el Otro. 

El paranoico fantasea con el goce que le atribuye al otro. Entonces, me permito hacer otra diferencia. Entre “goce del Otro” y “deseo del Otro”. Y digo: Donde hay deseo del Otro, el paranoico supone un goce. Es su punto de partida. Y luego, si puede, delira.

Que haya deseo del Otro no es que haya alguien que oscuramente desea, al que se le puede imputar la propiedad de su deseo. Deseo del otro quiere decir: encuentro con otro en una relación en la que no hay pacto, es decir, en el desacuerdo, en fin, en la no relación. 

Hay otro, como otro, porque hay deseo del Otro. Si no, el otro es una duplicación imaginaria, con la que identificarse o a la que odiar proyectivamente. La paranoia es una salida de lo imaginario con lo imaginario: el Otro me usa, se aprovecha, etc. 

Esta fantasía constitutiva de la paranoia puede desbordar hacia otros tipos clínicos; por ejemplo, en la histeria que cuando se pone paranoide vocifera “Solo me quiere coger”. “No quiere nada serio”; también en la obsesión cuando se anticipa y supone que el otro quiere sacarle tiempo, capturarlo, etc. 

Paranoia. La paranoia –como alguna vez dijo Lacan– es la normalidad. El problema es que hoy nos volvimos demasiado normales. No pasamos de rosca con la normalidad paranoica y la vida se volvió una suposición permanente de las intenciones del otro.

Pienso, por ejemplo, en lo que ocurre cuando se teoriza sobre las “relaciones sanas”. Hay un discurso actual sobre este tema que básicamente se basa en contra-defensas paranoides.

Pongo algunos ejemplos de tips o frases tomadas de las redes, que se replican como consignas: “En una relación sana el otro tiene que decirte qué siente de manera clara”… ¡No sea cosa que te esté usando! “En una relación sana el otro tiene que ponerse contento por lo que te pone contento”… ¡No sea cosa que te esté usando! Y así podríamos seguir. 

La paranoia se volvió el modelo para evaluar nuestras relaciones de pareja y así como hace un tiempo tuvo su auge la literatura sobre “relaciones tóxicas”, hoy se les empieza a oponer especularme una serie de expectativas sobre lo sano que, de seguir así, puede terminar en delirio. Si ya no lo es. En una conversación reciente, un amigo lo dijo de forma muy divertida: Esto demuestra que hay que ser muy tóxico [o paranoico, agregaría] para buscar una relación sana.

Nuestra moral sexual cultural está cada día más lejos del deseo (del Otro) y esto es lo que quisiera pensar mejor, porque nuestra paranoia cómodamente instalada en suponerle goces a los demás comienza a mostrar una de sus aristas más complejas: una dificultad creciente para realizar duelos. 

Si el desencuentro se interpreta como pérdida de tiempo, si el otro tiene la culpa de lo que no pasó entre nosotros, podemos terminar cediendo a un delirio más potente que el de la fantasía paranoica: me refiero a la expectativa ingenua de que en el amor no tiene que haber pérdida y no entiendo la pérdida como necesariamente dolorosa –creo que justamente éste puede ser el problema que hace difícil pensar estos temas.

Llegamos al amor porque perdimos algo. El amor no va a ser la forma de recuperarlo. Hoy en día muchas personas esperan que un amor sea una reparación para algo que les pasó o un resarcimiento respecto de experiencias previas. También que el amor les dé eso que nunca pasó (una pareja, una convivencia, un lazo incondicional, quizás un hijo, etc.).

Ahora bien, lo que se repite en nuestras vidas es lo que no pasó, esas demandas que se convierten en reivindicaciones desesperadas. En personas que ya no son jóvenes, es cada vez más común que el inicio de una relación esté aprisionado en hacer al otro responsable de expectativas pendientes, saldos de vínculos previos o de su falta.

Para vivir algo diferente es preciso duelar algo que nunca vivimos. Es esperable que las pérdidas de otro tiempo nos lleven a buscar en el amor una solución. Sin embargo, el amor es para terminar de perder lo que perdimos. No para ganar, sino para perder definitivamente lo que no ocurrió y a lo que estamos agarrados por un dolor obstinado.

*Psicólogo y Doctor en Filosofía. Fragmento de su ensayo Amar, temer, partir. Una guía para las relaciones afectivas actuales.