ESPECTACULOS
EL REPORTAJE DE MAGDALENA A LEONOR BENEDETTO

"Puedo vivir casi en estado de gracia y mantenerme"

El año pasado sobresalió en la tira Hombres de honor. Está por estrenar la primera película escrita y dirigida por ella, El buen destino, con un elenco multiestelar. Confiesa haber sido amada “con desesperación” y aclara que no le alcanza cualquier cosa.

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FRENTE AL RIO Y LA BIBLIOTECA NACIONAL. All vive, en un departamento con vista privilegiada y con un entusiasmo que nuca decae, y que ahora se potencia por el estreno de su pera prima cinematogrfica. | Cedoc
El departamento es de formas irregulares. Tiene toda la gracia de una esquina especial, en la que se conjugan una calle muy breve y una escalinata de piedra con dos ángeles juguetones que custodian unos macetones enormes. Las habitaciones abarcan una vista donde el río y la Biblioteca Nacional marcan claramente que estamos en un precioso sector de la Ciudad de Buenos Aires. Leonor Benedetto, radiante, espera ansiosamente el estreno de El buen destino, su película de autor.

—El título también tiene una historia muy especial para mí –explica– . Yo era muy chica. No me acuerdo ni siquiera de cuántos años tenía y alguien me preguntó, con esa típica fórmula que se aplica a los niños, qué quería ser cuando fuera grande. Seguramente contesté enfermera o cocinera (cosa que me encantaba) pero recuerdo perfectamente que pensé para mis adentros: “No sé qué voy a hacer, pero sé que tengo un buen destino”. Y esa definición a mí me acompaña en la vida. Por supuesto que no tiene que ver con que yo crea que mi vida es un lecho de rosas, sino con que he aprendido a sortear los inconvenientes ¡y a disfrutar aun cuando las cosas no vengan demasiado bien!

—Seguramente, todos tropezamos con más o menos escollos pero vos, concretamente, ¿cómo los sobrellevaste?
Leonor se toma su tiempo para contestar y, finalmente, con algo de cadencia actoral, explica:
—Mirá, te diría que con cierto entendimiento de que la vida da y quita; va y viene. Una idea bastante circular. Sabemos que, con alternancias, las cosas van a ir dándose. Hay una frase oriental muy linda que dice algo como “no te sientas muy mal, muy mal. Piensa que esto también pasará”. En fín... todo pasa.

Es cierto. Pero si contabilizamos, éste es un momento muy interesante de tu vida... El año pasado tuviste un muy buen protagónico en Hombres de honor, una tira de éxito. Ahora, la película que, por supuesto, es un gran punto de interrogación. El libro es tuyo...
—Absolutamente. El guión es mío. También la dirección. Te diría que la historia, mi tema central, son los cruces que se dan en nuestras vidas. ¿Por qué nos encontramos con algunos y jamás con otros? ¿Por qué ocurren encuentros con gente más lejana (aparentemente) que con otra que está a nuestro lado? ¿Por qué tanto amor con algunos y repulsión con otros? Todo esto es muy misterioso para mí pero es un enigma ante el que me inclino, al que no puedo llegar por más que la ciencia quiera explicarme que hay una cierta energía que... bueno, igual existe a veces una pared contra la que se estrella el raciocinio y me encuentro con que no sé por qué me gusta una persona, no sé por qué me gusta hablar con vos y no con otros. Pero como, además, soy bastante brutal en mis elecciones, después... bastante después, cuando la cabeza analiza y encuentro razones en que alguien es inteligente, culto, huele bien, ¡no puedo dejar de reconocer que también hay gente inteligente, culta y que huele bien y que no me gusta!

La risa de Leonor llena la habitación pintada de naranja, que hace todavía más luminosa esta tarde de noviembre. Sigue con un tema que, obviamente, ha pensado mucho:
—Te diría que toda explicación en la que intervenga la magia o la brujería termina por parecerme más real que la explicación racional.

