Los que empezamos a hacer fotografía en la segunda mitad del siglo pasado, vimos, llegado el Siglo XXI, cómo gran parte de nuestros conocimientos en la materia se reciclaban y re significaban en una nueva forma de captar imágenes, la digital. Y, por contrapartida, aquel sistema de cámaras que necesitaban de la película y de procesos de revelado pasara a llamarse “fotografía analógica”. En muy poco tiempo películas, químicos y laboratorios fueron reemplazados por cámaras con procesadores internos, programas de revelado y computadoras, produciendo imágenes con un grado de parecido a la realidad captada nunca antes visto. Así como cambiaron los procesos también cambió el mercado y hasta la todopoderosa Kodak decretó la quiebra y los viejos fotógrafos analógicos vimos con angustia cómo derribaban los edificios de su fábrica de Rochester. En poco tiempo no quedó prácticamente ningún profesional que usara película para sus encargos y lo digital lo invadió todo, casi no hay hogar en donde no haya una cámara digital y una computadora o, por lo menos, un smartphone que haga unas fotos maravillosas.
Pero en los últimos años, y como reacción a tanta dependencia de la tecnología, pudimos ver cómo apareció en la vida de todos, la palabra “retro”. Decoración retro, ropa retro, automóviles retro, diseño retro… Lo retro se instaló como un modo de contestación y una moda. Una mirada rebelde y nostálgica sobre un tiempo en que los automóviles venían sin manual de uso. Y, por supuesto, no hay nada más retro que una Leica M3 de los años ‘50s o una Nikon FM de los ‘70s. Así que la fotografía analógica tuvo su nuevo aire. Pero no sólo por moda: la perfección de lo digital, que tan bien sirve a los fines de la fotografía profesional (comercial, industrial, periodística), no sirve tanto para aquellos que desean rescatar su valor evocativo. Incluso en el mercado de la fotografía artística donde lo digital no tiene mucho valor pero sí lo analógico, sobre todo copiando en papeles de alta calidad y resistencia. Cuando hablamos de la fotografía como objeto es difícil que hablemos de digital. Hay un nuevo gusto, también: La perfección de la imperfección.
Bien lo dice Jorge Lorenzon “Cuando hablamos de fotografía de autor, entonces la estenopéica, por ejemplo, en la que vos podés construir hasta la cámara, fabricar la emulsión, hacer la toma y revelar. Si eso no es fotografía de autor, no sé qué pueda serlo”. Jorge da clases en el Museo Simik de Fotografía. Allí, cuenta, enseña a alumnos muy jóvenes, la mayoría se acercan por primera vez al medio. Aprenden historia de la fotografía desde la práctica, construyendo la camera oscura o estenopo que puede ser una caja o una lata de conserva cuyo interior se pinta de negro y a la que se le practica un orificio. Es capaz de “impresionar” un papel positivo que, luego de un proceso químico pasa de negativo a positivo, et voilá, tenemos la foto. Los tiempos de exposición son largos y eso hace que lo que obtenemos se parezca levemente a lo fotografiado. Pero también hay otras cámaras y procesos que él enseña en el Museo Simik: colodión húmedo sobre vidrio, por ejemplo, que produce imágenes únicas, por su aspecto y porque son únicas, no se pueden reproducir. El Museo funciona como un polo cultural en pleno Chacarita, Lacroze y Fraga, dentro del Bar Palacio. Alejandro Simik, el dueño, cuenta cómo de una serie de situaciones casuales, crisis económicas o haber conocido y trabado amistad con Abel Alexander, un reconocido historiador del medio, fue armando de a poco, una hoy enorme colección de cámaras fotográficas de todo tipo. Entrar allí es perderse en un pasado poblado por aquellas cámaras que fotografiaron a nuestros abuelos de levita y galera, a nuestras abuelas en la Rambla de Mar del Plata, todavía de madera. Pero Ale no se queda sólo en eso, ya que en el bar, en la calle ahora, se dan recitales de jazz, tan nostálgicos como exquisitos y gratuitos. Además, junto a sus hijos, Fernando y Analía, está organizando un museo de cinematografía. Ya tiene muchísimo material para eso, sólo le falta local.
Y, si bien el comercio de las cámaras y películas no ha florecido, es cierto que en los últimos años ha pegado un repunte. Así lo cuentan Mariana y Analía Panella a las que su padre les legó el local de la calle Riobamba y Corrientes, fundado en 1996, Fotident. Hoy mudadas a un departamento de Constitución, venden cámaras por redes y se dedican mucho al alquiler de equipos para producciones cinematográficas y publicitarias. Casi todas las cámaras antiguas, y a veces hasta las modernas, que se ven por allí son de estas chicas. Por otro lado casi todos los equipos que venden son funcionales, aunque también hay algunas cámaras para las que ya no se fabrica película alguna. Un caso parecido de hermanos dedicados a la compra y venta de cámaras analógicas es el de los Romero, Alejandro y Gustavo, responsables de Antique Cameras, un pequeño comercio atiborrado de piso a techo en Independencia al 400, San Telmo. Herederos de un abuelo que ya en los ‘50s, en Uruguay, compraba y vendía y hasta fabricaba cámaras y de un padre, José, que fundó este comercio en 1989. Y de la misma pasión por las cámaras, por los “fierros”. Explican que los vendedores de cámaras antiguas o analógicas son más que nada aquellos que reciben de algún familiar estos equipos que no saben hacer funcionar, fotógrafos que quieren comprar otros equipos o “buscas” que se dedican a la compra y venta. Y que entre los compradores están, sobre todo, jóvenes nacidos digitales que quieren experimentar lo analógico, estudiantes de cine –cerca están la Enerc y la Universidad del Cine-, y estudiantes de fotografía en busca de su primera cámara. Y también nostálgicos sesentones y setentones que a veces buscan estas cámaras hasta para, incluso, ponerlas en una repisa de la casa.
El mundo de la fotografía analógica vive y creemos que por muchos años más. Nos faltan festivales como el Revela’T español, que ya anunció el cierre de su convocatoria 2021. En fin, tiempo al tiempo. Todo llega.
NG / EA