Mucho se ha dicho sobre cómo la popularización del uso de impresoras 3D puede cambiar –en forma drástica– los medios y métodos de producción industrial que llevan más de un siglo de tradición. Lo cierto es que este cambio general viene, por ahora, algo lento. Pero ya se puede ver una muestra de lo que nos espera en ciertos rubros. Y los indicios que asoman indican que el uso intensivo de tecnologías de escaneo e impresión 3D no sólo es eficiente, sino que, además, puede sostener muy buenos negocios.
Es el caso de Keepsmiling, que se define como “un sistema eficaz para enderezar y alinear dentaduras torcidas en adultos”. En pocas palabras, es la evolución actual de los tradicionales aparatos de ortodoncia y de los brackets típicos de adolescentes, que se vienen utilizando desde hace décadas. Pero esta opción, que es relativamente reciente –aún no cumplió diez años en Argentina–, tiene una serie de ventajas: recurre a una serie de correctores llamados “placas alineadoras”, que hacen su trabajo en forma prácticamente invisible y son cómodas de usar, ya que son removibles a la hora de las comidas.
Los alineadores “trabajan” en forma progresiva en tratamientos que pueden durar, en promedio, 18 meses, hasta que el paciente logra tener todas sus piezas dentales alineadas y eso genera mejoras notables tanto en lo estético como desde el punto de vista de la higiene bucal, entre otras.
Costo. “Empezamos con esta idea en 2008 y, desde entonces, mediante una red que hoy ya abarca a más de mil ortodoncistas acreditados en el uso de esta técnica en todo el país, llevamos realizados unos 40 mil tratamientos”, le dijo a PERFIL la doctora María Gabriela Lavalle, odontóloga especialista en esta temática. Actualmente, el costo de un tratamiento de este tipo ronda los US$ 4 mil por paciente.
Lo interesante es que este procedimiento bucal requiere que, cada tres semanas, el paciente cambie sus alineadores personalizados. Por lo que completar el tratamiento estándar implica utilizar una veintena de “juegos” de alineadores. Y cada uno de estos debe ser fabricado a medida, sobre su correspondiente modelo 3D, obtenido a partir de las modificaciones que se van logrando en la boca del paciente mes tras mes. Son esos moldes los que los técnicos trabajan usando software y programas del tipo CAD/CAM y que luego imprimen en algunas de las 14 impresoras 3D de la compañía (equipos que pueden llegar a costar más de US$ 10 mil) y que son operados por alguna de las 35 personas que trabajan en forma ininterrumpida supliendo las necesidades y los pedidos de la red de ortodoncistas que desarrollaron en todo el país.
De hecho, la demanda de esta opción, básicamente por razones estéticas, aunque también de saludabilidad, está en explosivo crecimiento: “En 2016 hicimos 2.500 tratamientos, mientras que –en lo que va del año– ya superamos los tres mil nuevos pacientes. Y hace 18 meses comenzamos a expandirnos a otros países, poniéndolo a disposición de ortodoncistas y pacientes de Uruguay, Chile y Paraguay”, se entusiasmó la experta.
De esta manera, el mundo de la odontolgía también se empieza a adaptar a las nuevas tecnologías y a incorporar a una de las grandes promesas de este tiempo que son las impresoras 3D para el cuidado personal.