Sin embargo –insistimos–, hay ciertas bases que resultan siempre válidas cuando aparece alguien nuevo en el horizonte. Y no hablemos del amor pero, por ejemplo: en un hombre, ¿para vos, qué es más importante, la inteligencia o la bondad?
Suspiro de Leonor:
—Aaah.... Creo que la inteligencia. Y ahí seguramente voy a derrapar más de una vez –se ríe–, porque siento una atracción muy fuerte por la inteligencia, si bien debo reconocer (y seguramente no será un mérito) que el físico me importa. Y te diré más: ¡a lo largo de mi vida creo que he tenido más equivocaciones con gente guapa que no era inteligente, que con inteligentes que no me atraían físicamente!

Bueno, cuando Suskind publicó El perfume, no sólo escribió una buena historia sino que subrayó la enorme importancia del olor de cada uno...
—¡Aquí sí te digo que esto es algo determinante! –interrumpe Leonor–. Y me doy cuenta de que, con el paso de los años, no sé si será para compensar la disminución de la vista pero tengo desarrollado el olfato hasta un punto inimaginable. ¡Hasta la exasperación! Sí, sí, como te digo. ¿Tengo menos vista? Evidentemente. Como todo el mundo. Pero el oído y el olfato, vamos, son de un desarrollo hasta te diría... ¡molesto! –otra vez la risa incontenible–. ¡Casi preferiría sentir menos disgusto ante ciertas fragancias! Pero es que es algo indisimulable. Cualquier carencia en la higiene, de cualquier tenor (en el cuerpo, en la ropa, en el pelo), te digo que, de verdad, es algo que no puedo superar...

—¿Y cómo gravita todo esto en los personajes de tu película?
—No sé si en los personajes de mi película todo esto aparece tan claramente. Lo que sí está muy presente es lo visual y lo táctil. De hecho, uno de los personajes (el de Gustavo Garzón) que trabaja el cristal, el vidrio, crea mundos de luz, y Pablo Rago es pizzero y se lo advierte tocando la masa, trabajándola, con una familiaridad estupenda. Un gran mérito suyo como actor, por supuesto. Y hay celebraciones en las cuales se los ve todo el tiempo tomando café, y hay un momento especial en el que piden pan, jamón y buen vino. Y allí aparece nuevamente una delectación de los sentidos cuando enfatizan: “¡Qué bueno este pan! ¡Qué rico este vino!”, disfrutando en toda la extensión de la palabra.

—Algunos piensan que no compartir la comida, el gusto por lo rico, no tiene demasiada importancia...
—Si una persona no tiene una cierta idea de la vida como ceremonia, como ritual, para mí entonces es muy difícil entenderlo...
Hay mucha expectativa por la película de Leonor. Por de pronto, el elenco es impactante. Además de los nombrados, actúan Federico Luppi, Jorge Suárez, Luis Luque y Gabriela Toscano, como plana mayor. Luego aparece otra plana (“Que también es mayor”, explica Leonor), integrada por Oscar Alegre, María Carámbula, Fabiana García Lago, Jessica Schultz, Nicolás Vázquez, Norma Argentina, Roberto Vallejo.
—Es un elenco muy numeroso –explica Benedetto–. Y muy talentoso.

—¡Qué complicado manejar a tanta gente!
—Yo te diría que se manejaron solos. Me la hicieron relativamente fácil. Ahí, obviamente, fue viveza mía, puesto que conozco bien a los actores. No solamente como profesionales sino como personas también. Debo decir que, actoralmente, sacaron muchas veces conejos de la galera y lo hicieron de un modo extraordinario. Yo, desde luego, traía la imaginación del guionista y del director, que es quien presupone la escena de una determinada manera. Muchísimas veces ellos la hicieron de un modo diametralmente opuesto, ¡y fue claramente mejor que lo que yo tenía en mente!

¡Qué difícil, siendo directora de la película, tener que aceptar una puesta o una escena distinta a la que habías planeado! Requiere, supongo, una cierta humildad.
—Tengo flexibilidad. Sí, lo reconozco, en caso de que sea un mérito. Pero también llevo muchos años de actriz, en los que yo sé que siempre termino haciendo lo que quiero. Sé que me peleo salvajemente por esa pequeña porción de creatividad que me queda entre lo que viene escrito y la idea del director, y sé que a ese resquicio lo voy a usar pero, te repito, salvajemente, en beneficio de mi libertad.

