"Se estima que hay alrededor de 200 salas de teatro independiente en CABA”, dice Gonzalo Pérez, presidente de Artei, la Asociación Argentina del Teatro Independiente. Cada una concentra anécdotas de estrenos, éxitos y fracasos, todos hechos a pulmón, alimentando la vitalidad de la cartelera porteña. Alrededor de 150 de ellas tienen algún tipo de subsidio, de Proteatro y/o del Instituto Nacional del Teatro, aunque “nunca se otorga ni cubre todo lo solicitado” –explica Pérez y agrega– ”durante la pandemia, gracias a los apoyos de emergencia, la mayoría de las salas pudimos resistir. Dentro de Artei, éramos 110 hasta marzo 2020 y ahora somos 106; el resto cerró”. A continuación, van cuatro ejemplos de estas salas, que tienen una oferta de espectáculos especialmente atractiva y convocante: Espacio Callejón, Camarín de las Musas, Timbre 4 y El Galpón de Guevara.
Los cuatro ejemplos. Espacio Callejón (Humahuaca 3759) fue inaugurado por Alicia Lelutre y Miguel Ángel Solá en 1993. El espacio, una única sala habilitada para 56 personas, es propiedad de Javier Daulte, quien lo dirige junto a Federico Buso. El Camarín de las Musas (Mario Bravo 960) inició sus actividades en 2011. Tiene, en el local que alquila, dos salas, para 60 y 50 espectadores cada una. Tres socios llevan la dirección: Emilio Gutiérrez, Cristina Gutiérrez y Daniel Genoud. Este último destaca una particularidad del lugar: “El bar y restaurant es un espacio necesario post función, tanto para los actores como para los espectadores. Para entrar y para salir, hay que atravesarlo, tiene mucha vida; salen los actores y aplauden las mesas. Se arma una chispa especial”.
Timbre 4 (Boedo 640 y México 3554), inaugurada en 2002, tiene dos accesos, dentro de la misma manzana, donde se alquilan dos propiedades en las que se emplazan 3 salas (para 150, 50 y 40 espectadores cada una), cinco aulas, un bar, la recepción de la escuela y un lobby. Diego Faturos, Lautaro Perotti, Maxime Seuge, Claudio Tolcachir y Jonathan Zak coordinan un conjunto de casi 50 trabajadores. En Timbre 4, dice Zak, el teatro y la escuela de teatro “son un ecosistema inseparable; la escuela genera público; el teatro, alumnado; los docentes son actores y creadores”. El Galpón de Guevara (Guevara 326), operativo desde 2011, es llevado adelante por Pierpaolo Olcese y Paloma Lipovetzky, y unas 15 personas más. En el enorme local, propiedad de Olcese, existen dos salas: una para 150 personas y un escenario en el bar-foyer, para espectáculos tipo café-concert.
Economía teatral. Dice Gonzalo Pérez: “La razón de ser de Artei sigue vigente desde su fundación en 1998: tener leyes específicas, tanto de habilitación, como de protección, para el teatro independiente. Pasamos cuatro años muy duros anteriores a la pandemia, con tarifas impagables, y después, la total inactividad. El financiamiento de los institutos, tanto a nivel nacional como en la ciudad, siempre va siendo menos. Además, hay una realidad más coyuntural: la disminución de producciones. Con la pandemia se desarticularon grupos, y los que quedan se concentran en algunas salas con más renombre o más solicitadas”.
Genoud se muestra cauteloso sobre el porvenir: “Fueron dos años que para nosotros no existieron, pero que los demás nos contabilizan como realizados. Tenemos las deudas del corriente más las antiguas; lo único que hay son planes de pago. Abrimos en 2001, hemos pasado muchas crisis. Hace 20 años que trabajamos acá; si las condiciones externas lo permiten, vamos a seguir”.
Javier Daulte hace esta ecuación: “No pienso al Callejón como una empresa, un negocio. La relación inversión-ganancia es absolutamente absurda. Se trata de tener un espacio propio, no solamente para las cosas de uno, sino también poder a la gente valiosa. Que el teatro se pueda auto sustentar, eso ya es una ganancia. Federico Buso, mi hijo Agustín Daulte y yo no cobramos un sueldo ni nada por el trabajo en Espacio Callejón: vivimos de las otras cosas que hacemos”.
Criterios de programación. Sin las obras, los espacios son una caja vacía. ¿Con qué criterio eligen los espectáculos? Zak reconoce que “Timbre es una casa. En su primera línea, están la familia y amigos. Somos un grupo muy grande de gente, todos creadores. Programamos más bien teatro de texto: a veces más joven, menos joven, más experimental, menos experimental, algo de movimiento.”. Actualmente, sigue estando La omisión de la familia Coleman y también, La vida extraordinaria, de Mariano Tenconi Blanco, entre otras obras.
