Veintitrés de mayo. Lost termina. Al menos, en la cadena ABC, la señal donde se transmite en los Estados Unidos. En la Argentina habrá que esperar al 25 de mayo, a las 21, por AXN. Pero Lost termina y se cierra el ciclo que se inició el 22 de septiembre de 2004 con ese primerísimo primer plano a la retina del ojo de Jack, posterior expansión del plano y la imagen –hoy icónica– mostrando a los pasajeros del vuelo Oceanic 815 post choque en plena costa de la bendita isla. Hoy, decir “Lost termina” es aceptar que palabras y nombres como J.J. Abrams, Jack, Locke, Iniciativa Dharma, los Otros, Ben, Hombre de Negro o, de hecho, hasta números (¿no saben de la combinación 4 8 15 16 23 42? ¿En qué isla han estado viviendo?) pasan a la historia de la televisión. Pero todavía no hay tiempo para pensar en el futuro: sólo hay tiempo, minutos, segundos, para la gran respuesta que el mundo necesita saber del folletín versión nuevo milenio en su máximo esplendor: ¿Cómo diantres termina Lost?
Millones y descargas. De hecho, tan preciado es ese saber, que el espacio de publicidad durante el capítulo final de una hora y media (que posee como alfombra roja una recapitulación de cada episodio de la serie) cotiza sólo debajo de los eventos más caros y vistos de la televisión mundial: la entrega de los Oscar y el Superbowl. Es decir, novecientos mil dólares los treinta segundos. No es que sea récord –los finales de Seinfeld, Friends y Everybody loves Raymond costaban arriba del millón y medio–. Pero aquí la diferencia: Lost es la serie signo de los tiempos de la era de la descarga ilegal, del “nah, yo me lo bajo”. De hecho, aún con esa presencia fantasma, Lost demostró que, si bien la descarga ilegal afecta al modelo de exhibición, también permitió el crecimiento de la popularidad de la serie a los niveles de fundamentalismo que se manejan en esta sexta y final temporada. Esos que llevarán el mentado final, llamado –obviamente– The end a ser proyectado en más de 454 cines en los Estados Unidos. Y decenas de fiestas post series finale.
¿Qué pasó desde que aquel ojazo en detalle de Jack hasta el Ben reventando gente a hurtadillas del penúltimo capítulo? ¿Qué nervio logró presionar Lost de igual manera en cualquier ser humano del planeta que se precie fan de la ficción con aires fantásticos, desde Stephen King a Paris Hilton? Y por sobre todas las cosas, ¿qué es la isla? Lost ha logrado esa base de fanatismo simplemente por una razón: animarse a jugar con elementos con los que la televisión ya no juega, restos desparramados de la cajita feliz americana (el melodrama de folletín, la historieta de superhéroes, la aventura decimonónica, el desenfreno del serial berreta; todo eso mezclado con la necesidad patológica del ser humano de dar sentido a cualquier sistema).