¿También hiciste la edición?
—El montaje fue obra de una montajista, pero conmigo al lado. Te diría que es el tercero y último cambio esencial de la película. El primero es el guión sin la película filmada. Luego el rodaje y, en tercer término, lo definitivo: el montaje. Ahí aparece de verdad otra película que no existía. Se parece a la de la cabeza pero por supuesto que la última interpretación la brinda el destinatario de la obra que es el público.

Vos estás acostumbrada a ser la estrella pero ser ahora la autora es otra historia...
—Es otra historia, sí. Yo sentiría misión cumplida si alguien (o muchos) del público me dijera que sintió que la película es una continuidad de lo que yo vengo haciendo. Que tiene que ver conmigo. Que no he defraudado esa expectativa que ellos tienen hacia mí. Yo con eso me doy por satisfecha. Esto es lo que quiero y la película mía no es un capricho, ni una veleidad de actriz que no tiene nada que hacer. Es parte de un camino que yo he elegido desde hace bastante tiempo y de un mensaje que quiero también que le llegue a la gente. Si ellos entienden que esta película no es una cosa abrupta respecto de lo otro, también es un agradecimiento. Hace muchos años que yo sé positivamente que gozo del favor de mucha gente. Entonces es como si les dijera: “Esto que ustedes me han dado lo he alquimizado de esta manera. Aquí está”. Me gusta mirarlo así y ojalá le llegue de esta manera al espectador –termina diciendo Leonor concentrada en algo que podría ser una forma de regocijo muy especial.

—¿Cómo han sido los momentos felices de tu vida? Si es que tenés ganas de recordarlos...
—Sí, puedo, puedo, puedo –Leonor tiene la mirada risueña–. Creo que la felicidad es costosa en la vida pero no por rara, sino porque es un esfuerzo. Contrariamente a lo que dice mucha gente “¡ah, son chispazos!”, yo diría que, en cambio, es como un laburo bruto. Es, por ejemplo, decidir “tal cosa me está impidiendo ser feliz y entonces ¡lo voy a sacar de mi vida!”. Y si no lo puedo sacar, pienso en cómo me las voy a arreglar para que con eso que no me hace feliz yo pueda ingeniármelas para sobrevivir y sobrevivir bien. No penosamente. Mirá, hay cosas que ya sé...

—¿Por ejemplo?
—Cosas contra las que no puedo luchar. La vejez, la enfermedad, la muerte. No puedo obligar a alguien a que me ame cuando yo lo amo. No puedo concitar la pasión de todo el mundo o por lo menos de la mayoría. Tengo que aprender a vivir con eso. Y, sin embargo, me parece que puedo tener casi como un estado de gracia y mantenerme en ese disfrute de la vida aun con sus altibajos.

Sin duda. Te aman con pasión. Se habló y se escribió sobre lo mucho que se enamoró Alberto Rodríguez Sáa de vos. Algunos incluso decían que era el mejor momento de su vida...
A Leonor le brillan los ojos:
—¡Ay, voy a cometer un acto de vanidad terrible! Pero, bueno, aquí va... ¡Yo creo que todos los hombres de mi vida me amaron con desesperación! Y yo casi me atrevería a decir que, por lo menos la mayoría de ellos, ¡no volvieron a amar así! Lo cual no significa que yo no reconozca que conmigo la vida hubiera sido más difícil porque vivir con otro... ¡Pero de verdad asumiendo lo bueno y lo malo es mucho más difícil que vivir solo! Si miro para atrás, sé que he sido una mujer muy amada y no pierdo la esperanza de que alguien vuelva a amarme así. No me basta cualquier cosa. No, no, no. Lo que estoy buscando es distinto. Por ejemplo, en este año que llevo dando vueltas por el mundo con la película, quizás haya sido bueno estar sola (se ríe). No me van a creer si digo que tengo una relación completamente erótica con la película. No puedo pensar en otra cosa. Entonces ese hombre tendría que ser realmente alguien fantástico que me amara tanto, y lo suficientemente generoso como para esperar a que se me pase el metejón con la película. Y no es metafórico lo que digo. De verdad. Yo sé que para un hombre esto es muy difícil pero ¡debe haber alguien así dando vueltas por ahí!

