Desde Asís
Cuando a las 7.20 de la mañana, con media hora de anticipación, el helicóptero blanco del papa Francisco descendió diseñando un amplio ocho sobre los techos medievales de Asís, una ola de 150 mil personas tiró besos al cielo para recibir al Pontífice. En la esta ciudad, Jorge Bergoglio llamó a la Iglesia a “despojarse de toda mundanidad” que “lleva a la vanidad, a la prepotencia y al orgullo”. “La mundanidad espiritual asesina el alma y mata a las personas, mata a la Iglesia”, aseguró el Papa poco después de haber llegado a esa ciudad del centro de Italia.
“Somos de Palermo y estamos acá desde la tarde de ayer”, dijo Concetta Lazzaro, de 22 años, mientras el novio fotografiaba un póster del papa. “Nos costó mas de diez horas de tren llegar hasta acá, pero valía la pena”, agregó, feliz, besando la foto de Jorge Bergoglio como si fuera su rockstar preferido. “Este papa es lo máximo”, se entusiasmó su amiga Alice Guarnieri, de 16 años. “Es la primera vez que mis padres me dan el permiso para viajar con amigos, son muy devotos de Francisco de Asís y les encantó que el Papa eligiera su nombre”, dijo la joven.
La visita de Bergoglio a la ciudad fue el evento que los franciscanos, acostumbrados a los masivos encuentros religiosos, más cuidadosamente prepararon en los últimos meses. “Cincuenta y tres televisiones de 14 países y más de mil periodistas acreditados –dijo el padre Enzo Fortunato, vocero del sagrado convento–. Con el papa Juan Pablo II tocamos el récord, pero hoy lo estamos superando”.
La primera visita del Papa fue a chicos discapacitados internados en el Instituto Seráfico, un gran edificio en piedra rosada a la entrada de la ciudad. “Quiero empezar mi visita entre ustedes, chicos, los abrazo a cada uno”, dijo sacando del bolsillo la carta de Nicolás, un muchacho argentino con problemas de salud, de 16 años, que le escribió desde Buenos Aires. “Este es un don de amor de Jesús”, agregó enseñando la misiva.
Francisco improvisó su discurso. Sus palabras siguieron de cerca el trágico desarrollo de la horrible noticia del día en Italia: la muerte de centenares de inmigrantes en el mar de la isla de Lampedusa, visitada por Bergoglio en su primera salida del Vaticano.
Una ducha helada para la política italiana, mientras el ministro del Interior, Angelino Alfano, costilla de derecha del actual gobierno de centroizquierda, culpaba desde la isla llena de cadáveres a la indiferencia de la Unión Europea (UE). “Como si no fuera italiana la ley Bossi-Fini que cierra las fronteras a los inmigrantes”, comenta, amargo, el padre Pietro, franciscano que acompaña a un grupo de periodistas extranjeros.
No apareció Bergoglio al tradicional almuerzo ofrecido por la Iglesia adentro del maravilloso monasterio, donde fueron recibidos el premier Enrico Letta, el presidente del Senado, Pietro Grasso, y todos los alcaldes de la región. En una actividad fuera de programa que les costó mucho sudor a los mil policías encargados de custodiarlo, Francisco se fue a almorzar con cincuenta indigentes en el comedor de Cáritas, a lado de la estación de trenes.
Pan con atún, lasaña a la boloñesa y carne al horno. A su lado había un marroquí de 7 años, hijo de inmigrantes. A la salida de Cáritas, de repente, un niño se les escapó a los padres, se le paró en frente y le dijo: “Hola, Papa, ¿sabés que yo me llamo como vos?”.