INTERNACIONAL
Pandemia en Brasil

El nuevo Bolsonaro: con Covid-19 y lleno de "paz y amor"

En los últimos días, envió señales de buena voluntad a los presidentes de Diputados y del Senado, contuvo sus ataques a los jueces del STF y se alejó un tanto de sus seguidores más extremistas,

El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro.
El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro. | Cedoc

No hay dudas de que, en las últimas semanas, el presidente brasileño Jair Bolsonaro ha hecho un giro inédito en su comportamiento al contener su instinto esencialmente violento y muy poco dispuesto al diálogo, aceptando los principios de equilibrio entre los poderes de la república.

En los últimos días, el mandatario envió señales de buena voluntad a los presidentes de la Cámara de Diputados, Rodrigo Maia, y del Senado, David Alcolumbre, mientras contenía sus ataques al Supremo Tribunal Federal (STF, la Corte brasileña) y comenzaba a desvincularse de sus seguidores más extremistas, con los cuales antes fraternizaba entre gritos contra los jueces a favor de la dictadura. La consistencia de su cambio solo la confirmará el paso del tiempo. Pero las razones que lo motivaron son muy conocidas: el riesgo real de no terminar su mandato y, consecuentemente, no imponer al país su agenda de costumbres conservadora.

Contagiado. Para su nueva versión “paz y amor” –como Lula da Silva se definió en la campaña de 2002 para ilustrar su giro centrista y no asustar a los mercados– Bolsonaro comenzó un retiro en el Palacio de la Alvorada, la residencia oficial, tras anunciar que se había contagiado el Covid-19. Si realmente ha sido incluido entre los más de 1,7 millón de brasileños contagiados con coronavirus, como dudan muchos en el país, poco importa en este momento. El hecho es que salió del centro de la atención temporariamente mientras trata de bajar la interna bélica de su entorno –ideólogos de ultraderecha, militares, evangélicos y políticos del llamado Centrão– y responder con acciones a las crecientes presiones de empresarios e inversores en favor de la adopción de una política de preservación de la Amazonía y de una conducción más sensata del país.

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Bolsonaro dialogó con periodistas por momentos sin barbijo pero con coronavirus.

No hay señales de que su cambio modificará su actitud negacionista hacia la pandemia ni su insensibilidad ante la muerte de más de 69 mil brasileños. El eco del “e daí” (¿y a mí qué?) con el que alguna vez respondió al ser consultado sobre el aumento de los fallecimientos, todavía resuena.

Contaminado y tratado con cloroquina –su obsesión–, Bolsonaro no se dejó convencer por la gravedad de la pandemia aun después del daño que la omisión de su gobierno provocó a su popularidad. Sus razones para presentarse como un líder más moderado son otras, y se hicieron más evidentes tras la detención de Fabrício Queiroz, un personaje central de la investigación del Ministerio Público sobre un esquema de corrupción engendrado en el gabinete de su hijo, el senador Flávio Bolsonaro, cuando era diputado estadual por Río de Janeiro. La causa tiene el potencial de alcanzar al propio presidente, ante las sospechas de que él mismo utilizó el mismo mecanismo ilegal e inmoral en la Cámara de Diputados y si se comprueba la presunta relación de su familia con el submundo de las milicias paramilitares de Río.

Poco antes de que Queiroz fuera encontrado por la policía en una casa que pertenece al entonces abogado de Flávio Bolsonaro, la Corte se había mostrado inflexible en sus investigaciones sobre el llamado “gabinete del odio”, una estructura que funciona a pocos metros del despacho de Bolsonaro en el Palacio del Planalto y coordina ataques en las redes sociales a la oposición y la prensa.

Facebook desmontó en los últimos días varias cuentas que ese “gabinete” administraba, y las investigaciones judiciales llevaron a la detención de varios “haters” al servicio del oficialismo.

El STF, con el cual el presidente promete ahora mantener una relación más respetuosa, juzgará la denuncia de uso de fake news en la campaña de 2018, que le puede costar a Bolsonaro su mandato y adelantar las elecciones de 2022.

Educación. El Bolsonaro “paz y amor” de las últimas semanas fue recibido por los analistas con desconfianza. Comenzó con el despido de Abraham Weintraub del Ministerio de Educación y su asunción como representante brasileño del Banco Mundial en Washington, adonde llegó tras un ingreso a Estados Unidos con un pasaporte diplomático al que no tenía derecho.

Weintraub era uno de los más fieles seguidores del grupo ideológico del mandatario, pero la difusión del video de una reunión de gabinete en la que le pide a Bolsonaro que “meta presos a esos delincuentes”, por los jueces de la Corte, no le dejó al presidente otra alternativa.

Bolsonaro en conferencia de prensa

Desde el fiasco del primer reemplazo que pensó para el Ministerio de Educación –Carlos Alberto Decotelli, quien no llegó a asumir al trascender que había “engordado” su currículo con títulos que no tenía (entre ellos un doctorado en la Universidad de Rosario)– se ha desatado una guerra abierta entre los aliados del presidente para designar al sucesor de Weintraub, que hasta hoy no ha arrojado un vencedor.

Cancillería y Medio Ambiente. En paralelo, han aumentado las presiones para el reemplazo del canciller Ernesto Araújo, otro ideólogo como Weintraub, y del ministro de Medio Ambiente, Ricardo Salles, a quien en el mismo video de la reunión de gabinete que condenó a Weintraub se lo ve diciendo que hay que aprovechar la distracción que genera la pandemia para levantar regulaciones a actividades productivas que devastan la Amazonía.

El hecho es que Bolsonaro no puede girar totalmente su gobierno a una línea pragmática y conectada a los intereses nacionales sin perder por lo menos uno de los grupos que lo han sostenido hasta ahora, y sin herir a su propia naturaleza. Todos son indispensables a su proyecto conservador y a su continuidad como presidente. Sus próximos pasos, sin embargo, van a ser puntualmente examinados, quizás como última chance para que termine su mandato.

 

*Desde San Pablo