En el amor las mujeres somos más pacientes que los hombres...
—¡Yo creo que en todo! Y sería ridículo negar la diferencia como algo enormemente positivo. No me importa lo que diga la cultura. Estamos hechas para otra cosa... La vida depende de nosotras y... somos absolutamente más pacientes, aunque hay que reconocer que nos cuesta hacer foco en una sola cosa, que ellos (los hombres) tienen una mayor concentración en los negocios y nosotras... ¡ Prefiero decir que tenemos una atención circular por no admitir que somos dispersas! Pero esto es así. Biológicamente. Lo cual no justifica en lo más mínimo el discriminar o maltratar al otro. No, no... es la complementariedad de los opuestos. Sabemos que la vida viene. Hemos llevado a otros seres adentro nuestro durante nueve meses y ésta es una experiencia intransferible que aún resienten hasta las mujeres que no han tenido hijos. Es la experiencia del cuerpo femenino que no es ni mejor ni peor pero sí, otro.

Y mientras transcurre la tarde con resquicios de verano, Leonor vuelve a hablar de su película:
—Estuvimos (¡y uso el plural!) en Canadá, en el Festival de Montreal, en Canarias, en Cataluña, dos veces en Colombia, en Brasilia, en Perú. Ahora la película va a la India, a La Habana y al Festival de Nueva York.
En nuestro país abrió un espacio del Instituto de Cinematografía en Córdoba. Estuvimos en Tucumán, en Mendoza. En eso hemos estado durante todo el año.

—Pero en todos esos lugares te esperaban y te conocían por tu actuación. Les debe haber sorprendido verte aparecer con la película...
—En Canadá fue el primer shock y la sorpresa. Yo no sabía cómo iban a reaccionar y fue una experiencia fantástica que me tranquilizó. Me di cuenta de que había tocado un lugarcito interno que es común a todos, que no es pintoresquismo ni meramente argentino.

—Me imagino que en América latina te recordaban muy particularmente por ciertos papeles. Siempre has sido heroína de multitudes...
—Sí. Mirá, hay un hito que es Rosa de lejos. Rosa es la identificación de cuanta mujer latinoamericana anda por ahí, y he tenido mucha suerte, en el sentido de haber ganado popularidad a través de un personaje que a mí me gusta biológicamente. Además, el personaje tuvo una factura técnica impecable que fue obra de María Herminia Avellaneda. Te repito: no cualquiera tiene esa suerte. Y como a veces hacemos cosas maravillosas y, otras, cosas horribles, hoy pienso que haber contado con María Herminia para hacerme conocer por la gente fue un golpe de fortuna enorme para mí. Hasta el hecho de que me agradezcan por algo en lo que, en realidad, no tuve mucho que ver; tal es así que tuvieron que convencerme para que lo hiciera; es mérito absoluto de María Herminia. Por supuesto que la gente termina por identificarse con la actriz que hizo el personaje. Rosa lucha por los derechos de las mujeres, sale sola de los avatares con que la vida la enfrenta...

—¿Es tu personaje preferido?
—No, no. A mí me gustó la experiencia de hacerlo precisamente por trabajar junto a María Herminia pero a mí me gustó más el personaje de la monja tercermundista de Un lugar en el mundo. Hoy veo a Rosa como un personaje demasiado radical, con durezas excesivas ¡pero que estaba bien veinticinco años atrás! Seguramente que en la actualidad el personaje habría sido más maleable con el padre de su hijo, al que ni siquiera dejaba acercarse a la casa. Habría que aplicarle algo que mencionábamos antes: flexibilidad, comprensión.

¿Te has quedado con ganas de hacer algún personaje?
—Posiblemente, el personaje mítico con el que me identifico es Antígona. Esa mujer que dice: “Lo que debe ser hecho debe ser hecho”. Y... ¡me atengo a las consecuencias! Antígona sabe que su hermano no ha sido enterrado por orden de Creón, y ella desafía la orden del tirano porque a los muertos hay que darles sepultura. Te diré también que, desdramatizando y recordando que aquello es una gran tragedia, no dejo de reconocer que yo también creo que “lo que debe ser hecho debe ser hecho”.