La pelota vuelve a estar del lado de la centro-izquierda en el nuevo equilibrio de fuerzas en Brasil. La decisión del Juez del Supremo Tribunal Federal de justicia, Edson Fachin, de anular los procesos de condena del ex presidente Luis Inácio Lula da Silva, reordena el abanico de posibilidades para las elecciones de 2022.
Es imprescindible, sin embargo, comprender la complejidad del juego para no caer en ilusiones ópticas. Hay que analizar el mapa político en perspectiva histórica y comprender que cada pieza movida, tendrá consecuencias directas en los resultados futuros. Como esas historias que leía cuando era niña en que uno podía elegir la secuencia de la trama, existen varios finales posibles.
Lejos de creer que es un avance de este o aquel espacio político, o que Lula haya finalmente salido vencedor, hay que advertir que la decisión del Juez sobre el proceso que juzga al ex metalúrgico y ex presidente no busca absolverlo ni objetivamente beneficiarlo. Es el resultado no intencional de una puja entre poderes: el gobierno y la Justicia. Y dentro de la justicia, entre aquellos a favor y aquellos en contra de la famosa operación Lava Jato, teniendo al ex juez y ex ministro Sergio Moro como su representante emblemático.
Anularon las condenas a Lula y lo habilitan para ser candidato nuevamente
En el corto plazo se dice que Lula es el perdedor. Pierde en la discursiva como víctima, fortaleciendo a los sectores más reaccionarios, reagrupa nuevamente al antipetismo devolviéndolo al núcleo bolsonarista y, finalmente, fragmenta a la oposición, dividiéndola entre aquellos que apoyarían a su candidatura y entre aquellos que, taxativamente, de jeito nenhum.
Todo esto en un dramático contexto de crisis sanitaria, en el cual el presidente Jair Bolsonaro viene perdiendo apoyo entre los sectores económicos que lo seguían sosteniendo e, inclusive, entre los beneficiarios de la ayuda social de emergencia promovida por el gobierno federal. Estos últimos, pertenecientes a los sectores más vulnerables del país, venían manifestando crecientes intenciones de voto en las encuestas de opinión. Además, la política del gobierno frente a la pandemia del Covid-19 también terminó por fracturar, verticalmente, al federalismo brasileño y a catapultar, al juego político nacional, nuevos posibles candidatos salidos de las gobernaciones estaduales.
A su vez, la última encuesta del IPEC (ex IBOPE) publicada por el diario O Estado de S. Paulo antes de la decisión del Juez Fachin, mostró que el 50% de los entrevistados votarían a Lula con seguridad o podrían hacerlo. En contrapartida, 44% de los entrevistados afirmaron que no lo elegirían en ninguna circunstancia. Bolsonaro, por su parte, aparece con 12 puntos porcentuales menos en las intenciones de voto de los entrevistados (38%), y 12% más en relación con su rechazo (56%).
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Aparentemente, la polarización que genera una posible disputa entre Lula y Bolsonaro podría beneficiar al debilitado Bolsonaro al apoyarse en el antipetismo extremo de la sociedad brasileña y así fortalecer su liderazgo.
Sin embargo, Lula es, indudablemente, un animal político. Fue uno de los políticos brasileños más hábiles en el arte de conciliar intereses opuestos y en ver la política y la economía de forma pragmática y equilibrada. Los sectores que más lo rechazan saben de eso. Por eso afirmo que el juego vuelve a estar en el tablero de la izquierda.
El resultado abre una ventana de oportunidad para que el Partidos dos Trabalhadores finalmente haga un mea culpa y vuelva aggiornado a la escena política. El PT tiene un peso singular en la órbita de la política brasileña, siendo el segundo mayor partido en la Cámara de Diputados y con mayor número de afiliados a nivel nacional y, por eso, su capacidad catalizadora puede ser un elemento clave para que Brasil reconstruya su sistema partidario.
Si Lula vuelve a ser el Lula de 2002, como candidato o no, podemos tener la esperanza de pensar en Bolsonaro como un grave desvío de ruta y soñar con la vuelta de un Brasil desarrollista y socialdemócrata.
Sin embargo, si Lula abraza el discurso del liderazgo único y de revancha a cualquier precio, habremos perdido una oportunidad histórica. El futuro será aún más incierto y gris.
*Politóloga – EPyG/UNSAM