En Espacio Callejón, Buso considera que “se arma como una familia que hace teatro en El Calle y se repiten autores y directores. Por aquí pasaron: Valeria radioactiva, Amor de película de Héctor Díaz, Un cuerpo salvaje de Silvia Gómez Giusto. También, Veronese, Romina Paula, Nacho Bartolone”. Recién terminan las funciones de Caturno, del propio Buso; sigue el éxito de El hombre de acero, de Juan Francisco Dasso y Late el corazón de un perro, de Franco Verdoia. Daulte considera que “contamos con una programación bastante exquisita. Hay un trabajo de curaduría; nos interesan las propuestas que tienen cierto riesgo y también excelencia”.
Los espacios independientes generan cultura y también generan encuentros
En El Camarín de las Musas, explica Genoud, “privilegiamos la cercanía entre el público y el intérprete. Tenemos espectadores muy seguidores del Camarín, que, por ejemplo, me paran y me cuestionan lo que elegí, ja ja”. En este mes, se puede ver Captura de aves silvestres, del Grupo Basamenta, y Alfa, de Felicitas Kamien, además de la ya casi histórica La Pilarcita, de María Marull.
Por su parte, el Galpón de Guevara se inició dedicado al teatro físico, danza y acrobacia, aprovechando lo elevado de la estructura; también cobijó a parte de la comedia musical independiente. Durante la cuarentena, se hicieron 24 fechas en vivo por streaming, Actualmente, hay teatro de texto, danza y música. Parte del menú presente son Yegua, de Bel Gatti, con Maruja Bustamante, y La casa oscura, de y con Bustamante y Mariela Asensio.
Ser independiente. ¿Qué tienen en común estos espacios teatrales? Pertenecen, no al circuito oficial ni al comercial, sino al llamado circuito independiente. ¿Qué sentido le dan a esta pertenencia? Para Zak: “Ser ‘independiente’ significa que el espacio es autosustentable y que se programa un material sin solamente perseguir un fin económico. Buscamos esa libertad”. Genoud reflexiona: “Hay una complicidad de los dueños de sala, de los artistas y de los espectadores, que se adhieren a lo precario de la estructura: se sientan en sillas de plástico, con localidades sin numerar; son plateas chicas que producen un bordereau chico; las obras son cooperativas de 10 personas: es muy difícil que se produzca una retribución económica. Lo que importa es la continuidad de la actividad, del proyecto”.
Y a modo de cierre, Olcese, que nació en Italia, confiesa que “aunque siempre trabajé en teatros grandes, vine a la Argentina hace veinte años, porque me enamoré del teatro independiente en Buenos Aires. Me pareció algo único, una rareza fascinante. La gente de acá no se da cuenta de cuán especial es. Los espacios independientes no sólo generan cultura, sino también convivio, donde la gente se encuentra y se expresa. Es la razón por la cual vivo en Buenos Aires”.
Pandemia y después
El cierre por Aspo impactó de manera diferente. El Camarín de las Musas cerró, con, para Genoud, “consecuencias emocionales y económicas. Emocionales, por la imposibilidad de realizar la actividad que te define como persona. Económicas, por las infinitas deudas frente al paro de la actividad, que comprometen su continuidad”. En cambio, en Timbre 4, narra Zak, “como somos de los pocos teatros productores, para nosotros fue muy sencillo hacer la transición. Incluso el día posterior al cierre, ya teníamos la misma programación online, que se llama Timbre4 TV, pero que ya no la nutrimos. El streaming no nos interesa demasiado”. Desde El Galpón de Guevara reconocen que “pudimos alquilarlo para el rodaje de videoclips y para streamings, que nos permitieron tener algún ingreso. Además, el proyecto del streaming, que se llamó ‘Total Interferencia’, fue un hito por su calidad técnica y por su producción asociativa. En cambio, en 2021, con las aperturas abruptas, no había muchos espectáculos en condiciones de estrenar y reponer. Los vaivenes y la ambivalencia nos desgastaron enormemente. Este año es parecido a los tiempos pre pandémicos, pero nos cuesta mucho subir el valor de las entradas”, dice Lipovetzky, y agrega que “estamos haciendo una cantidad de funciones descontrolada, para tratar de sostener el espacio”. Y Olcese se lamenta: “El recambio de equipo técnico es casi insostenible. Además la Agencia Gubernamental de Control todos los años pide cambios que salen mucha plata y que a veces tienen muy poca lógica.