Gonzalo García Pelayo habla de El séptimo sello, de Bergman en la sala de cine, como un instante que todo lo cambió, y de ahí nace su amor superior, aquel por el, precisamente, los relatos en pantalla grande. García Pelayo ha tenido, y tiene, muchas aventuras en su vida: nacido en Madrid en 1947, fue el inventor de un método que desbancó legalmente casinos (hasta se hizo una película al respecto: Los Pelayos), es un matemático de renombre, fue crucial durante los años 60 para la movida sevillana, se convirtió en el productor musical de nombres como Luis Eduardo Aute (entre 150 discos, y vale resaltar su capacidad de descubrir: la hoy famosa Rosalía aparece en su film Nueve Sevillas), conductor y locutor y hasta, entre mucha otras cosas, ha sido apoderado de toreros. Su productora Gong, que hace desde films (incluso argentinos) a libros, también es un lujo en el panorama cultural global. El ciclo que se da la próxima semana en la Sala Lugones, Gonzalo García Pelato. Cine Insurrecto, permite descubrir a quienes no han podido la obra de una luminaria escurridiza, fascinada con el fulgor de los buenos instantes en el cine, el arte que ama por excelencia.
Será el mismo Pelayo quien diga: “El rodaje es una mayor aventura casi que la narración que estás contando, y eso es como droga. Y por eso tengo un poco la sensación de que me interesa más el making of del propio rodaje, que lo que estoy contacto. Yo quiero que la vida que hay alrededor del rodaje se meta en la película. Si la vida puede entrar en la película, mejor”. Y refuerza ese dogma: “El primer rodaje de mi vida lo imaginaba bueno, pero no tan bueno. Fue un rodaje, el de Manuela, que me dejó flechado para toda la vida. Sentí que el rodaje te daba un poco de Dios, que las cosas eran como vos querías: los personajes los amoldas, pones y quitas conflictos. Aquel primer rodaje fue uno de los momentos más altos de mi vida”.
—¿Cómo definirías la forma en la que el cine existe en estos momentos y cómo eso afecta, o no, a tu forma de avanzar con tus proyectos?
—Yo creo que el cine está en uno de los peores momentos de su historia. Realmente la conexión con el público grande se está perdiendo en las salas. Quizás haya un reencuentro con el público en la pequeña pantalla. Hay que acostumbrarse a cambiar cada tanto, porque si del cine mudo costó trabajo pasar al sonoro, luego adaptarse al color, o al Cinemascope, el cine está lleno de estas revoluciones. Aunque esta es, vamos, bastante particular. Yo creo que ahora hay que encontrar la estética del cine pensando en cómo lo ve el público hoy, en la pantalla pequeña. La pantalla grande es un lujo. Eso hará que el cine cambie, y yo creo que estoy cambiando. Estos modos de ver nuevos te permiten más densidad: tienes la tranquilidad que la gente puede ver la película más de una vez, que repita una secuencia que le alucina, es decir, hay una serie de ventajas a explotar en un momento en que la pantalla grande se encuentra en uno de los peores momentos de su historia. Pero quizás el mismo cine en pantalla puede ser una escapatoria.
—¿Qué es lo que crees que conecta tu obsesión con los números con el cine? ¿Crees que hay un puente ahí? ¿O vos sos ese puente y nada más?
—Quizás no haya mucha relación entre el cine y los números. Yo me muevo de forma completamente diferente cuando estoy en un territorio y cuando estoy en otro. Cuando estoy en cuestiones de números, jugando a la ruleta o análisis, cálculos matemáticos, no tengo nada que tenga que ver con lo intuitivo. Es solamente inteligencia abstracta, a la máxima que pueda aportar. No hay corazonada. No hay superstición. Es el juicio recto de lo que hacemos en ese momento. Pero cuando estoy creando un disco, la producción del mismo, digo, o filmando una película, desaparece casi el razonamiento frío. Solamente actuó de manera sentimental: no quiero rodar nada que no me apetezca rodar. Aunque parezca que sea necesario, hay siempre otra manera de contar que evita los momentos menos desagradables. Por ejemplo, teníamos que filmar un aeropuerto, y una despedida: mucho lío filmar en un aeropuerto, entonces uso un plano de un avión volando y que todo se entienda igual. Quiero decir, lo resuelvo de cualquier manera y espero que esa manera nos haga más felices en el rodaje. Nunca filmé nada que no tuviera de verdad mucha ilusión de rodar. A la hora del arte, como autor, es solo inteligencia emocional. No es lo normal, ni lo aconsejable. Pero es lo que me define, creo yo.
—¿Qué queres transmitir a partir de tus relatos considerando tu conocimiento de la historia del cine y todo su poderío?
—Me gusta mucho el momento del fulgor, busco efectivamente fulgores, momentos. Pues yo creo que una película debe buscar el fulgor: lo poderoso, lo que sacude, debe estar al principio. Como decía Orson Welles, empezar con el terremoto, recordarlo a la mitad de la película y terminar con el terremoto. Busco, en todas mis películas, una identificación de los personajes con los paisajes que lo rodean. Que el personaje transfiera eso que solo en otros lados se ve como telón de fondo.
El mundo hecho relato
Su vida como renacentista de la cultura española ha generado el reciente proyecto “10 + 1”, que implicó una misión: entre abril de 2021 y abril de 2022, realizó once largos en tan solo doce meses. Ha filmado en tres continentes y varias locaciones: Kerala, Tamil Nadie, Kazajistán, Argentina y Portugal. Y, claro, en España. García Pelayo es una fuerza de la naturaleza del cine felizmente obsesionada con crear. El director afirma: “Fundamentalmente en estas últimas películas, que vuelven a vincularse con las primeras, la idea principal es el sitio. Esos tres continentes que están en las tres películas, los he visitado. Cuando turista viajaba y me preguntaba cómo era posible que en determinados sitios no se hubiera rodado nada ahí. Repito sentimentalmente los viajes que he hecho antes como turista. Necesito que los personajes vibren con el sitio, y el sitio vibre con ellos. El personaje fundamental de las últimas películas el protagonista de verdad es el paisaje”. ¿Cómo definiría alguien como Pelayo al cine español? “Yo creo que el cine español no tiene demasiada esencia de lo que es el alma española. Como si la tiene la literatura, como lo tiene el Quijote, por ejemplo. Evidentemente el cine expresa el alma de España, pero son muy pocas para mí las películas y realizadores que logran eso. Pienso en Almodóvar, por supuesto, en Berlanga, lo que es el sentimiento de España, la gran figura de Buñuel, claro, incluso sin filmar en España. Yo espero que mis películas puedan colaborar a dar una imagen de España, lo he intentado como productor de música”.